Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Esta entrevista comienza por el final. Ya se habían terminado los cortados y los scones de queso, ya me había contado si es feliz o no, y antes de apagar el grabador, cómoda con la charla, Graciela Rodríguez (65) desarrolló un soliloquio catártico: “Estamos viviendo un momento humano muy difícil. Hay muchos desencuentros. Hay mucho individualismo, no hay empatía. Y en cuanto a las parejas, con todo lo de las redes, se ha desvirtuado todo, porque yo puedo conocer a alguien y no por eso irme a una cama. Me ha pasado: te cae bien, parece una buena persona, bueno, vamos a tomar algo. Y no le entra a la otra persona que no quieras acostarte. Che, mirá que capaz que esto [la charla] es mejor que lo otro, ¡que capaz que es un desastre! Y hay desencuentros generacionales. Yo tengo amigos de 70 años que están con mujeres de 40, y a mí me escriben hombres de treinta y pico o 40. Y yo pienso, ¿qué necesidad tiene este chico, que no tiene todavía 40 años, de estar con un cuerpo de 65? No hay lugares para determinada generación o determina cabeza”, dijo, como si estuviera recitando su unipersonal de humor.
Entonces, le pregunté si sentía que en Uruguay había una grieta o realmente somos tan distintos a los argentinos como nos creemos. Graciela —que probablemente fue víctima de esa polarización como funcionaria de la IM— dijo que no somos tan distintos, que en realidad “hay mucha hipocresía”.
Y peroró: “Hay hipocresía en el feminismo, por ejemplo. Yo lo digo en el espectáculo del Undermovie: el día que las mujeres dejemos de escribir en las redes ‘esta se hizo toda’ o ‘que no se ponga tanto bótox’. La gente no sabe… A mí me pasó hace poco. Una señora me puso ‘dejate de ponerte bótox’. Yo le contesté: ‘Si me pongo bótox es mi problema. Si tú no me reconocés, una pena. Pero quiero decirte que tuve cáncer, tengo 20 kilos más, y la cara cambia cuando engordás’. No es para justificarme. Entonces, cuando vemos a alguien muy delgado o muy gordo, tenemos que ver qué pasa detrás. La persona puede estar en un estado depresivo (que lo pasé, antes del covid) y tomé medicación. Esto que me pasó no fue porque sí. Y esa mujer fuerte que de afuera se piensa que se lleva el mundo por delante, y capaz que hasta conquista a un hombre porque piensa que esa mujer se lleva el mundo por delante… y no. No nos tenemos que quedar con lo que vemos. Es fácil decir: ‘Aquella es una rompehuevos’, ‘aquel es un boludo’. Nos quedamos con la fácil. No… Por algo existen la mesa de un boliche, el café o el cortadito. Eso se ha dejado. Tenemos que involucrarnos más”, opinó.
Antes de ese desahogo improvisado, la destacada comediante habló de su vocación, su carrera como empleada de la Intendencia de Montevideo y su tortuosa jubilación forzada, el éxito con Decalegrón, la actuación frustrada con Don Francisco, el cáncer de ovarios que superó este año, las ganas de volver a enamorarse y la vuelta a las tablas en dos versiones: como actriz dramática en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y como humorista en su propia obra de stand up, Adopto pareja o mascota.
“Cuando me iba, Escardó me paró y me dice: ‘A vos te gusta esto, ¿no, nena?’. ‘Yo quiero hacer esto ahora y no cuando tenga 40’, dije. ‘Bueno, vení los lunes’. Y yo hice banco durante un año. Desde ahí fue mágico estar en Decalegrón”
¿Cuándo te diste cuenta de que querías ser actriz?
Siempre me di cuenta, desde chica. Yo imitaba mucho las cosas de mi época, imitaba a los cantantes, cantaba los jingles de la televisión. ¡Yo hacía un show! Iba a la casa de mi madrina los sábados de tarde, en los escalones y con un vaso, yo imitaba a Leonardo Favio, a Sandro, a Violeta Rivas, ¡a todos! Y en la escalera que daba al altillo, donde ella tenía su lugar de costura, yo cantaba los jingles, mientras ellos jugaban a las cartas.
Y a los 24 años ingresaste a la EMAD…
Sí, sobre el final. En mi casa me dijeron: “Vos estudiá y después hacé eso”, y “eso” era la Escuela de Arte Dramático [EMAD]. Yo había hecho profesorado de Literatura e Idioma Español, y había estudiado Servicio Social. En ambas carreras me quedan un año, no las terminé, porque me fui tirando hacia la actuación. Hasta los 25 se podía entrar a la Emad, así que unos meses antes, entré.
A los 28 ingresaste a Decalegrón, histórico programa de humor uruguayo en canal 10. Trabajar en ese elencazo (Eduardo D’Ángelo, Ricardo Espalter, Enrique Almada, Julio Frade, entre otros) te hizo conocida. ¿Cómo podrías resumir esa experiencia?
Fue hermoso, me marcó. Yo había terminado la EMAD, había sido becada en la Comedia Nacional un año, por mis notas. Yo no había hecho boliche, iba a la Intendencia a trabajar y de ahí a mi casa. Mi padre nunca me vio actuar, porque falleció antes. Yo iba a la EMAD, salía a las 14 y 14:30 entraba al Parque Hotel (donde trabajaba para la Intendencia de Montevideo) y de ahí salía 22:30. Estuve casi 15 años en Decalegrón.
Entré así: [El actor Alberto] Candeau paraba en el bar Hispano, él había sido jurado de mis exámenes en la EMAD. Fui y le dije: “Candeau, yo quiero hacer reír”. Él me dijo que iba a hablar con un amigo, que era Jorge Escardó —hermosa persona—, y él fue y me presentó a todos: a D’Angelo, Almada, Espalter, y dijo: “Ella es egresada de la Escuela de Arte Dramático, tiene mucho que ofrecer, y es la sobrina de Pedro Novi (el que hacía de Pacheco Areco)”. “Sí, pero no necesitamos a nadie. Muchas gracias”, contestó uno de ellos. Y cuando me iba, Escardó me paró y me dice: “A vos te gusta esto, ¿no, nena?”. “Yo quiero hacer esto ahora y no cuando tenga 40”, dije, pensando que a los 40 sería una vieja. “Bueno, vení los lunes”. Y yo hice banco durante un año. Una vez grabé un sketch, que salió al aire, y seguí haciendo banco. Y a partir de ahí fue mágico… Yo todo lo que hacía, no pensaba en la transcendencia que podía tener en el público, en los medios. Yo jugaba, yo quería ser actriz, pero no por el éxito y ser famosa, sino porque me gustaba actuar.
En El origen del humor, con Facundo Ponce de León en canal 12, quedó bastante claro que había un ambiente machista, donde no se les daban cabida a las mujeres y reconocimiento a las mujeres humoristas (que sí tenía el programa). Vos contaste hace unos días en PH, de canal 4, que fuiste tapa de Sábado Show y nadie del elenco te felicitó. ¿Cómo lo ves en perspectiva?
Pero no era por ser mujer, eh. Era a cualquiera que no fueran ellos. Además, ellos no tenían buena relación con Sábado Show, entonces, seguro, no te felicitaban. ¿Cómo lo veo en perspectiva? Lo mismo que pensé en ese momento: a mí, mientras no me faltaran el respeto —y no lo hicieron— y no existiera un abuso, yo lo tomaba bien. No me dejaban entrar a las reuniones de producción, por ejemplo. Eran solo ellos [Espalter, D’Angelo, Almada y Frade] y los productores. Sentí machismo, sí, pero yo me les fui de las manos a ellos, porque era tapa de revista, porque veían la repercusión de mis trabajos. Yo hacía personajes de composición, esto es, que hacía de hombre, de lesbiana, hacía con veintipico de alguien de mi edad actual, de lo que sea. A mí me dejaban improvisar, incluso. Era un ambiente machista, pero siempre me sentí respetada.
“Fui con Ana Olivera y le dije: ‘Yo no quiero ni cargo ni más dinero, quiero estar en algo que tenga que ver con lo mío’. Me dijo: ‘Bueno, vamos a ver, vamos a ver’. Fue muy protocolar, para cumplir. Y por eso me jubilé, muy dolida”
Paralelamente, trabajabas en la Intendencia de Montevideo, pero nunca en una tarea vinculada a la cultura. ¿A qué lo atribuís?
Ni idea. Lo intenté en los últimos dos años, y fijate que entré en el año 79. Yo era administrativa. Al principio estaba en la Secretaría General del departamento de Actividades Productivas y Comerciales, que funcionaba en el Parque Hotel, en el primer piso. Con una máquina de escribir escribía los decretos, relacionaba, foliaba, adjuntaba un expediente con otro, allí se llevaba registro desde comprar pintura hasta contrato de personal de la banda Sinfónica, el Solís, la Sala Verdi. Era una pequeña intendencia.
Años después, por medio de una directora, me pasaron a TV Ciudad. No fue buena experiencia. La persona que me llevó se fue antes de mi primer año ahí, y quedé ahí. Una vez la secretaria me vio muy triste y me llevó a hablar con Ana Olivera, que era la intendenta. Fui con Ana y le dije: “Yo no quiero ni cargo ni más dinero, quiero estar en algo que tenga que ver con lo mío”. Me preguntó: “¿Y cómo está Fulano? ¿Y cómo está Mengano? Bueno, bueno, vamos a ver, vamos a ver”. Fue muy protocolar, para cumplir. Y por eso me jubilé, muy dolida. Y yo no hice carrera administrativa, por eso desde que entré tuve el mismo grado. Mi carrera era la actuación.
¿Cómo te afectó haberte jubilado como funcionaria de la IM?
Me afectó la manera en la que me jubilé. Yo me podía haber quedado, me jubilé porque no aguantaba más. Yo era del Frente Amplio [FA] y la decepción fue muy grande. Yo entré con los colorados, y veía cosas, y pensaba: “No, el Frente no, el Frente no”, y… el Frente sí, el Frente sí, lamentablemente. Yo no tuve despedida, no tuve nada, y eso que mis compañeras me iban a ver al teatro. Yo estaba resentida y, bueno, me fui mal de la Intendencia.
Volvamos a la actuación: fuiste elegida para representar a Uruguay en El Show de Cristina, en Estados Unidos, ¡y llegaste con una bolsita de nailon! ¿Cómo fue eso?
Esa soy yo, ¿ves? Esa soy yo. Fui elegida por la producción de Cristina, éramos todas mujeres, después las conocí y fui a grabar a Univisión. Un equipazo maravilloso. Bajé del hotel a la recepción, y vi una movida abajo, y veía Verónicas Castros por todos lados, me refiero a mujeres súperproducidas, muy maquilladas, con secretarios. Pensé que era un evento de turismo. Me acerqué a la recepcionista y me prestó un bolso de ella, cuando llegó la camioneta para llevarnos a Univisión, confirmé que eran ellas las otras participantes. Fue una experiencia hermosa. No me saqué ni una foto, ni con Cristina. Estuve tres días, y me pagaron porque gané. Me dieron 1.000 dólares y una copa que traje en el avión, el 90 % de plástico con una base de mármol, fue en 1989.
Esa experiencia te dio el pase para ir al programa de Don Francisco… pero no fuiste.
Yo estaba atrás del Banco República en un restorán con Juancho Saraví y Nelson Lence. Nos íbamos a la caravana final de Pinchinatti [N. de R.: un político excéntrico y caricaturesco encarnado por Ricardo Espalter, fue furor en 1989]. Me llaman con un tono gringo y me dicen (imita acento extranjero): “La iamamos de la producción de Don Francisco, queríamos invitarla…”. Le digo: “Dale, Don Francisco, no embromes, que estamos por salir a la caravana de Pinchinatti, y esto está lleno de gente”. “Mire, hablé con su mamá, Aída, una mujer simpática”. Ahí me di cuenta que era verdad. Me pide material mío. Saqué el material del garaje, lo dejé todo en un rinconcito para armar un book o mandarle VHS.
Cuando me llama por segunda vez, días después, yo estaba en una cama solar, desnuda, y me dice: “Estamos esperando el material”. “Ay, ¿me da el teléfono otra vez?” Y anoté con un lápiz de labios en un papel. Y nunca se lo envié… No fui a Don Francisco, porque nunca mandé el material. Soy muy boluda para preparar material, casi no tengo redes. Son esas cosas mías…
“A mí me decían ‘cachalote’ y después supe que es un pescado. Y ‘la feíta de Decalegrón’ muchas veces. Una vez en la playa pasó alguien y le dijo a su pareja: ‘No es tan fea como en la tele’. Ahora la gente pone en redes que ‘me hice toda’, y no, engordé”
¿Sufriste bullying en la niñez?
A la distancia te puedo decir que sí. A mí me decían “cachalote” y después supe que es un pescado. En el barrio me decían “Bubu” y no sé por qué. Y “la feíta de Decalegrón” me dijeron muchas veces. Yo llegaba a la playa, me sentaba y me sacaba la ropa sentada (siempre traumada con el cuerpo), y pasó alguien y le dijo a su pareja: “¿Viste? No es tan fea como en la tele”. Ahora la gente pone (en redes) que “me hice toda”, y no, ahora estoy más gorda. Tengo 65 pirulos y engordé.
Dijiste en PH que ese bullying se amplió en Decalegrón, tanto a la hora de trabajar, como en las devoluciones del público. Desde afuera, con todo tu histrionismo, siempre se te vio como una mujer muy segura. ¿Podrías decir que esas burlas alimentaron cierta inseguridad en vos misma?
Esa mujer segura que todos veían era una fachada, pero en realidad no. Yo soy insegura. No sé si fue a causa del bullying, o es una herramienta que yo uso para no creérmela. Porque yo, hasta el día de hoy, ensayando Virginia Woolf mostré una inseguridad terrible.
Recuerdo un sketch en Decalegrón donde salías del agua en malla, toda sensual, en cámara lenta…
Bueno, una amiga mía, que vivía en el exterior, llegó a Montevideo, y vio ese sketch, donde yo hago de modelo sexy saliendo del mar. Y después fue a verme a Italia Fausta, donde yo estaba con una mini mostrando cuerpo, y me dijo: “Si adorarás esto (la actuación) que como sos vos en tu vida, te mostrás así al actuar”. Yo soy tímida, soy pudorosa, hasta con una pareja. Pero actúo y me olvido que soy yo, después no me veo. En la cancha, me olvido, pero en el proceso de construir un personaje, soy insegura.
El 28 de marzo pasado sentiste una puntada, al día después fuiste al médico, y 10 días después te descubrieron un tumor bastante grande. Te operaron de un cáncer de ovarios. ¿Pensaste “por qué a mí”?
No, no, no… Yo sentí una puntadita en los intestinos. Pensé que era por el colon irritable y la gastritis aguda que tengo. Como tengo antecedentes familiares por los intestinos, pensé que era por eso. Por insistencia de una amiga, fui al médico. Como a la media hora de los análisis, me dicen que había una tumoración de 17 centímetros. Pero en ningún momento, hasta el día de hoy, pensé: “¿por qué a mí?”. Al contrario, más bien soy de la frase: “Será lo que tenga que ser”. Me sacaron ovarios, útero, apéndices y grasa intestinal. Fue grande la operación.
¿Sabés qué cosas despertaron el cáncer? Me refiero a aflicciones, angustias o amarguras que arrastraras y terminaste somatizando...
Creo que sí, que hubo cosas que tuvieron mucho que ver: la muerte de mi mamá, una jubilación [como funcionaria de la IM] que no fue linda, porque me jubilé y parecía que nunca hubiera trabajado, ¡y entré en 1979! Me fui con mucho resentimiento, con 30.000 pesos de jubilación, además. Después de jubilada, hablé con un director de TV Ciudad y me dijo que no había lugar, y había compañeros que habían contratado, se creaban cargos… Me dio mucha pena. Entonces: el fallecimiento de mi madre, que era mi amiga, la jubilación, y la ruptura de mi última pareja, todo eso tuvo que ver, creo. Y vino el covid y paralizó el trabajo.
“¿Por qué tenés que militar para tener un puesto? Me doy cuenta que todos los partidos son iguales: colorados, blancos y el Frente Amplio. Y en los medios pasa lo mismo. El amiguismo manda”
No haber sido militante del FA ¿pudo haber tenido algo que ver con no haber tenido nunca lugar en la cultura de la Intendencia?
Yo fui del Frente, pero nunca puse una bandera en el balcón de mi casa, ni un pegotín en el auto o en el termo. No tenés por qué, y más en mi actividad. Un amigo me dijo: “Es increíble que una mujer inteligente como vos siga creyendo en Alicia en el país de las maravillas”. Yo sigo creyendo en la trayectoria, en la buena persona. Entonces, cuando vos tenés trayectoria, sos buena persona, y no tenés antecedentes de mal compañero en tus anteriores trabajos, no puede ser que no tengas laburo en los medios. Y lo mismo pienso en la Intendencia: ¿por qué tenés que militar para tener un puesto? Me doy cuenta que todos los partidos son iguales: colorados, blancos y el Frente Amplio. Y en los medios, insisto, pasa lo mismo. El amiguismo manda. Y el amiguismo rompe el casting. Armás un programa, está genial, pero elegís a las personas por amiguismo o por intereses, y ya no es el equipo para ese programa. Hay uno o dos que no están para ese programa. Vos tenés que trabajar para un programa. Por eso a veces fallan los programas.
¿Extrañás trabajar en televisión?
Muchísimo. Desde hace unos cuantos años, extraño. En Buenos Aires ves que a gente de mi generación le están dando otra vez espacio. Con 65 años vos tenés toda la experiencia de otros que te enseñaron, y puede haber un complemento genial con los jóvenes de ahora. Cada vez que voy a un programa como invitada, sin que yo lo pregunte me dicen: “¡Viste la repercusión que tuviste! ¡Qué bien que salió!” Y yo me pregunto: ¿cómo? ¿Sirvo como invitada, pero no para estar dentro de un proyecto? Ojo que no tiene que ser un programa de humor. No es el momento de los programas de humor, pero no en Uruguay, en el mundo no lo es. Es el momento del entretenimiento, entonces, ¿por qué no puedo estar en un programa de entretenimiento?
¿Sentiste angustia por no haber sido madre, o no es algo que te haya preocupado?
Sí, sentí. Hubo una etapa en mi vida que sí, hasta que dije: “basta, yo vine a esta vida a dar un servicio: a hacer reír, a entretener a la gente, y no puedo estar pensando siempre por qué, por qué, por qué”. Ahora, con el tiempo, me quitan los órganos claves para haber sido madre. En realidad, yo nunca supe si no podía ser madre. No lo busqué. Yo estuve mucho tiempo sin pareja, muchos años sin pareja. Tuve dos parejas importantes en mi vida, y yo cuando estoy en pareja me entrego mucho y postergo otras cosas. Entonces, bueno, cuando pude haber sido madre, no fui madre, y después, ta… Hay que seguir.
“En el estreno de Virginia Woolf me emocioné. Pensé en las vueltas de la vida, en qué lindo que estaba ahí, actuando. Soy muy emocional. Hay gente que me pregunta: ‘¿por qué sentís tanto?’ Yo les preguntaría: ‘¿y vos por qué no sentís tanto?’ Yo soy intensa en todo”
Hoy estás en dos obras, muy distintas: ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, un clásico, con la dirección de Jorge Denevi en el Teatro Alianza, y Adopto pareja o mascota, un unipersonal de humor en el Undermovie. ¿Por qué la gente tiene que ir a verlas?
Son el día y la noche. Adopto pareja o mascota la escribí yo, es un stand up, dura una hora y media, y es una fiesta. Esa obra me marcó mucho porque la estrené el 27 de marzo, y al siguiente jueves ya no pude hacerla porque estaba internada. Entonces, cuando volví en agosto fue muy movilizador. Y es una fiesta… Soy una agradecida a la gente, al público. Si hacés una obra así y funciona es porque va la gente. Viste que cuando te separás te dicen: “¿por qué no te metés en una aplicación para conocer gente?”, y si no, te dicen: “¿Y si adoptás una mascota, para no estar sola?” En ese pensamiento mío, empecé a escribir. La gente disfruta porque se siente identificada.
Y Virginia Woolf nunca pensé que me iba a tocar, es un texto maravilloso de Edward Albee. Es una de esas obras, como dice el Flaco [Denevi], que tendrían que estar en cartel siempre. Tenemos que estar orgullosos de tenerla en Uruguay. La gente no se puede perder esa obra, vayan a verla para saber por qué. Es una crítica social, religiosa, habla también de la soledad en compañía. Tiene muchísimo humor, porque la gente se ríe mucho, y al final no tenés ganas de reírte. Es un juego, es una obra dentro de otra obra. Estos personajes, que son un matrimonio [N. de R.: ella y el personaje que interpreta Ariel Caldarelli] están unidos por una mentira, que no vamos a decir cuál es. Es la infelicidad de esa mujer, que tiene un nivel cultural que no le sirvió, y ella no llegó a hacer nada a nivel profesional. Se hizo adicta al alcohol, y un marido que… No quiero contar más. Es magistral cómo está escrita.
¿Necesitabas volver a trabajar tras tu quebranto de salud y recibir el cariño de la gente?
Sí, claro. Virginia Woolf era un proyecto de antes del covid, y se suspendió por la pandemia. Después, la Alianza compró nuevamente los derechos, y cuando se iba a estrenar yo caí internada. El Flaco y la Alianza me estaban esperando. Me costó mucho el proceso para construir el personaje.
Fui a ver el estreno de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y terminaste muy emocionada al final de la obra, cuando el público los aplaudía. ¿Por qué?
Porque se me cruzó todo lo que viví. A mí me operaron el 11 de abril, después tuve quietud, y era un cáncer que no nace donde se encuentra. Entonces, eso me preocupaba. Pensé en las vueltas de la vida, en qué lindo que estaba ahí, actuando. Yo soy muy emocional. Hay gente que me pregunta: “¿por qué sentís tanto?”. Y bueno, y yo les preguntaría: “¿y vos por qué no sentís tanto?” Yo soy intensa en todo. Y en esta obra se dio que hay un equipo hermoso, con dos actores jóvenes como Natalia [Sogbe] y Gerónimo [Bermúdez], que tienen que estar orgullosos de estar a la par. Hay un equipo.
En el Undermovie sos más auténtica, sos Graciela, y estás en la comedia, donde te sentís como pez en el agua. Bailás y cantás a los gritos. ¿Es una forma de celebrar la vida?
¡Sí! Yo estrené con un vestuario, y lo cambié, y termina con una canción de Sergio Denis que es “celebrando la vida”. “La vida vale la pena”, se llama. Dice: “Que a pesar de todos los males, la vida es buena”. La elegí a propósito.
¿Sos feliz?
(Piensa) Sí… la felicidad son momentos. Yo cumplí años el sábado pasado y estaba feliz, almorzando con mi hermano, mi sobrino, mi cuñada, después hice función, y de noche terminé en lo de un amigo, que me organizó una reunión, que es Julio Morere, de “Las tortas de Julio”, y fueron Alejandro Martínez, Leo Franco, Eunice [Castro] y varios amigos más, y la pasé bárbaro. Esos son momentos de felicidad. ¡Estoy riéndome mucho! Me río mucho… Y ahora me dio el deseo de enamorarme y de tener una pareja.