Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
A sus espaldas hay cuatro cuadros que el artista Osvaldo Leite pintó en 1986, con una democracia nuevita. Como una línea defensiva con autoridad, la retaguardia está compuesta por Luis Alberto de Herrera, Baltasar Brum, Carlos Quijano y Alberto Methol Ferré. Uno de ellos le resulta especial a Nicolás Albertoni (35), el flamante vicecanciller. Es el de Brum, con quien el entrevistado pide una foto. El expresidente y diplomático colorado Baltasar Brum rompió la neutralidad uruguaya, a favor de los aliados, cuando una escuadra estadounidense arribó al puerto de Montevideo. Es el mismo que al grito de “¡Viva Batlle! ¡Viva la libertad!” se suicidó, y con esto graficó su rechazo al golpe de Estado de su correligionario Gabriel Terra.
Perdone usted —lector, lectora— la mención de la retaguardia y la línea defensiva. No son coletazos del Mundial, si no una prolongación de algunas ilustraciones futboleras del entrevistado para contar acciones de juego de la política exterior uruguaya. Veamos: “A vos que te gusta el policy making [hacer política pública], pensá bien el momento de salir de la cancha”, dijo en determinado momento, al contar el consejo de un amigo. “Están dadas todas las señales no solo para jugar el partido, sino para meter goles también”, dijo más adelante, respecto al diálogo con la superpotencia China. O esta otra: “En política exterior —que no es para ansiosos— no solamente importa cerrar el acuerdo, que sin dudas es: ‘Terminó el partido, aunque en los descuentos, se ganó’, sino más bien es avanzar, es saber que pasó el primer tiempo y seguís activo en la cancha”, dijo.
A Albertoni —colorado de ley, tres maestrías y dos doctorados en el exterior— le llegó la hora de convertirse en jerarca tras la renuncia presentada hace un mes por la también colorada Carolina Ache, tras algunas polémicas por el Caso Marset. Este joven uruguayo con fuerte vocación académica sostenía —desde antes— que Uruguay debe tener una visión de apertura al mundo, y ahora agrega que en el Mercosur “las excepciones se han transformado en la regla”. Por eso el país, dice, debe continuar las negociaciones con China, la Unión Europea o cuanto país permita colocar productos a mejor precio, pagando menos aranceles.
Uruguay debe continuar con una política exterior que procure conjugar el equilibrio perfecto “entre mesura y eficacia”, sostuvo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Debe continuar siendo aguerrido, como lo fue Obdulio Varela, quien atestiguó la charla desde el pegotín del termo del subsecretario. “Somos aguerridos porque tenemos que salir a la cancha y ganar el partido. No aguerrido de sacar pecho. Obdulio lo expresa bien: esa humildad del posmaracanazo, de salir humildemente a recorrer bares y respetar el dolor ajeno, porque los brasileños estaban tristes. Esa mística bien uruguaya, que se expresa bien en él”.
“Creo que Uruguay solo se puede entender inserto en el mundo, proactivamente. Algunos, con una visión aperturista, decimos que en un mundo incierto y complejo, e interconectado, tenemos que ser más parte de ese mundo”
¿Cómo nace la vocación por las relaciones internacionales y la política? ¿Alguien lo influenció?
Vengo de una familia muy interesada en la política, mi padre siempre estuvo cercano a la política. Tuvo cargos técnicos, fue escribano en la Intendencia de Salto, pero sí tuvimos militancia política, no de estar trabajando para un cargo concreto, sino por esa visión ideal de la política. El lindo idealismo de la política, como causa, como vocación. Yo aprendí ahí el sentido de la política como oficio. Y el interés por las relaciones internacionales viene más tarde, en la época del liceo. Era esa visión de mundo, de tratar de interpretar un poquito más, hacia afuera. Los internacionalistas somos de una carrera nueva. Está ese mundo del derecho, la economía, y esa confluencia hacia afuera, internacional. Pero te diría que ese encuentro fue de casualidad.
¿Y qué lo motivó a meterse en política y en el Partido Colorado en particular? ¿Quiénes lo inspiraron?
La familia de mi madre era blanca, wilsonista, y la de mi viejo, colorada. Por eso la impronta política siempre estuvo. Allá en el horizonte aparece [Eduardo] Malaquina, un intendente histórico [de Salto], fue tres veces intendente. Mi padre militaba con él, y yo era uno de los gurises que hacía campaña con ellos. El Flaco no tomaba Coca-Cola, y yo me sentaba al lado, y me daba el refresco a mí. Y después aparece la figura de [Julio María] Sanguinetti, una figura de mucha importancia para los que estábamos empezando. Con Jorge [Batlle] no tuve tanto contacto. Así que te diría que el interior, Malaquina, y a nivel nacional, Sanguinetti.
Tiene cinco posgrados universitarios: tres maestrías y dos doctorados. ¿Cuál es la ventaja —más allá de lo estrictamente académico— que le dan estos títulos, sobre todo los doctorados, en su trabajo?
Te diría que la educación, en términos teóricos, es bastante horizontal. Hoy más o menos los mismos libros que uno puede leer en Uruguay son los que leés en Estados Unidos. La diferencia está en con quién estás sentado en un salón, o a quién tenés enfrente, y esa interacción es la que hace la diferencia: los debates de la clase. Yo estoy aterrizando, llegué hace tres años al país desde Los Angeles, donde terminé el doctorado. El valor está en el networking, y redes de contención que me han servido para hilvanar ideas, para pensar, confrontar. Hice amigos que hoy están en el Departamento de Estado [de Estados Unidos], otros viceministros en la región. Esa red es lo que a uno le da una cuestión de contención. En el aula se leen los mismos libros que acá, la educación se ha horizontalizado bastante, si uno le mete garra y lee lo que le mandan a estudiar. Pero destaco los debates que se generan con los pares.
Precisamente, estudió en Washington y Los Angeles. Allí también empezó a trabajar en consultorías para organismos internacionales. ¿Cómo recuerda esos años de aprendizaje en Estados Unidos?
Con inmensa nostalgia y cariño. Me fui con mi esposa, que es bióloga, hizo maestría, y cuando yo seguí el doctorado (que son cinco años), ella se metió a laburar en sus temas. Allá se paga a los doctorandos, porque tenés que dar clase. Es como el sueño del pibe, porque te da para vivir. Al que le gusta lo académico, le dan ganas de seguir toda la vida, pero un amigo —que había sido viceministro en Chile, y también con un perfil académico— me dijo: “A vos que te gusta el policy making [hacer política pública], pensá bien el momento de salir de la cancha”. Salir o tomar distancia, para volver. Es un mundo fascinante: estás leyendo, produciendo, y siempre en la punta del conocimiento. Es casi vicioso, lo necesitás. Yo traté de combinar las dos cosas: yo vengo de una mirada política, me considero un bicho político, y después transicioné hacia una mirada más académica, más teórica. Pero no soy un técnico devenido en político, sino una combinación: voy y vuelvo de lo académico.
He leído varias entrevistas que le han hecho, en los últimos años, y queda claro que comparte, hasta filosóficamente diría, la teoría de que Uruguay debe abrirse al mundo. ¿Es así?
Sin dudas. Creo que el Uruguay solo se puede entender inserto en el mundo, proactivamente. Es un país con sus canales de exportación, con sus buenas líneas internacionales, y ya es parte del mundo. Pero algunos, con una visión aperturista, decimos que en un mundo incierto y complejo, e interconectado, tenemos que ser más parte de ese mundo. Es decir, interconectarse más. Hoy, si hay tres características del mundo actual, tengo que decir que hay un grado de incertidumbre grande, y hay que ver cómo los eventos geopolíticos impactan cada vez más en lo económico. Uno ve las fluctuaciones del petróleo atadas a eventos geopolíticos. Eso siempre pasó, desde la Guerra del Golfo. ¿Qué pasó en los últimos años? Hubo una montaña rusa, porque vivimos en un mundo más interconectado.
En los 90 había 40 acuerdos comerciales en el mundo, hoy hay más de 300. ¿Qué quiere decir eso? Que todos dependemos un poco más de todos. Y no ser parte de eso —para un país chico como el nuestro— genera complicaciones a la hora de proyectarse a largo plazo. Nos damos cuenta de que es necesario tener una impronta mucho más cercana a esa interconexión mundial. Por eso hablo de involucrarse proactivamente. Hoy tenemos la herramienta de los acuerdos, y es la visión de este gobierno.
“Cuando plantea el presidente la necesidad de modernizar el Mercosur, no son caprichos contextuales. ¡El mundo está yendo hacia otro lado! El mundo demostró que los mecanismos para economías tan heterogéneas como las nuestras, es para potenciarnos más”
¿Y el Mercosur? Hace seis meses le dijo al portal del Partido Colorado que el Mercosur “lejos de ser un trampolín, se ha transformado en un ancla para el país”. Me sonó muy parecido a aquello de Lacalle Pou de hablar de “lastre”, que no le cayó nada bien a Alberto Fernández…
Acá no es Mercosur no sirve y mañana un TLC con tal país sí nos va a servir. Yo no soy un defensor de que los TLC por sí mismos siempre sirvan, hay que negociarlos bien. Yo voy por el carril del medio en estos análisis. No es que China nos salvará o nos invadirá. Es más bien una intención de negociar, de avanzar en una conversación. No es pro o anti. Sí estoy de acuerdo en entrar en esas negociaciones. Pero volviendo al Mercosur, a 30 años de su existencia, te decía que cuando nació el Mercosur había 40 acuerdos comerciales en el mundo y hoy hay 300 y algo. En los 90 se estaba recién gestando ese mundo multilateral del que se habla tanto, ese mundo interconectado con la OMC [Organización Mundial de Comercio], que jugó un rol importante con la ronda Uruguay.
¿Qué pasa hoy? De esos 300 y tantos acuerdos, el 90% son zonas de libre comercio, en criollo, son mecanismos más flexibles. Te dejan seguir acordando con otros países. Lo que quiso ser el Mercosur, tomando los vientos integracionistas de Europa, era ser un mercado común. Y en el camino del mercado común está la unión aduanera, que tiene como su principal característica tener un arancel externo común, una política comercial externa común. Hoy el 90% en el mundo de los acuerdos son zonas de libre comercio, y el 10% son integraciones profundas, como las uniones aduaneras y demás (cruzar la calle juntos). Cuando plantea el presidente la necesidad de modernizar el Mercosur, mirar hacia adelante, no son caprichos contextuales. ¡Es que el mundo está yendo hacia otro lado! El mundo demostró que los mecanismos para economías tan heterogéneas como las nuestras son para potenciarnos más.
Hoy, a 30 años de historia del Mercosur, hay razones para decir: “Señores, nos potenciamos más modernizando y flexibilizándonos”. Y acá no se le puede negar al gobierno que ha sido transparente y respetuoso con los socios. Yo antes lo miraba con otro sombrero: desde afuera, aunque cercano al gobierno; hoy hablo desde adentro del gobierno. Creo que hay que seguir insistiendo en esas cosas, con la transparencia y el respeto con el que lo está haciendo Uruguay. El país no se cortó solo, siempre se fue comunicando los pasos. Viene un país como China, se acerca al gobierno uruguayo y le dice que quiere avanzar en conversaciones que confluyan, al final del camino, en un acuerdo, y quizás en el medio puede haber otros mecanismos.
El presidente mira hacia atrás y ve que se exporta 28% a ese mercado y por no tener un acuerdo, hoy se le están pagando casi 140 millones de dólares de aranceles. Es de una enorme responsabilidad política contestarle: “Sí, señores, avancemos en la conversación. Es más, déjenme decirles a los socios del Mercosur, que si es entre todos, mucho mejor. Pero si no, nosotros avanzamos”. Y a medida que se vaya avanzando, se irá comunicando. Eso es lo que llamo la proactividad de la apertura, porque abierto el Uruguay ya está.
Hace unos meses, con la excusa de un libro que sacó sobre la relación entre Uruguay y Cuba, el exvicecanciller Ariel Bergamino, me dijo que Uruguay hoy no tiene una política exterior clara. De hecho, la definió como “errática”. Dijo que un día le gustaba el Mercosur, y otro día se peleaba con Argentina y Brasil, que un día hablaba de buscar un TLC con China, pero pasaban los meses y no había avances, o que el presidente o el canciller Francisco Bustillo faltaban a grandes reuniones internacionales donde debían estar presentes. ¿Qué opina?
Lo de errático me parece un concepto que no corresponde. Fue público un contrapunto que en su momento tuvimos con el entonces ministro [de Relaciones Exteriores, Rodolfo] Nin Novoa: le señalamos que la política exterior, a diferencia de otras políticas domésticas, es una política netamente comparativa, en la que quedarse quieto es retroceder. Lo que pasaba en Uruguay, en ese momento, era que no había señales de movimiento. Había muchas intenciones, pero no había acciones concretas.
¿Qué está mostrando este gobierno? El primer paso es una intención decidida y perseverante, clara, de querer avanzar en ese proceso, y se están activando todos los mecanismos. También se está comunicando con transparencia a los socios (del Mercosur) y buscando mecanismos para avanzar como puede ser China, el CPTPP [el Acuerdo Transpacífico] famoso, entonces ese paso cero es fundamental: activar los mecanismos. Lo que uno veía en los gobiernos anteriores era que no había esa activación, había muchas intenciones, válidas. Por eso uno decía: “Señores, con intenciones no nos van a venir a golpear la puerta”. Hoy está ese paso de la intención a la acción concreta. Después, no es siempre lo que uno quiere, sino lo que el contexto internacional le permite. La política exterior es una combinación de mesura y eficacia. Hoy están dadas todas las señales no sólo para jugar el partido, sino para meter goles también.
“Uno decía: ‘Señores, con intenciones no nos van a venir a golpear la puerta’. Hoy está ese paso de la intención a la acción concreta. Después, no es siempre lo que uno quiere, sino lo que el contexto internacional le permite”
Asumió como vicecanciller tras la renuncia de la también dirigente colorada Carolina Ache (entonces compañera suya en Ciudadanos). Ache renunció en medio de una polémica respecto a si estaba al tanto o no de quién era Sebastián Marset, si mintió o no en el Parlamento cuando dijo que en noviembre de 2021 no sabía quién era Marset, al chat con Guillermo Maciel, cuando este le advirtió que era “un narco pesado y peligroso”. ¿Cómo vio todo eso que pasó?
Sin dudas son contextos no lindos en la vida política, cuando uno ve que a una compañera de partido le suceden esos acontecimientos, que generan un manejo de la información de los medios que se transforma un poquito avasallante también. Pero hoy creo que concluyó el tema. Acá hubo una jerarca que tomó la decisión de renunciar, y yo lo daría por cerrado el tema. Sí contesto la pregunta al decir que, desde el punto de vista político, no le gustaría a nadie pasar por toda esa situación. Pero repito, más porque el manejo de la información, hasta cuestiones más de intimidad, son rotas, diríamos. Lo tomo como un capítulo cerrado, por el respeto a Carolina. No me parece ético seguir escarbando en esto cuando es algo que ha sido público, y están todos los elementos arriba de la mesa.
¿Cuál es su principal desafío como subsecretario de Relaciones Exteriores?
En estos dos años y tanto que quedan de gobierno, seguir apoyando hacia ese profesionalismo, esa gran proactividad que uno encuentra puertas adentro del ministerio. Ser un eslabón más para colaborar en la concreción de esos grandes hitos que uno puede ver por delante. Hay grandes potenciales hitos: nada menos que China, nada menos que la Unión Europea [UE]. Y en política exterior —que no es para ansiosos— no solamente importa cerrar el acuerdo, que sin dudas es: “Terminó el partido, aunque en los descuentos, se ganó”; si no más bien es avanzar, es saber que pasó el primer tiempo y seguís activo en la cancha. A veces, lo que es concretamente las rondas de negociación, ver en el horizonte posibles avances quizás con la UE o también con China, seguir avanzando en las conversaciones. Esos son grandes pasos también. Concretamente: [quiero] ser un eslabón en seguir avanzando en las concreciones que se tienen por delante.
“Acá hubo una jerarca que tomó la decisión de renunciar, y yo lo daría por cerrado el tema. Desde el punto de vista político, no le gustaría a nadie pasar por toda esa situación, pero más por el manejo de la información”
Volvamos a las intenciones de apertura al mundo que tiene Uruguay. ¿Qué pasa si el gobierno no encuentra eco en Argentina y Brasil, los principales socios del Mercosur, y estos siguen diciéndole a Uruguay que de seguir así, están violando las normas del bloque? En tal caso, ¿habría que irse del Mercosur?
Mirá, muchas veces las excepciones terminan siendo la regla, en el bloque. El concepto de irse del Mercosur es realmente relativo. Si uno ve los datos de excepción del arancel externo común (recordá cuando el presidente pedía el VAR hace unos días), las excepciones son la regla en el bloque. Entonces, el concepto de salida es muy difuso. No existe hoy, de nuevo, cuando las excepciones terminan siendo la regla. Llegado el caso, en un escenario de máxima, esta es una excepción más en un Mercosur que todos los países lo respetamos, ha sido muy relevante para nuestros países, pero cuando uno lo ve como plataforma no lo concibe como tal. Creo que el escenario de máxima es traducir esto en una excepción más de las tantas que han existido en el bloque. Pero el concepto de “salida” no tendría equivalencia, cuando la excepción ha pasado a ser la regla.
El director ejecutivo de Ceres, Ignacio Munyo, ha dicho que Uruguay debería olvidarse de China y concentrarse en el Mercosur, porque de todas maneras ya comercia ampliamente con el gigante asiático y no es necesario terminar peleado con los vecinos. ¿Comparte?
Esas visiones de todo o nada, tipo “China nos salvará” o algunos dicen “abandonemos lo de China”, no las comparto. ¿Por qué no seguir por el camino del medio y seguir avanzando en las conversaciones? Hoy China no nos está forzando a nada, ni nos apura. Sigamos avanzando y sigamos compartiéndoles a los socios del bloque en qué están esas conversaciones. Quién te dice que en la mitad del camino alguno de los socios del bloque no se sume… Otra cosa: hoy los acuerdos tienen muchos capítulos. Hay capítulos de cooperación, de compras públicas, y después vienen los tradicionales, que vienen de los acuerdos anteriores, son los acuerdos de bienes, de arancel. En esos hay que poner cuidado. Pero ese es un capítulo de tantos. El diálogo en diplomacia a veces queda como algo efímero, ¿no? Pero la diplomacia subsiste y el pilar tienen que ser el diálogo constante.
¿Por qué es buena cosa para el país sumarse al Acuerdo Transpacífico?
Primero porque es un acuerdo que nos pone en conversación con otras 11 economías, hoy está representando cerca del 7 u 8% si lo vemos en exportaciones, tiene un gran potencial también en importaciones de servicio. Yo creo que es una propuesta más de las que hay en el horizonte para poder sumarnos a esa intención. Porque, después, hay que traducir esas intenciones en acciones. Hay que traducir lo que uno quiere jugar en campeonatos. Si uno se está entrenando y está queriendo jugar, después hay que ver dónde expresa esas jugadas. El CPTPP hoy representa casi el 14% del producto mundial.
Me parece un acuerdo lo suficientemente grande, pero también manejable, porque hay economías tanto pequeñas como grandes. Si uno ve el PBI per cápita de Uruguay versus los 11 países del acuerdo, casi que estamos en el medio. No entrás y son todos delanteros, sino que vos entrás y podés ser parte de una jugada. Yo creo que tener diferentes economías, desde Singapur o Brunéi, hasta economías grandes como Canadá, creo que hay una diversidad de países que hacen que un país como el nuestro se sienta cómodo mañana siendo parte de esos acuerdos. Ya está sobre la mesa la solicitud de adhesión de Uruguay. Yo creo que con Japón habría oportunidades comerciales muy interesantes a concretarse, si se avanza. Pero como un primer paso cualitativo, conceptual, es un acuerdo donde estaríamos cómodos.
Sé que le da un especial valor al factor del tiempo en la política pública. La semana pasada Renato Opertti me decía, respecto al cierre de EdUy21, que el sistema de partidos termina cooptando a los partidos y no le da espacio a la sociedad civil en la construcción de políticas públicas. ¿Comparte?
No en su totalidad. Yo creo en esto de que en política exterior es mesura y eficacia. Esa búsqueda de un equilibrio justo entre mesura y eficacia. La mesura que puede tener cierta visión de una palabra más pasiva, de tiempo al tiempo, y la eficacia de decir: “Bueno, hay que concretar también”. Aquello de [Dwight] Eisenhower de que en política hay que ser “constantemente consciente de cómo resolver los problemas importantes y urgentes”. Mi último libro se llama Uruguay como solución, no contradiciendo al hombre (mira el cuadro de Methol Ferré), sino reflexionando sobre algunas cuestiones de Uruguay como problema (El Uruguay como problema se llama, precisamente, un reconocido libro de Methol), modernizando la idea, y yo hablaba de cuando “la inserción internacional se transforma entre los importante y lo urgente”.
Y yo creo que el rol de los partidos es fundamental. Es verdad que hay esa ansiedad por querer ver los resultados, pero ojo que también, si vos querés esa mirada de largo plazo, es imprescindible la mesura. A veces uno diría, en un país tan partidista como el nuestro, es verdad que pueda costar encontrar esos engranajes, pero bienvenido sean también. ¿Qué sería por la inversa? Quizás tener una visión partidista que “tranque” menos… pero yo no sé si quiero una opción donde los partidos no tengan relevancia. Uno tiende a querer saber ya cómo nos va a ir en las próximas pruebas PISA, y sí, pero tranquilo mi amigo, que si no tenemos una política para tapar los techos que se llueven en algunas escuelas rurales, difícilmente nos vaya bien en las pruebas PISA. En las democracias de partidos, y basta ver la región para ver lo importante que es defender a los partidos (sean de la ideología que sean), pero con los tiempos de los partidos y las democracias, termina siendo un “bendito sea” para que las cosas sean de largo plazo, cuando se concretan.
“Creo que con Japón habría oportunidades comerciales muy interesantes a concretarse, si se avanza en el Acuerdo Transpacífico. Pero como un primer paso cualitativo, es un acuerdo donde estaríamos cómodos”
¿Qué líderes tiene el partido? Usted ha elogiado a Sanguinetti, pero no corre para las próximas elecciones. ¿A quién ve con dotes de liderazgo? ¿Ve dirigentes con chapa de candidatos para 2024?
Trato de no manosear nombres, pero bueno, sí voy a hablar como referente joven del partido. Hay varios que están haciendo y mostrando suficientes cosas como para pensar… Después alguno lo traduce siempre en candidaturas a esto, pero digo, hay referentes jóvenes en el partido, nombres que cuando uno está en Martínez Trueba [N. de R.: la calle donde se ubica la casa del Partido Colorado] los escuchás y les prestás atención. Sin dudas, Robert Silva tiene hoy una impronta muy interesante como una referencia, aparecen nombres como Adrián Peña, hoy ministro de Ambiente, Gabriel Gurméndez, hoy haciendo un gran trabajo en Antel…
¿Nicolás Albertoni?
Tiempo al tiempo. Obviamente cuando uno está en la vida política es inevitable confluir hacia algo, que a veces se traduce en candidaturas. Pero soy un convencido, y acá refiero a mi persona también, de darle valor al tiempo. Y acá cuidar los traspasos generacionales, acá decimos que “la política es de viejos”, bueno, hay un traspaso generacional claro. Para mañana contar una historia política, uno tiene que vivirla, hacerla y contarla.
Para sumar una metáfora futbolera más: aquello de no quemar a los juveniles, llevarlos despacio para no quemarlos…
Tal cual. Ahora, con candidatos jóvenes en la región, está esa cosa de “llegó el momento de los millenials al poder”. Soy defensor del constante diálogo entre experiencia y renovación. Hoy veo que vamos a estar posiblemente en la siguiente elección casi todos los partidos (por lo menos el Colorado, al que pertenezco) en un relevo generacional, pero hay que hacerlo con cuidado también. Esa frase que dijiste es la que mejor lo ilustra: no quemar los jugadores antes de tiempo.
En 2018 el portal estadounidense Global Americans lo distinguió como uno de los 20 “intelectuales emergentes” de América Latina. ¿Cómo toma distinciones como esta?
Llegan y a uno lo dejan contento, pero me llama el sentido de la responsabilidad. Primero, uno ve que va por el camino correcto. Es ser parte de una red donde está Fulano, Mengano, ahí pusieron a gente que está en lugares de referencia en el Departamento de Estado [de Estados Unidos], como nada menos que el encargado del hemisferio occidental, bueno, estar en ese listado no te hace más ni menos, pero sí, lo tomo con un sentido de responsabilidad y casi trato de olvidármelo rápido. Me da impulso para seguir mirando hacia adelante.
Cuando Bustillo deba viajar o tomarse vacaciones, se transformará en el canciller más joven (con 35 años) en mucho tiempo. Solo tres años más que Ope Pasquet, cuando fue canciller unos días en 1988 y tenía 32. Y sería el primer canciller nacido en democracia, además. ¿Qué indica esto, en un país envejecido como el nuestro?
Primero, una señal de oportunidad para alguien joven. Yo se lo dije al presidente cuando me llamó para ocupar el cargo. Fui agradecido y lo vi como una responsabilidad también, porque a veces a quienes tocan asumir o quedar en esos rinconcitos de la historia, uno espera que no sea solo ese dato histórico, sino que uno contribuyó con algo. Las primeras palabras que me surgen son compromiso y responsabilidad. Primero está ese enorme orgullo en asumir algo para lo que uno se formó y soñó. Pero enseguida, por lo menos a los que mamamos esa cuestión de hacedor público, es: “Listo”, y al hacer. Ahora, a concretar. Y lo que te decía: mesura, cuidado, eficacia. Hoy, sentado en el despacho, te diría que me acuerdo de experiencias y de cosas vividas que de libros leídos, de la teoría. Me acuerdo de ver accionar a gente.
Se viene el carnaval y usted es amante de la murga. ¿Se va a reír cuando hagan chistes sobre Astesiano y Marset? Mire que van a abundar palos, eh…
El género murga me gusta. Y naturalmente, cuando uno va, asume que es parte del juego. Uno esperaría que los palos sean iguales para todos, pero es parte del juego. Lo miro como un espectador más.
Su mamá falleció cuando era un niño de 12 años. ¿Cómo la recuerda?
Con esa cosa de haber querido estar mucho más cerca de ella, haber hablado mucho más con ella, pero la recuerdo con una presencia muy activa. Fui padre hace un año y algo, y pienso: “Qué diferente hubiera sido todo [con ella viva]”, pero el espacio físico, cuando perdemos alguien tan cercano, se llena con una impronta, con esa presencia que pasa a ser de uno. La figura de mi madre me motiva a ser todos los días una mejor persona. No está físicamente, pero está omnipresente, yo la tengo muy presente y por ella quiero ser una mejor persona. Intento siempre tratar de tener lucidez para elegir el camino correcto, y la figura de mi madre me va iluminando ese camino.
¿Es feliz?
La verdad que sí. Soy feliz, y te diría que descubrí una nueva vetita de la felicidad con mi hija.