Por The New York Times | Thomas Gibbons-Neff
Russian Invasion of Ukraine (2022) Defense and Military Forces Bakhmut (Ukraine) Afghanistan War (2001- ) Wagner Group Prigozhin, Yevgeny V Zelensky, Volodymyr Putin, Vladimir V Donbas (Ukraine) Marja (Afghanistan) Ukraine Russia Pocas semanas antes de que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski visitara la ciudad de Bajmut en diciembre, un soldado con el distintivo de llamada militar “Oso” miraba por la ventana de un ruinoso sexto piso, con vista a los confines orientales de la ciudad. Me quedé en silencio a su lado. Abajo la batalla se desarrollaba con una ferocidad silenciosa.
Los cohetes iluminaban el cielo. Un tanque ardía en la distancia. Hacia el sur, las municiones incendiarias rusas flotaban hacia abajo: el delgado arco de las llamas blancas encendía pequeños fuegos en el suelo, pero poco más. No quedaba nada que quemar, el área ya había sido bombardeada hasta más no poder.
“Bajmut”, escribí en mi diario, “está en mal estado”.
Esa fue una larga noche entre cientos de jornadas en las que Bajmut se convirtió en el punto focal de algunos de los combates más feroces de la guerra, y en un enclave muy deseado por Rusia que las tropas ucranianas defendían de manera tenaz. Hoy, la ciudad de Bajmut parece haber caído en manos de los rusos después de 10 meses, dejando miles de soldados heridos o muertos y una pregunta persistente: ¿cómo una ciudad anodina de la que el mundo nunca había oído hablar se convirtió en el sitio donde ambos bandos decidieron combatir hasta el final, sin importar el costo?
“Parece que todos los buitres están aquí”, me dijo un soldado —a través de un mensaje— cuando una multitud de periodistas apareció en marzo, momento en que la ciudad parecía estar a punto de caer. “¿Dónde estaban antes de que esto se pusiera tan terrible?”, escribió.
La trayectoria de una guerra es desconocida. Los combatientes, los vientos políticos y las estrategias militares influyen por igual en las batallas libradas y la violencia posterior. Bajmut, un antiguo puesto cosaco de avanzada que al comienzo de la guerra era un pueblo minero de sal, simplemente fue el lugar donde chocaron dos ejércitos. El orgullo, el desafío y la terquedad pura rápidamente le otorgaron a la ciudad una importancia desmesurada.
Faluya, en Irak, también era desconocida para gran parte del mundo hasta que Estados Unidos trató de acabar con una creciente insurgencia en 2004. Hubo dos batallas por la ciudad, una que transcurrió en tres semanas y otra que duró seis. Fueron combates intensos pero mucho más pequeños en escala que la destrucción y pérdida de Bajmut.
Gettysburg era un lugar ondulado lleno de colinas y campos típicos del sur de Pensilvania, pero resultó ser el sitio donde tres días de combates inútiles acabaron con las posibilidades de Robert E. Lee de cambiar la Guerra Civil a su favor. Iwo Jima no era más que el enclave de una isla en el Pacífico, pero Estados Unidos la necesitaba para sus bombarderos de largo alcance, y la lucha por controlarla se convirtió en una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial.
Pero ya sea Bajmut, Iwo Jima o Faluya, el final de la batalla, sin importar lo que esté en juego o quien resulte vencedor, siempre es el mismo: pérdidas insondables y la necesidad de enfrentarse a lo que viene después. ¿Cómo recuerdas a los muertos y te preparas para lo que temes que será la indiferencia estratégica de tus líderes, quienes están tramando sus próximas campañas con batallas que podrían causar tu propio fin?
“El enemigo”, dice Yossarian, el personaje de Joseph Heller en Trampa 22, su novela de la Segunda Guerra Mundial, “es cualquiera que quiera matarte, esté en el lado que esté”.
Para el lunes por la mañana, los funcionarios ucranianos hablaban de controlar las “afueras” de Bajmut y preparar operaciones en los flancos, una sutil indicación de que la batalla dentro de la ciudad había llegado a su fin. En medio de los escombros, la población previa a la guerra de unas 70.000 personas se ha reducido a unos pocos miles de habitantes o menos.
Hubo un momento en que parecía poco probable que los rusos pudieran capturar Bajmut. El ejército ucraniano los había expulsado de Járkov en septiembre pasado. En noviembre, liberaron la ciudad portuaria de Jersón. Ucrania estaba ganando. En Bajmut, algunas personas tenían la esperanza de que las tropas de Kiev siguieran avanzando y cambiaran el rumbo de una vez por todas.
A pesar de sus derrotas en otros lugares; las tropas de Moscú junto con las fuerzas mercenarias de Wagner, el grupo respaldado por el Kremlin que lideraba el asalto a Bajmut, nunca dejaron de atacar la ciudad.
El presidente ruso Vladimir Putin había dejado claro que sus fuerzas iban a capturar Bajmut y luego apuntarían a la totalidad de la región rica en minerales de Donbás en la que se encuentra. No hubo calma invernal: el suelo se endureció y el metal de los obuses y las Kalashnikov se volvió doloroso al tacto de dedos entumecidos por el frío. La primavera acaba de traer más destrucción en forma de feroces y sangrientos combates callejeros.
Durante meses, los analistas militares, los funcionarios occidentales y los medios discutieron sobre la “importancia estratégica” de Bajmut, como si alguna jerga militar pudiera hacer más fácil digerir la pérdida de una ciudad entera a manos de un ejército invasor. Los rusos podrían usar mejor sus recursos, dijeron los analistas. Ucrania debería retirarse a una mejor zona y continuar su ofensiva en otros lugares, agregaron.
Recuerdo a los expertos y a la prensa en 2010, cuando participé en una batalla diferente como soldado de infantería de la Marina en el sur de Afganistán: la batalla por Marja. Ni de lejos fue tan violenta como lo que presencié en mis muchos viajes a Bajmut como periodista de The New York Times, pero al igual que los soldados ucranianos que luchan por su ciudad, sabía que el mundo estaba mirando.
Qué poco significó eso en 2010, cuando ningún escrutinio público determinaría si mis amigos vivían o morían. Y qué poco significó para los soldados que luchaban en Bajmut, donde cada minuto en el que no estaban bajo bombardeos o ataques era un respiro, y donde el objetivo diario era sobrevivir y mantenerse vivos.
Zelenski convirtió a Bajmut en el punto focal de la guerra cuando lo visitó en diciembre, donde apareció junto a sus soldados exhaustos en lo que parecía ser una fábrica vacía cerca del frente. La ciudad, anteriormente llamada Artémivsk, estaba en el centro de atención.
Bajmut, con sus senderos para caminar que solían estar prolijamente recortados y un pintoresco y conocido viñedo, de repente se convirtió en una importante zona estratégica, sin importar si los generales y los analistas estuvieran de acuerdo o no.
La visita de Zelenski fue lo único que necesitaban los medios y el pueblo ucraniano. “Bajmut resiste” se convirtió en un grito de guerra. La guerra tenía otra batalla campal, una que se sintió inquietantemente similar al sitio de Mariúpol y los combates en Lisichansk y Severodonetsk meses antes: defensores superados en número, luchando contra un ejército mucho más grande.
Estamos “en pleno cerco de fuego”, dijo un soldado que luchaba en Bajmut hacia el final de la batalla, antes de preguntar si The New York Times haría llegar la información adecuada al público si lo abandonaban allí.
En el otro bando estaba Yevgeny Prigozhin, el directivo de Wagner. El otrora magnate reservado comenzó a aparecer en videos en el frente de Bajmut. En las imágenes, se ve a Prigozhin animando a sus combatientes e incitando a Zelenski mientras ajusta su chaleco antibalas. En un video publicado en marzo, Prigozhin le pidió al presidente ucraniano que siguiera enviando “unidades listas para la batalla” para que sus tropas de Wagner pudieran matarlas.
También discutió con el liderazgo militar ruso, fustigándolos y burlándose de ellos, convirtiéndose en un personaje exuberante de la narrativa de Bajmut.
Fue un enfrentamiento listo para la cámara realzado por las imágenes espeluznantes que también llegaban del frente de guerra.
Los videos publicados desde el campo de batalla mostraban un paisaje repleto de cicatrices de proyectiles y salpicado de árboles destrozados. Los soldados luchaban desde trincheras fangosas con el agua hasta la rodilla. El pie de trinchera fue una afección común durante el invierno.
En poco tiempo, Bajmut comenzó a ser comparada con Verdún en 1916 (una batalla de 10 meses que tuvo cientos de miles de bajas francesas y alemanas). Pero la sangrienta guerra de trincheras en el este de Ucrania no era nada nuevo porque había sido un elemento básico del conflicto desde que los separatistas respaldados por Rusia comenzaron a luchar contra el gobierno en 2014.
Las comparaciones históricas, por acertadas que hayan sido, no hicieron nada para mitigar los horrores sobre el terreno. Durante meses, los muertos y heridos de Ucrania llegaban como un flujo constante al único hospital de Bajmut. Camillas manchadas de sangre recibieron a nuevos pacientes. Los campos circundantes estaban llenos de muertos rusos, cadáveres camuflados que apuntaban la dirección de su ataque.
La visita de Zelenski lo había dejado claro: sus fuerzas lucharían hasta el final. Bajmut se sumaría a la lista de ciudades donde murieron muchos soldados a cambio de tan solo unos pocos kilómetros de terreno devastado.
Los soldados que sobrevivan tendrán el resto de sus vidas para reflexionar si valió la pena. Y aquellos que murieron serán recordados como los héroes caídos de la batalla por Bajmut, las tropas que perecieron en una ciudad de la que mucha gente nunca había oído hablar hace un año.
Mientras estaba de pie junto a la ventana rota aquella gélida noche de diciembre, recuerdo haber pensado que, a pesar del crescendo de la artillería y el parloteo de los disparos, la batalla por Bajmut se sentía muy lejana. Dos días después, un proyectil se estrelló contra el apartamento vacío en el que habíamos estado parados.
Hoy, los rusos patrullan la ciudad. La guerra continúa. Avanzará poco a poco hacia nuevos lugares en el mapa, aún no destruidos por meses de batallas de artillería, donde podrían surgir nuevos eslóganes y donde el “significado estratégico” permanece en duda, mientras el mundo espera otro desenlace sangriento.
Thomas Gibbons-Neff es el jefe de la corresponsalía en Kabul y previamente fue infante de marina. @tmgneff