Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Parafraseando a la exministra María Julia Muñoz, se podría pensar que Darío Víctor Greni (49) es “un simple maestro de escuela”. Pero no, claramente no lo es. Si uno repasa su currículum, por allí aparecen una distinción de la Red de Aprendizaje Global (Ceibal y ANEP) y haber sido escogido como uno de los mejores 50 docentes del mundo entre 10.000 maestros que se postularon al galardón del Global Teacher Prize, también conocido como el Nobel de la educación, que entrega la Fundación Varkey. También figura su participación como miembro del programa Globe de la NASA como líder de proyectos científicos vinculados al medio ambiente, que desarrollan sus alumnos (proyectos como “el de las mariposas” que presentaron las niñas Carmela y Paloma en Denver, Estados Unidos, ante un auditorio colmado).
Estas chicas integran un alumnado de 126 estudiantes de la escuela rural N° 88 de Las Violetas, Canelones, la escuela que el maestro Darío puso en el mapa (mundial).
Ahora bien, en una educación pública uruguaya de tristes resultados, con indicadores de deserción que señalan que casi 21.700 alumnos dejaron el sistema con la pandemia, Greni y su escuela rural se lucen con un llamado de la NASA pidiéndole autorización para usar una investigación suya como modelo. Cuando los resultados de las pruebas Pisa dejan a Uruguay mal parado en el continente respecto a comprensión lectora y razonamientos matemáticos, Greni acompaña al exterior a alumnas que explican ¡y en inglés! las bondades de sus investigaciones. Cuando la mitad de los estudiantes de magisterio escriben con faltas de ortografía al comenzar a estudiar la carrera —según el Consejo de Formación Docente—, él dice que la clave pasa por el “compromiso” y la “dedicación” en el aula, y asumir la “responsabilidad” que conlleva trabajar con niños, así sea en un paseo a la esquina.
El hombre que con su esposa todavía sufre por no haber sido papá es un docente inspirador para centenares de niños y padres que, aun viviendo lejos, envían a sus hijos a la escuela 88 de Las Violetas. Y no por moda o novelería, sino porque valoran la concepción que Greni tiene de la enseñanza pública.
“Cuando ingresé en 2012, fui a buscar los registros de los diarios de la historia de la escuela, y ahí me encontré con las inscripciones de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos. Yo fui alumno, luego practicante de esa escuela, maestro dos años y después director”
¿Cuándo te diste cuenta que querías ser docente, que el magisterio era tu vocación?
A los 11 años. Provengo de un hogar del ámbito rural. Mis papás no terminaron la escuela, entonces el hijo único, ¿que tenía que hacer? Seguir con las actividades del ámbito rural. Y eso jamás me gustó, jamás me llenó el alma. Cuando hubo que elegir qué iba a hacer en educación media, era UTU y ahí elegí la opción electricidad. Lo cursé un tiempo, pero no fue lo mío. Y algo en mí me dijo que tenía que ser maestro. Ya en el primer año de UTU me di cuenta que, en realidad, quería ser maestro.
¿Siempre fuiste maestro en escuelas rurales, o antes te tocó una urbana?
Son 27 años de carrera, siempre en escuelas rurales, excepto un mes y medio durante el primer año de trabajo, cuando recién ingresé al sistema. Fui maestro en jardín de infantes en un centro de tiempo completo en Santa Lucía. Después, siempre como maestro rural, y de los 27 años, 25 a cargo de la dirección.
¿Qué tiene de especial y hasta de formativo enseñar en una escuela rural?
No lo sé, porque no he estado mucho en una escuela urbana. Pero en la escuela rural me siento útil en la dirección. El primer año ya me encontré con niños que necesitaban algo más que simplemente darles clase. Y también en lo rural se da la cercanía, porque nos conocemos todos. Ahora tenemos 126 niños, pero yo conozco a los 126 y ellos se conocen entre sí. Tenemos una hora más de clase, son cinco horas por día. Tenemos un espacio abierto, que te sirve para desarrollar actividades, proyectos. La cultura de la familia, que ha ido cambiando como ha pasado en la sociedad, pero la cultura familiar pega en la escuela de una buena manera, colaboran mucho con la institución, apoyan los proyectos. Las escuelas necesitamos de las familias para avanzar en beneficio de cada uno de nuestros niños. Y las comisiones de fomento son grandes aliados que vos tenés para poder aplicar lo que uno piensa.
Actualmente sos director de la escuela N° 88 Alfred Nóbel de Las Violetas, Canelones, a la que has hecho famosa. Es una escuela muy especial para vos y para toda tu familia... Contame por qué.
Cuando ingresé en 2012, fui a buscar los registros de los diarios de la historia de la escuela, y ahí me encontré con las inscripciones de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos, y cuando leías el libro diario, cuando el maestro Chamorro consiguió los fondos para construir el edificio donde hoy está la escuela, veías que el abuelo Alfredo había prestado su camioncito para traer un viaje de balasto para la construcción o que mis tíos habían ido a moler parte de la escuela antigua para hacer los pisos de la institución. Está ese lazo afectivo, familiar. Y yo estudié como alumno, fui practicante de esa escuela, fui maestro dos años y después ya fui director. La directora anterior, Paca, estuvo 30 años en la dirección.
Yo tenía colegas que estaban adelante, y me decían que no la iban a elegir, para dejarme a mí, cuando me tocara elegir en el concurso. Eso las enaltece, me decían: “Te la vamos a dejar porque sabemos lo importante que es esa escuela para vos”.
En 2017 fuiste galardonado con un diploma en reconocimiento a su trabajo por la Red de Aprendizaje Global. ¿Cómo se dio esto?
La Red Global de Aprendizajes funciona en Ceibal y ANEP. Yo escuchaba que hablaban de la red global, del trabajo por competencias, el empleo de rúbricas, y no me acuerdo cuándo exactamente empezaron a trabajar aquí, pero nosotros nos sumamos en 2015, 2016. Lo bueno que tenía la red es que tenías tus talleres presenciales en el LATU, donde te daban herramientas para poder trabajar con los niños, teniendo muy presente el aprendizaje significativo. Es algo muy similar a lo que estamos trabajando hoy por competencias, y presentamos el trabajo que habíamos realizado en la institución utilizando las rúbricas que están en un portal educativo, que es el portal CEA. Son rúbricas que te permiten ubicar a cada uno de los estudiantes en diferentes niveles de desempeño. Eso ya no lo hacemos. La Red destacó el trabajo que veníamos haciendo en nuestra escuela.
En 2018 te postulaste al Global Teacher Prize, premio al mejor maestro del mundo, que otorga la fundación Varkey. El jurado buscaba premiar a “un maestro excepcional que haya hecho una contribución sobresaliente a su profesión”. ¿Qué credenciales presentaste para aspirar a ese premio?
Lo primero que quiero decir es que fue Robert Silva el que me recomendó que me presentara. Él nos visitó en diciembre de 2017, cuando él era consejero, como invitamos a todos los consejeros. Y en setiembre de 2018 me mandó un mail, diciéndome: “Me parece que usted se puede presentar a este llamado”. También le dijo lo mismo a una docente de Tacuarembó. Recuerdo que veníamos del Chuy con mi señora cuando vi el mail en el celular, llegamos a casa y lo verifiqué. Ahí googleé qué era el Global Teacher Prize, lo pensé muy poquito y completé los formularios.
¿Qué presenté? Yo siempre digo, como director, que quiero que nuestra escuela sea un lugar donde todos los niños aprendan. ¿Cuál es la herramienta que utilizamos para que todos los niños aprendan? El trabajo en ciencias. Ciencias naturales, sociales, de tecnología, eso lo adecuamos a los intereses de cada niño. Desde 2014 empecé a ver que los niños necesitaban trabajar de una forma diferente, que no sea solo viene el maestro, da la clase, se va, y listo. Empezamos a implementar el trabajo por proyecto de ciencias, no en todas las clases. La ventaja de tener clase a cargo (yo tengo sexto) es que los demás maestros ven cómo vos trabajás proyectos de ciencias con los niños, y cómo los niños empiezan a tener avances en sus procesos de aprendizaje. Y el proyecto lo desarrollan los niños.
La clase que identificaba mi proyecto fue: “La escuela de las oportunidades”. No tenía un producto acabado como lo tuvo Martín Salvetti, que tenía una radio, o Déborah Garófalo, que tenía su proyecto de robótica. Lo nuestro iba por la gestión, cómo trabajar en clase con los chiquilines. Que la clase no sea aburrida ni para el niño ni para el maestro. Que no sea un circo, pero que sí sea una clase que los motive. Generar curiosidad para después despertar la motivación. Por ahí iba la presentación.
“Robert Silva era consejero y me recomendó que me presentara al Global Teacher Prize. Veníamos del Chuy con mi señora cuando vi el mail en el celular, llegamos a casa y lo verifiqué. Lo pensé muy poquito y completé los formularios”
En noviembre de ese 2018 fuiste seleccionado entre los mejores 50 de 10.000 docentes de 179 países en el mundo que se postularon. ¿Qué significó esa distinción para vos?
Estábamos en un paseo con mi señora, nuestra sobrina y mi cuñado. Me llegó un mail. Y obvio que me puse feliz, me alegró… Me sentí reconfortado de que alguien ajeno totalmente a lo mío reconocía mi labor. Y era algo a nivel mundial, fue algo que me enorgullece, pero no solo a mí, sino a toda la comunidad educativa.
A eso quería llegar. ¿Creés que tus colegas se apropiaron de la distinción, que realmente se alegraron por vos? Porque está la envidia y el resentimiento, sentimientos muy humanos…
(Darío se sonríe, y hace el ademán de cerrarse la boca con llave. Luego contesta).
Yo te puedo hablar de la gente que me llamó para felicitarme, de la que me encontré, de los colegas que me dijeron: “a ver cuándo podemos hacer algo juntos, tu escuela con mi escuela”. Después, de los otros, te llegan comentarios, pero no sé si son ciertos. Este tipo de exposiciones te generan cosas buenas y cosas malas. Yo siempre me quedo con lo bueno. Nosotros trabajamos mucho, tratamos de que la escuela sea beneficiosa para todos —para los niños primero, pero también para los maestros—. A mí me gusta que los maestros después aspiren a cursos, aspiren a ser directores, no me gusta retenerlos en la institución. Pero esto le da una exposición tan grande a la institución, que hay muchas cosas que después se ven en beneficio de cada uno de los niños. Gracias a eso, después apareció el proyecto de las mariposas, gracias a eso, con la fundación Varkey hasta hoy sigo en contacto. Son repercusiones directas del Global Teacher Prize.
¿Cómo se pueden entender tus logros personales y los de los niños de la escuela de Las Violetas, en un contexto de magros resultados académicos del país en general y de empobrecimiento de la educación uruguaya, con altos índices de deserción del sistema educativo?
Hay muchos lugares que trabajan como nosotros, eh. Si tengo que hablar de lo nuestro, primero está el compromiso [de los docentes], la vocación, que la podemos tener o no, pero el compromiso tiene que estar. Después, la motivación. Y después la actitud cada día que venís a la clase. Eso lo hablo siempre con los maestros: “No podemos venir, o tratemos de no venir de cara larga, no venir de mal humor, cuidemos cómo nos dirigimos a los niños y a las familias”. Cómo nos posicionamos frente al niño en esas cinco horas diarias en el aula. Eso es lo que hace que cada vez más familias decidan enviar niños a nuestra escuela. Del barrio son unos 20, los otros 100 son del resto del departamento [de Canelones].
¿Cómo llegaste a estar en contacto con el programa Globe de la NASA? Me consta que hubo una inquietud personal tuya de aprovechar herramientas como esa para potenciar habilidades en los niños…
Yo no tenía idea de esa herramienta. Un día de 2012 fui invitado a un taller para participar del programa Globe, nos mostraron en qué consistía el programa. Y fue un comienzo tibio: fue conocer el programa, ver cómo podíamos trabajar, era demasiada la información que se nos brindaba, entonces pensé: “Esto que me estás presentando hoy, ¿cómo lo puedo aplicar yo en la clase?”. Y ahí viene el trabajo del maestro: de qué me sirve esto para mis prácticas, de qué me sirve para el proyecto que voy a desarrollar con los niños. En 2014 surgió el tema del estudio de la calidad del agua del arroyo Canelón Chico, y ahí cuadraba perfecto el empleo de los protocolos que ellos nos brindan, que son pasos a seguir para tomar datos que nos iban a servir: el PH del agua, la temperatura del agua y la colecta de los macroinvertebrados.
Después, bueno, nos fuimos afianzando, fuimos conociendo más el programa, fui asistiendo a talleres, tuvimos la posibilidad de recibir a dos master trainer, uno especialista en atmósfera que vino en 2017, el otro en suelos, que vino el año pasado, ambos llegaron de Estados Unidos. Y después, quien está aquí a cargo de Globe, Andrea Ventoso, decide: “Vamos a tal institución a que la conozcas, a que veas cómo trabajan”. Y eso me dio otro conocimiento de Globe. Después, personalmente, apliqué dos años para ser parte del grupo de educación de Globe (un representante de cada una de las regiones del mundo). Trabajamos en cómo podemos actuar para que Globe sea más accesible para los docentes.
En 2021, un día abriste el correo como todas las mañanas y tenías un mail de la NASA. Te pedían autorización para que el proyecto Macrocientis, elaborado por tus alumnos, fuera divulgado a nivel mundial como ejemplo de investigación científica. La investigación consistía en el análisis de la calidad del agua del arroyo Canelón Chico en base al estudio de macroinvertebrados como bioindicadores. En criollo, ¿qué investigaron los niños?
Un día vino un biólogo a la escuela y nos contó que la zona de Margat entre Canelones y Santa Lucía sería declarada área protegida. “¿Me permitís darles una charla a los chiquilines?”, me dijo. Les dio una charla, había un arroyo, y los gurises se interesaron en conocer la calidad del agua de ese arroyo. Ahí invitamos a Patricia Píriz, que hoy es referente de clubes de ciencia y trabaja en el Ministerio [de Ambiente]. Ella fue a dar un taller con el fin de ver cómo podemos saber la calidad del agua de ese arroyo, en base a las herramientas que tenemos. Lo más fácil es trabajar con macroinvertebrados. Fuimos al arroyo, y ahí estaban las cucharetas (parecido a almejas chicas), pequeños anélidos, tipo gusanos, te encontrás con orugas, con larvas… Esos son bioindicadores, indicadores de la calidad del agua. ¿Qué hay que hacer? Tomar un calderín, mover un poco el fondo, sacar el calderín y ver qué sacamos, qué encontramos cuando hacemos ese muestreo. Esos macroinvertebrados se van anotando en un registro: “encontré esto, encontré lo otro”. Después los vamos a buscar en una guía colombiana —una referencia de macroinvertebrados—, cada uno tiene un valor (hay macroinvertebrados que son muy sensibles, que obtienen un puntaje alto, de 10, y hay otros que son súper resistentes a todos los cambios que pueda haber en la calidad del agua). Entonces, vos encontrás anfípodas que pueden tener un puntaje 3, o larvas de un tipo de mosca, que tiene un valor 10.
Íbamos a tres lugares distintos del arroyo Canelones, con los niños y sus padres, fuera del horario de clase, a tomar las muestras. Eso lo hicimos durante tres años, y durante tres años nos presentamos al simposio de ciencias virtual (los que logran cuatro estrellas después aspiran a tener un lugar en la Reunión Anual).
“Lo hablo siempre con los maestros: ‘No podemos venir, o tratemos de no venir de cara larga, no venir de mal humor, cuidemos cómo nos dirigimos a los niños y a las familias’. Del barrio son unos 20, los otros 100 son del resto del departamento”
Los alumnos de Las Violetas, ahora distinguidos por la NASA como ejemplo científico, han seguido con otros dos proyectos que presentaron al programa Globe. Los chicos de 5º y 6º año investigaron los efectos del eclipse solar del 14 de diciembre de 2020 en el comportamiento de especies de avifauna y hormigas en el predio escolar. ¿Cuál fue la idea de ese proyecto?
¿Te acordás de aquel eclipse parcial en Uruguay? Bueno, los chiquilines se organizaron en diferentes equipos, entonces durante dos horas tenías el eclipse. La máxima cobertura que veíamos desde acá era del 70%, entonces tenías una hora previa y una hora posterior, y ellos cada 3 minutos tomaban la temperatura del aire, para ver la variación. Tomaban la temperatura superficial, todo eso lo tabulaban en un registro. Y a su vez, había otros equipos que observaban las nubes, qué tipo de cobertura había, qué porcentaje de nubes había. Otros trabajaban con el viento, con la velocidad de la dirección. Y otros trabajaban con las aves, qué pasaba con el comportamiento de las aves y de las hormigas, los que ellos eligieron observar para ver cómo se comportaban mientras el eclipse ocurría. Escribimos un texto y lo presentamos al simposio de ciencias.
En 2014 comenzaron a investigar la calidad del agua en el arroyo Canelón Chico, como decíamos. Ese monitoreo continuó hasta 2020, cuando la pandemia sacudió el mundo. Ahí nació el “proyecto de las mariposas”, como lo llamás. ¿En qué consistió ese proyecto?
Ese fue un proyecto colaborativo. El macro fue creado en forma conjunta, y fue creado en plena pandemia, sí. Las instituciones como Globe o como Varkey te abren puertas, y empecé a conocer más gente. En la Reunión Anual de Globe de 2019 yo conocí a Martha Kingsland, profesora de educación media de Argentina, a Claudia Caro, profesora universitaria de Perú, y a Andrea Ventoso, de aquí de Uruguay. Nos juntamos por Zoom, cuando no podías ni salir a la esquina, para ver qué podíamos hacer los tres para trabajar en ciencia, para aplicar los protocolos Globe en nuestras instituciones, con todas las limitantes que existían. Porque, además, los niños nos lo pedían en la escuela. El sexto de ese año sabía que le tocaba hacer un proyecto científico. Los escolares saben que en sexto tienen que desarrollar un proyecto de investigación, y que van tomando la posta del proyecto de las mariposas.
Explicámelo.
Primero tuvieron que elegir un ser vivo. Podía ser un vegetal, un animal, pero ellos eligieron las mariposas, y a su vez, cuáles son las condiciones que facilitan la presencia de mariposas (o no) en el patio de la escuela. Es eso: medir las variables como temperatura actual, superficial, la cobertura de nubes, la velocidad y dirección del viento, y la humedad. Y en base a eso, ellos tienen una planilla de observación (salen a medir los lunes, miércoles y viernes, de marzo a mayo y de setiembre a noviembre), y cada día que salen, registran esos datos. Ven si hay mariposas y qué mariposas aparecen. Después hacemos una tabulación de esa información, y determinan qué las variables que explican la presencia de mariposas en la escuela.
“Nos juntamos por Zoom, cuando no podías ni salir a la esquina, para ver qué podíamos hacer los tres para trabajar en ciencia, para aplicar los protocolos Globe, con todas las limitantes que existían. Porque, además, los niños nos lo pedían en la escuela”
En julio acompañaste a tus alumnas Carmela Bazzino y Paloma Galaviz a Denver, Estados Unidos, a donde fueron a defender su proyecto de investigación científica vinculado al hábitat ideal de las mariposas en el patio de su escuela. El proyecto fue exhibido en la Reunión Anual de Globe, un programa vinculado a la NASA, y las chicas tuvieron que explicarlo en inglés. Contame un poco cómo ellas vivieron esa experiencia imborrable.
Más allá del potencial que pueda tener cada uno, a nosotros nos gusta que nuestros niños sean buenos comunicadores. Las madres veían, respecto a sus hijas, el cambio que se había producido esa semana de haber estado afuera, en otro país, el cambio positivo que veían en ellas. En un primer momento ellas estaban un poco asustadas, no te voy a decir que no, porque es un idioma no común para manejar a esa edad. Yo les dije: “La primera presentación que van a tener que hacer va a estar más o menos, la segunda un poco mejor. Después de la tercera, van a ver que lo van a disfrutar montones”. Ellas tuvieron dos horas para estar junto con otros —hubo 20 paneles con sus respectivos representantes, mostrando investigaciones de adultos y de chicos—, y ellas me dijeron que pasó lo que yo les había dicho, que se les pasó rapidísimo, que lo disfrutaron mucho. Ellas se dieron cuenta de que podían enfrentarse a un auditorio en inglés, y que podían comunicar sus ideas. “Y les entendíamos cuando nos hablaban, maestro”, me dijeron. Fue algo que las enriqueció como personas.
Viajaron contigo y el maestro Juan Manuel, pero sin sus padres u otro familiar. Más allá de lo académico, eso habla de la confianza que te tienen como líder…
Claro, porque una cosa es cuando nos vamos de campamento por tres días, y en el territorio nacional. Si pasa algo, se llama a los padres y vienen corriendo. Acá hicieron confianza en nosotros y en mi esposa (que viajó conmigo, y se pagó su pasaje y su estadía). Pero sí, habla de un voto de confianza. Y el cuidado que a mí me gusta tener, ya sea en un paseo a la esquina de la escuela, a Montevideo o al exterior.
Junto a tu pareja Esther participaron en el programa internacional de telerrealidad La Gran Carrera (The Amazing Race) en su quinta temporada. Y quedaron en segundo lugar en The Amazing Race Latinoamerica 2013. ¿Es un reality show?
Sí, es un programa americano, en donde vos con tu pareja —son 11 parejas— llevás todo tu equipaje en una mochila y vas de ciudad en ciudad haciendo diferentes tareas, como prendas. Vas con un camarógrafo y un productor, te dan una pista: “Usted está en tal lado, viaje en taxi hasta tal lugar y ahí busque el buzón de pistas”. Llegabas y la consigna era: “Suba hasta el piso 10 y descúelguese hasta el lobby”. Era un programa de TV que nos gustaba a los dos. Cuando llegó la versión latinoamericana, nos postulamos año a año. Cuando nos llamaron, mi esposa estaba embarazada, entonces dijimos que no. Pero perdimos el bebé. Después volvimos a intentar ser padres al segundo año. Y necesitábamos dinero para costear los tratamientos. En la quinta temporada nos volvieron a llamar. Nos dijeron: “¿Están libres?”. “Sí, estamos libres. Y vamos a ir por esto”, le dije. Era porque queríamos costear el tratamiento… (Darío se emociona. Pide unos segundos para recuperar la calma y continuar la charla).
A Esther le tocó descolgarse de un puente en Curaçao, desde 60 y pico de metros. A mí me tocó hacer bungee. Nos tocó trabajar en Pepe Cuervo, donde hacen tequila. A mí me tocó limpiar el lugar donde hacen los agaves, había un calor de morirse en pleno julio. En México, a ella le tocó comerse tres tacos muy picantes. Estuvimos en Colombia, en Panamá estuvimos en un archipiélago de 365 islas, ahí me tocó bucear con un snorkel y encontrar un caracol entre 100. En Iquitos me tocó subir una palmera y cortar un gajo. ¡Siempre habíamos querido participar de ese juego! El premio era de 250.000 dólares. Y perdimos por 5 minutos… Ganó una pareja argentina. Fueron 13 episodios en un mes, y llegamos al último episodio. Fue una experiencia que nos fascinó, y la volveríamos a hacer mil veces.
Volvamos a la educación. ¿Qué potenciaste como educador durante la pandemia? ¿Qué aprendizajes te dejó la pandemia en tu rol de educador?
Primero, aprovechar los tiempos. Segundo, la centralidad del estudiante siempre. Como director, el bienestar de los niños, pero también el bienestar de los maestros. Fue una época difícil para los directores, eso te lo puedo asegurar. Teníamos 40 brazos y en cada mano teníamos algún petitorio de alguien: de las familias, de los maestros, de las autoridades. Aprendimos a trabajar en equipo, aprendimos a trabajar en base al análisis de nuestras prácticas, algo que seguimos haciendo desde la pandemia. Entonces, tus compañeros te analizan y te dicen: “Esto estuvo bien, aquello estuvo mal, tal cosa está buena que la mejores”. Y a valorar todo lo que se logra. Y la tecnología, ya lo veníamos trabajando, pero se potenció mucho más. El Google Drive en 6°, desde la pandemia, es regla. Lo usamos a la par de la plataforma Crea.
“Ellas se dieron cuenta que podían enfrentarse a un auditorio en inglés, y que podían comunicar sus ideas. ‘Y les entendíamos cuando nos hablaban, maestro’, me dijeron. Fue algo que las enriqueció como personas”
¿Está tan mal la educación uruguaya, como dicen las pruebas Pisa y los altos niveles de deserción? Te lo pregunto porque tus logros y los de tu escuela van a contramano de todo eso…
Mirá, mi señora estudia profesorado de Derecho, y el año pasado hizo su práctica de 4° año, que es cuando tenés un grupo a cargo. Ella estaba en un liceo en un contexto muy desfavorable, con chiquilines no querían nada, que en los primeros días le elevaban la voz. Y ella les dijo: “Yo no les voy a gritar, porque yo los respeto”. Es propio de cada uno, de cómo te comprometés. Ella terminó el año lectivo con chiquilines que la adoraban, y que habían aprendido un montón de cosas. Uno de ellos, de escasísimos recursos, le regaló una medallita que decía: “Para mí fue un honor haber sido su estudiante”.
Es el ejemplo de La sociedad de los poetas muertos, o la serie catalana Merlí: el docente que al principio es resistido, y termina siendo inspirador…
Yo te puedo hablar de dos casos: de ella y de mí, no de más. Yo no quiero meterme en camisa de once varas… Cuando yo estuve en mi beca de Fullbright visité una escuela de Estados Unidos, la directora divina, los maestros comprometidos, yo veía que había un trabajo que estaba pensado para obtener buenos resultados en una prueba, ¿entendés? Tal vez —no sé cómo decírtelo—, tal vez yo, desde mi poco conocimiento del sistema educativo y desde mi poco conocimiento de las políticas públicas, tal vez tendría que haber una alineación entre lo que enseño, la realidad de mi institución y la prueba que voy a aplicar. Si vos me traés una prueba estandarizada, y hay un programa sí, pero yo ese programa lo trabajo de otra forma, tal vez busco que los niños desarrollen otras habilidades diferentes a las que se evalúan, ahí me dará un resultado diferente a lo esperado.
Hay una imagen muy gráfica: el que suba más rápido el árbol gana, y tenés a un cocodrilo, a un mono, a un león y a un pez. Es obvio que va a ganar el mono, porque él tiene las habilidades para desarrollar eso. Tal vez se evalúa algo, o una metodología, que nosotros no estamos aplicando.
El 38% de los estudiantes que ingresan a carreras de Formación Docente no tienen las habilidades necesarias en escritura y el 56% tienen un nivel bajo en lengua. Así lo informó el presidente del Codicen, Robert Silva, y explicó que esto significa que “no tienen los niveles mínimos de desempeño en producción escrita y en comprensión lectora”. Son resultados de un estudio del Consejo de Formación en Educación. Son números nada alentadores sobre las competencias de tus colegas, y lo dicho, van en el sentido contrario de los logros que tú exhibís con la escuela de Las Violetas. ¿Qué reflexión te despierta?
Yo desconozco cómo es la formación. En mi escuela, no tenemos maestros practicantes, decidimos no tener porque ninguno se beneficiaba. Ellos esperaban una ruralidad neta, y a veces nuestra ruralidad es un poco cambiante, no se adecuaba a lo que el futuro maestro iba a recibir en su práctica en nuestra institución. Yo no voy a hablar en desmedro de los profesores actuales, porque no los conozco [a los profesores que trabajan en Formación Docente]. Cuando yo me formé, tenía profesores excelentes y había clases en las que aprendíamos muchísimo. Y mucho de lo que no aprendíamos, lo aprendíamos en las prácticas, en cada una de nuestras escuelas. Era un trabajo de 8 o 10 horas diarias, durante cuatro años, y eso nos formaba muy bien.
Lo que te digo es que si yo reflexiono no como director de la escuela 88, sino como integrante de la sociedad, y veo esos resultados, a mí me preocupa. Si puedo tener acceso a ver qué estrategias voy a emplear en formación docente para que eso no sea así, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puedo implementar para que esto no ocurra?
“El que suba más rápido el árbol gana, y tenés a un cocodrilo, a un mono, a un león y a un pez. Va a ganar el mono, porque tiene las habilidades para eso. Tal vez se evalúa algo, o una metodología, que nosotros no estamos aplicando”
¿Cuál es tu opinión de la transformación educativa?
La veo bien. Si ves lo que te conté, nosotros ya veníamos por ahí: la centralidad del estudiante, el trabajo por competencias, el relacionamiento con el otro, el trabajo con el otro, eso es el meollo de la transformación educativa. El trabajo por proyectos también, eso ya lo veníamos implementando en nuestro centro. Yo la veo bien. Y si tenemos autoridades que están ocupando un cargo y consideran que esto es lo mejor para el país, yo les tengo que creer, sean del partido que sean. Porque son mis autoridades. Son las personas idóneas en el cargo.
¿Hay una receta para hacer mejor las cosas en cada centro educativo?
No sé si hay recetas. Puede haber consejos. Un consejo: conocer a los gurises, conocer la realidad, eso es fundamental. El compromiso de cada uno de nosotros, eso tiene que estar presente siempre, con eso no se transa. La dedicación en esas cinco horas que estás en la escuela. Comprender la responsabilidad de trabajar con niños, en todo momento, en clase, en el recreo o en una salida didáctica. Eso es lo fundamental para desarrollar las actividades.
¿Sos feliz?
Sí. Siempre hay matices, pero a ver… Como hablamos siempre con Esther, cuando pensamos que no pudimos ser papás. ¿Nos vamos a quedar anclados en eso? ¿O vamos a ver otras cosas positivas que tenemos en la vida?