Por Aníbal Falco
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El académico y psicólogo uruguayo Alejandro Klein, profesor en la Universidad de Guanajuato (México) e investigador para el Instituto para el Envejecimiento Poblacional de la Universidad de Oxford de Reino Unido conversó con Montevideo Portal sobre el impacto que tuvo la pandemia para la tercera edad.
Klein, que además coordina la Red Latinoamericana de estudios sobre la tercera edad, explicó de qué se trata la sociedad del envejecimiento y los cambios de paradigma en la vejez en el mundo actual.
También se mostró criticó con lo que entiende fue un "exceso del discurso sanitarista y una debilidad del discurso ciudadano-político" durante la pandemia.
Para el académico, el tiempo "demostró que el confinamiento en vez de proteger debilitó, porque generó vulnerabilidad, depresión, ansiedad y miedo".
En esta línea, el especialista augura que va a haber "una avalancha de demandas en salud mental impresionante".
Podemos definir de qué se trata la sociedad del envejecimiento.
Es un punto en el que hay una proporción importante de la población compuesta por lo que llamamos los adultos mayores. Un punto al que vamos a llegar en 2050, cuando el 22% de la población mundial sean adultos mayores. Cada tres personas una va a ser adulto mayor. Acá hay dos problemas. Ese es un cálculo muy conservador, yo estimo va a ser del 30%. Y el otro problema que tenemos es cómo redefinimos al adulto mayor.
¿Hay que cambiar esa definición?
La verdad es que ya no lo sabemos. Vamos por primera, segunda, tercera edad en el presente, vamos a estar ya en la cuarta y quinta edad. Por otra parte, ¿qué es ser un adulto mayor hoy? ¿A los 60 o 65 se es adulto mayor? ¿Eres un viejo? No. Porqué hay un corrimiento generacional importante. Hace 100 años no había gente de 75 años, por eso se inventó la jubilación. (Otto von) Bismark inventó la jubilación porque la gente se moría con menos de 60 años. Era un buen negocio porque quedaba bien desde el punto de vista de la propaganda política y además nadie se jubilaba. Todo el mundo se moría antes. Ahora tenemos el problema inverso, la gente no se muere.
¿Debe haber un cambio en cómo percibimos la vejez?
Hoy no sabemos qué es la vejez. Tenemos anteformas inéditas de lo viejo y la vejez, pero honestamente no sabemos cómo se van a desempeñar. No tenemos idea cómo va a ser un viejo de 80 años con un nuevo estatus de calidad de vida. Gente que sabemos que, si no tienen pareja, se buscan una novia. No tienen ningún problema. Si hacen turismo, hacen turismo. En los aeropuertos del mundo (antes de la pandemia) la mayor cantidad de gente que se mueve es la de la tercera edad. Ahora los viejos quieren vivir solos. Ni con la familia, ni en casas de salud. Quieren vivir solos. O empiezan a estudiar de vuelta. Se jubilan de la carrera y empiezan a estudiar de vuelta. Hay un panorama absolutamente inédito, que es impredecible pero alerta sobre la necesidad de ser flexible ante los cambios.
¿Dice que no hay que debatir solo sobre la reforma jubilatoria?
Hay que discutir la sociedad del envejecimiento como un paquete global. Lo que propongo es que haya un contrato colectivo más integral (no tan absoluto), laboral y de jubilación por oficios y desempeños. Y que tenga tres franjas etarias: 65,75 y 85. Cada franja va a depender del oficio, a requerir distintos derechos y obligaciones. Un cirujano no puede operar a los 85, pero puede haber un terapeuta a los 85. Considerando esto cada franja podrá aportar a lo largo de la historia laboral de manera diferente. En una sociedad envejecida como es la uruguaya, Montevideo no puede tener baldosas rotas, porque si no nunca vamos a entrar a la categoría de ciudad amable con la tercera edad. Es una categoría que está proponiendo Naciones Unidas, que reconoce y recompensa a esas ciudades. A lo que voy es que, si un viejo se cae por una baldosa y se rompe la cadera, una operación sale mucho más que esa baldosa. Hablemos de reforma jubilatoria, perfecto. Pero enmarcada en un sistema de reforma de la sociedad envejecida.
¿En qué situación ve a Uruguay?
Tiene que salir de este imaginario social que encuentro absolutamente inadecuado y caduco de pensarse como una sociedad de viejos derrotada, decrepita y que no puede hacer nada. Es un error absoluto. Uruguay tiene una oportunidad histórica de volver a ser un país modelo. Pero no el país modelo batllista, sino el país modelo desde la sociedad envejecida. Uruguay es a dónde va el mundo. Si se arman políticas de sociedad del envejecimiento se puede ser una referencia a nivel mundial. Pero para eso hay que sacudirse de telarañas la cabeza, ser audaz e innovador, atreverse al cambio. Hablar desde una perspectiva exogámica, abierta.
¿Ha seguido lo que se está trabajando en la reforma de seguridad social?
Algo. Lo que me gustó mucho es que se está planteando una cosa interesantísima, que es que la persona se pueda jubilar, pero pueda seguir trabajando. Eso es muy importante. Es importante que se pueda jubilar porque la sociedad tiene que cumplir con la deuda social que tiene con el sujeto, sino es una estafa.
¿Pero que pueda seguir trabajando le parece relevante?
Tiene que ver con un nuevo modelo de viejo, en el que la gente quiere seguir contribuyendo, siendo activa y autónoma. Y eso hay que sostenerlo. Si le preguntas a los adultos mayores quieren vivir solos y por tanto necesitan ingresos, seguir trabajando. Pero si quieres que trabajen tienes que darle una plataforma para que lo hagan. Por ejemplo, en Inglaterra están elaborando un plan de salud específico para esa franja de población. Porque si trabajan y están pidiendo licencia por enfermedad no tiene sentido. No se trata de un enfoque solo cuantitativo, sino cualitativo que abarque un ángulo complejo y multidisciplinario.
Considerando su especialización y lo que ha ocurrido con la pandemia, ¿qué consecuencias ve para las personas de tercera edad que fueron de los más afectados?
Ha generado consecuencias a nivel social, familiar y de las emociones desde lo mental que no se tuvieron en cuenta. Se ordenó implícita o explícitamente el confinamiento y paradojalmente, en vez de proteger, generó vulnerabilidad, depresión, fobia social, ansiedad, miedo. En vez de proteger del coronavirus, terminamos creando más proclividad para agarrarse coronavirus. El tiempo demostró que el confinamiento en vez de proteger debilitaba, porque vulnerabiliza emocionalmente y se genera un campo más propicio para las enfermedades. Entonces va a haber que hacer una inversión en salud mental. El discurso sanitario eso no lo tuvo en cuenta porque tiene otra lógica. Ahora sabemos las consecuencias de estar confinados y encerrados rompiendo los vínculos con la gente que nos es importante. Todo tiene un límite y a partir de ahí se generan patologías. El ser humano nunca fue sedentario. Somos homínidos que durante cientos de miles de años caminamos. El homo sapiens caminaba, caminaba y caminaba. Y así nos recorrimos África, Asia y luego nos sedentarizamos, pero el ser humano no está hecho para estar confinado. Hasta la sedentarización tiene un límite. Somos homínidos que siempre hemos caminado y de repente estamos atados a una silla. Supongo que eso debe tener consecuencias.
¿Hubo un exceso del discurso médico?
Totalmente. Es el último destello de gloria del discurso médico. No entiendo cómo los uruguayos, que han tenido a un destacadísimo investigador, el profesor (José Pedro) Barrán, que dedicó la mitad de su vida a mostrar cómo Uruguay se movió desde el discurso sanitario... ¿Qué pasó, no hemos leído a Barrán? ¿Nadie se dio cuenta de que el discurso médico era una nueva versión del discurso sanitario? Barrán nos muestra lo totalitario que fue el discurso sanitario en nuestro país. Es un profesor destacadísimo en el mundo y experto en el discurso sanitario. Bueno, parece que los uruguayos se olvidaron de Barrán.
Entonces, ¿entiende que se impuso un discurso sanitarista por sobre otros en la pandemia?
Hubo un exceso del discurso sanitarista y una debilidad del discurso ciudadano-político. Un equilibrio quizás difícil, pero que lamento profundamente. Hay que considerar los derechos de ciudadanía. Para encerrar a la gente, para no dejarla salir o entrar a un país, para limitar la capacidad de movilización, es que algo está pasando con la figura de ciudadanía. Y la figura de la ciudadanía es un garante -y más en un país como Uruguay, con la tradición republicana que tiene- de que se respetan los derechos de las personas. No es el capricho de la gente, es un garante de que se va a mantener un discurso entre la sociedad civil, el Estado, las organizaciones, el discurso sanitario, el discurso pedagógico y el discurso de la ciudadanía política.
¿Se rompió eso?
Se rompió, hay una fractura que hay que intentar levantar. Es una fractura en el contrato social implícito en el que vivíamos. Donde el discurso sanitario era contrabalanceado por el discurso de ciudadanía, que a su vez era contrabalanceado por el discurso sanitario, que a su vez era contrabalanceado por el discurso estatal, que a su vez era contrabalanceado por el discurso pedagógico. En definitiva, es la teoría del poder. Si tiene que haber poder, perfecto, pero veamos qué estructuras limitan el poder para que no se transforme en una estructura arbitraria. Lo que pasó es que de un día para otro se decidió, entre comillas, que el grupo de riesgo era la tercera edad. El tiempo demostró que todos eran grupos de riesgo, no la tercera edad. Si vivimos en una sociedad que quiere estar regida por el contrato y el lazo social, que pretendemos que siga siendo política en el buen sentido del término, ningún discurso puede arremeter contra el discurso de ciudadanía. El tema del debate, del derecho de la gente, de preguntarle a la gente, eso no se puede ignorar o decir que transitoriamente no se van a tener en cuenta los derechos de la ciudadanía. No, no, porque lo transitorio en los seres humanos puede llegar a ser catastrófico.
Pero el porcentaje de mortalidad sí era mayor para la tercera edad.
Por comorbilidad asociada, no por el coronavirus en sí. Parece muy sutil, pero es bueno considerar la diferencia. Es bueno que pensemos con claridad. ¿Quién le preguntó a los de la tercera edad si querían o no confinarse? Ahora se viene una avalancha de demandas en salud mental impresionante. Incalculable. Pero el país tiene que estar preparado para eso, tiene que entender que se viene una avalancha de casos de depresión y de ansiedad. Ya sabemos que hay un aumento en los jóvenes de intento de suicidio.
¿No pudo haber pasado que la pandemia recordó, en un sentido antropológico si se quiere, que somos mortales, finitos?
Por la forma en que la gente vive parece que fuera inmortal. Si el discurso antropológico tuviera más vigencia, legitimidad, viviríamos de otra manera. No nos permitiría engañarnos acerca de que nos vamos a morir. Pero el discurso sanitario capaz nos dice: "Si sigues estas reglas no te vas a morir". ¿Es bueno o es una trampa? El problema es que el discurso antropológico no tiene legitimidad en esta sociedad, el discurso sanitario sí. El discurso sanitario es legítimo. Supongo que la gente entró en pánico y buscó una vez más al discurso médico para que la protegiera y la cuidara. Muy bien, te protegen y te cuidan, pero hay que pagar un precio: la infantilización. Que te digan lo que tenés que hacer en tu vida, que es lo que se hace con los niños. Cuando se supone que a un adulto no le dicen lo que tiene que hacer con su vida.
Por Aníbal Falco
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