Por The New York Times | Jason Horowitz

La muerte de Freya ha polarizado a Oslo y amenaza con arruinar la imagen de un país más asociado con los buenos oficios diplomáticos que con las ejecuciones al estilo de la mafia.

OSLO — Era otro buen día para Freya, la morsa de casi 600 kilos bautizada así en honor de la diosa nórdica del amor, la belleza y la guerra. La criatura se había convertido en un querido personaje y una sensación internacional en los medios, era la mascota juguetona del largo verano de Oslo.

Había pasado la jornada del 13 de agosto lanzándose desde un bote atracado en un ajetreado muelle, dándose un festín de almejas y luego resurgiendo para dormitar en la cubierta durante horas. Christian Ytteborg, un trabajador de la marina de 47 años que la vio en la mañana, había llamado a las autoridades para que ayudaran a resguardarla.

Ytteborg dijo que, poco después, un bote patrulla tripulado por “cuatro buenos tipos” de la Dirección de Pesca de Noruega llegó para ayudar. Comieron mejillones y se rieron juntos de un acercamiento en video que uno de los hombres le hizo a la morsa que se contoneaba al subir al bote y que un empleado adolescente de la marina procedió a musicalizar con el rap de Louis Theroux:“I’d like to see you wiggle, wiggle”.

Pero cuando cayó la noche y Freya se quedó sola, los funcionarios se pusieron manos a la obra. Ejecutaron a Freya con lo que su jefe, Frank Bakke-Jensen, un exministro de Defensa de Noruega, más tarde describiría como “balas apropiadas para esta misión”. Cubrieron con una lona impermeable su cuerpo, cortaron las amarras del bote y lo remolcaron con su víctima. La embarcación fue devuelta al día siguiente, vacía y limpia, sin rastros.

El lunes, el cadáver llegó medio congelado a un laboratorio de necropsia cercano. “Está destazado”, dijo Knut Madslien, científico principal en el departamento de vigilancia sanitaria en el Instituto Noruego de Veterinaria. “De modo que ya no reconoces que es una morsa. Así es como lo hacemos”.

El sacrificio de Freya ha polarizado a Oslo y amenaza con cambiar la imagen de un país asociado con el amor a la naturaleza, la bondad diplomática y la entrega de premios Nobel para convertirse en un lugar donde se ejecutó a una adorada y tambaleante criatura que tomaba el sol con la eficiencia de la mafia.

En una tierra fascinada por las historias sombrías de detectives, la muerte de Freya ha surgido como el crimen del verano, un misterio marino que no se trata tanto de quién apretó el gatillo sino más bien de quién es el culpable final del deceso de la arrugada y consentida sensación internacional. Los defensores de la víctima están recaudando fondos para construir un monumento en su honor. Los políticos exigen audiencias parlamentarias. Los científicos investigan a una especie invasora de ostras del Pacífico que podría haberla llevado hasta su muerte.

Bakke-Jensen y su esposa han recibido amenazas de muerte (con frases como: “todo se paga en esta vida”), lo que ha hecho que lamente “las reacciones irracionales”. Ytteborg, el trabajador de la marina que estaba encantado con Freya, dijo que se sentía “traicionado” por el “escuadrón de la muerte”.

“No tenían que matarla”, dijo Marius Løkse, de 48 años, quien hizo una pausa en sus clases para niños en su pequeña flota de réplicas de botes de remos vikingos para culpar de la muerte a oscuras fuerzas políticas y capitalistas a las que solo les interesa proteger sus yates. “Nos habría encantado tener a esa morsa aquí”, dijo. “Podía haberse establecido”.

La Dirección de Pesca de Noruega, que en un inicio pareció recibir con beneplácito a Freya se alarmó conforme la gente se fue acercando más y más a un animal salvaje muy grande. Le advirtieron a la gente que la dejara en paz. Pero los noruegos, tanto padres como muchos niños también, desoyeron las advertencias.

Las autoridades comentaron que entonces notaron un cambio en el comportamiento de Freya, azuzada por las multitudes enloquecedoras de los usuarios de las redes sociales. Temerosos de un terrible accidente, en el que alguien saliera herido, dieron un ultimátum a los noruegos para que se alejaran.

“Existe la posibilidad de que se autorice una operación controlada para sacrificar al animal”, advirtió un funcionario el 11 de agosto. Las autoridades informaron que consideraron la opción de drogarla con un dardo pero concluyeron que solo habrían logrado que se ahogara. El viernes decidieron que ya no nadaría con los peces.

Mientras los noruegos encuentran responsables, los culpables, como suele pasar, serían quienes más se acercaron a la víctima.

“Querían una selfi, un abrazo. Ser mejores amigos para siempre”, dijo Kjell Jonsson, de 44 años, quien llevaba un kayak en su hombro derecho tras concluir una clase. “La culpa es de toda la gente que no pudo dejarla en paz”.

Solmund Nystabakk, de 40 años, observaba cómo su hijo saltaba en el agua con estruendo en el fiordo cercano al museo Edvard Munch y dijo que el momento en que un animal salvaje aparece fuera de su hábitat natural, la gente proyecta su personalidad en él. “Todas esas cosas de Liberen a Willy, de grandes mamíferos de agua que están en la cultura popular inciden”, dijo. “Pero el animal no se relaciona con la intencionalidad humana. Es posible que le importen muchas cosas, pero su fin principal es sobrevivir, alimentarse”.

Algunos lugareños estaban aterrados ante la idea de convertirse en alimento.

Håkon Øverås, un productor de películas de 60 años, no quiso meterse al agua a finales de julio, pero su novia lo animó a echarse un chapuzón desde su bote en la Marina Kongen. “Esperemos que la morsa no esté aquí”, bromeó. Minutos después, su novia, desalentada por la fría temperatura del agua, vio a Freya desde la cubierta. “¡Ahí está!”, gritó.

Øverås chapoteó hacia la escalera. Freya se acercó a menos de dos metros de sus piernas mientras él se levantaba. “Se te acerca sigilosamente”, dijo. Una vez a bordo, su corazón latía con fuerza y pensó en rutas de escape. La morsa ladró monstruosamente. “Tenía esta gran barba”, dijo. “Asquerosa”.

A otros tampoco les atraía Freya. “No puedes comer morsa, sabe a hígado de bacalao”, dijo Kay Johnsen, de 56 años y propietario de Engelbert Café, el restaurante más antiguo de la ciudad, que durante la primavera ofreció filetes de ballena. “Habría que dejarla en leche mucho tiempo solo para quitarle el olor”.

Para muchos otros en Oslo, no obstante, Freya era perfecta.

Erik Holm, de 32 años, estaba en su departamento con su novia cuando se enteró de las noticias. La ejecución le tocó una fibra sensible. El sigilo. La frialdad. La decisión de castigar al animal en vez de sancionar a la gente. “¿Qué le dices a los niños cuando matas a una morsa?”, dijo. Decidió hacer algo. Algo en grande.

Ya antes había hecho cosas grandes. Fue la fuerza detrás de la construcción del mayor tobogán de Noruega, un resbaladero de 300 metros en el centro de Oslo. Fundó un lugar de redes sociales para que los asistentes a discotecas intercambiaran rumores. Y, sobre todo, Holm, que es mitad sueco, trabajó en campañas de redes sociales para su equipo favorito de fútbol sueco y ayudó a aumentar sus seguidores en línea y a construir una estatua del fundador del equipo.

Y entonces se le ocurrió.

“¿Por qué no hacer una estatua?”, dijo. “Que la gente la vea, la toque, conozca su tamaño”.

En menos de una hora creó una cuenta de Instagram y un llamado para reunir fondos. Le dio “me gusta” con su propia cuenta, @Norway, que tiene casi medio millón de seguidores. Sus amigos influyentes y celebridades también le dieron “me gusta” y entonces “lo hicieron volar”, dijo, mientras que las fuerzas anti Freya criticaban sus menciones. (“Anda y cómprate un osito de peluche”). Para la tarde del viernes había reunido más de 238.826 kroner noruegos, o unos 24.290 dólares.

El bote en el que Freya pasó sus últimas horas era de Frederik Walsoe, un agente inmobiliario de 46 años que en ese momento estaba fuera. Cuando un amigo lo llamó para decirle que en su embarcación había una morsa, dijo, se dio cuenta de que no tenía seguro y pensó: “¿De verdad puedo tener tan mala suerte?”.

El miércoles, cuando iba a recoger sus palos de golf en su vehículo, mostró los rasguños que Freya había hecho en la lona con sus colmillos. Se preguntó si intentaba alcanzar unas papitas fritas que tenía guardadas en la cabina.

“Lamento que tuvieran que matarla, pero así es”, dijo. “Todos quieren que signifique algo”.

Mientras el ayuntamiento investiga el asesinato, Madslien y sus veterinarios, que han abierto el estómago de Freya y le han hecho un hisopado de covid y descartado otras enfermedades, están preparando un informe. Freya quedó reducida a decenas de muestras de órganos y sangre almacenadas en una cámara de subcongelación que comparó a una máquina expendedora.

Para evitar la propagación de patógenos, el procedimiento requería que el resto de Freya se disolviera con lejía en “un gran recipiente, y quiero decir un recipiente realmente grande”.

“El producto final”, dijo, “es como un gel”.

Es un horror que algunos de los admiradores de Freya no pueden tolerar. Pero Øverås, que ha estado tarareando el tema principal de Tiburón desde que pasó el susto en julio, estaba en paz.

“Ahora que sé que está muerta”, comentó, “iré a nadar”.

Colaboraron con reportería Henrik Pryser Libell en Oslo y Claire Moses en Londres.

Jason Horowitz es el jefe del buró en Roma; cubre Italia, Grecia y otros sitios del sur de Europa. Cubrió la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, el gobierno de Obama y al congreso con un énfasis en perfiles políticos y especiales. @jasondhorowitz Walruses Social Media Fish and Other Marine Life Maritime Accidents and Safety Invasive Species Police Brutality, Misconduct and Shootings Animal Behavior Boats and Boating Water Norway