Hasta los tres años vivió en un apartamento en Malvín. Después sí, se mudó con sus padres a Harwood y Bolivia, al lado de donde estaba la estación de Texaco que hoy ya no lo es. Allí vivió hasta que se casó.
La casa tenía tres pisos. Arriba, los dormitorios. En el medio, el living, el estar, la cocina. Abajo, un garage que era para guardar los autos, pero que en invierno funcionaba como cancha de fútbol. Los veranos eran en el hotel de su abuelo, en La Coronilla.
En la escuela y en el liceo siempre le fue bien. Sí lo retaban era por temas disciplinarios, no por las notas.
Con lo eléctrico en su casa siempre metió mano. Le gustaba aprender, descubrir, entender a través de lo práctico y no tanto a través de lo teórico. De eso haría mucho en el futuro, aprender haciendo.
Su padre, español. Su madre, argentina. Él y sus dos hermanos menores son la primera generación de uruguayos en su familia. Aunque en el futuro se quedaría solo él. Su hermano viviría en varias partes del mundo y se instalaría en Houston. Su hermana viviría en España, después de trabajar en televisión uruguaya un tiempo.
La historia de los Domínguez es esta: su padre y su tío vinieron a Uruguay, con sus abuelos, en los años ´50. Llegaron y, como eran inmigrantes, algún conocido o familiar lejano les consiguió trabajo de horarios súper extensos. Trabajaban entre 16 y 18 horas por día detrás de un mostrador.
Empezaron con un primer bar que abrieron en frente a UTE, en la calle Paraguay. Su padre y su tío, con trece o catorce años, ya empezaban a ayudar. En el año ´73 se mudaron a Paraguay y Colonia a un bar que abrieron llamado Bar Madrid. A los dos años, más o menos, su abuelo fallece.
A partir de ahí, su tío y su padre decidieron empezar a vender el acopio de bebidas que había dejado su abuelo. En vez de a copas, lo vendían en botella cerrada. Aquello empezó a ser lo que más vendían.
Puede haber sido en el ´74 o un poco después que su padre y su tío tiraron abajo el bar y lo convirtieron en Los Domínguez. Empezaron a importar bebidas, a venderlas en el local y en los free shops. De a poco, empezaron a ser gran parte del desarrollo de venta de bebida en Uruguay.
Veinte años después, su padre estaba armando otro negocio para no tener solamente Los Domínguez. Por eso, armó un parking de autos con lavadero. Ahí dentro, también, tenía un kiosko donde se cobraba el parking y el lavado.
Cuando su padre se iba de viaje, él quedaba a
cargo. Él, Alejandro Domínguez. Así fue como se dio cuenta que ese kiosko ni
ganaba ni perdía plata, porque no se controlaban los precios de venta.
Entonces, su padre se lo dio para que se ocupara. No le interesaba si perdía o
ganaba, así que no era mala idea.
Y ahí fue cuando empezó Iberpark. Al kiosko, que era una ventana, le puso
heladeras, lo arregló, lo volvió eficiente. Con el tiempo, el lavadero y
estacionamiento de autos dejó de funcionarle a su padre y se lo dio a
Alejandro. En la esquina, había cerrado una automotora y la trasladó ahí.
Aunque esa fue una propuesta un poco más compleja, le puso “tienda de
convivencia”. Después vinieron más locales: 18 de Julio y Eduardo Acevedo, 18
de Julio y Pablo de María, Soriano y Yí.
Y Alejandro creció con ellos.
¿Qué pasaba por la cabeza de aquel Alejandro que pasó del kiosko a la esquina? ¿Se imaginó que lo que iba a pasar era Iberpark?
Al revés. Yo nunce pensé que tenía solo un kiosko. La cabeza me volaba mucho más. La proyección es la misma que hoy tengo de mis empresas, no son lo que la gente ve porque hay un montón de oportunidades para hacer otras cosas y para que los negocios se sigan desarrollando. En la capacidad de crecer, de desarrollarse, nadie te pone un límite.
Creo que como proceso de empresa, siempre estuvo desmedido, capaz que hoy sigue estando desmedido para el tamaño de empresa que tenemos. Toda la planificación que tenemos para adelante siempre fue un fuerte de Iberpark, siempre el plan de acá a cinco años está.
A la larga nos hemos dado cuenta que marcando
bien hacia dónde vamos, lo hemos hecho y lo hemos cumplido. Capaz que alguna
cosa termina ajustándose o migrando porque cuando planificás algo a cinco o
diez años es todo muy dinámico. Pero mantenemos la esencia, hemos ido
cumpliendo todas las etapas.
¿Llegaste a dedicarle tiempo a los estudios universitarios?
Fui a la Facultad de Ingeniería e hice hasta tercero. La verdad, abandoné porque no me daba el tiempo. Me fue bien en facultad y ahora aplico pila de cosas de todo lo que estudié en Ingeniería, mucha matemática.
Me gusta toda la parte de computación, redes, programación, pero también me gusta la parte de obra civil, no sé. Hoy ya no estoy al tanto, pero al principio yo estaba atrás de ver cómo venía la obra. Toda la parte de ingeniería es una parte que yo tengo adentro. La matemática obviamente la usas todos los días, pero he usado un montón de otras cosas porque, a veces, me traen un proyecto de una obra y le modifico cosas.
En el mundo de los emprendedores está esta idea romántica de que a uno le explota una idea y enseguida lo logra, ¿cómo es el proceso real de emprender?
Es que a un emprendedor nunca le explota una idea. Un emprendedor siempre está queriendo emprender. Hoy Iberpark está bastante maduro y por eso me metí en otros emprendimientos. Cuando sos emprendedor, son más procesos que ideas.
Yo el proceso lo he implementado para que las empresas funcionen y estoy súper de acuerdo, pero a mí me pone de mal humor estar controlando los procesos, prefiero estar en un lado donde pueda generar, crear y por eso hay que ver eso de que “explota”.
Primero, depende de los países. De repente hay muchísima gente que genera cosas y es más difícil diferenciarse. Capaz que es más difícil que crezcan los proyectos, a veces. Las empresas generalmente terminan cerrándose o fundiéndose antes de los veinticinco años. Pero Uruguay es lento. No tenemos un mercado tan fuerte como para que uno pueda tener un crecimiento explosivo.
Obviamente cada caso es una experiencia personal, pero entiendo que Uruguay tiene una complejidad de tiempo, de un mercado tan chico, que el crecimiento lleva mucho tiempo. A no ser que tengas una inversión muy grande como hicieron Pedidos Ya o Mercado Libre, estuvieron perdiendo plata fuerte durante mucho tiempo hasta que pudieron consolidar. Pero eso ya no es el proceso de un emprendedor. Capaz que ellos son emprendedores, pero la capitalización ya no es la de un emprendedor cuando recién arranca.
Ahí alguien compró el proyecto y le pusieron el capital para que ruede.
En 2020, Iberpark facturó diez millones de dólares, ¿qué te dice eso sobre tu empresa?
En Iberpark estoy hoy todavía muy metido en la estrategia y muy poco en los procesos. Una cosa que siempre pido es que, por más que sigamos creciendo, que no perdamos el alma de velero. ¿Cuál es el alma de velero? El velero quiere doblar hacia la izquierda y dobla rápidamente.
Las empresas, cuando crecen, cada vez se parecen más a un Transatlántico que, para doblar a la izquierda, tiene que empezar a doblar cinco o diez kilómetros antes y son muy lentos para moverse.
Creo que la pandemia, en general, lo que demostró es que Iberpark sigue teniendo esa esencia de poder moverse rápido y poder adaptarse a los cambios. Creo que es muy importante y que por más que hoy el tamaño que tiene versus el que tenía hace diez años seguramente es un poco más grande, sigue adaptándose a los cambios, a las situaciones y a los contextos que se generan. Y toma decisiones para que en un problema haya una oportunidad y no nos quedemos en el problema.
Me parece que es eso, un número es un número. Lo que sí es bueno es que pudo crecer en pandemia, se pudo adaptar a una situación que tuvo el mundo que era diferente a como estábamos acostumbrados a vivir. Con ese cambio, Iberpark pudo cambiar para poder seguir creciendo. Eso es lo que me deja a mí, que me deja tranquilo también.
¿Cuál es el público que se acerca a Iberpark?
Tenemos un par de características. Lo que hoy tenemos con Iberpark es, primero, bastante presencia geográfica, hoy estamos en distintos puntos del país. Estamos bastante en el litoral, en Salto, en Paysandú, en Colonia, en Mercedes, en Punta del Este. Después tenemos bastante en lo que es Montevideo y el Área Metropolitana de Canelones.
Como estamos en muchos centros comerciales, el primer público que tenemos como referencia es la gente que visita los centro comeriales. ¿Por qué? Porque estamos en casi todos los centros comerciales, por lo cual tenemos unas visitas recurrentes.
Obviamente, el producto clave en Iberpark es el vino, por lo cual generalmente la gente que visita le gusta el vino, es mucho más probable que sea ese perfil de cliente. También estamos en muchos lugares donde hay gente de pasada, por ejemplo, Tres Cruces. Ahora tenemos un kiosko que desarrollamos, Iberpoint. Ahí se empiezan a generar otros públicos. Estamos en Paysandú, estamos en Salto, son terminales así que empezás a hacer un mix de distintos tipos de público que visitan Iberpark y, de repente, lo conocen de otro lugar. En el interior había mucha gente que nos conocía por Tres Cruces porque alguna vez se fueron a tomar el ómnibus.
Por ahí algunos puntos que no son tan clásicos, como puede ser un local en Portones o Punta Carretas, te llevan otro tipo de clientes. Pero el público base nuestro es la gente que le gusta el vino, que le gusta descubrir el vino y también otras bebidas como whiskies, como los whiskies de malta que a veces son productos que podemos tener que no hay en el resto del mercado.
En lo que es vinos, somos importadores de muchísimas marcas de Europa, Argentina, Chile, la cual vendemos prácticamente en exclusiva en nuestros locales y algún otro tipo de tiendas que buscan este tipo de productos más de nicho que hay en Uruguay.
También hacemos distribución de doce bodegas nacionales, que no son bodegas de grandes volúmenes, sino bodegas más boutique que tienen menores partidas de vino, más limitadas. Hay un público que las valora y el formato de negocio nuestro hace buena sinergia con ellos.
Recién comentabas sobre Iberpoint, ¿cómo llegás a esos conceptos de marca?
La historia del nombre Iberpark es que ese nombre lo había generado mi padre porque era pensado para un parking, lavadero de autos. Mientras yo estaba en el kiosko, no tenía nombre porque estaba ahí adentro. Cuando nos mudamos para la esquina fue que se me planteó ponerle un nombre diferente. Hasta tenía los diseños de nombre y qué era lo que íbamos a hacer. Lo que pasaba es que lo abrimos sin letrero y la gente de la Universidad decía, “vamos para el Iberpark”. Entonces, si ya la gente recordaba un nombre no lo podía cambiar. Quedó eso.
Fue la idea nuestra de hacer un paraguas arriba de la palabra Iber. De alguna manera, Iber no se podía registrar solo como Iber porque es medio genérico, entonces generamos un paraguas donde estuviera el nombre. Primero generamos Iberclub, nuestro club de socios donde tienen beneficios dentro de los locales. Después vino Iberstore, donde empezamos a usar mobiliario diferente al que teníamos habitualmente y, a su vez, el surtido no es tan completo como el que hay en Iberpark.
Hoy tenemos en el paraguas Iberpark, locales comunes, Iberstore, Iberclub, Iberpoint para generar un concepto más de pasada. También, al ser de pasada profundiza un poco más en el concepto de kiosko. Después tenemos Iberhouse, un formato donde podemos darle un poco más de servicio a la gente, donde la estrella sea el vino, pero donde uno pueda empezar a tener otro tipo de experiencia, como probar algunos vinos por copa. En breves este va a salir a la luz.
También tenés Astilleros, una empresa que se maneja con los free shops, ¿cómo cómo se consume lo uruguayo en los free shops?
La principal característica de los free shops es que no tienen la regulación de una importación para plaza, con lo cual tiene menos costos porque tiene cero impuestos. Y no tiene regulaciones de tener que pasar por organismos como la Intendencia, el INAVI o el LATU, entonces te permite traer partidas más chicas. Acá en Uruguay, para el mercado interno vos traes un producto, más allá de que pueda salir más caro porque tenga una tributación más alta. También tenés que hacer un montón de habilitaciones y trámites que, a veces, un volúmen chico no lo justifica.
Mientras, en el free shop vos podés traer tres botellas de un producto y vendés las tres y no tenés que pasar por ese proceso. Por lo cual, al free shop se llevan productos que a un mercado interno no llegan.
A su vez, al tener menor carga impositiva, tiene precios más atractivos para la venta, por lo cual productos de mayor valor tienen un consumo más alto que el mercado interno. A parte, el free shop está, básicamente, pensado mirando en Brasil y su mercado. Por lo tanto, tenés otro volúmen que es completamente diferente al consumo de mercado interno.
¿Y en cuanto a tendencias de consumo?
Generalmente, las modas llegan. Lo que pasa es que como Brasil es un mercado
más fuerte las cosas explotan mucho más rápido. Acá, el gin en Uruguay está de
a poco, va creciendo como tendencia, pero en Brasil ya explotó a un nivel
superlativo. Eso pasa cuando el mercado es más grande, las reacciones van a una
velocidad mucho más rápido y empieza a crecer mucho más que acá en Uruguay.
A nivel de consumo, pueden tener algún consumo interno diferente como nosotros podemos tener algunos, pero a nivel productos importados desde el exterior los consumos son, más o menos, los mismos. La diferencia es el tamaño del mercado.
Llegaste a hacer un vino que se llamó Paa!, ¿cómo es esa historia?
Es con dos amigos, en realidad. Uno es Fernando Petenuzzo y el otro es Alejandro Cardozo. Por eso se llama Paa!, porque es Petenuzzo, Alejandro y Alejandro. Ellos dos son etnólogos.
Ellos arrancaron con un proyecto por un negocio que tenían y les quedó pendiente. Terminaron cobrando con vino una cuenta que tenían y se pusieron a hacer el espumante, hicieron muy pocas botellas. Me lo ofrecieron en su momento y caminó muy bien, a la gente le gustó, se vendió todo el producto. Al año siguiente me ofrecieron sumarme al proyecto. Antes era Pa!, Petenuzzo y Alejandro y, por mi culpa, apareció una tercera “a”. Yo estoy muy en la parte de estrategia comercial, de diseño de productos y ellos en la parte etnológica de hacer el vino.
También son muy buenos en la innovación. Por ejemplo hicimos esprit, que es el producto terminado, que acá en Uruguay no había. En otras partes del mundo ya había, no es ni aperol ni espumante, es el producto ya terminado. Es un producto que apunta al público más joven porque está pronto, es fácil y es rico. Más allá de vino espumoso, estamos desarrollando algunas otras categorías. Fernando es un poco el que lidera el proyecto, el que está más atrás el día a día, pero tenemos intenciones de irlo desarrollando.
Mientras todo esto se desarrollaba en el mundo profesional, ¿qué pasaba en casa?
Pasaba que tengo tres hijos que crecieron y el más grande tiene veinte años. Ya están todos adolescentes, ya no tengo niños.
La vida es una balanza y hay que generar un equilibrio. De alguna manera, mi mujer fue la que generó ese equilibrio porque es imposible estar activo en el día a día. Con mi señora entiendo que hicimos un buen equilibrio y, si bien yo trato de estar presente, ella es quien manda en la casa, dirige todo y lo ha hecho muy bien. Ha generado que, de alguna manera, la unión de la familia se haya mantenido cuando estar arriba de los negocios y todo es un tema complejo.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
Mañana. Porque pienso que podemos mejorar. He tenido muchos días felices, seguramente el nacimiento de mis hijos y un montón de cosas, pero la realidad es que capaz que mañana hay una forma de encontrar que cada día mi familia esté mejor. Trato de seguir luchando por eso.
¿Cuál fue el día más triste de tu vida?
Yo las cosas tristes trato de superarlas y después no les guardo mucho recuerdo. Obviamente, cuando falta gente son días tristes. Tuve la pérdida del padre de mi señora muy joven, de mi tío, de gente que de alguna manera quería mucho. Seguramente eso. Si los nacimientos están asociados a las cosas más lindas, cuando fallece gente son los días más tristes que uno puede tener. Pero en eso soy así, no me duele mucho para atrás, me trato de queda con las cosas buenas.
¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?
Hoy. Traté de generar una empresa que funcione sin la necesidad de que yo esté en el día a día, trabajo desde mi casa. Después voy a las fronteras, voy a Punta del Este porque también tengo una distribución ahí. Me muevo, pero no tengo horarios fijos, no tengo que ir a un lugar a trabajar todos los días. Eso me permite ir con los chiquilines, irlos a buscar, llevarlos, traerlos, poder viajar. Hoy me siento libre.
¿Qué es lo más valioso que tenés en la vida?
Seguro que a mis hijos y a mi señora.
¿Algo que la vida te haya hecho aprender a golpes?
Que, a veces, mi inquietud no es buena. Me caí de un techo por ir a arreglar una antena y me quebré una vértebra, con eso te digo todo. Eso es un ejemplo claro de que la hiperactividad al extremo no es buena.
Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?
Lo que está bueno de eso es que si pasa, no lo debería determinar yo. Todos en el camino hicimos cosas buenas y cometimos errores. Si cometí errores, no fueron con mala intención y seguro que gente perfecta no hay porque el que hace cosas se equivoca. Tengo la tranquilidad de que actué bien desde la intención.
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