Por The New York Times | Alexandra Alter
En 1970, cuando Jill Ciment era una adolescente rebelde, hizo algo sorprendente.
Soñando con convertirse en artista, se apuntó a clases con Arnold Mesches, un conocido pintor cuya obra admiraba. El respeto se convirtió en enamoramiento y una noche, después de clase, esperó a que se marcharan los demás alumnos y se le acercó.
“Me desabroché los tres botones superiores de mi blusa estilo campesina, crucé el suelo salpicado de tinta y lo besé”, escribió Ciment, quien en la actualidad es una aclamada novelista, en sus memorias de 1996,
Half a life
(Media Vida).
Ella tenía 17 años en ese momento. Él tenía 47, estaba casado y tenía dos hijos adolescentes.
Cuando Ciment escribió Half a life, ella y Mesches llevaban juntos más de 20 años. Él era el primer lector de todo lo que ella escribía. Después de leer la escena, él tuvo algunas objeciones sobre algunas frases, pero estuvo de acuerdo en el hecho clave: ella provocó el beso.
Hace unos años, Ciment se replanteó su historia de origen. Mesches había muerto de leucemia en 2016, a los 93 años. El movimiento #MeToo había desatado un debate sobre el acoso y las agresiones sexuales cometidas por hombres en posiciones de poder. Ciment empezó a cuestionar el relato de su noviazgo.
Tomó Half a life y encontró el pasaje que describe su primer beso. Se quedó atónita al ver cómo había distorsionado el encuentro, dijo. Recordaba perfectamente aquella noche, porque había fantaseado con ella durante meses. Cuando los demás estudiantes abandonaron el estudio de arte, ella se quedó. Quería pedir consejo a Mesches sobre cómo seguir una carrera como artista. Él la atrajo y la besó.
Cinco décadas después, se dio cuenta de que había algo siniestro en la conducta de Mesches que no había comprendido antes: un hombre mayor, un profesor en una posición de poder, aprovechándose de su alumna, una adolescente que ansiaba su aprobación.
“En un matrimonio existe una mitología compartida, y tienes que compartir la mitología mientras tu pareja esté viva”, dijo Ciment. “Pero cuando tu pareja muere, la historia se convierte en algo tuyo”.
Ciment decidió hacer una autopsia de sus memorias. El ejercicio dio como resultado unas nuevas memorias, tituladas Consent (Consentimiento), que Pantheon publicó recientemente. Con un distanciamiento casi clínico, Ciment investiga los defectos y las lagunas fácticas de su obra anterior y, al hacerlo, cuestiona el artificio inherente a las memorias como forma literaria.
“La idea de escribir la verdad en unas memorias es absurda”, afirmó Ciment. “Tienes recuerdos dispersos y tratas de esculpir una historia a partir de ellos”.
Ciment habló mientras tomaba el té en su casa de Gainesville, Florida, que está llena de las atrevidas pinturas acrílicas de Mesches y se alza sobre un plácido lago donde los caimanes a menudo toman el sol en la orilla. Ciment, que tiene un halo de rizos grises, ojos color avellana y una risa grave y rápida que a menudo puntúa sus frases, se sentó frente a un gran tríptico de óleos de Mesches de un caballo, un pavo y un chihuahua de mirada triste con sombrero. “Yo los llamaba sus tres autorretratos”, comentó Ciment.
No es habitual que un escritor revisite obras pasadas y las desmonte de forma tan pública. Consent es un libro sorprendente y a menudo discordante: en parte memorias y autopsia, en parte recriminación y reivindicación y, sin embargo, también es una historia de amor.
En Half a Life, sus memorias de 1996, Jill Ciment detalla el romance que tuvo a sus 17 años con Arnold Mesches, un artista mayor con quien eventualmente se casó. En sus nuevas memorias Consent (Consentimiento) cuya portada es un retrato de Ciment, pintado por Mesches, ella se cuestiona muchos detalles del libro anterior.
En la primera mitad del libro, Ciment analiza la historia que contó sobre sus primeros años con Mesches en Half a life. A veces, reimprime pasajes enteros de sus memorias anteriores, y luego relata los mismos acontecimientos, revelando lo que distorsionó u omitió. En la segunda parte, retoma la historia y describe sus décadas de matrimonio, la forma en que sus vidas creativas se entrelazaron, y cómo fue envejecer siendo más joven, mientras Mesches se volvía cada vez más dependiente de ella en la madurez.
Al examinar sus propias palabras en Half a life y contrastarlas con sus recuerdos, Ciment llegó a una conclusión incómoda: no había dicho toda la verdad, quizá porque no podía hacerlo.
“No sé si realmente podría escribir la verdad. Cuando lo que escribes lo lee la persona sobre la que escribes, ¿puedes ser completamente sincera?”, dijo. “Estoy segura de que su participación en la redacción de las memorias las cambió. Cuando me liberé de tener esa historia de colaboración, fui libre de volver a mirarla”.
A Ciment le sorprendieron otros detalles relevantes que había omitido en Half a life. Incluso antes de su primer beso, Mesches no ocultaba su interés por ella. En las clases, se inclinaba sobre ella para inspeccionar su trabajo y miraba debajo de su blusa. Una vez, durante la clase, le susurró al oído: “Ojalá fueras mayor”, algo que Ciment omitió en sus primeras memorias.
Mesches era un adúltero en serie que había pasado por un desfile de mujeres, incluidas otras estudiantes. Cuando comenzó su aventura, Mesches, que se había dedicado a la enseñanza porque su carrera como pintor estaba en decadencia, ya engañaba a su esposa con otra mujer, pero Ciment no lo mencionó en Half a life. (Más tarde se hizo amiga de esa otra mujer, según dijo).
Omitió el hecho de que, cuando aún era una adolescente, ella y Mesches practicaban sexo ocasionalmente en un parque cercano al estudio de él, y que una vez se libraron por los pelos de que un agente de policía los descubriera mientras ella le practicaba sexo oral. No menciona las muchas comidas que hacían en un restaurante chino con un discreto reservado oscuro al fondo, donde solían ir después de tener sexo en el estudio de Mesches, y donde el camarero conocía sus pedidos de bebidas: una Coca-Cola para ella, un vodka martini para él.
Cuando escribió sobre la primera vez que tuvieron relaciones sexuales en Half a life, se trataba de una escena de pasión mutua desenfrenada. Al relatar la misma noche en Consent, revela nuevos detalles que hacen que el encuentro sea más ambiguo. A ella le pareció “repulsiva” la piel flácida del cuello de él, de mediana edad, pero “optó por pasarlo por alto”. Cuando se tumbaron sobre las sábanas sucias de un catre en su estudio de arte, Mesches fue incapaz de conseguir una erección. Le sugirió que le hiciera una felación y, como ella era tan inexperta, le dijo exactamente lo que tenía que hacer.
Ahora, a sus 71 años, Ciment cree que en Half a life no se propuso proteger a Mesches de ser tachado de depredador. Más bien, no quería pensar en sí misma como una presa.
“¿Se habría enfadado si hubiera escrito que me había besado? No, no se habría enfadado”, dijo. “Quería mostrar mi propio empoderamiento, más que esconderme de sus defectos”.
Mientras escribía Consent, Ciment se preguntaba de vez en cuando qué pensaría Mesches si aún viviera.
“Lo que más le molestaría”, dijo, “es que escribiera sobre sus fracasos y sobre cómo se había rendido como artista”.
Algunos de los amigos más íntimos de Ciment no se mostraron sorprendidos por el hecho de que decidiera retomar sus primeras memorias y, en esencia, destrozarlas.
“Sabía que sería despiadada y honesta”, afirmó Amy Hempel, una escritora de relatos que es amiga íntima de Ciment desde hace décadas. “Es tan responsable como él. No es una víctima”.
La vida de Ciment antes de conocer a Mesches estaba marcada por el caos y la inestabilidad. Su padre, enfermo mental y propenso a las rabietas violentas, se distanció de la familia después de que su madre lo echara de su casa de Los Ángeles. Después de eso, su madre luchó por mantener el hogar a flote y cuidar de cuatro hijos.
Ciment abandonó el bachillerato para convertirse en artista y, tras asistir a las clases de Mesches, se trasladó a Nueva York para perseguir su sueño, pero acabó trabajando como modelo de desnudos en un peep show, un espectáculo erótico visto desde una mirilla, cerca de Times Square. Cuando regresó a casa al cabo de cuatro meses, arruinada y derrotada, visitó a Mesches y reanudaron su relación.
Él acabó dejando a su mujer y, cuando Ciment tenía 18 años, se mudaron a un pequeño búngalo cerca de una autopista. Fue admitida en CalArts con unos resultados falsos en el examen SAT que había conseguido pidiéndole a un amigo que hiciera el examen por ella. Preocupada por la posibilidad de no salir nunca de la sombra de Mesches como artista, decidió abandonar las artes plásticas y se dedicó a escribir.
A principios de 1980, se mudaron a Nueva York y vivieron en un cuarto piso sin ascensor en el East Village. Al final del día, se mostraban mutuamente sus trabajos, y a menudo eran brutalmente honestos en sus críticas.
“Eran verdaderos iguales, y eso no se ve a menudo en ninguna relación, y menos en una en la que uno de los dos es 30 años mayor que el otro”, comentó la escritora Jo Ann Beard, amiga íntima de Ciment.
Sin embargo, Beard dijo que entendía por qué Ciment no había contado toda la historia de su relación en Half a life.
“Se esforzó por protegerlo del juicio del mundo y, de paso, también se protegió a ella del juicio del mundo”, dijo.
Ciment tenía 40 años cuando publicó su primera novela,
The law of falling bodies (La ley de los cuerpos que caen
), que tenía mucho de autobiográfica y se centraba en una adolescente de hogar inestable que se enamora de un hombre llamado Arthur, 30 años mayor que ella.
Algunas de sus novelas posteriores también contienen retratos ficticios de su matrimonio. Su novela de 2009
Heroic measures (Medidas heroicas)
presenta a una pareja mayor que vive en un piso sin ascensor en el East Village; al igual que Mesches, el marido de la novela es un artista envejecido cuyos cuadros incorporan páginas de un expediente que el FBI recopiló sobre él durante la Guerra Fría. (Ciment la escribió después de que Mesches ya hubiera convertido su propio dossier en una serie de cuadros llamada
The FBI Files
).
The Body in Question (El cuerpo en cuestión)
, Ciment se basó en su experiencia como cuidadora de Mesches en sus últimos años. La novela se centra en una mujer de Florida de 52 años llamada Hannah, quien se siente aliviada de tener un descanso del cuidado de su marido enfermo de 86 años cuando es seleccionada como jurado para un sensacional juicio por asesinato.
Ciment empezó a escribirla cuando Mesches tenía 91 años y el marido ficticio padecía una forma aguda de leucemia, la misma enfermedad que acabó matando a Mesches. Reutilizó algunas de sus conversaciones sobre la inminente muerte de Mesches como diálogo entre el marido y la mujer de la novela, y algunas de las líneas de la novela aparecen textualmente en Consent.
“Una de las cosas que escribí en la novela fue su muerte, para que cuando él muriera yo tuviera un lugar donde expresar mi dolor”, dijo Ciment.
Ahora que ha terminado Consent, Ciment se imagina cómo reescribiría el libro si lo volviera a leer dentro de unas décadas.
“Cuando tenga 90 años, si me apetece, probablemente reescribiría estas páginas para hablar de cómo Arnold me enseñó a envejecer”, dijo.
“Nunca se rindió”, continuó. “Entró en ese estudio una semana antes de su muerte y dibujó y pintó. Aprendí algo impagable, y es que uno está vivo mientras está vivo”.
Alexandra Alter escribe sobre libros y el mundo literario y editorial para el Times. Más de Alexandra Alter
Jill Ciment and Arnold Mesches in 1975. (via Jill Ciment via The New York Times)
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