Por Cecilia Presa
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Cinco integrantes de una familia se abrazan con todas sus fuerzas. Clara (63), Gabriela (59) y Fernando Marman (60) son hermanos. Luis Har (70) es pareja de Clara. Y Mía Leimberg (17) es hija de Gabriela.
Están en un rincón de la habitación de seguridad de la casa de Clara en el kibutz Nir Itzjak, ubicado a pocos kilómetros de la franja de Gaza. Las mujeres visten camisones, y los hombres tienen puestos pijamas.
La escena ocurrió cerca de las 6:00 de la mañana del 7 de octubre de 2023.
Una de las tantas alarmas que desde hace 20 años suena periódicamente en la zona por bombardeos cercanos los despertó y los obligó a refugiarse en la pieza que suelen tener muchas edificaciones en Israel. Pero, a diferencia de las ocasiones anteriores, esa vez el ruido era incesante.
No se trataba de misiles, había algo más. Se enteraron de lo que sucedía porque en un momento salieron de la habitación y prendieron la tele.
Luego vinieron los mensajes y advertencias en los grupos de WhatsApp de vecinos. Y finalmente ocurrió lo que temían: varios miembros del grupo terrorista Hamás irrumpieron en el hogar de Clara, ese que otrora era el punto de alegría y encuentro para la familia ensamblada que formaron con Luis hace 23 años.
Trancados de forma precaria con un fierro y una silla, agachados en el suelo y abrazados, rogaron por sus vidas mientras veían cómo las balas de las ametralladoras que portaban los integrantes de Hamás pasaban por sobre sus cabezas.
No pasó mucho tiempo hasta que los terroristas entraron al refugio.
“Les pedimos a gritos: ‘No tiren, no tiren’. Y dejaron de tirar, pero nos agarraron como bolsas, nos empujaron y, así, nos sacaron del cuarto a la fuerza”, cuenta Luis Har este viernes en diálogo con medios uruguayos, entre ellos Montevideo Portal.
El hombre incluso apeló a decir que son argentinos y a nombrar a Lionel Messi para buscar la piedad de sus captores. Ese dato, lejos de jugarles a favor, motivó que todos los días, entre amenazas de muerte e insultos, también hubiera una referencia a que debían volver a Argentina.
“Esto es Palestina, no hay lugar para nadie más”, subrayaban los cinco guardias que permanecieron vigilándolos día y noche en la habitación donde los dejaron atrapados. Luego, cuando salieron, supieron que se encontraban en la localidad de Rafah (Gaza).
Har, con tono decidido, pero con una expresión de tristeza imborrable en su rostro, está al lado de Marman. Juntos vienen de recorrer varios puntos del mundo para contar sus historias.
Ella estuvo 53 días atrapada como rehén de Hamás, él 129. Ella, su hermana y su sobrina fueron liberadas en noviembre de 2023, durante una tregua de una semana, la única que han tenido Israel y Hamás desde el comienzo de la guerra.
Él y el hermano de Clara tuvieron otra suerte. Lograron escapar del cautiverio recién en febrero de 2024, en un operativo realizado por el Ejército israelí. Fueron los primeros dos rehenes liberados de esta manera.
“Damos nuestro testimonio para que todo el mundo conozca lo que pasó. Es un apoyo a las familias de las 101 personas que siguen sin aparecer y es no olvidarse de lo que pasó el 7 de octubre. Nosotros sabemos que mucha gente prefiere olvidar o decir que no pasó. Para nosotros es importante que no se olviden”, explica el hombre.
Los ojos grandes y grises de Clara permanecen vidriosos cuando recuerda todo lo vivido. Se nota que hace fuerza para no largar lágrimas.
“La humanidad no puede permitir dejar a nadie en ese infierno en el que estuvimos. Por toda la humanidad es que hay que hablar. No puede utilizarse el terror para conseguir ningún fin. Eso no tiene que existir”, reflexiona con la voz quebrada y el cuerpo tembloroso.
Fueron días de mucha incertidumbre y temor, en los que ser una familia hizo que se protegieran, cuidaran y animaran entre todos una y otra vez. Y, en particular, cuidaban a Mía.
Los adultos, por ejemplo, no permitieron que la adolescente estuviera nunca sola con los terroristas. “Ella habla muy bien inglés, entonces le pedían para comunicarse con nosotros. Entonces Luis iba con ella, mentía, inventaba excusas para acompañarla y que no estuviera sola”, recuerda Marman.
También, cada 12 días les llevaban un balde con agua fría a cada uno para higienizarse. “Todos los mayores usábamos medio balde con agua y le dejábamos medio balde a ella [por Mía]. Era todo el tiempo buscar que la pase lo menos mal posible”, relata la mujer sobre su sobrina.
A ella, Salir de allí no le causó alegría. Tuvo que dejar atrás a Luis y a su hermano, Fernando. “No quería irse, yo la convencí. Igual si les discutíamos nos dábamos media vuelta y nos pegaban un tiro, porque para ellos no hay valores. Pero, además, tenía que salir para decirle al resto de nuestra familia que nosotros estábamos bien”, rememora Har.
El hombre, que vive en Israel desde 1971, tiene cuatro hijos y 10 nietos. La mujer, tiene dos hijos y cuatro nietos.
“Nuestra ausencia perjudicó a toda la familia, también a los niños, nuestros nietos. Yo tengo una relación muy linda y especial con uno de mis nietos, el mayor. Cuando volví ni siquiera se quería acercar a mí por el temor. No quería ni escuchar lo que me pasaba”, relata Marman.
Su vuelta a casa significó comenzar una campaña por la liberación de todos los rehenes, pero, sobre todo, de sus familiares. Usaba una remera con las fotos de Luis y Fernando y los mencionaba a cada momento.
Mientras tanto, a los dos hombres les tocó celebrar el año nuevo como prisioneros. “Hicimos muchos planes de comida: huevos rellenos, mayonesa de papa, sánguches de miga, champagne, todo. Pero fue todo un sueño, para pasar el tiempo, porque ahí el tiempo es interminable”, cuenta Har.
Los dos consideran que es un “milagro” haber sobrevivido. Pero también para ellos es milagroso y poco usual que los retuvieran juntos y que, el 12 de febrero de este año, ya libres, sanos y salvos, Clara, Luis, Fernando, Gabriela y Mía pudieran revivir ese abrazo apretado, esta vez sin temor, aunque no sin secuelas del trauma.
“Hasta el día de hoy no volvimos a vivir a los kibutz. Materialmente la casa fue restaurada, está entera. Pero mentalmente nosotros no sentimos seguridad. Me pasó que la acompañé a Clara, entramos en la casa. Yo todo machito dije que iba a entrar, que no tenía ningún problema. Pero, así como entré, salí. Algo dentro de mí no me dejó estar ahí; no puedo estar ahí”, cuenta Luis.
Clara, por su parte, dice que hasta el día de hoy no han vuelto a su vida anterior. “No volvimos a ocuparnos de lo nuestro: trabajar, hacer las cosas que estábamos acostumbrados a hacer diariamente”, admite y añade que quisiera volver a sentirse en su hogar.
Con todo, igual considera que tiene que “seguir luchando para que esto termine”. “No hay lugar para nada personal ahora, por lo menos yo lo siento así”, revela.
Luis, por su parte, señala los “traumas muy grandes” que dejó lo vivido. “Pienso que muchísima gente está con un trauma muy grande, pero empezar con la cura de lo que hemos pasado es llegar a las raíces. Es llegar a nuestras casas y empezar a ver quiénes somos hoy, porque somos personas diferentes. El 7 de octubre nos cambió completamente, pero no solo a nosotros, pienso que a todo el pueblo de Israel y a parte muy importante del mundo”, concluye.
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