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Aishemberg: “No hay una estrategia país para la exportación, no hay voluntad política”

La histórica gerenta general de la Unión de Exportadores del Uruguay comenzó como “che pibe” en 1973. En un libro habla de oportunidades.

07.01.2025 09:48

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2025-01-07T09:48:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

Dice Teresa Aishemberg que hubo un gobierno que se tomó la exportación de bienes y servicios uruguayos tan en serio que hizo estudios con perspectivas hasta el 2050, pero después llegó otro gobierno e hizo borrón y cuenta nueva. Insiste en no querer revelar a qué administraciones se refiere porque no quiere “politizar” el tema. Lo que falta es eso: una “estrategia país”, dice, quizás para no bastardear más el toqueteado concepto de “política de Estado”. Pero es eso: es asumirlo como tal, más allá de los colores políticos.

Teresita (69) lleva una vida preocupándose por la exportación, desde que ingresó a la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU) como “che pibe”, es decir recepcionista, cadete y hasta secretaria que servía café, a ser la secretaria ejecutiva y gerenta general de la institución. Tras 50 años en la Unión de Exportadores, se retiró con honores y fiesta de despedida, y ya dedicada a su pequeña empresa ganadera y de cabaña turística decidió contar su carrera como pionera en un libro. Así nació Teresa Aishemberg. La vida, esa oportunidad (Penguin Random House).

A propósito de las barreras y prejuicios que debió enfrentar —los primeros de su propio padre—, la importancia de exportar otras cosas más allá de la lana y el cuero, el momento en que vislumbró el potencial de los uruguayos con el software, se dio esta charla en el living del Club de Golf de Montevideo. Un café con una pionera que inspiró generaciones de mujeres en distintos rubros por hacer que las cosas sucedan.

Es hija de Mario Aishemberg, quien trabajó en el sector industrial metalúrgico, y Marta Giovannini, profesora de historia y de piano. ¿Cómo fue su infancia? 

Mi infancia fue re feliz, porque en esa quinta donde nos criamos teníamos todo un jardín gigante y estaba la casa llena de gente. Éramos siete hermanos, pero además venían los amigos, y entonces era fantástico. Fue una linda infancia, y siempre tratando de buscar mi espacio, porque me crie entre cuatro varones, y después vinieron las hermanas, pero allá lejos. Entonces quedé ahí en el medio, tipo sándwich. Y mi papá era de otra época, en la que la mujer no se veía como trabajando afuera de la casa. Pero entonces yo me crie en esa infancia llena de naturaleza, en Molinos de Raffo y Pena, que ahí había quintas grandes; ahí nos criamos.

Estudió en el colegio de monjas Sacré Coeur, estudió idiomas y terminó el bachillerato en el liceo Bauzá. ¿Cuál fue su principal osadía en su adolescencia? ¿Salir temprano al mercado laboral, quizás?

Exacto, a los 18 años, viendo cómo era el modo de mis padres, de una madre que estaba criando hijos y mi padre trabajando afuera, yo ahí vi un ejemplo de lo que no quería ser. Entonces, si bien para ellos funcionaba, para mí ya me lo estaba planteando como que no, quería salir a trabajar y tener mi propio dinero e independencia económica.

“En aquella época tenía que recibirme de economista. Pero me entusiasmé tanto con el trabajo que dejé y no hice 5° y 6°. Después tuve que estudiar aparte, para poder competir en una carrera dentro de esa Unión de Exportadores”

A los 18 años, había estudiado inglés y francés. El Colegio Francés me influyó mucho en la vida, ya que utilizo el francés todo el tiempo, hasta el día de hoy. También aprendí alemán, porque fui unos años al Colegio Alemán, y después seguí estudiando alemán. Y para marcar un poco la diferencia —cuando uno quiere destacarse tiene que marcar diferencia, ya sea con un posgrado o lo que sea—, aposté a los idiomas. En aquella época tenía que recibirme de economista, que era lo que yo quería. Pero me entusiasmé tanto con el trabajo, que dejé y no hice 5° y 6°. Entonces, después tuve que estudiar aparte, con cursos que me dieran conocimientos de economía, para poder competir en una carrera dentro de esa Unión de Exportadores del Uruguay.

Ingresó a la Unión de Exportadores en 1973, cuando había una vacante para el puesto de cadete y, como tal, le tocó hacer de todo. ¿Cuáles fueron sus tareas, inicialmente?

Mi tarea era repartir cartas, llevar la factura a los socios, que eran pocos, pero también teníamos que hacerlo casi manual. O sea, con la [máquina de escribir] Remington, de la cual yo era experta en 80 palabras por minuto. Tenía que hacer etiquetas, una por una, escribir la dirección, y después salir a repartir. Y en ese entonces no existía el Waze, y yo salía de una burbuja de protección de un colegio privado, donde me llevaban y traían, a trabajar 8 horas, y no conocía nada de las calles de Uruguay. Por supuesto que al principio me perdí por la Ciudad Vieja, no sabía lo que era Rincón y Misiones, y fui aprendiendo a los ponchazos, pero aprendí. Después tenía que hacer la factura, facturar, registro de socios, servir el café, era la che pibe. Entonces estaba siempre a la orden, siempre lista.

Su padre no tomó nada bien que haya empezado a trabajar tan joven, siendo mujer... ¿Por qué?

Tenían un mandato, que venía de su padre y así, de generación en generación. No concebían a la mujer fuera del hogar. Por lo tanto, él tenía como ejemplo a mi mamá, que se dedicó a todos nosotros, y él era el que salía y era el proveedor, estaba en modo proveedor. Así que eso fue lo que argumentó para intentar impedir dejar que su hija, la primera mujer y entre cuatro varones, saliera a trabajar afuera, al asfalto. Entonces, impedía y no era de su agrado que yo siguiera trabajando. Yo creo que empecé a los 18 años en la Unión, que él conocía; sabía lo que era el gremialismo, pero ahí ya no le gustó y empezó a decir: “¿Cuándo vas a dejar de trabajar?”. Y eso me impulsaba a seguir trabajando, me desafiaba.

Era 1973, año del golpe de Estado; sin embargo, usted dice en el libro que la postura del gobierno fue de dejar hacer, fue aperturista hacia permitirles buscar mercados para colocar los productos uruguayos en el exterior. Incluso, hasta comerciando con Rusia...

Cuando en el 73 yo arrancaba, la Unión de Exportadores salía de misión a Rusia. Se fue a Rusia, a muchos países, con mucho esfuerzo y con la valijita, a investigar quién era quién en aquellos mercados. Y sí había censura en las declaraciones. Entonces cada vez que mi jefe, Milton Reyes, hacía una declaración que los afectaba o porque no les gustaba o por el tono, porque siempre había un pero, los llamaban al orden. Pero como él tenía una forma de ser amable, dicharachera —digamos—, hacía chistes y era campechano, no podían con él. O sea que lo rezongaban, él les decía “sí, papá” y se iba de nuevo. Entonces como que había una relación buena [con el gobierno dictatorial]. No impidieron que saliéramos a los mercados a buscar. Fue como una política de Estado toda la vida la exportación.

¿Cuándo la mercadería potencialmente atractiva para colocar en el exterior dejó de ser cuero y lana? ¿Qué otros productos vieron que podían ser apetecibles?

En principio era la lana sucia, y los empresarios salían con la lana sucia de la barraca a vender. Después vino la lana lavada y fue procesándose hasta llegar al top de lana. Fue todo un proceso, en donde al principio era Europa y después, con el tiempo, apareció un gran jugador como China, que fue transformando los requerimientos en ese rubro. La carne siempre fue un producto importante del país. Es un país cuya riqueza ganadera es importante y por lo tanto era lo que teníamos para exportar, cada vez más procesada.  Y apareció el arroz, aparecieron las naranjas y aparecieron los textiles que tenían como insumo la lana nuestra.

“En principio era la lana sucia. Después vino la lana lavada y fue procesándose hasta llegar al top de lana. Fue todo un proceso, en donde al principio era Europa y después apareció un gran jugador como China. La carne siempre fue un producto importante del país”

Y era un momento re lindo porque se desarrollaban las industrias textiles, pero a su vez la confección, que salía de Uruguay como una excelente confección. Salían los trajes para todos los países. Era una cadena re interesante de valor.

Al final de un capítulo dice que, tras un tiempo en la UEU, entendió que su misión era “hacer que las cosas pasen”, y el siguiente capítulo se titula, precisamente, “hacer que las cosas sucedan”. Curiosamente, ese es el eslogan de ADM. Explíqueme el concepto de “hacer que las cosas sucedan”.

Por ejemplo, había que lograr contactos con este, con el otro, tender un puente, abrir la puerta, conseguir mercados. Se trabajaba con ese objetivo costara lo que costara. Era con sacrificio, con salidas al exterior, con dejar familia, con ir para allá. Pero las cosas sucedían. Y hasta que no sucedían no parábamos. Se hacían con estrategia, con visión. Cuando uno tiene claro dónde quiere ir, hace que las cosas sucedan. De una forma u otra se plantea los pasos que va a dar.

¿Cuán importante, en su trabajo, fue hablar varios idiomas? Le da mucha importancia al dominio de idiomas a la hora de abrir puentes en el mundo...

Fue importante para conseguir cosas que si hablaras solo español no podrías conseguir. La debilidad mía fue no recibirme de economista antes de entrar a la Unión. Entonces, yo tenía que compensar la diferencia, diferenciarme con algo que agregaba valor. Como no se sabía mucho inglés en ese entonces, salvo algunos empresarios, yo ya lo tenía ahí en el ADN porque desde muy tierna infancia nos pusieron en clases de inglés. Mi padre viajaba mucho, mi abuelo también. Entonces, ellos creían en los idiomas como forma de comunicarse con el cliente.

También tenía que aprender francés, después aprendí alemán y seguí con portugués porque está Brasil ahí al lado. Y cuando se creó el Mercosur, ibas a Brasil y todos sabían hablar español. No era chapucear o entender, era profundizar en el idioma portugués, porque nos tenemos al lado y hay que comunicarse. Y hay que saber en las negociaciones qué es lo que están hablando. Y a veces uno se daba cuenta, por saber el idioma, que cambiaban algunas frases. Entonces, es una ventaja y uno como instrumento servía a la institución y al país. Y seguí estudiando: japonés cinco años y después estudié chino, en la pandemia. Ahí me dediqué al chino.

Ha viajado al exterior con todos los presidentes de la República, desde Sanguinetti a Lacalle Pou, pasando por Batlle, Vázquez y Mujica. ¿Cuál es su rol en cada misión al exterior con la intención de firmar acuerdos comerciales y conectar con empresarios extranjeros?

El rol era generar contactos para nuestros empresarios. Al principio lo hacíamos vía fax, que era lo que teníamos. Después nos fuimos tecnificando y así después ya todo digital. Pero, por ejemplo, antes de una misión uno ya tenía que tener los contactos de con quiénes iban a conectar los empresarios. Si no, los empresarios no iban. Mi tarea era trabajar antes, en el durante, y después hacer una evaluación de los contactos que se habían hecho y de los negocios que se habían hecho. Para eso había que trabajar intensamente antes. Porque estás acá y a kilómetros está el cliente, y vos no los conocés. Yo viajaba una semana antes, de avanzada, se dice. Y ahí preparar todo.

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“Mi tarea era trabajar antes, en el durante, y después hacer una evaluación de los contactos que se habían hecho y de los negocios que se habían hecho. Para eso había que trabajar intensamente antes. Yo viajaba una semana antes, de avanzada”

A veces te quedabas hasta tardísimo buscando los contactos porque teníamos como contrapartes cámaras, como la nuestra. Y entonces la cámara no entendía bien la ficha del empresario que venía. Llegábamos al lugar y no tenían nada que ver los contactos. Vuelta para atrás y ahí mismo nosotros revertíamos la situación para que todos estuvieran contentos porque invertías en el viaje y querías tener los contactos para hacer el negocio.

Sin embargo, usted señala que a pesar de que es un objetivo de larga data, el comercio exterior no ha podido consagrarse como una política de Estado en comercio exterior. Hay buenas intenciones, hay mucho diagnóstico sobre qué hay que hacer, pero no hay una buena coordinación de todas las instituciones que participan en ventas de productos uruguayos en el mundo. ¿Qué es lo que falta para que, efectivamente, lo sea, y trascienda los gobiernos de turno?

Lo que más falta es una estrategia país. O sea, ¿hacia dónde queremos ir? ¿Cuándo queremos exportar? ¿Qué vamos a hacer para llegar a esa cantidad de exportaciones? Vamos al son del baile de los países que nos compran. Viene China y dice: “Te compro”. Genial, vamos para China. Pero no tenemos una estrategia de decir: “Tenemos que ser capaces de exportar al doble de personas o consumidores en el exterior. Entonces, ¿qué vamos a hacer para llegar a ellas? ¿Cuánto vamos a producir? ¿Qué medidas hay que generar para producir más?”. “Si queremos promover la pequeña y la mediana empresa, ¿qué tenemos que hacer para que esas medianas empresas produzcan y exporten?” Porque muchas desaparecen. Arranca el primer año, el segundo, el tercero, y desaparecen.

Se habla mucho de emprendedurismo. ¿Qué quiere decir?

Generar más empresarios, más empresarios que arriesguen. Pero tenemos un país que tiene un Estado muy grande y que succiona con impuestos a las pequeñas empresas. Entonces, las pequeñas empresas, antes de producir, están pagando el impuesto. Eso es lo que hay que cambiar. Y se llena de programas de promoción de emprendedurismo, pero les cuesta mucho mantenerse en el tiempo a esa empresa dada la cantidad de impuestos que tienen que pagar. Lo que más falta es la estrategia país.

Hay un párrafo muy elocuente. Usted dice: “Estamos primeros en calidad de vida en América Latina, primeros en asegurar una laptop por niño a nivel mundial, primeros en gobierno digital y en telecomunicaciones e inclusión digital; tenemos la mejor carne del planeta 2022, estamos en el top 5 de energías renovables”, y la lista de bondades sigue. “Genial. Necesitamos un marketing de todo eso y que sea consensuado con los actores alineados políticos, empresarios, trabajadores y Ejecutivo en un plan estratégico. En un país tan pequeño podríamos reunirnos todos en una mesa ovalada de cualquier café y hacerlo”. Insisto: ¿entonces por qué no se hace? ¿Solo marketing falta o no hay voluntad política?

No, no hay voluntad política. La hubo. Pero después vino otro gobierno y lo vio distinto. Entonces se necesita que todos lo entiendan como una estrategia país donde podés tener distintas formas de verlo o distintos matices, pero hay cosas donde todos tenemos que estar de acuerdo. Tienen esa voluntad al principio, pero después los lleva a la ola, el día a día, y no se fijan en eso. Hubo un gobierno que tenía estudios de prospectiva al 2050, después vino otro y dijo: “No, esto no”.

¿Qué gobierno tenía estudios hacia el 2050?

No importa. Pero eso es un capital de los uruguayos. No se puede borrar un trabajo donde se invirtió y es de los uruguayos y que está pensando para el 2050. Te están haciendo un favor y solo tenés que continuar con eso. ¡No borres y empieces de nuevo! Y eso ha pasado.

Me veo en la obligación de repreguntarle. ¿Cuál es el gobierno que miró hacia 2050 y cuál es el gobierno que llegó y dijo: “no, no” y empezó todo de nuevo?

No, porque no quiero politizarlo. Yo no politizo, constato hechos, y eso marca una forma de ser de la política uruguaya.

¿Tuvo que derribar muchos prejuicios y obstáculos por ser mujer y tener que liderar la UEU?

Si bien me sentía cómoda porque salía de un hogar con muchos hombres, e iba a los ambientes donde estaban ellos, en un momento había que resolver algo, mi jefe no estaba, yo seguía de che pibe, y pensé: “No está mi jefe, ¿qué hago? ¿Sigo de che pibe o interpreto el papel de mi jefe para ayudar a los exportadores? Porque él no estaba, alguien lo tenía que asesorar. Y agarré y decidí —por eso hablo de las oportunidades— interpretar el papel de mi jefe. Entonces hacía las tareas de che pibe, pero además asesoraba. Yo estaba siempre atrás de la puerta, y un día escuché que un directivo le dijo a otro por teléfono (y yo lo escuché): “Esta mujer, si tuviera traje y corbata, sería un excelente secretario ejecutivo”. Al día siguiente fui de traje y corbata. Eso no generaba ruido, parecía todo igual, pero tuve que ponerme el traje y la corbata, porque a eso estaban acostumbrados. Y así estuve en todos los directorios y como sabía los temas que les importaba, yo hablaba de los temas que les importaba: fútbol, carreras de caballos, lo que sea. Igual, ya los traía incorporados por mi familia.

Usted ya estaba en la UEU cuando se creó el Mercosur en 1991. ¿El Mercosur hoy funciona para los intereses del comercio exterior, o todavía está lejos de un funcionamiento óptimo y sin trabas?

No, está lejos, muy lejos. Cuando se formó el Mercosur en el 91, como Unión de Exportadores nosotros decíamos: “¿Qué será esto? Bueno, vamos a apoyar como si supiéramos a dónde vamos”. Decían que sería una unión aduanera. Metimos el hombro, ayudamos a las autoridades, trabajamos. Se trabajó mucho en aquel momento para equiparar sector con sector en el sector privado. Íbamos a Brasil y Argentina con los del sector papa y se juntaban con el sector papa de todos los países, tomate con tomate, y así. Todos los sectores se comparaban (con riego, sin riego) —“¿cuánto te cuesta a ti?”— para ver cómo íbamos a competir entre todos. Eso funcionó muy bien.

Pero, después, en la parte institucional, faltó el Tribunal de Controversias. Si vos tenés una queja porque no estás de acuerdo con que te paran una exportación en el Mercosur, ¿a quién te vas a quejar? ¿Quién va a decidir quién tiene razón? No está eso. Y en una unión aduanera existen ciertos organismos que hay. Y, es más, no se internalizaron muchas de las normas que se trabajaron a nivel privado e instituciones técnicas, no se internalizaron a la interna y no se practicaron. Hay mucho camino para andar.

¿Cuándo se dio cuenta de que el país era fuerte en software y podía ser un buen embajador de nuestro esfuerzo en el exterior?

En el año 91 y 92 vi que había que exportar más. Primero fui a una beca que me dio Harvard en la Cámara de Comercio de Costa Rica; ahí una semana intensa, durante tres años, que me abrió la cabeza, y vine diseñando el Programa de Promoción de Exportaciones de la Unión. ¿En qué consistía? Había muchos estudios que hablaban del potencial exportador del interior del país, pero estaban guardados en bibliotecas. Eran innovadores, pero estaban guardados en bibliotecas. Entonces, saqué, desempolvé y dije: “Acá hay productos que se pueden exportar: está estudiado que somos capaces, pero hay que ayudar a las empresas a salir al exterior”. Y ahí fue cuando comencé a agrupar sectores, los llamaba para ver qué posibilidades había de exportar. Por ejemplo, platos preparados, congelados, con carne de primera calidad y vegetales de primera calidad, que los había.

Había que unir. Estaban las grandes cocinas, que todavía existen, y había que empezar a exportar con valor agregado. No solo la carne en trozos grandes, sino ya preparada para el consumidor. Que lo hacía Fripur con pescado, pero también podíamos llegar con otro tipo de carne. Por cuestiones de normativas internas, se impidió que esa gente siguiera invirtiendo en las grandes cocinas para exportar, y terminaron en el mercado interno.

“Los gobiernos tienen la voluntad política al principio, pero después los lleva a la ola, el día a día, y no se fijan en eso. Hubo un gobierno que tenía estudios de prospectiva al 2050, después vino otro y dijo: ‘No, esto no’”

Después agrupé el software. El software tenía potencial, porque en el año 60 empezó la carrera de ingenieros en sistemas o técnicos en sistemas, antes que en muchos países del mundo. Había material, capacidades, cabezas. Los reuní en la sala de la Unión y les dije: “Muchachos, ¿qué piensan vender en el exterior? ¿A dónde apuestan?”. Algunos decían: “mercado interno”. Otros decían: “No, vamos a ver el exterior”. Y como había mayoría que quería ir al exterior, la Unión no tenía fondos, entonces recurrí al Estado, a la Dirección General de Comercio Exterior, donde estaba la doctora Lilián Arbiza. Esta dirección ya no reunía a la gente, pero tenía fondos. Entonces le digo: “Mirá, acá hay un plan de esta gente, hay que mandarlos a la feria especializada de Las Vegas, y que vean el mundo”. Y ahí arrancaron.

Fueron sin tarjeta, sin folletos, porque la primera vez volvieron y dijeron: “Tenemos que ir mejor presentados”. Entonces ahí arrancó el trabajo hacia el exterior. Y hoy, de las grandes empresas, una es la de GeneXus, con la que arrancamos empujándolos, y es una satisfacción ver todo el desarrollo que siguió.

Tiene 50 años en la UEU, en su gran mayoría como secretaria ejecutiva. ¿Por qué nunca fue presidenta? Fue presidenta de la Sociedad de Criadores de [toros] Brangus, pero no de la Unión de Exportadores...

Porque para ser presidente de la Unión de Exportadores tenés que ser socio. Tu empresa, como socia de la Unión, por un año por lo menos, para entrar en el directorio. Y mi empresa estaba como muerta, porque no la podía manejar, porque si estoy en la Unión no puedo hacer que mi empresa ganadera funcione. Fue lo que pasó. Todo lo que quería hacer, no podía, primero porque ocupaba un cargo rentado y estaba totalmente 24-7 para los exportadores, al servicio. Esa era mi función, la empresa mía quedó aparte. Entonces, llegado a esos 50 años y retirada de la Unión de Exportadores, recién ahora empecé a darle forma a esa empresa, que me estaba esperando hace años.

Entonces, recién ahora estoy exigiéndole cosas a la Unión, como empresa chica. Ahora voy y uso todos los instrumentos que nunca antes pude usar, porque yo estaba dedicada a que los exportadores usaran sus instrumentos. Yo quedé relegada para cuando pudiera encontrarme en mi empresa.

¿Le pesó no llegar a ser presidenta de la Unión de Exportadores? ¿Fue un debe?

Fue un debe, sí. Porque teniendo tanta experiencia, habiendo estado una vida en la Unión de Exportadores, supongo que hubiese sido lindo presidir el directorio, ser presidenta. Yo tenía mucha libertad y cada presidente me daba la derecha para que yo saliera a la prensa, para que estuviera representándolos en distintas áreas. Trabajé para ellos y por ellos, y con ellos. Me daban un espacio en donde servía a la institución, como todo el mundo lo vio. Ahora estoy dedicada a mi empresita.

¿Empresa de qué?

Es una pequeña empresa productora rural, de producción de corderitos, de terneros. Con eso sostenemos. Y abrí la casa como posada rural. Hay que gestionarlo y estoy dedicada 100% a eso. Y alguna directiva de ganaderos de la zona.

¿De qué forma cree que le abrió puertas a otras mujeres, que fue inspiración para otras?

Siempre estuve ayudando a las mujeres, porque estuve siempre rodeada de hombres y veía cómo ellos se manejaban, y yo aprendí mucho de ellos. Aprendí de las redes (no de redes sociales, hablo de tejer redes, de contactos), aprendí de las decisiones, de tener tu espacio. Y uno decía: “¿Y nosotras por qué no?”. Y entonces ahí, como a mí me gustaba el deporte también, pero acá estaba mal visto mujeres jugando al fútbol, dije: “Acá las mujeres necesitan un deporte”. Y arranqué con el hockey sobre césped. Ahí armé la federación, jugué, fui juez y todo. Hice todo lo que había que hacer.

Hasta periodista deportiva supo ser…

Hasta periodista deportiva. Porque ahí [Ruben] Casco, cuando yo quería promocionar el hockey, me iba después de la Unión de Exportadores a hablar con él, y me decía: “¿Hockey? No, Teresa, no”, y Casco me dijo: “¿Por qué no me promocionás el tenis? Y después te metemos un poquito de hockey”. Y Mario Uberti también; ellos me dieron un espacio para que promocionara el hockey. Y ahí les transmitía desde las canchas de Carrasco Lawn Tennis, cuando venían tenistas internacionales, le transmití a Casco que estaba con el fútbol, y entonces ahí me metí en el tema del periodismo deportivo.

“Después agrupé el software. El software tenía potencial, porque en el año 60 empezó la carrera de ingenieros en sistemas o técnicos en sistemas, antes que en muchos países del mundo. Había material, capacidades, cabezas”

Hoy tengo a mis nietas jugando hockey, hacemos mami-hockey, y ahora posiblemente arranque con abuela-hockey. Fue un deporte para las mujeres, porque no había; había de tenis, pero no había un deporte colectivo, de equipos. Y por eso no prendió el de hombres, porque los hombres tenían fútbol, mucho fútbol, las mujeres no podíamos, no podías jugar al fútbol en esa época. Entonces impulsé eso. Hoy la realidad es que todas son mujeres las que juegan mayormente al hockey.

Tiene cuatro hijos y 11 nietos. ¿Qué es lo que más disfruta de hacer con los nietos?

De todo, lo que sea. Yo soy… ¿Cómo se dice cuando los apoyás y hacés cosas con ellos que capaz a los padres no les gusta? Compinche, confidente. Ayer, por ejemplo, me llevé a los 11 al cine, fui con ellos, porque estuve un poco en Montevideo. Cuando me despidieron en la Unión de Exportadores, en la Criolla Elías Regules, hicieron un video y filmaron testimonios de los gurises, les preguntaron qué pensaban de la abuela, y uno dijo: “Es loca”.

Ese concepto de “loca” lo tomó el presidente Lacalle Pou en su homenaje de despedida, en un sentido positivo: de mujer audaz, atrevida.

Exacto, es eso, que voy más allá, que no me pongo barreras. Si me ponen barreras, voy por el otro lado y salgo igual, no importa.

¿Es feliz?

La mujer más feliz del mundo. No puedo quejarme.

Por César Bianchi