Por The New York Times | Maria Abi-Habib y Constant Méheut
PUERTO PRÍNCIPE, Haití — La pandilla, que los retuvo durante diecinueve días, les dio a los cautivos casi todo lo que pidieron: jabón, comida decente e incluso Gatorade. Pero a medida que pasaba el tiempo, la pandilla se puso más nerviosa, rasgando las túnicas de los sacerdotes para hacer vendas y esposas. Cuando temieron que no se pagaría el rescate, retuvieron la comida como táctica de presión para acelerar el pago.
Esta semana en Puerto Príncipe, el reverendo Michel Briand, un ciudadano francés, recordó cuando fue secuestrado en abril por 400 Mawozo, la misma banda que mantiene como rehenes a dieciséis estadounidenses y un canadiense. Un sonido de disparos se escuchó cerca mientras describía las casi tres semanas que pasó en cautiverio con otras nueve personas, pero el reverendo no se inmutó ante el estallido de las balas. En cambio, expresó su preocupación de que Haití, el país al que ha llamado hogar durante 35 años, se enfrenta a su capítulo más duro hasta el momento debido a desastres naturales, agitación política y una pobreza paralizante.
En un país donde la delincuencia prolifera y los trabajos son escasos, un número creciente de hombres jóvenes se está uniendo a las pandillas, dijo Briand. Y a medida que estas organizaciones criminales recurren a los secuestros para recaudar fondos, incluso la Iglesia, una institución que durante mucho tiempo ha sido un pilar de la sociedad haitiana, con una historia de apoyo a la población en tiempos difíciles, se ha convertido en blanco de esta práctica. El desvergonzado secuestro de diecisiete personas, que forman parte de un grupo misionero con sede en Estados Unidos, recalcó ese cambio, pues 400 Mawozo amenaza con matarlos si no recibe 17 millones de dólares por su liberación.
Cada rescate pagado fomenta más bandidaje, dijo Briand.
“Puedes intentar hablar con estas personas, darles una linda charla”, comentó, con el cabello hasta los hombros recogido detrás de las orejas y una cruz de madera colgando hasta el pecho. “Pero nunca los recuperaremos. Moralmente, están perdidos”.
Al menos 40 miembros de la Iglesia, tanto haitianos como extranjeros, han sido secuestrados desde principios de año, según Gèdèon Jean, director ejecutivo del Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos, un grupo de apoyo en Puerto Príncipe.
“La Iglesia cristiana está en medio de la ola de secuestros”, dijo Jean.
La pandilla 400 Mawozo está negociando con Christian Aid Ministries, el grupo misionero menonita con sede en Ohio al que están afiliados los adultos. Entre los cautivos hay un niño de 8 meses y otro de 3 años.
Un alto funcionario de seguridad de la región con conocimiento del secuestro dijo que, hasta el momento, ninguno de los cautivos había resultado herido. Christian Aid Ministries está recolectando el dinero del rescate, agregó el funcionario.
Lo único que quieren los pandilleros es dinero, dijo Briand, y agregó que dejarán ir ilesos a los misioneros si lo reciben. Pero a otros detenidos por el grupo no les ha ido tan bien y han relatado episodios de violencia sexual y palizas.
Cuando Briand fue secuestrado con otras nueve personas —cinco miembros del clero haitiano, una monja francesa y tres civiles haitianos— la banda 400 Mawozo solicitó un rescate mucho más modesto de 1 millón de dólares por todos. No está claro si se pagó un rescate y, de ser así, de cuánto fue.
“Es porque en este grupo todos son ‘blancs’ (blancos) ”, dijo Briand sobre la solicitud de 17 millones de dólares por los misioneros, usando la palabra francesa que los haitianos usan para describir a los caucásicos. “Nuestro secuestro los animó a secuestrar más, a pedir más”.
El reciente aumento de secuestros de miembros de la Iglesia en Haití es un síntoma de “una ruptura de las relaciones sociales en el país”, afirmó Laënnec Hurbon, sociólogo e investigador haitiano del Centro Nacional Francés para la Investigación Científica.
La Iglesia se había librado durante mucho tiempo de la violencia de las pandillas en Haití, beneficiándose de su posición como una de las últimas instituciones estables en un entorno marcado por la violencia y la corrupción desenfrenadas. Briand y sus colegas fueron capturados mientras conducían por Croix-des-Bouquet, que alguna vez fue un bullicioso suburbio de Puerto Príncipe y ahora es el bastión de la pandilla 400 Mawozo. Algunas partes del vecindario son como una ciudad fantasma porque la pandilla tomó más terreno durante el año pasado, secuestrando a ricos y pobres. Vendedores ambulantes, niños de escuelas e incluso sacerdotes mientras daban su sermón, nadie se ha librado.
Muchos han huido del vecindario y prefieren convertirse en refugiados, en su propia ciudad, en vez de quedarse.
En abril, mientras el vehículo circulaba por las calles transitadas repletas de tráfico, Briand vio a varios hombres armados y enmascarados en medio del camino. Uno saltó al automóvil y lo obligó a entrar en un recinto donde estaban retenidos otros varios vehículos, a los pasajeros se les dijo que bajaran del automóvil y depositaran sus pertenencias en una mochila.
Cuando los pandilleros se dieron cuenta del valor potencial de los cautivos, les ordenaron a los rehenes que permanecieran en el automóvil, luego uno de los pandilleros se subió al asiento del conductor y condujo a toda velocidad alejándose del lugar.
A Briand lo mantuvieron en un matorral bajo la sombra de un árbol grande, el grupo se quedó durmiendo en láminas de cartón antes de ser trasladado a dos casas seguras, la última fue una casa con piso de barro y sin ventanas, según relató el reverendo. Todo lo que pidieron él y los otros cautivos, lo recibieron, recordó. Pero uno de los sacerdotes era diabético y no recibió la medicina que necesitaba.
La Iglesia se movilizó con rapidez para exigir la liberación de Briand y sus colegas, mientras las campanas de la iglesia repicaban en todo Puerto Príncipe todos los días al mediodía y las escuelas y universidades católicas cerraban como parte de las protestas generalizadas. Las misas se llenaron con cientos de feligreses en toda la ciudad que oraban por su regreso.
Cuando el secuestro llegó a los titulares internacionales, los pandilleros se alarmaron, relató Briand, y trataron de romper las estolas de los sacerdotes, una parte de su vestimenta eclesiástica que cuelga sobre el hombro, para usarlas como vendas y esposas. Pero los sacerdotes protestaron por la profanación de sus estolas sagradas y en su lugar ofrecieron sus albas o túnicas.
Los guardias se apiadaron de ellos, dijo Briand. Les quitaban las vendas de los ojos y liberaban sus manos cada vez que el líder de los pandilleros se iba.
Al cabo de dos semanas de cautiverio, cuando las negociaciones para el rescate se estancaron, la pandilla retuvo la comida. Cuando los cautivos se quejaron de tener hambre, uno de los guardias les dio, a escondidas, un poco de comida.
A medida que se acercaban a su tercera semana de cautiverio, los miembros del grupo fueron despertados a empujones en medio de la noche. Era la hora de ser liberados.
Uno de los líderes de 400 Mawozo se despidió con un abrazo de cada uno de los cautivos antes de alejarse para hacer una petición.
“Nos pidió que orásemos por él”, dijo Briand.
“Y yo le respondí: ‘Hemos estado orando por ti desde el principio. No tenías que pedirlo’”. El complejo de Christian Aid Ministries en Titanyen, al norte de Puerto Príncipe, el 17 de octubre de 2021 (Adriana Zehbrauskas / The New York Times). El reverendo Michel Briand, secuestrado en abril con otras nueve personas, en Puerto Príncipe, Haití, el 20 de octubre de 2021 (Adriana Zehbrauskas / The New York Times).
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