Por César Bianchi
@Chechobianchi
Para que esta entrevista fuera posible pasaron muchas cosas. Un primer mail, que tuvo respuesta (y leí con voz de Jaime, claro), y luego otro mail, otro mail, otro mail, y así, durante meses. En el medio hubo una llamada telefónica para ajustar detalles. La idea era un mano a mano para una entrevista inédita que enalteciera el libro (Casi) todos son felices (Penguin Random House, 2023), que pretendía reunir un puñado de entrevistas de este periodista publicadas en 10 años en Montevideo Portal. Pero Jaime —el artista que no precisa de su apellido para que todos sepamos de quién se habla— tenía algunas condiciones. En el medio, la entrevista casi naufragó, pero el diálogo terminó zurciendo las partes, y la charla volvió a ser posible. Tras el último mail con las coordenadas claras que le dieran un marco a la entrevista, llegó uno aparte con indicaciones para llegar a su casa en La Floresta un sábado por la tarde, que fui siguiendo mientras manejaba (e inevitablemente leí con la voz de Jaime).
Mi propósito era ambicioso: intentar retratar al artista más popular del Uruguay, un hombre que hace no tanto celebró 50 años sobre los escenarios con su catarata de hits y que desde 2006 no saca un disco con canciones nuevas. Era más que eso. Quise bucear en los recuerdos del niño que jugaba en la esquina de Durazno y Convención, entre bagayeros, judíos pobres y prostitutas, o el flaco desgarbado que se hartó de la vida que pretendían para él y se tomó un avión para despojarse de su tartamudez y otras ataduras.
Quise invitarlo a que recuerde al aventurero que se enamoró y vivió en la indigencia como un intruso, a qué pretendía el pionero que gestó la murga-canción fusionando géneros, cómo fue creciendo su ego conforme el artista fue ganando fama. O cuánto influyeron en él los Beatles, cuánto de política tienen sus canciones y cuánto ha incomodado al establishment. También quería preguntarle por qué, harto, sugirió que hagamos de cuenta que se murió, y qué más podemos esperar de él.
¿De qué forma te definió como artista haber crecido en el barrio Sur? ¿Cuánto definió ese barrio y sus peripecias a tu obra y tu identidad artística?
Desde el punto de vista autóctono de mi proyecto, influyó en un 100%, porque no solamente el candombe y la murga estaban en la calle, sino en cada almacén, en cada panadería, junto al tango que sonaba en cada una de esas radios marrones de madera que tenía la gente. Después está lo que aprendí escuchando la radio, porque en mi casa no había televisión. Es otra parte de mi proyecto que tiene que ver con la concepción universal del arte, que la aprendí en la radio y en los libros. Y cuando pude comprarlos, en los discos. Ahí no tiene nada que ver mi barrio. Ahí tiene que ver ser hijo de determinado tiempo, en una ciudad abierta al mundo, una ciudad puerto como Montevideo.
Hace unos 13 años la revista argentina SH me envió a escribir una crónica sobre qué pasa en Durazno y Convención, la esquina de tu infancia. Pasé tardes enteras allí y…
No pasaba mucho…
No pasaba nada. Tuve que escribir que era una esquina común y corriente de Montevideo, excepto porque un par de parejas de argentinos me preguntaron si esa era la esquina de la canción. Sé que hace unos meses volviste a ir a esa esquina, para una nota con la revista Lento. ¿Qué te pasó cuando volviste a ese lugar?
Fue una tarde tan linda… Estuvimos dos horas sacando fotos, no sólo en la esquina, sino que fuimos a un bar en la calle Maldonado y Convención, a la playa chica, a la Compañía del Gas. La gente se sorprendía al verme, y tuvo muchas palabras de afecto. Incluso, entré al edificio donde nací (hacía 40 años que no lo pisaba) y como siempre todo es más chico de lo que uno recuerda. Pero bueno… un paisaje es geográfico y otro paisaje es humano. Deliberadamente esa canción describió a la calle Durazno por su paisaje llamémosle geográfico y a la calle Convención por su paisaje humano. Prestá atención: en la calle Durazno no se habla de gente, y en la calle Convención no se habla ni de palmeras, ni de olas ni de cielo. El paisaje humano de Convención desapareció en un 95%. La canción la escribí en Holanda en el año 83, en una suerte de introspección. Sucede en mi infancia, viví allí desde que nací hasta los 13 años. Y el paisaje que estaba describiendo a nivel humano era el de los años 60. Luego, cuando hicimos aquel videoclip para Telecataplum con (Jorge) Denevi y la cámara de (Eduardo) Ruiz, llega Ruiz y dice: “Esta esquina es una porquería, ¿por qué no le cantaste a otra?” Habíamos ido un día a las 17 horas, me mojó la oreja y le dije: “Vamos a volver mañana al mediodía”, cosa que hicimos. Y de repente la canción inesperadamente empezó a desfilar ante la cámara, por eso es tan lineal, es casi infantil: dice “botijas de la moña suelta” y aparecen botijas de la moña suelta, dice “relojero” y aparece un relojero. El clip se hizo en el año 84, se puede decir que todavía quedaba una rémora de aquello, era el final de la dictadura. La dictadura congeló al Uruguay. Ya en los años 90 cambió desde el punto de vista humano y también de las costumbres.
“El candombe y la murga estaban en la calle, en cada almacén, en cada panadería, junto al tango que sonaba en cada una de esas radios marrones de madera”
La vereda ya dejó de ser el territorio amigable, donde nosotros como niños pasábamos la mitad del día. Pasó a ser un lugar peligroso que se llenó de rejas. Y también, se hicieron edificios a fines de los 70 y vino mucha gente que no era del barrio, se rompió el equilibrio ecológico, histórico, que tenía el barrio Sur. ¿Eso está mal? No lo está. Me imagino que en 1850 ahí había matorrales, y andá a saber qué habrá en 100 años.
¿Tu primer acercamiento a la música fue con Mónica, tu guitarra?
Mi primer acercamiento a la música fue tocando el bombo de murga arriba de una silla a los 3 años, junto con mis tíos, en la calle Pozos del Rey, donde vivían todas las hermanas de mi madre. Cuando tenía 4, me regalaron un bombo y un platillo, que estaba pegado al bombo. Lo despegué, se lo daba a otro, yo tocaba el bombo y otro tocaba un redoblante de lata y pedíamos plata por la calle: “Un vintencito pa’ la murga”. Y tocábamos marcha camión sin parar. Después, había una vecina que tenía un piano y me dejaba encerrarme en su sala para tocar dos o tres horas. Un amigo búlgaro de mi padre me regaló una cítara, que tenía un sonido muy molesto para mi madre. El costurero de mi casa era una lata de galletitas Anselmi, entonces yo le corría la tapa —porque había descubierto que sonaba mejor— y tocaba el redoblante, la batería, con las agujas de tejer de mi madre. Ponía en la radio a los Beatles o los Rolling Stones y tocaba con ellos, hasta que mis propios padres dijeron “basta”, y ahí sí, llega Mónica. Así fue bautizada mi primera guitarra, que está allá (la señala), en ese estuche marrón que ves ahí…
Una Giannini brasileña…
Mi padre era viajante y la compró en Artigas, obviamente de “bagayo”, porque salía más barata, pero aparte era mejor la Giannini que las que había acá. Me la mandó en una encomienda y tocaron el timbre en casa a las 10 de la noche. Y bueno, ya lo he dicho, fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
¿Cuánto te cambiaron como persona los Beatles?
No puedo cuantificar la influencia de los Beatles, no solamente a nivel musical, sino a nivel personal.
Como artista la influencia es notoria.
En la época que se disolvieron yo ya tenía 16 años, ya empezaba a meterme en un mundo intelectual y me peleaba diciendo que eran los más revolucionarios de la época. Yo no era el único que decía eso, eh. Timothy Leary decía que eran “reencarnaciones de Dios". Por un lado, eran producto de una revolución sociológica, por otro lado, cumplían el doble rol de influidos e influencers, como se dice ahora. No solamente eran músicos fuera de serie, sino que eran muy inteligentes.
Y bueno, llevaban adelante una revolución prácticamente sin ser conscientes de ello. Cuando uno los observa hablar, como en Get Back —un documento histórico invalorable que apareció ahora— se percata que de alguna forma sí se daban cuenta. Los empujaba el agua, pero ellos también empujaban la ola. Ahora, yo no sería quién soy, si no hubiera sido por los Beatles. ¿Quién sería? No sé, otra persona.
¿Tu bigote es culpa de los Beatles?
Sí.
De la época del Sgt. Pepper’s…
Precisamente, porque a mí me encantaba cómo les quedaba el bigote en la tapa del álbum, y había baile de disfraces y yo me ponía la única camisa psicodélica que tenía y me pintaba el bigote con un marcador. Llegó un momento en que a todos les salía barba y a mí no. Cuando finalmente me salió el bigote, me lo dejé. En aquella época era normal tenerlo: (Eduardo) Mateo, (José Carbajal) “El Sabalero”, (Jorge) Galemire, todos se dejaron el bigote. Pero la mayoría se lo fue sacando y yo no.
“Llegó un momento en que me prometí jamás volver a vivir en la miseria. Porque yo no viví en la pobreza, viví en la miseria”
De chico eras tímido, te costaba acercarte a una mujer, y además, eras tartamudo. La voz uruguaya, por excelencia (al menos desde la muerte de Zitarrosa) le pertenece a un muchacho que era tartamudo. ¿Qué tuvo que pasar para que vencieras la tartamudez?
Liberarme: me subí al avión. Un caso de manual. No solamente se me fue la tartamudez, que es un problema psicológico, sino también la alergia, que se manifestaba como rinitis, que también es psicosomática. Nunca más estornudé, nunca más tartamudeé, desde el momento en que me subí a ese avión hacia España (el 13 de setiembre de 1975). Cuando digo “estornudar” era 50 veces por día. Mirá que uno sufre siendo tartamudo… Logré vencerlo, y no sabés el bien que me hizo.
Precisamente, en agosto del 75 —ya en dictadura— abandonaste la facultad de Ciencias Económicas, dejaste a tu novia, decidiste dedicarte enteramente a la música y emigrar a Europa. Llevabas maquinando esa idea durante cuatro años. Pero no te fuiste a Europa por motivos políticos, ni económicos. ¿Por qué?
Quería ser yo mismo. Quería vivir la vida con la voracidad que sentía interiormente, y estaba bloqueado. Hasta ahí, estaba viviendo la vida que mi familia quería que viviera. Y llegó un momento en que vi el claro y pateé. ¿Por qué no me fui antes? Porque no podía comprarme un billete de avión, porque no tenía a donde ir en Europa, porque no tenía ninguna posibilidad de trabajo. Cuando los astros se alinearon, con la salida de aquel grupo que teníamos con (Jorge) Lazaroff, (Jorge) Bonaldi y Raúl Castro llamado Patria Libre, había posibilidad de trabajo en Madrid, ¡y eso que todavía estaba Franco! Ese fue el detonante para poder “fugarme”. Hicimos dos espectáculos en boliches en Madrid. Ahí se enfermó Franco y decidieron echar a todos los disidentes, entre ellos Lazaroff y Raúl Castro. Duró poco la aventura. El grupo desapareció, dos meses después estaba en París haciendo “la manga”, con casi nada para comer, y siendo el más feliz del mundo. Un nivel de felicidad que, creo, nunca más alcancé.
Pensar que si hubieras aceptado el ofrecimiento de tu tío Jacques, el millonario que vivía en España, de ser su mano derecha, quizás hoy no serías quién sos... Capaz que te hubiera ido bárbaro, pero nos hubiéramos perdido al artista Jaime Roos.
Y por supuesto que te lo ibas a perder… Mi tío era presidente de una compañía muy grande en España, con diez sucursales en diferentes ciudades. Solo en Madrid tenía una oficina de 100 empleados, y propiedades, y mucho dinero. Me ofreció ser su mano derecha, porque él no tenía hijos.
¿Y lo dudaste en algún momento?
No, porque en el momento de abandonar la Facultad de Ciencias Económicas aquí, fue tal el disgusto que le ocasionó a mi padre, fue tal el viento en contra que tuve que vencer, por el cargo de conciencia, y tal la fortaleza de mi decisión, que cuando mi tío me propuso eso, yo ya había tomado una decisión de vida: quería ser músico. Entonces, realmente me puso en una situación difícil, porque era muy ingrato decirle que no. Por otro lado, creo que fue muy poco sabio de su parte, puesto que tendría que haberme dicho: “Si algún día te va mal con lo tuyo, pensalo, sos un tipo preparado. Si te va mal, te espero”. No fue lo que dijo, y me la jugué por lo que yo sentía. Desde el punto de vista económico, todos tenían razón, porque me morí de hambre 10 o 15 años, en algunos casos, literalmente. Quizás (si hubiera aceptado la oferta de Jacques) a los 30 o 40 años hubiera tenido un par de psicólogos, ataques de pánico, no sé… De algo estoy seguro: hubiera sido una persona muy desgraciada.
En París eras casi un linyera, tocabas a la gorra. ¿Qué tuvo de nutritivo para el artista consumado que sos hoy, esa época de penurias económicas?
Era un marginal. Y cuando vivís en el filo de la navaja aprendés una cantidad de cosas. Aprendés a relativizar una serie de pesas que se ponen en la balanza, para un lado o para el otro. Debo decirte que no tener para comer es terrible. Llegó un momento en que me prometí jamás volver a vivir en la miseria, porque yo no viví en la pobreza, viví en la miseria. De todas formas, uno tiende a idealizar o recordar anécdotas de la noche, cuando uno vive constantemente a salto de mata pasan cosas estrafalarias. La famosa bohemia, en mi caso una bohemia al mango.
¿Ya con drogas?
Al principio sin drogas, y después con drogas. Pero nada cambió, lo que cambiaron fueron las drogas. Esa bohemia no era consecuencia de ellas.
Lo preguntaba por aquello de las drogas como motor de la inspiración artística…
Es mito. Mirá, “Durazno y Convención” la escribí fumando marihuana, y “Colombina” y “Si me voy antes que vos” las escribí tomando té. No pasa por ahí. Pero quería decirte, respecto a esa época de la que hablábamos, que la única riqueza que tenía era el tiempo. Tenía muchísimos kilos de tiempo a mi disposición. No me podía comunicar con mis seres queridos ni siquiera por fax (que todavía no existía). Podía escribir una carta, que tardaba dos semanas en llegar. Vivía una vida de introspección, y me ayudó para desarrollar mi composición, e incluso para hacer canciones, proyectos, álbumes.
“En la madrugada del 26 de octubre de 1979 decidí cambiarle el rumbo a Aquello y con ello, el de toda una música nacional detrás. Firmado: el capitán, Jaime Roos”, escribiste ese día. No hace falta que te diga que suena soberbio y petulante, porque lo reconociste vos mismo. Pero, tenías razón...
Tú lo dices…. (Se ríe). Vos tenés que tener en cuenta que no solamente era un hincha de la música uruguaya, era un abanderado, era mi causa. Tenía una gran cultura musicológica. Tenía una particular adoración por una serie de maestros, la mayoría de ellos vivos, y consideraba que mi proyecto, de a poco, iba teniendo que ver con ese gran cuerpo artístico llamado la música uruguaya. Era ambicioso. Y me daba cuenta que había cosas que salían de mí que eran originales, y que estaba logrando no sólo desarrollar lo que habían hecho mis maestros que seguían en actividad…
Rada, los Fattoruso, Mateo…
…Zitarrosa, Los Olimareños, El Sabalero, Dino, todos ellos. Ahora, lo que sentía era que estaba abriéndole paso a una nueva avenida. Admiraba también a mis contemporáneos (a Lazaroff, a Galemire, más adelante Leo Maslíah). Ahora, ese párrafo fue escrito en medio de un viaje lisérgico, en la buhardilla de una casa donde el techo estaba roto, y si caía nieve tenías que ponerle tapones de diario para que no se colara el agua.
Tengo el alivio de decir que mis canciones no están contaminadas de política partidaria. Quien quiera hacerlo, pues adelante, de eso se trata la libertad.
¿Era tu época de kraker u okupa?
Fueron siete años de okupa, kraker en holandés. Mi hijo nació siendo yo un okupa, y vivió en una casa okupa hasta que tuvo 5 años. Eso está dicho en medio de un “viaje” y cuando uno tiene una revelación lisérgica, uno cree que ha tocado a Dios. Entonces, bueno… fue una bravuconada, sí. Pido disculpas, no pretendí ser tan arrogante. Simplemente me di cuenta que esas canciones que tenía entre manos tenían que ser más concisas, más contundentes, que su letra tenía que ser un comodín factible de ser compartido por todos. Saqué una serie de conclusiones esa noche, o ese mes, y cambié el rumbo de las canciones que estaba haciendo.
¿Con Aquello te convertiste en un músico en serio? De ahí salió tu primer hit (“Los Olímpicos”) y terminaste de definir tu identidad musical. ¿O eso te pasó antes, con Para espantar el sueño?
Con Aquello. A partir de ahí, hablamos. Sin embargo, en mis primeros dos discos, los que considero mi examen de ingreso, ya había canciones como “Cometa de la farola”, “Carta a poste restante”, “Y es así”, “Retirada”, “Sí sí sí”... Bueno, el pibe tenía condiciones, se podría decir. Ahora, plasmarlo en un disco realmente contundente y profundo, recién se dio en mi tercer álbum, Aquello.
En el 84 vos ya firmabas autógrafos en Montevideo, cuando sale Mediocampo, pero a veces no tenías para pagar un boleto y laburabas de cualquier cosa para subsistir. Y eso que Siempre son las cuatro había sido Disco de Oro. Está bueno para hacerle ver a mucha gente que la fama va por un lado, y el dinero por otro…
Para empezar, Uruguay es un mercado chico, que mueve poco dinero, y en un ambiente como el musical se puede decir que es muy limitada (la plata). Entonces, el hecho de haber vendido suficientes discos como para tener un Disco de Oro, significaba que uno empezaba a ser alguien conocido. Y la cantidad de discos que se venden en Uruguay no da para vivir de los discos. Entonces, lo que hay que hacer es armar un espectáculo, empezar a interpretar esas canciones en vivo, toda la maquinaria que tiene que ver con la canción popular. Era consciente de esa realidad, nunca me quejé. Simplemente lo que hice fue tener prepotencia de trabajo, y seguir produciendo discos, seguir ensayando, y seguir tocando por chirolas, trabajar de periodista, y de coordinador de espectáculos para otra gente... En este oficio llegué a ser pegatinero, portero, boletero. Ahora, tenía una ley personal que decía: “Si es en el mundo del espectáculo, para ganar unos pesos, lo que venga”.
“La política y el arte van por senderos diferentes”, le dijiste a Milita Alfaro para El Montevideano. Daniel Viglietti no pensaba lo mismo. ¿Lo seguís pensando?
Mirá, la política impregna inevitablemente cualquier manifestación artística. Hay canciones de amor que son —llamémosle— progresistas, y otras que son reaccionarias (para no emplear las palabras izquierda y derecha). Hay orquestaciones que son revolucionarias. Estamos hablando de arte, con compromiso social, con compromiso político. Ahora, cuando se habla de “política” muchas veces se comete un error, porque se está hablando de política partidaria. Entonces, de la misma manera que considero que “Brindis por Pierrot” está impregnada de política, considero que salvo por un capricho personal del personaje de nombrar a Zelmar (Michelini), no hay ninguna otra cosa que sea un distintivo partidista. Pero cada uno es libre de hacerlo, son opciones. A mí me produce una profunda alergia ver la política partidaria mezclada con el arte. Los partidos políticos cambian de orientación. Y los propios políticos se mudan de un partido a otro. ¿Y qué hacés? ¿Quedás agarrado del pincel? Se presta a juegos de intrigas, a juegos de conveniencias. Tengo el alivio de decir que mis canciones no están contaminadas de política partidaria. Quien quiera hacerlo, pues adelante, de eso se trata la libertad.
En varios discos la crítica te ninguneó o ignoró de plano. Pienso en las críticas al disco Sur (porque tenía solo cinco temas nuevos), o cuando sacaste Estamos rodeados, La Margarita o El Puente. ¿A qué lo atribuís? Lo pregunto porque la opinión popular te legitimaba…
Las malas críticas existieron antes, en Aquello, en Siempre son las cuatro, en Mediocampo, en Siete y tres fueron demoledoras. Y después simplemente dejaron de hacer críticas de mis discos.
Vos hablás de una conferencia de prensa presentando Fuera de ambiente (2006), en la que nadie te preguntó nada.
Imaginate abrir una conferencia, y que hagan un voto de silencio, que luego de dos minutos nadie haga ninguna pregunta. Dije: “Gracias por venir. Buenas tardes”, me levanté y me fui. ¿A qué lo atribuyo? A muchas cosas. Quizás a esta gente no le gustaba lo que yo hacía. Y debo decirte que algunas críticas del pasado dieron en el clavo y me ayudaron a pulirme. Sin embargo, en la mayoría de los casos fue por odios personales, en algunos casos por envidia artística (ya que los que escribían eran artistas también), en otros casos por antagonismo político. En otros casos, todo junto. Pero bueno, también hubo muchas críticas positivas.
Te traje esto (le muestro una taza con él dibujado, un muñeco de madera con su guitarra, y una remera de él junto a Obdulio Varela en oportunidad del videoclip de “Cuando juega Uruguay” en el Centenario). ¿Qué pensaría aquel flaco desgarbado de 21 años que se tomó el avión a Europa, al ver todo este merchandising?
No me imaginaba llegar a ser popular, pero insisto: no me importaba. Ahora, con el paso del tiempo, me fui acostumbrando
Considero estas cosas como demostraciones inmensas de afecto. ¿Y qué diría aquel flaco que se tomó el avión? Quedaría en un estado de confusión. Quedaría aturdido porque nunca pensé que pudiera tener éxito a nivel popular. Mi gran ambición, mi meta, era hacer música importante, buena música. Mi meta a nivel profesional era ser un artista under, pero con una buena audiencia. De hecho, en esa época estaba convencido de que nunca iba a salir del under, y no me molestaba en lo más mínimo. Hacía una música a contramano de los gustos…
Del mainstream de entonces.
En aquella época no se hablaba de mainstream, pero era eso: iba a contramano de la corriente principal. No me imaginaba llegar a ser popular, pero insisto: no me importaba. Ahora, con el paso del tiempo, me fui acostumbrando, fui asimilando que iba siendo cada vez más conocido, e iba entrando en la corriente principal.
En 2008 y comienzos de 2009 recaíste en el alcohol. Volviste a tener una recaída en 2013. Contaste tus problemas de adicción a las drogas y el alcohol en Santo y Seña, en 2012, recuerdo. ¿Hace cuánto que no bebés o consumís?
El día de mi cumpleaños 70 cumpliré, en simultáneo, 10 años limpio. (El 12 de noviembre de 2013) cumplí 60, sentía que había tocado fondo, había intentado salir… Fui a una clínica en Argentina varias veces, y fue importante, porque me fue preparando la cabeza para tomar la decisión. Es muy difícil salir de una adicción, llámese alcohol, drogas, lo que sea. Pongo ese día como fecha concreta, puesto que tengo el recuerdo imborrable de haberme bajado una botella de (whisky) Chivas en un día, que la había recibido como obsequio. Fue la última vez que tomé alcohol y todo lo demás. Diez años es un tiempo respetable, y que, aunque es obvio decirlo, me devolvió la vida. No me la cambió, me la devolvió, que es distinto.
Vos nunca hiciste música proselitista, mucho menos panfletaria. Es más, dicho por vos, nunca te sentiste plenamente identificado con un partido, tampoco con el FA, el partido hegemónico de izquierda. ¿Será por eso, quizás, que decís que has sufrido “zancadillas”? “Yo aposté a la gente, no a las camarillas de poder dentro de la cultura”, dijiste. ¿Qué zancadillas te hicieron?
Todas las que te imagines. Hay una básica: dejar de contratarte. Y la calumnia. A mí me hicieron un juicio político en los años 80 con un fiscal que me acusó —yo no estaba presente— y fui condenado. Mirá que parece ciencia ficción, pero no lo es. De todas formas, dicho así, parece que hubiera tenido más importancia de la que tuvo. Fue viento en contra, pero no me tumbó, fueron zancadillas, pero no balazos. Fueron obstáculos extra, porque llevar adelante un proyecto artístico en un país del Tercer Mundo es muy complejo, con problemas de todo tipo: económicos, mentales, ausencia de estructuras. Pero no fueron determinantes, así que no quiero victimizarme.
Te llevó cinco años completar la reedición de tu obra completa, con 20 discos. ¿Por qué te pareció necesario?
Para un artista, su obra —dejando de lado su familia— debe ser lo que más quiere. Entonces, si estuve 40 años para hacer esta obra, y me desperté un día tomando conciencia de que estaba deshilachada, en algunos casos extraviada, que había piezas del juego de porcelana que estaban rotas o que faltaban… Bueno, me puse las pilas y decidí llevar adelante un proyecto discográfico, una colección llamada Obra Completa, y de esa forma poner a disposición del público una reedición con el sonido remasterizado, con el arte original, con una serie de chiches atractivos para la gente. ¡No sabía en lo que me metía! Pero bueno, estuve 40 años para hacer la obra, ponele que esto me llevó cuatro años neto. Creo que es una de las decisiones más inteligentes que tomé en mi vida.
Estabas muy tranquilo sin tocar, alejado de los escenarios. Hasta el regreso al Centenario en diciembre de 2021. Incluso, se demoró un año y medio —pandemia mediante— el concierto Mediosiglo, que inicialmente se iba a hacer en el Auditorio del Sodre. ¿Qué te dejó el regreso?
(Piensa un instante, me pide tiempo para elegir bien las palabras). Fue un cúmulo de amor, alegría, respeto, emoción, que jamás esperé recibir. Y hablo con total sinceridad. Fue un proceso realmente cruel, porque las cosas que vivimos, no solamente debido a las idas y vueltas del Covid, sino respecto a asuntos internos contractuales, fueron temibles. Creo que peor que nunca. Eso de un lado de la balanza. Pero, por otro lado, el día que nos subimos al escenario, el 17 de diciembre de 2021, cuando largamos con la primera canción, lo que se vivió en el Estadio Centenario —el concierto más emotivo de mi vida— me tomó por sorpresa. Por supuesto que pensaba que iba a ser una fiesta, queríamos que lo fuera, queríamos sonar bien, pero es como en la escala Richter de sismos, si llegás inesperadamente a un 6, se sacude una tribuna… Esto fue tremendo. No solo para mí, sino para toda la orquesta. Vos fijate que somos 22. Nunca me pasó de enterarme que había músicos que iban atrás del escenario a llorar, para luego seguir tocando. Cualquiera que conozca el ambiente de un escenario, sabe que es muy raro que suceda algo así, porque se debe mantener un control. Un jugador de fútbol se pone a llorar después del partido, no lo hace en el minuto 65.
Desde 2006 que no sacás un disco con canciones nuevas. Has llegado a decir: “Hagan de cuenta que me morí”. ¿No tenés nada nuevo para decir? ¿O estás retirado de los estudios?
El día que entre a un estudio y me calce los auriculares, ahí haré algún anuncio sobre este tema. ¿Sabés qué pasa? A mí me gusta hablar de las cosas que existen, y en todo caso, me gusta disfrutar (o padecer) lo que es, no lo que no es. No me pesa en lo más mínimo haber hecho mi último disco de canciones inéditas en 2006. Estuve 30 años haciendo canciones populares en lo que, considero, es un buen nivel. Entre “Cometa de la farola” y “Tema del hombre solo” hay 30 años. Y en el medio hay una cantidad de canciones. Si me preguntás si estoy retirado de los estudios, la respuesta es "no". Estuve muy ocupado todo este tiempo. ¿Voy a volver a grabar? Es posible.
“Extraño reunirme con la gente en los mostradores y en las mesas de los cafés en forma cotidiana. No extraño el alcohol, las copas, la noche. Extraño a la gente”
¿Extrañás el boliche, la noche y lo que ella trae?
Extraño reunirme con la gente en los mostradores y en las mesas de los cafés en forma cotidiana. No extraño el alcohol, las copas, la noche. Extraño a la gente. Más allá de que yo viva fuera de la capital, lo cual hace difícil a nivel práctico juntarme con amigos en un boliche. De todas maneras, hay épocas en las que me voy a vivir a Montevideo (me alquilo un apartamento por tres meses, o me voy a vivir a un hotel), y estando allá no cambia la cosa: no me encuentro con la gente que quiero. Nadie tiene tiempo, y todo el mundo se manda mensajitos.
Milita Alfaro dice que siempre te has sentido solo, “incluso estando acompañado y en medio de una multitud”. ¿Cómo es tu relación con la soledad?
(Piensa) La soledad para mí siempre fue relevante. No me considero un solitario, pero necesito la soledad, en determinados momentos de mi vida y de mi día. Ahora, con el paso de los años, es como un prisma que va girando frente a una luz, y va cambiando de color. Entonces, en estos últimos tiempos, con una relación de pareja tan profunda como la que tengo con mi mujer, Andrea, me siento cada vez menos el hombre solo de la canción. Pero bueno, esto tiene que ver con el devenir de la vida misma.
¿Sos feliz?
Es muy soberbio y tonto decir: “Soy feliz”. Me acuerdo del chiste de un tipo que decía: “Soy feliiiiiiiiiz”, mientras se arrojaba de un edificio para suicidarse. Estoy en una época en que tímidamente —porque tampoco hay que alardear de esto—, puedo decir que soy feliz.
(Esta entrevista se publicó en el libro “(Casi) todos son felices” de César Bianchi, en diciembre de 2023. El libro reúne 20 entrevistas publicadas en Montevideo Portal, y dos inéditas, ésta a Jaime Roos y una a Ruben Rada).
Por César Bianchi
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