Cuando fue a Cacho Bochinche, Cacho de la Cruz confundió a quien todavía era un niño con una niña. En vez de darle un robot, le entregó una muñeca. La producción enseguida se hizo cargo y le cambiaron un juguete por otro. Él no quería. Quería la muñeca.
Cuando tenía catorce años y empezaba a usar polleras a escondidas, una niña en una playa en Brasil la confundió con su tía. Le vio la pollera y le dijo: “Abigail, Abigail”. Todavía no era su nombre, pero lo sería.
Cuando se fue a Miami por primera vez, se enteró que el nombre Abigail también era un nombre masculino. Los cubanos le preguntaban el nombre y enseguida le decían, “pero si tú eres mujer”. Y era cierto, ya lo era.
Nació con genitales masculinos y le pusieron Maximiliano Translación Pereira. Translación como segundo nombre porque era el nombre que también tenían su padre y su abuelo.
Translación, un nombre que contiene la palabra “trans”.
Si hubiera nacido niña, su madre le hubiera puesto Abigail. Y como no nació niña, se lo pondría ella misma porque es quien sintió ser.
- Si hoy alguien se refiere a ti como Maximiliano, ¿qué te pasa con eso?
- No me ofende, pero yo veo la intencionalidad de la gente. Veo si es un accidente o propio de no saber. De hecho, en las redes muchas veces piensan que eso a mí me hiere, pero es parte de mi construcción de identidad que ya tengo definida hace muchísimo tiempo. Lo que sí me ha dado el tiempo es seguridad y saber diferenciar las cosas que te tienen que afectar y las que no. Eso a mí no me afecta, sí me afecta la intencionalidad con la que se hace, pero no es un conflicto para mí que me llamen de cualquier nombre.
Nació en 1986 en Montevideo. En las ecografías no pudieron distinguir su sexo. El médico decía que para ser una vulva era muy grande y que para ser un pene o un testículo le faltaba desarrollo. Entonces, como también había tres hermanas antes, se pensó que iba a nacer con sexo femenino. Pero no, cuando nació fue el primer varón de sus padres.
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A los tres o a los cuatro años, le tocó ir al jardín de infantes. Por ser Maximiliano, le pusieron un guardapolvos azul aunque quisiera, en realidad, el rosado. Ese lo usaban las niñas, no los niños. Y no entendía por qué ser niño no le permitía usar el que le gustara, le parecía raro. Ahí fue cuando empezaron las imposiciones por parte de otros.
Le decían cómo tenía que ser, quien tenía que ser.
Vivió durante muchos años en la Cooperativa Habitacional de Juana de América, en el kilómetro once y medio. Era una cooperativa de viviendas que había sido construida por todos los que vivían ahí. Tenía dos pisos y dos escalones. Tenía un galpón y un parrillero. Tenía una terraza que después transformaron en otra habitación.
Si a Maxi le regalaban un auto con ruedas enormes, quería la muñeca Barbie que le regalaban a la vecina. Más le gustaba si venía con Ken al lado. Si jugaba a los Power Rangers con sus amigos, le tocaba ser Kimberly, el único personaje disfrazado de rosado. Y lo era feliz.
Una vez se pintó los labios y su madre le dio una paliza. Se llevó a su hijo directo al baño y le metió un jabón Bull Dog en la boca para que nunca más lo hiciera. Todavía era un niño y maquillarse, para él, se acercaba más a imitar a su padre cuando se disfrazaba de payaso que a cualquier otra cosa.
Aunque es cierto, lo dice: “Mi sentimiento transgénero lo tengo desde los cuatro años”.
Para Maximiliano, su padre fue una persona muy ausente, pero fue una persona que nunca lo hizo sentir mal con respecto a su identidad de género. Algunos le decían que debía ser un poco amanerado porque le faltó la figura paterna, porque vivía con tres hermanas mujeres y porque su madre le hacía limpiar la casa mientras que ella salía a trabajar.
Su padre era panadero y lo de payaso lo hacía como un extra. Cuando se separaron sus padres, Maxi tenía cuatro años y, a partir de ahí, lo vio poco. Pero lo vio, sí, porque sabía que vivía en un campo chico donde había tarántulas, lagartos, pájaros.
Su madre, en cambio, era limpiadora. “Si bien estaba presente físicamente, había otra ausencia que era la emocional. Ella nunca tuvo que ayudarme a hacer los deberes, jamás, porque los hacía sola, yo fui muy autosuficiente”, comenta.
Y hubo una referente, la más referente. Su bisabuela Petronilla Calvo no entendía lo que le pasaba a Maxi con su identidad de género, pero lo compensaba con amor. Por más de que se equivocaba en las vocales al referirse a él, o a ella, fue siempre quien le dio cobijo. Le decía a su madre que lo tratara bien, le daba plata para que tuviera, le hacía mimos, le hacía tortilla de papas o matambre a la leche cuando había guiso de mondongo.
- ¿Qué pasaba en tu casa, cómo era la dinámica?
- Mamá había conseguido a otra persona que, por supuesto, era su pareja. Dentro de esa casa viví cosas demasiado oscuras en mi niñez. Ahora ya la vendieron, pero cuando retornaba me generaba cierto conflicto volver a entrar.
Lo que sucedió durante su infancia ahí dentro, recién podría contarlo a los 35 años de edad. “De hecho, yo no tengo pareja no porque no tenga a nadie, y lo hablé en terapia, es porque no confío. Imposible que alguien pueda confiar a partir de que te pase eso”, comenta. Quiere ayudar a los niños que pasan por esas cosas. Quiere que los adultos sepan que puede estar pasando debajo de sus narices. Quiere que sepan lo que duele y las secuelas que deja. Quiere que estemos atentos.
Tras ver un video de un psicólogo argentino sobre cómo hacer que los niños se sientan en confianza para hablar sobre un abuso sexual, llegó su primer quiebre emocional. A la primera persona que llamó fue a su madre y lo dijo, finalmente lo dijo.
Quien era Maximiliano en aquel entonces sufrió un abuso sexual por parte de la ex pareja de su madre desde los siete hasta los once años.
Y por eso hacía los deberes solo, por eso se encerraba en los libros, por eso se acostaba en la cama de abajo en la cucheta de su cuarto, para sentir un refugio.
“Quiero marcar una diferencia, no tiene nada que ver el abuso que yo sufrí con mi identidad de género, esa es la construcción de mi ser desde otro lugar. No quería contar esto porque muchas personas dicen ‘lo deben haber violado de niño o lo debe haber tocado alguien para que sea trans’ y eso no es así”, sostiene.
A los once años, también en esa casa, fue su primer intento de suicidio. Las presiones estaban dentro porque, además de todo aquello, se le exigía que mantuviera la casa impecable de limpia. Y las presiones estaban afuera, porque estaba llegando la adolescencia y, sobre todo, la búsqueda de identidad.
Entonces, agarró todas las pastillas de su madre y se las tomó. Lo único que consiguió fue terminar en el hospital con un lavaje estomacal, pero esa fue la primera vez. Habría más intentos y desarrollaría una depresión crónica bipolar.
- ¿Considerás que la fuiste generando a partir de la adolescencia?
- Desde la niñez, yo creo, y sin saber. Ahora, a los treinta y cinco, hace unos meses, tuve una crisis fuerte con el derrumbe del edificio en Miami donde estaban mis amigos. Esos son disparadores y hay que estar muy atentos porque cuando menos te das cuenta, tocás fondo.
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- ¿Por qué creés que hay gente que asocia abuso infantil con transexualidad?
- Porque siempre está relacionado. Gracias a toda mi experiencia en derechos humanos me pongo en el lugar del que no entiende. Entonces me digo, ¿por qué no entenderán? Obviamente por la estructura patriarcal, por una sociedad que impone el machismo, por una sociedad que te dice qué es correcto y qué no y, muchas veces, eso interfiere en el desarrollo de una persona. ¿Sabés por qué lo relacionan? Porque siempre una persona transgénero, travesti, transexual, drag o lo que sea se sexualiza.
- ¿Y cómo hacés para que alguien entienda?
- ¿Viste lo de Santiago Maratea? Él nunca había tenido un conflicto en una colecta, pero para infancias trans sí hubo. ¿Sabés por qué Santi me llama para que yo lo ayude? Porque él conoce mi forma de expresar. Me pidió que lo ayudara porque sino no iba a llegar al objetivo. Yo le dije que estaba imponiendo desde un lugar de la no empatía, desde lo que hacen con nosotros. Tenía que empezar desde la sensibilidad para que la gente entendiera. Y tenía que marcar una gran diferencia. A los niños en general no se los sexualiza, pero toda la gama de diversidad sexual siempre está relacionada con el sexo, hasta la de los niños.
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Porque se refugió en el estudio, fue de los mejores alumnos de la clase. Fue a la Escuela Nº 262 de Juana de América, cerquita de la cooperativa donde vivía.
Si sacaba once, iba a discutir y a entender por qué aquello no era un doce. No llegó a ser abanderado porque, a pesar de tener las mejores notas, las cero inasistencias y la conducta más destacada, ese año agregaron el voto de los compañeros. Ganó el que le compró la merienda a todos y quedó con la escolta de la bandera uruguaya. Esa fue la primera vez que se escapó de la escuela, decepcionado.
- ¿Y cómo te llevabas con tus compañeros de clase?
- Siempre tuve un carácter de imposición, pero muy sensible por otro lado. Siempre intentaba ayudar. Era de esas que llamaban “tragas”, pero compañera. Yo terminaba mi examen y empezaba a pasar las respuestas a los demás. Entonces, por un lado todos me amaban, pero también estaba siempre aquella cuestión discriminadora.
Y era cierto, aunque jugara bien al fútbol, siempre elegían a Maxi último. Aunque con el tiempo, lograba vincularse y no quedar afuera.
El liceo fue más agresivo, en general. A Maximiliano, quien ya estaba dejando de identificarse con ese nombre, se le asignó el Liceo Nº 19, mientras que al resto de sus amigos el Liceo Nº 24. Quedó solo y tuvo que empezar a construirse y a definirse frente a personas a las que nunca había visto. Fue ahí donde empezaron los ataques directos de discriminación.
Creció en un barrio así que, por tener calle, supo que no podía quedarse callado. Sería peor. Entonces, reaccionaba. Ese año su conducta fue diez en vez de doce porque, si bien era excelente en el trato con los profesores, con sus compañeros la cosa cambió.
Una vez lo esperaron afuera para darle una paliza por ser amanerado. Entendió que, para ganarse el respeto de los otros, tenía que pelear, si se llevaba una paliza, que también lo hiciera el otro. “De hecho, gané esa pelea” con una paliza frente a todo el liceo, recuerda.
Después tuvo que explicarle a la directora que no iba a dejarse pegar por nadie porque no estaba haciendo mal a nadie. Aunque se vistiera con el pantalón más ajustado, aunque tuviera el pelo lacio y con reflejos naturales color manteca, no estaba haciendo mal a nadie.
Eso era con sus compañeros, pero con los profesores también costó. Cuando sentía que lo discriminaban, directamente hablaba con ellos y les pedía que no dijeran más tal o cual cosa porque, sino, tendría que llamar a sus padres para que fueran a tomar acción. Eso tenía que enfrentar un adolescente de 13 años, recién llegado a un liceo desconocido.
Cada vez que veía una peluquería, disparaba hacia otro lado. Su madre quería cortarle el pelo, pero “era como cortarme la fuerza de Sansón con el pelo, era mi herramienta”, dice.
En el gimnasio de la cooperativa también hubo conflictos. Las actividades se dividían entre hombres y mujeres. Cuando iba los viernes, que era mixto, no tenía problema, pero de lunes a jueves tenía que ir con los hombres. Aunque fuera a jugar al vóleibol, al fútbol, al handball, aunque fuera solo a jugar, también estaba la discriminación. Tendría que dar batalla, siempre.
“Los maleantes del barrio comandaban a los otros por miedo y yo nunca tuve miedo, sí tuve miedo cuando sufrí de abuso, pero era otro tipo de miedo”, recuerda.
Una de las disciplinas que le gustaba era la barra, la gimnasia olímpica. La profesora la dejaba hacer las clases, porque tenía las condiciones físicas para hacerlo, pero no dejaban que compitiera. Es que cuando era contra otras cooperativas aparecía mucho más enfatizada la discriminación. Los otros gimnasios no entendían cómo un hombre podía estar compitiendo con las mujeres o cómo una mujer podía estar compitiendo con los hombres.
Una de aquellas veces, frenaron una competencia porque los padres de los adolescentes que competían empezaron a gritar para que lo sacaran porque “no se sabía qué era”. Y eso dolió. Se desmoronaría, pero lo haría en su casa, en soledad.
A los catorce años pasaron dos cosas. La primera: expresó lo que sentía ser y cómo iba a serlo. No iba a ser homosexual, no era eso. Aquello era una orientación sexual y lo suyo era otra cosa, era una forma de vida. La segunda: vio a la pareja de su madre besando a otra mujer en la calle y le contó. Eso desató una pelea ya no con Maximiliano, sino con Abigail, que hizo que abandonara por primera vez su casa.
Se fue a un asentamiento en Piedras Blancas, a lo de una familia conocida. Ahí le ofrecieron solo amor, porque no había tanto más. Ahí estuvo unos meses hasta que su bisabuela tomó las riendas y se fue a vivir a su casa en Flor de Maroñas. Con el tiempo, volvería a lo de su madre.
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Fue su tía Luján la que, a los once, la llevó hasta donde encontraría su lugar, donde tendría una forma de expresar todo lo que sentía, donde quizá pudiera sentirse bien.
La llevó a las audiciones en la revista Chiquilladas para el Carnaval de las Promesas.
Se le abrió, por primera vez, el mundo artístico.
Y no se sentiría juzgada, aunque sí destacaría entre los hombres por ser más afeminada.
Fue en Colón, en el Complejo de América. Llovía. Fue con su tía y tomó primero la línea de ómnibus 404 hasta Av. 8 de octubre. Después, la línea 2 hasta Colón. Era en una cancha de fútbol. Iba a hacer solamente la prueba de actuación. Lo hizo, leyó lo que tenía que leer y enseguida le pidieron que hiciera la prueba de canto. Probaron su tonalidad junto a una guitarra. Cantó una canción difícil, “No puedo estar sin ti” de Rosana. Todos los presentes la escucharon en silencio. Después, los primeros aplausos. Lo siguiente fue la prueba de baile, las coreografías. Ese mismo día le dijeron que la necesitaban ahí.
Durante la apertura de la revista, se abrió el telón y la primera en cantar frente a miles de personas fue ella. Tenía seis cambios de vestuarios y era la persona con más cambios en toda la revista porque participaba de las tres disciplinas: canto, baile y actuación. Tuvo utileros que lo ayudaban porque tenía que entrar y salir del escenario rápidamente. Salieron primeros y todo esto fue en el Teatro de Verano.
Haciendo carnaval fue la primera vez que probó un maquillaje sobre su cara y, en ese momento, entendió que eso sería parte de su vida para siempre.
Hizo revistas de carnaval hasta 2002, donde compitió con la revista de mayores Musicalísima. Ese año la revista obtuvo el tercer puesto.
Después, vinieron los parodistas Adams. La habían visto en el Carnaval de las Promesas y la convocaron para participar de lo suyo. En aquel entonces, los parodistas eran todos hombres, eran masculinos y tenían fanáticas mujeres, muchas. Cuando Abigail hizo el casting, los parodistas le dijeron que ya sabían que era “gay”, pero que tenía que disimular y contestar a las chicas. Y lo hizo, aunque después no sabía qué hacer con ellas y se las presentaba a sus compañeros. Lo único que le exigían era que fuera masculino en el escenario y, con tal de pertenecer, lo fue.
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Cuando terminó el liceo, vinieron los estudios universitarios en Facultad de Enfermería. Abigail ya no vivía en casa de su madre, sino que se había mudado con una amiga a una casa abandonada. La casa quedaba frente a lo de esa amiga y empezaron a ocuparla porque no había nadie ahí hacía muchísimos años. Empezaron a construir su casa ahí y consideraban que, si algún día las sacaban, por lo menos habrían dejado la casa toda acondicionada.
Prefirió enfermería antes que medicina porque a ella le interesaba el contacto con el paciente. “Me enamoré de la profesión porque encontré todo lo que no habían hecho en mí durante todo mi desarrollo”, dice. Ella quería ponerse en el lugar de otros y la profesión que la llevaría a eso sería la enfermería.
Mientras estudió, fue delegada estudiantil y luchó por la integración de los auxiliares de enfermería a la Universidad de la República, una vez que el edificio pasó a manos de ellos.
A pesar de las advertencias de sus profesores de la Escuela de Sanidad, Abigail se involucraba con sus pacientes. La carrera exigía una pasantía de voluntariado en alguna institución y ella eligió el geriátrico Piñeyro del Campo. Sentía que los bebés eran demasiado frágiles y los nervios no le permitirían trabajar dando lo mejor de sí. Esa debilidad con los neonatos fue la que la llevó a pedir por lo opuesto: los adultos mayores. Y allá fue.
Trabajó más de seis horas por días, comiendo restos de la comida de los pacientes, estudiando, con boletos de ómnibus de estudiante, con alguna ayuda económica de su abuela muy leve. Logró que, a diferencia de todo el resto de los enfermeros, a ella se la pudiera distinguir bajo el nombre “M. Pereira” y no con su nombre completo.
- ¿Hubo algún caso que te marcara en el Piñeyro?
- El caso tiene nombre y se llama Susana. Era una paciente híper obesa, mórbida, tenía solamente un brazo y le habían amputado las dos piernas, diabetes tipo 1. Susana tenía algo particular que era un montón de hijos que no se encargaban de ella, la habían dejado tirada y no tenía más ganas de vivir. Ahí es donde actué yo
- ¿Cómo actuaste?
- Pidiéndole permiso, le ponía mis restos de tinta de decoloración, le ponía mis restos de esmalte de uñas en la única manito que tenía. Ella estaba llena de escaras porque ninguno de los enfermeros se tomaba el trabajo de hacerle los ejercicios de rotación para poder curarle las escaras. Ahí fue cuando me dijeron que me iba a hacer un daño tremendo porque era una paciente que no tenía solución y yo dije que eso no era lo que me habían enseñado en enfermería, jamás iba a abandonar a un paciente. Empecé a hacerle el tratamiento. Se le hacían baños en la cama, no se levantaba y yo le dije que, de ninguna manera, que nos íbamos a levantar.
- ¿Y cómo hacías para que cooperara?
- Al principio ella peleaba conmigo y yo peleaba con ella. Empezamos a generar un vínculo de amistad porque yo le generaba confianza para que hiciera cosas diferentes. El único vicio que se le podía respetar era que fumara tabaco y yo tenía unos atados y que se los daba, pero que se los tenía que ganar. Le hice las prótesis de los dientes que ella no los tenía porque no se los quería poner. Yo la miraba y me daba orgullo, yo iba de nochecita despacito y la veía haciendo su fisioterapia sola, con su bracito.
Cuando terminó la pasantía, quiso trabajar ahí como enfermera. Según Abigail, “el director del hospital decía que yo confundía a los pacientes con mi identidad y que por eso no podían darme el trabajo”. Con respecto a la situación, el Hospital Piñeyro del Campo fue consultado al respecto y la Doctora Alejandra Ferrari declaró que “no podemos aportar información”.
Agrega: “Juntaron firmas entre todos, para que a mi me tengan como enfermera de Pabellón. No sé ahora, pero cuando yo volví del Bailando fui persona no grata por Piñeyro del Campo, incluso habiendo llevado donaciones de ropa y de un montón de cosas que me habían conseguido a parte”.
Quizá, el día más triste de su vida haya sido cuando le negaron el trabajo en aquella institución.
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Ya había audicionado tres veces para ShowMatch y había llegado a quedar tercera o, como mucho, segunda. Nunca la habían seleccionado para ir al programa. Se presentaba, hasta ese momento, con un look más andrógino, entre masculino y femenino. Entre una cosa y la otra, sin ser nada.
Fue diferente cuando se presentó como Abigail. Fueron los pacientes del Piñeyro del Campo los que la incentivaron a hacerlo una vez más cuando vieron la publicidad de Canal 12 en la televisión. Esa vez fue al casting de Bailando por un sueño sola, sin nadie que la acompañara.
Se puso unos All Star rosados, una pollerita rosada de baile con un shortcito abajo. Arriba, una remerita blanca con relleno para disimular los senos. Era rubia y se maquilló para ir.
Ese día se sintió realmente libre.
Durante el casting, pasó de ronda una y otra vez, como le había pasado hasta el momento. La diferencia fue que, esta vez, le dijeron que necesitaban grabar su sueño. En aquel entonces, Bailando por un sueño consistía en que un famoso y una persona de afuera del ámbito público bailaran en la competencia de Showmatch para cumplir el sueño de aquella persona.
El sueño que eligió Abigail era ayudar al Hospital Piñeyro del Campo.
Al día siguiente, se presentó al otro casting, al de Cantando por un sueño. Cantó “Aprender a volar” de Mercedes Sosa y cuando empezó diciendo, “duro es el camino, dicen que no es fácil”, el productor la frenó y le pidió al camarógrafo que esa audición sí la grabara. No tenían, ni siquiera, la cámara prendida.
Lo siguiente que hicieron fue perdile que cantara en inglés. Abigail avisó que inglés no sabía, pero que más o menos conocía la letra de “Killing Me Softly”. Según Abigail, después de cantar el camarógrafo se le acercó para decirle que se preparara, que nunca había visto algo así en todos sus años haciendo castings para Showmatch.
Días más tarde, Abigail iba con la amiga con la que vivía en el ómnibus línea 100 hacia Aparicio Saravia. Cuando la llamó un número desconocido y le dijeron que eran de Ideas del Sur, la productora del programa dijo que no le hicieran ese chiste y cortó. Pensó que eran sus amigos de facultad, que estaban todos enterados de lo que estaba haciendo, y que podrían estarle haciendo eso para hacerla reír.
Y la volvieron a llamar y ahí sí, era Ideas del Sur para que fuera al Hotel Victoria Plaza frente a la Plaza Independencia. Le dijeron que se arreglara para ir y ahí mismo le comunicaron que solo le faltaba hacer la última parte del casting en Argentina. Le pagaban todo para llegar allá, pero por las dudas debía llevarse una valija para seis meses.
Abigail no tenía ni valija ni ropa para tanto tiempo.
Ahí fue cuando la mujer del almacenero que les fiaba, que también era la vecina de en frente de la casa que ocupaba, la llevó a comprar ropa a Av. 8 de Octubre, en los antiguos “techitos verdes”. Y llegó a un hotel, casi sin nada, donde habían otros participantes que también tenían sus sueños.
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Durante su participación en el programa Bailando por un sueño, la relación con su madre fue creciendo. Fue ahí donde se terminaron de entender. “No era que no quería que fuera lo que sintiera que era, sino que tenía miedo porque en su época habían matado a una persona que era gay en su barrio”, dice.
Y duró bailando un año porque Gustavo Guillén, el famoso de la pareja, bailaba bien. A pesar de no ser la figura de la pareja, se volvió tan importante como Gustavo. La fama pasó a ser para los dos. “Habla de la generosidad de Gustavo porque él me eligió”, dice.
Mientras participó del programa, vivió en el Hotel Torres, en frente al Cementerio de Chacarita y a cinco cuadras de la productora. Durante ese tiempo salió poco y nada. De hecho, el primer día que salió de la gala del Bailando cruzó al restaurant donde los participantes tenían canje para comer y, cuando llegó, el dueño le pidió que volviera al hotel porque le iban a romper el local.
“Quieren autógrafos de Abigail”, le dijeron.
Otra de las veces en las que salió, estaba llegando tarde a un ensayo. Tenía contratado un remise por parte de la producción, pero no pasaba y cruzando la vereda estaba la estación de subte. Decidió que se subiría ahí y que se bajaría en la siguiente parada, donde la estaría esperando su entrenadora.
Ni bien entró se generó tal embotellamiento de gente pidiéndole fotos y autógrafos que empezaron a llegar los canales de televisión. Después de eso, nunca más porque, si le pasaba algo, era responsabilidad de la producción y, sobre todo, de Marcelo Tinelli.
El público de Argentina fue de los mejores que tuvo.
“Eso también me generó como una suerte de confilicto con mis compañeros porque era toda la atención volcada a una soñadora que se había destacado y pensaron que tenía privilegios. Pero no eran privilegios. A mí me dieron una suite para mi sola y ellos tenían que compartir, pero porque yo era una persona trans, no por ser mejor. Me hacía sentir cómoda no tener que compartir habitación con otra gente”, según Abigail.
Una vez terminado el Bailando por un sueño, se quedó en Buenos Aires un año más, viviendo con un amigo. Ese año disfrutó muchísimo el teatro, las producciones, los programas de televisión argentina. Eso sí, tuvo que adaptarse a un tipo de farándula que funciona a base de peleas y de insultos que tienen como objetivo final generar polémica, más nada.
Hubo momentos en los que la llamaba su abuela para preguntarle por qué se había peleado así con tal o cual persona y ella le explicaba que era un juego, que no era verdad. Aunque no le gustara, era como funcionaban las cámaras en Argentina.
Cuando volvió a Uruguay, pasó lo mismo que allá. La guardia marina la sacó antes del Buquebus porque en el puerto habían más de tres mil personas abarrotadas esperándola. La llevaron en un camión abierto y ella iba saludando gente. Durante su estadía en Argentina, dice que llegó a recepcionar más de un millón de cartas a puño y letra del público.
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- ¿Cuándo aprendiste a maquillarte?
- En el Teatro de Verano. Aprendí un poco por el carnaval, pero era otro tipo de maquillaje. Después aprendí a maquillarme en el teatro, ahí agarrás un training impresionante. Tengo cero paciencia para eso, pero con tres cositas que me hago ya soy otra, eso lo aprendí con la experiencia. Es más, siendo la Abigail de antes, con mis pelitos y mis cositas ganaba muchísimo más que ahora.
- ¿Cómo fuiste transformando tu cuerpo, tomando cada decisión?
- Primero, aclarar que yo nunca tomé hormonas en mi vida, nunca me hice tratamiento hormonal. Tal vez porque tuve un desequilibrio hormonal al nacer me facilitó algunas cosas. Con respecto al proceso, yo no lo viví como nada doloroso, para mí fue algo maravilloso porque era como la crisálida de una mariposa.
-¿Cuál fue el primer cambio?
- El primer cambio que yo realicé fue la rinoplastia y los senos, que fueron identificatorios para mí. Después tuve problemas con los senos porque, como yo no tenía distención en la piel tuve que vivir seis meses sin un seno porque uno el organismo me lo rechazó. Entonces, tuve que andar con un seno y la otra prótesis arriba. Después, como yo quería adquirir más volúmen porque tenía la esplada muy grande fui aumentando el tamaño, progresivamente, y me lo cambié dos veces más.
- ¿Y después?
- Y después otras cirugías yo no tengo. La gente piensa que tengo más cirugías de lo que hice y fueron realmente tratamientos estéticos que me ayudaron a mejorar. Botox sí tengo, pero no tengo nada hecho en la boca. La gente piensa que yo me hice la boca, pero mi boca siempre fue así. Después me operaron la nariz, que fue dos veces. La primera vez me dejaron una comisura y después otro cirujano me cortó, me levantó y pareciera que me hubiera puesto labio pero lo que hizo fue levantarme. Después, una lipo en la cintura.
-¿Y qué pasa con cosas como el ejercicio y la dieta? ¿Hacés?
-Eso lo quiero transmitir. Para aquellas chicas trans que piensan que solamente con cirugía pueden mejorar su cuerpo, para nada, la dieta y el ejercicio. A mí me ha crecido la cola de una manera impresionante sin saber que creció de esa manera. Usaba las bombachas con relleno porque me da miedo ponerme algo en la cola. Siempre recomiendo también que consulten antes de hacerse una operación que es irreversible.
- ¿Algo que nunca te harías?
- Una cirugía que no quisiera realizarme nunca, que no la tengo dentro de mi mente, es la reasignación de sexo. No es por una cuestión de utilización de la genitalidad, que esa es otra de las cosas que la gente siempre tiene en la cabeza. Que si lo hago, o no lo hago, es mi intimidad. Pero no por la reutilización de eso, sino porque a mí no me define como persona tener un pene entre las piernas. Somos mujeres con pene, le guste o no le guste a otras personas. Hay que hacerles entender, de alguna manera, el concepto básico de identidad de género. La identidad de género, muchas veces en las personas transgénero, no condice con la genitalidad.
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Por 2007 anunció a nivel público que, además de sus cirugías estéticas, le gustaría que su identidad cívica identificara lo que ella sentía ser. “Yo soy esta persona, soy Abigail, no me llamo más Maximiliano”, pensó en aquel momento.
Entonces, se comunicó con ella el Doctor Amato de la Dirección Nacional de Identificación Civil. Fue él quien le avisó que existía una ley que le permitía cambiar su identidad y le explicó plazos y procesos. Llevó a cuatro testigos y así Abigail Pereira se transformó en una de las primeras mujeres transgénero de Uruguay en tener un cambio de identidad en su documento.
Tres años más tarde, luchó por cambiar su género en la partida de nacimiento a través del trámite “rectificación de partida de nacimiento”. La abogada que contrató fue Michelle Suárez, una abogada de la comunidad trans que, en su momento, generó polémica en la Cámara de Senadores por estafas y tuvo que renunciar.
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Cuando volvió a Montevideo, tenía tres propuestas laborales en dos canales de televisión, dos en Canal 12 y una en Canal 10.
“Como Canal 12 había trasmitido el Bailando tenía un pedacito más de autoridad por eso. Pero, además, me ofrecían en Canal 10 hacer solo Pan y circo, mientras que Canal 12 me ofreció El show del mediodía, Bien despiertos, la ficción La oveja negra, que la hice con María Fernanda Callejón y Ruben Rada. El programa que hice con Rafa Cotelo, La tele de enfrente y ediciones fijas de Cámara Testigo que las tenía que hacer sí o sí por Contenidos TV y se me pagaba extra”, cuenta.
Así fue cómo su contrato se transformó en el contrato más caro de la televisión uruguaya. Después de que se divulgó su recibo de sueldo fue que empezaron los problemas con el canal, vinculados al dinero o no.
El primer encontronazo fue con Victoria Rodríguez. “Para mí era muy importante Esta boca es mía porque yo fui la primera panelista trans convocada para el programa y para el piloto. Había tribuna y cuando estábamos grabando los pilotos, cada vez que intervenía yo, la tribuna aplaudía espontáneamente”, dice. Debatió con Beatriz Argimón, que también era panelista en aquel entonces.
Se enteró que no había quedado en el programa cuando Orlando Petinatti se lo comentó en una entrevista al aire y le mostró la promoción del programa. Aparecían todos los panelistas menos ella. Nadie la había llamado para decirle que no iba a participar del programa.
Ahí fue cuando llamó al gerente de programación que le confirmó que no iba a estar en el programa. “Las inseguridades llevaron a que Victoria Rodríguez la tuviera que agarrar de un brazo en los camerines, cuando ella me vino a increpar de por qué había contado lo del trabajo que había perdido, que me dolió mucho porque yo confiaba en el gerente de programación”, agrega. De ahí se fue para Canal 4 al programa Terapia de pareja. Aquel conflicto le valió pasar de ser la figura exclusiva firmada por dos años en Canal 12 a estar sin trabajo, de un momento para el otro.
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En el año 2009, apareció un quebranto de salud. A nivel público, el Hospital Pasteur y los enfermeros mantuvieron la versión de que se trataba de un broncoespasmo. Lo que sucedió realmente fue que, tras una separación con la persona con la que había comenzado su primera relación, Abigail hizo un intento de suicidio. Se inyectó una jeringa entera de insulina, que originalmente era de una profesora y llegó a un cierto grado de coma diabético.
En algún programa de televisión se supo la verdad y se divulgó. En aquel momento, salió a desmentirlo porque era algo que aún no había podido sanar y tenía que hacerlo en privado.
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Ya había estado por Miami, pero el año en que se instaló ahí definitivamente fue 2011. Tuvo una propuesta de Mega TV y eso implicaba que sponsorearan su visa artística. Cuando fue a hacer los trámites, le dijeron que calificaba para residencia permanente por habilidades extraordinarias.
- ¿Qué quiere decir “habilidades extraordinarias”?
- Quiere decir que realizás algún tipo de actividad, así sea científica, artística, funcional o lo que sea que te diferencia del resto. Eso tiene que estar en base a venta de discos. Yo tenía ventas de Garra Records, de Montevideo Music Group, que me hicieron las cartas y todo. Con ellos, más de sesenta mil copias vendidas. A nivel de prensa tenías que estar en los diarios de los países en los que hayas participado, premios internacionales. Yo había obtenido el Iris con “Terapia de pareja”, revelación de la temporada en Carlos Paz, diferentes premios. Y, además de eso, haber ayudado instituciones y centros de caridad, a los que yo he asistido.
Después de once años de vivir en Estados Unidos, hay cosas de Uruguay que nunca dejó de extrañar. La Rambla, el Teatro de Verano, gritar desaforada en una cancha, Azabache, el carrito de Pernas y Av. 8 de Octubre, irse a lo de una amiga a tomar mates. Aunque, es cierto, la seguridad en Miami es algo de lo que Uruguay aún está lejos.
Además de su participación en medios, Abigail es voluntaria de una organización que hace tests de VIH a personas de bajos recursos. Sale a hacerlos debajo de los puentes, en los moteles, entre la prostitución. También se encargan de llevarles comida y de brindar ayuda a nivel educativo, trámites, documentos, tratamientos.
Actualmente, Abigail es directora del Paseo de la Fama en Las Vegas. Esa organización se encarga de darle reconocimiento a personalidades destacadas, exactamente igual que en Hollywood. Dentro de los nombres que propuso Abigail se encuentra, por ejemplo Edinson Cavani, aunque aún se está evaluando.
A esta altura, su obra musical es: un disco completo de Garra Records en 2009, tres canciones con Rudy Pérez, dos singles (“La Reina” y “Camina”). Todos están en Spotify y todos se escuchan, sobre todo, en Miami.
La primera vez que escuchó una canción suya en la radio tembló, la emoción era extraña. Estaba llegando a las casas de las personas solamente con su voz.
Estando allá, no solamente ganó un premio Latin Grammy, sino que hoy es miembro votante. Incluso, la llamaron de los Grammys Americanos para ser parte de la “TRANScendent Fest”, la parte inclusiva de los premios. Se presentó en vivo y, además, la dejaron cantar en español.
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Una de las tantas veces, una persona le escribió en redes que no por verse linda era una mujer, que nunca iba a dejar de ser un hombre. Abigail no solo le respondió, sino que habló con esa persona. Lo que hizo, sobre todo, fue preguntarle por qué le decía lo que le decía y, en definitiva, si estaba bien.
Y así son casi todos los que son negativos: que siempre será un hombre, que la deben haber violado de niña, que es freak, que no es linda.
Ella siempre dijo en los programas que hay que saber diferenciar entre aquello que es real y aquello que no. En base a todo comentario negativo en redes sociales, intenta encontrar lo positivo, encontrar en la otra persona un alguien que está sufriendo o está pasando por una frustración. Y su herramienta es sensibilizar.
“Siempre tengo muy presente la empatía. Me pongo a pensar qué es lo que le pasa a esa persona. De hecho, he dialogado con gente que me ha dicho disparates y terminan cambiando su concepto y me terminan diciendo que querían llamar mi atención”, dice. Por eso, aprendió a valorar los comentarios positivos en vez de enfocarse en los negativos. Aprendió, sobre todo, a no darles tanta importancia.