Por The New York Times | Jane Arraf
LEÓPOLIS, Ucrania — Por su porte y comportamiento, la instructora universitaria que esperaba en la estación de autobuses de Leópolis parecía estar acostumbrada al respeto y, a juzgar por su abrigo de pieles y su gorro de angora rosa adornado con un broche brillante, a cierta elegancia.
No obstante, tras dos semanas de viaje como refugiada con su hija y su nieto de un año, ya estaba harta.
Oksana, quien no quiso dar su apellido, afirmó que, en Polonia y la República Checa, era otra refugiada más en un albergue que no hablaba el idioma.
“Nadie nos necesita”, dijo. “Nadie necesita profesores. Hablar checo es obligatorio. Estarían dispuestos a aceptarme como personal de limpieza, pero incluso así tendría que encontrar un lugar donde vivir”.
Ahora ella y su familia se unen al creciente número de ucranianos que regresan a su país.
Por primera vez desde la invasión rusa que inició hace seis semanas, un número cada vez mayor de viajeros que pasan por la ciudad ucraniana occidental de Leópolis, y otros centros de tránsito, regresan a casa en lugar de huir.
Todavía hay muchos más ciudadanos que abandonan sus hogares, pero, según los viajeros y funcionarios, el aumento de los habitantes que regresan refleja la creencia cada vez mayor de que la guerra podría durar años y pone de manifiesto la voluntad de vivir con cierto peligro en lugar de vivir como refugiado en otro país, desprovisto de hogar y una comunidad.
También evidencia las dificultades que han tenido los países europeos para acoger a los ucranianos en la mayor crisis de refugiados del continente desde la Segunda Guerra Mundial.
“Las estadísticas han cambiado mucho en los últimos tiempos”, señaló en una entrevista Yurii Buchko, administrador militar adjunto de Leópolis. “Al principio de la guerra se iban 10 veces más personas que las que regresaban”. Ahora, dijo, en algunos días la mitad de los que cruzan la frontera en la provincia de Leópolis regresan a casa en lugar de irse.
En su mayoría, quienes vuelven son mujeres y niños. A la mayoría de los hombres ucranianos en edad militar con menos de tres hijos se les prohibió salir del país al comienzo de la guerra. En la frontera con Polonia, casi todas las personas que conducen autos civiles que cruzan la frontera son mujeres. Los trenes y las estaciones de autobuses están repletos de mujeres y niños.
“La gente ya entendió cómo es la guerra y que, incluso con ella, puedes quedarte a vivir en Ucrania, en Leópolis”, dijo Buchko. “Se fueron al principio por el pánico, pero tienen familiares que siguen aquí”.
Buchko comentó que los ucranianos también estaban regresando al trabajo a medida que se reabrían más tiendas y negocios.
El sábado, un día bastante normal, 18.000 ucranianos abandonaron el país, mientras que 9000 volvieron a cruzar por los puestos fronterizos de su provincia, dijo Buchko. Explicó que, aunque algunos eran comerciantes que transportaban mercancías, muchos eran familias ucranianas que pretendían regresar a casa. Las cifras de la guardia fronteriza de Ucrania confirman la tendencia.
Más de 4 millones de ucranianos han huido del país desde que comenzó la guerra y más de 7 millones abandonaron sus hogares, pero han permanecido en Ucrania.
Muchos de los que se quedaron en el país se dirigieron hacia Leópolis y otras ciudades y pueblos más cercanos a la frontera polaca, que se consideraban más seguros que las ciudades del sur y el este.
Los ataques recientes con cohetes en Leópolis, incluidos los perpetrados contra una base de entrenamiento militar y una instalación petrolera, provocaron la muerte de varias decenas de personas, pero en su mayor parte la ciudad ha permanecido intacta.
Los viajeros y los funcionarios dijeron que algunas personas estaban regresando a la capital, Kiev, debido a la retirada rusa del lugar.
En la ornamentada y centenaria estación de tren de Leópolis, Valeria Yuriivna se encontraba en el andén a punto de subir a un tren con destino a Mykolaiv, que sigue bajo el fuego intenso de los ataques aéreos rusos. Su hija de 14 años y su perro ya estaban en el tren. Su hija mayor la esperaba en su casa de Mykolaiv.
Yiriivna, trabajadora del gobierno, dijo que los bombardeos rusos que sacudieron su edificio de apartamentos los habían aterrorizado, pero señaló que había sido difícil quedarse con amigos en Leópolis, junto con su hija y su perro, durante todo un mes.
“Han estado bombardeando hospitales en Mykolaiv”, narró. “Necesitan gente que ayude, que cubra las ventanas con película de protección contra explosiones. Voy a regresar para ser voluntaria”.
Ella y otras personas afirmaron que les preocupaba que le ocurriera algo al ferrocarril y les impidiera llegar a casa.
En las últimas horas del lunes, cuando sonó una sirena antiaérea en la estación de tren, una multitud de viajeros se dirigió al metro para esperar la señal de “todo despejado”: madres cansadas que arrastraban maletas mientras sostenían a sus hijos llorando, habitantes de la ciudad con perritos en brazos, un cantante de ópera que regresaba de un concierto en Polonia.
La mayoría de las frecuentes sirenas antiaéreas de esta ciudad histórica marcan la presencia de cazas rusos que se dirigen a objetivos en el este de Ucrania.
Yurii Savchuck, un inspector de boletos, dirigió a los pasajeros a sus vagones. Un equipo médico corrió a toda prisa por las escaleras llevando a una mujer frágil de edad avanzada en silla de ruedas para subirla al tren a tiempo.
“Desde hace un par de días hay más gente que regresa a su casa”, dijo Savchuck, quien ha trabajado durante 20 años en el ferrocarril ucraniano. “No todo el mundo tiene dinero para quedarse mucho tiempo en el extranjero. Kiev también fue liberada y la gente quiere ver si sus casas están destruidas”.
En el cuartel general de la administración militar de Leópolis, Buchko y su personal salieron de un búnker después del último aviso de que todo estaba despejado. Luego de más de un mes de guerra, las sirenas eran tan rutinarias que los trabajadores estaban sentados en bancas conversando, contando chistes y hablando por teléfono. Él y otros funcionarios estaban haciendo planes para reabrir más negocios para que más ucranianos pudieran regresar y volver a trabajar.
“Al principio de la guerra, entendíamos o esperábamos que esta guerra durara una semana o tal vez unos cuantos días”, dijo. “Ahora vemos que quizás no va a durar meses, sino varios años y tenemos que vivir con eso”. Mariia Seniuk, a la izquierda, con sus dos hijas, llega desde Szczecin, Polonia, a la terminal de autobuses principal de Leópolis, Ucrania, el domingo 3 de abril de 2022. (Mauricio Lima/The New York Times) Pasajeros suben a un tren en la estación central de Leópolis, Ucrania, el lunes 4 de abril de 2022. (Mauricio Lima/The New York Times)
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