Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Pablo Federico Fabregat (42) no soñaba con ser humorista ni comediante; no le interesaba subirse a un escenario de teatro ni hacer stand up, ni ser el número humorístico de eventos empresariales. Nunca pensó, de adolescente, que él, tímido e introvertido como es, escupiría discursos ácidos, soeces mas no menos elegantes, escudado en la piel de un personaje. Y, sin embargo, hizo (hace) todo eso.
Él solo quería ser periodista deportivo, como su admirado Jorge da Silveira o como el argentino Macaya Márquez. De algún modo, lo hizo. Se vistió de traje y fue periodista deportivo durante un Mundial; al siguiente, en Catar 2022, se dedicó más al “color” de la gesta del fútbol. Y, al regreso, aquel jovencito que quería ser un periodista serio, siguió divirtiéndose con sus amigos en La mesa de los galanes y poniéndose una peluca enrulada y lentes de sol con aumento (“para tapar el ojo semimuerto”), aunque no lo pensó estratégicamente.
Porque de eso se trata entender a Fabregat: él no eligió el camino anhelado, sino que tomó el que el destino le deparó y, obediente, se limitó a continuarlo. Bromea hoy con que simplemente estiró la agonía o que continuará hablando de naderías hasta que todo, por fin, se acabe y pueda elegir un trabajo digno.
Mientras, el comunicador que dice que no es del todo feliz porque la incertidumbre y la inseguridad del cruel ambiente de los medios lo tiene siempre alerta, reconoce que vive en una casa soñada, que continúa amando a su esposa —que a su vez es su primera y única novia—, que tiene tres hijos a los que acuesta todas las noches y, encima, cuando va a trabajar, mantiene la ética laboral de su padre.
“El personaje siempre fue muy marginal, y lo hice rendir demasiado, en realidad. Se diversificó, un día empecé a hacer eventos y era un personaje distinto al de la radio. El personaje se ‘pablizó’, y Pablo se ‘tíoaldizó’.”
¿De chico querías ser periodista deportivo?
Sí, porque a jugador de fútbol no llegaba. Rápidamente me percaté de eso. La biología ayudó poco. Hasta los 20 me formé para ser periodista deportivo, con absoluta convicción.
Incluso entraste a la Facultad de Comunicación Social buscando eso: convertirte en periodista deportivo. ¿Qué te llevó para otro lado?
Me llevó hacer la facultad, que es una carrera, y no un curso corto para ser periodista deportivo. Y me lleva que yo en facultad, en vez de hacer todos mis trabajos sobre deportes, busqué trabajar sobre otras cosas, como para no centrar todo mi interés ahí. Y dos docentes me ofrecieron trabajar en otra cosa. Una, Alexandra Morgan, me lleva a trabajar en un periodístico fuerte, con Emiliano Cotelo (su esposo), y Gustavo Rey me ofreció hacer un personaje de humor. Las dos cosas en las antípodas del periodista deportivo: por un lado, un periodístico en serio entrando de madrugada y laburando con Cotelo, y por otro lado, un personaje humorístico. Insólito.
Laburaste en Océano FM con Gustavo Rey, en Caras y más caras, y fue él quien te sugirió explorar un costado más humorístico, ¿no? ¿Qué vio en vos?
Eran talleres de programas de radio, como prácticas de radio. Yo era totalmente tímido e introvertido. La idea era ir rotando los roles en un programa de radio: un día movilero, otro día productor, otro día columnista, otro día conductor. Varios no querían, por garcas, ser conductores, y yo no tenía problema (total, escuchaban seis). Y viste que ahí, la primera vez sos espantoso, pero la segunda vez sos mucho menos espantoso que la vez anterior. Crecés a pasos agigantados y después ya no cambiás nunca más. Y bueno, por varios comentarios ácidos, humorísticos, él vio una veta humorística que yo no quería ni buscaba tener. Y bueno, como entrar en Océano era muy difícil, porque era el Real Madrid radial en ese momento, yo acepté hacer cualquier cosa, con tal de entrar. Limpiar los baños, igual.
Y ahí nace el tío Aldo…
Él me dio la idea de hacer un personaje que tenga que ver con la familia de los oyentes, entonces, los oyentes eran los sobrinos y le puse “tío”. Entonces, con algunas cosas que me dijo él y otras cosas mías, para que me quedara cómodo poder sostener un personaje en mi hábitat, nació el tío Aldo. Y se fue armando, con el tiempo se fue modificando, hasta ahora. Yo sabía que esa bala tenía que ser gol. Por eso lo armé con todos los lugares que me quedaran cómodos, para no fallar.
Pero, al principio, era un personaje radial. Hasta que no tuvo más remedio que “corporizarse”. ¿Por qué decidiste “lookearte” así?
¡Ya nació corporizado! Yo armé un personaje que era terraja, pero que se creía fino. Lo armé con cosas parecidas a mí, y otras en las antípodas. En lo futbolístico, se fue degenerando, como casi todo. Inicialmente, el tío era hincha de Sud América, por una amistad con Oscar Alsina (un jugador de la época de Julio Ribas), y después, con el tiempo, se fue haciendo hincha de Nacional como yo. En lo musical, yo soy más del rock and pop y él es del melódico internacional… Después, se va pudriendo el cerebro y termino yendo yo a ver a Raphael, no el tío Aldo.
Y, para corporizarlo, agarré una peluca afro que me habían regalado en una fiesta de disfraces de la facultad, unos lentes de sol que tenía mi vieja de una marca de carrera y ni siquiera tenía un traje blanco. Yo quería un traje blanco, porque me parece el summum de la terrajada. Agarré un traje beige, con un saco robado de un vestuario de Canal 10 que era de Bananita González, mocasines negros, porque no tenía blancos. Nunca invertí un peso en el personaje. Y después, a los años, la cosa cambió: compré mocasines negros, a los lentes de sol les puse aumento…
Supongo que ese personaje fue creciendo, le fuiste agregando condimentos, fuiste armando una personalidad. ¿Te sentaste a guionarlo?
No, no… Todo fue improvisado. Porque a esa estructura inicial, si la leo ahora, ya no queda nada de aquel personaje. Al principio era transgresor, hoy es casi humor blanco. Al ser un poco más conocido y trabajar un poco más como Pablo, también se fue suavizando el humor, se fue suavizando lo políticamente correcto, por todos los discursos. No fue que un día dije: “No hago más chistes de prostitución”, si no que fue cayendo solo eso, fue dejando de ser efectivo. Y lo dejé de usar naturalmente. No tengo las bolas o el tiempo de Carlitos Tanco u otros tigres, de sentarme a guionarme. Solo pienso en una estructura, o a veces ni eso. Digo: “Ta, hoy hago tal cosa”, a veces hago un monólogo entero hablando con gente, sin haberlo guionado.
Algún crítico dirá que “talenteás”…
Sí, o “roba” o “le falta el respeto a la gente”. Pero no me surge otra cosa. Me han dicho de hacer un teatro grande o una propuesta más grande, y he dicho que no, porque no me interesa o no me dan las bolas… Dame un teatro chico, fondo negro y yo hablando. Nada más.
¿Se fue suavizando con la masividad? Digo, al principio capaz era más soez, sin llegar nunca a la ordinariez, pero quizás al conducir Poné play lo volviste más políticamente correcto…
Sí, puede ser. El personaje siempre fue muy marginal, y lo hice rendir demasiado, en realidad. Se diversificó, un día empecé a hacer eventos y era un personaje distinto al de la radio. Empezó con un show hablando solo de sexo con Carolina Villalba, y otra vez me contrataron para hablar de costumbrismo, hablando de Uruguay (no habla de mí ni del personaje), era como un análisis humorístico absurdo… Un poco puede ser por la tele, sí, pero además fue más inconsciente, en realidad. Yo he dicho que el personaje se “pablizó”, y Pablo se “tíoaldizó”. Yo al principio quería tener las vetas bien separadas. Por un lado, quería hacer humor con el personaje, y por otro lado, como Pablo, quería ser un comunicador más serio, con la intención de ser periodista. Un camino se fue cerrando, con alguna cosa esporádica como fue Desayunos informales, o alguna vez me contrataron para hacer presentaciones más formales, como Pablo. Es como que los carriles se fueron acercando. Y quedó un híbrido.
Sos un conductor de TV reconocido, hoy en Algo que decir, hasta hace poco tu alter ego, el tío Aldo, conducía Poné play (ambos en Teledoce), pero sos un tipo tímido, que tenía pensado trabajar en radio o prensa escrita. ¿Cómo aparece la televisión en tu carrera?
Surge cuando termina el programa de la noche, Caras y más caras, en 2006. El programa cumple 20 años y Gustavo [Rey] lo mata. En ese interín, estaba La culpa es nuestra en formato late night show en Canal 10, que competía con Planta baja (en Canal 12). Los productores eran Miguel Ángel Dobrich y el Profe [Ricardo] Piñeyrúa, y me dicen de hacer el personaje en la noche, ahora que podía (al no tener más Océano). Entré ahí y el programa estaba en las últimas, se estaba terminando. Luego se reconvirtió y pasó a salir una vez por semana, a toda orquesta, con más producción. Estaba [Carlos] Tanco adentro, Alzira [N. de R.: personaje de Agosto Silveira], Leonor Svarcas, un cuadrazo, y así seguí unos cuántos meses, hasta que el programa explota por un episodio puntual y se termina.
Vos te escudabas en el tío Aldo para salir al aire…
Sí, hasta que una vuelta Iván Ibarra me dice que se le había ocurrido hacer un programa de archivo, para el 12, que quería hacer como un Bendita TV buena onda, amigable. Y él había pensado que estuviéramos Manuela [Da Silveira] y yo en la conducción. Pasan unos meses, y veo en el diario que anunciaban un programa en el 12 con [Cecilia] Bonino y Manuela. “¡Me cagaron, quedé afuera!”, dije. Lo llamé o le mandé un mail [a Ibarra], pero no por decir “quiero estar”, si no por eso que es muy común en los medios, que no te avisan y te enterás por los medios. Llamame y decime: “No quedaste”. Dame cualquier motivo, pero decime “no quedaste”. Lo llamé y me dice: “Ay, perdón que no te avisamos, al final se fue para otro lado, pero esperame un minuto”. Sé que habló con alguien, y a una semana del estreno [de Sonríe] quedé como un tercero con fórceps. Yo entraba como Pablo y tenía una participación. A mí me daba el chucho de mostrarme a cara lavada, porque yo seguía andando en ómnibus, haciendo mandados, me daba esa cosa de los comentarios, de dar el salto a la popularidad…, que después te das cuenta que no existe en Uruguay. Yo me escudaba en el personaje, y uno cada tanto me sacaba; si no, ni el loro. Y ahí empecé a hacer cada vez más cosas como Pablo que como Aldo.
Pero algo te tiene que gustar, porque es una de tus principales fuentes de ingreso desde hace unos cuántos años…
Es raro lo de la tele… porque viste que todo el mundo, cuando le preguntan, siempre elige el otro medio antes que la tele. Pero tiene algo, o te masajea el ego, o paga muy bien (para lo mal que pagan los medios), pero te da una cosa media terrible que es como un posicionamiento en Uruguay, y sigue siendo así, cuando de repente en otros países es más digno o mejor estar en una plataforma de internet que en un canal abierto. Yo he estado con gente que estuvo en la tele y después deja de estarlo, y es como si se hubiera muerto, ¿viste? “Fulano desapareció”. No, no desapareció: da clases, da talleres, estudia, escribe libros, es mucho más exitoso ahora que cuando estaba en la tele. “Pero no está en la tele, chau”. Y no tiene nada que ver.
Tampoco es que yo quise estar en la tele. Fue por esa llamada casual. Y los otros trabajos lo mismo, fueron surgiendo. Cuando muere Sonríe por una pelotera entre la productora y el canal, a los pocos meses nace Algo que decir y me dicen de estar. O para ir a los mundiales, me dicen de estar. Yo no dije: “Che, me interesaría ir a Rusia o a Catar”. Me van a decir: “Pero te interesa”. ¡Y lógico, si soy enfermo del fútbol! ¿Cómo no me va a interesar?
“Si viviera solo, no tendría televisión”, le dijiste a Jaime Clara para revista Noticias, en octubre de 2018. ¿Tanto así?
Me había olvidado que dije eso… Yo no miro mucha tele. Pero tampoco es que me haga el culto y leo libros de filosofía, porque me acuerdo que cuando dije eso, en Carballo [Algo contigo, en Canal 4] me partieron al medio. “Ay, se hace el crá”. No voy a Cinemateca, ni leo libros sesudos ni voy al teatro. La única cosa que sí hacía mucho —y es una llama que se ha ido apagando— es ver fútbol. Yo antes miraba fútbol argentino, miraba la Champions League, y mucho antes de ser padre, esa llama se fue apagando. Hoy, si no es por la religión del fútbol local (y a veces me duermo mirando los partidos, porque son espantosos), ya ni el fútbol miro. Tengo tele y pago el cable por el fútbol uruguayo, porque las nenas ven más YouTube que el cable. Es más, se impactan al ver una tanda. Ya nacen sin la concepción de una tanda, es aberrante…
“Tampoco es que yo quise estar en la tele. Y los otros trabajos lo mismo, fueron surgiendo. Para ir a los mundiales, me dicen de estar. Yo no dije: ‘Che, me interesaría ir a Rusia o a Catar’. Me van a decir: ‘Pero te interesa’. ¡Y lógico, si soy enfermo del fútbol!”
¿Por qué no tenés redes sociales?
No tuve durante mucho tiempo. En la previa del Mundial [de Catar], para compensar la falta de shows, por la iniciativa de la radio y para meter un par de clientes ahí, me hice una cuenta de Instagram (bueno, yo no, el tío Aldo). Alguna gente en los medios se pone premisas de qué cosas no hace: “Avisos financieros no hago, eventos político partidarios no hago”. Yo también lo dije, pero es cuestión de que venga uno con la plata y lo hago: “Endeudate tranqui, no pasa nada” [se ríe con su característica risa]. Un par me llamaron y dije que no, pero no dieron con el precio, no es que soy tan moral, tampoco.
Lo de las redes me parecía innecesario por varios vicios que veo en colegas o compañeros que caen entre opinar ante todo y de todo. Me resulta desgarrador eso de “siempre tengo algo importante que decir”, cuando el 96% de lo que digo no es importante. Y tampoco me gusta eso de hablar de uno mismo, exponerse, mostrarse. Yo soy más de la escuela de ocultar lo más posible. Otra cosa que tengo: mis hijas no van a existir hasta que ellas quieran, cuando sean más grandes. Yo no las voy a exponer, jamás. Por suerte, mi mujer está de acuerdo en eso. Pero, además, lo que más recibe la figura seudopública desde afuera es el desprecio, el latigazo. Y en la calle nadie me dice: “Bo, sos espantoso, hijo de Sonia Breccia, acomodado”, todas esas cosas que leeré más abajo, en los comentarios de esta entrevista [se vuelve a reír]. ¡En la calle no te lo dice nadie! Pero en las redes pasás a ser una persona despreciable. Entonces, no me aporta nada.
¿Qué cosas tiene el tío Aldo de vos? Si analizás el personaje, ¿qué cosas de Pablo hay en él?
Capaz que esa cosa de acidez, o del absurdo, que yo tengo mucho. El personaje habla mucho más y mucho más rápido que lo que yo hablo, como comunicador o de forma privada. El tío Aldo es del barrio del que era yo toda mi vida, de Punta Gorda. Pero yo hace 20 años me fui de Punta Gorda, y el personaje sigue viviendo ahí. Ahora el tío Aldo se hizo de Nacional, como yo, por esa cosa de confusión. Antes era hincha de la IASA, iba al Parque Fossa, una cosa delirante, cuando yo en mi vida fui al Parque Fossa. El tío Aldo veranea en un balneario al que yo nunca entré siquiera, que es Los Titanes-La Tuna. Nunca hice un show en el club, nunca entré al centro de Los Titanes. Son cosas que me hacían gracia… Yo nunca veraneé ahí, ni en Las Vegas, o Piedras de Afilar, otro lugar donde veranea el personaje. El tío Aldo siempre fue muy putañero, cuando yo siempre fui lo opuesto. Y como soy un miserable, jamás pagué por amor… Él es mucho más desprendido que yo. Él es hijo único y yo fui el cuarto hijo, o hijo de la vejez. Son cosas que se tocan. Yo no pensé en elegir lentes de sol para camuflar el ojo semimuerto que tengo, fue algo inconsciente.
“En la calle nadie me dice: ‘Sos espantoso, hijo de Sonia Breccia, acomodado’. ¡En la calle no te lo dice nadie! Pero en las redes pasás a ser una persona despreciable. Entonces, no me aporta nada tener redes.”
Los shows privados y el teatro son —supongo— una pata fuerte de tu economía familiar. Pero ¿te satisface, te sentís incómodo, enfrentándote a un público desconocido a altas horas de la noche?
Me resulta recontra cómodo. Lo hago como un soldado, sin pensar. Voy como un mercenario a buscar el peso, ni siquiera el aplauso. Los primeros son desgarradores porque son la humillación, la denigración, la vergüenza más profunda, hasta que pasás un umbral que es como la impunidad, ya no te importa si hay jugadores de fútbol, modelos, noche, droga, alcohol. Anoche, por ejemplo, fui a una fiesta de cumpleaños de 45 al boliche Patrick, y eran 15 hombres solos, con alcohol. Yo ni averiguo si hay micrófono o sonido, no me importa. Si no hay micrófono, grito. Puede haber 15 personas en estado vegetal y no me importa. Yo voy a estar el tiempo que me dijeron que tengo que estar. Si les gusta o no, no me importa, yo voy a dejar la vida ahí. A veces un chiste sin saber… Una vez un tipo me dijo: “Bo, casi me pinchás un negocio de 10 millones de dólares. Hiciste un chiste discriminatorio, había gente de ese país, se re quemaron”.
A propósito, decías más temprano que han cambiado los tiempos, que hoy es todo más políticamente correcto, que no podés herir susceptibilidades. ¿Te condiciona todo eso a la hora de hacer humor?
No, no me condiciona. Yo hago un humor bastante light dentro de todo, a lo sumo hago un chiste de humor negro cada tanto que pueda resultar ofensivo para justo ese nicho, pero yo me escudo en reírme de mí mismo: “Yo no soy bueno, no soy gracioso y no soy un crá, porque si fuera tan crá no estaría acá en tu casa. Estaría en un loft con chiquilinas corriendo. Si estoy acá es porque soy un mediopelo”. Con eso ya rompo una barrera. No, no me condiciona. Sí que hay tópicos de la realidad que ya no se hacen. Reírse de la homosexualidad dejó de ser gracioso.
Decíselo a Olmedo…
Y yo lo sigo viendo y me sigue haciendo gracia. Pero es la risa ante lo grotesco, tipo: “Pah, no puede estar diciendo esto”. Es la risa ante el horror.
Volviendo a los eventos. Aparte de ser plata fácil, tenés algunos sacrificios: perdés vida social, vida familiar, vida de pareja, pero también te da un par de elementos, porque te da calle, al nivel de un chofer o un taxista. Y es un buen músculo para la autoestima, porque todo el tiempo estás recibiendo la negativa o el desprecio. Elogios también, pero es como lo que dice Midachi: “Hay 3.000 personas en la calle Corrientes, y hay uno con cara de culo, y vos mirás al de la cara de culo”. Vos te la agarrás con ese, que es fácil de ubicar. Vas a quedar envenenado con esa persona. Vos llegás y decís: “Ta, soy un crá, trabajo en Del Sol y Canal 12, soy un crá”. Y llegar y escuchás: “¿Y este quién es?” o “pah, mirá cómo se viste, pobre loco, las cosas que debe hacer por un sueldo”. Eso te arruina la autoestima, y lo vas escuchando evento a evento. Ta, tengo un plus: al standapero que arranca sí que no lo conoce nadie. Y a mí, el 70 o el 90% de la gente (depende del público), me saca, pero siempre alguno dice: “¿Y este quién es?”, aparte hablan en voz alta, como si vos fueras sordo. “Es de la tele”, le dice otra. “Ah, claro”. Es muy fuerte…
Me ha pasado con mi mujer, cuando vamos al súper. Nos separamos para buscar cosas y mi mujer escucha: “Pah, el vejiga este que no hace reír a nadie”. Y mi mujer las mira como diciendo: “Bo, es un vejiga sí, pero tampoco me lo digas en la cara, que yo vivo con él”.
Hablemos de tu rol de padre, porque ya tenés tres hijos (Carmela de 6, Martina de 4 y Alfonso de 1 año), y sé que sos un padre muy presente y dedicado. También sé que te dividís muy bien las tareas caseras con tu señora. ¿Cuáles te corresponden a vos?
Yo me encargo más de la organización familiar de la casa: de las compras, del súper, de la comida, y claramente me descanso en la parte más difícil que es en la educativa, en la de la presencia. Mi esposa es maestra preescolar, entonces claro, es ideal, tiene un músculo y me marca desviaciones verbales: “Eso a un niño no se le dice” o “no es por ahí” o “eso no sirve”. Ella estudió para eso. Yo lo veo con parejas amigas, donde el padre hace lo que yo hago porque no tiene esa información. Yo a veces estoy 12 horas fuera de casa y llego para dormirlos, y mi mujer se los fumó a los tres 12 horas, y son chiquitos, es muy demandante.
“Vos llegás y decís: ‘Ta, trabajo en Del Sol y Canal 12, soy un crá’. Y llegar y escuchás: ‘¿Y este quién es?’ o ‘pah, mirá cómo se viste, pobre loco, las cosas que debe hacer por un sueldo’. Eso te arruina la autoestima.”
En 2011 publicaste el libro Toto da Silveira: 50 años de periodismo deportivo (Penguin Random House). Le pregunté a Da Silveira por qué no autorizó esta biografía, y me dijo: “Ese libro no reflejaba la realidad. No puedo autorizar una biografía que no le dice a la gente quién soy yo realmente”. Le había molestado que después de entrevistarlo, contrastaras algunas cosas con otras voces y no hayas vuelto a él para la palabra final. Eso me dijo. ¿Te dolió, en su momento, que él no haya legitimado el libro?
En realidad, el dolor fue porque yo quería hacer una biografía que a él le gustara, era un homenaje a él. No quería mancillar su honor, para nada. Para mí era un tipo de valor, admirable. Quizás tuve la ingenuidad, por no haber trabajado de periodista, no haber hecho algo periodístico muy fuerte, pero yo tampoco quería hacer un libro, como el que fue de [Marcelo] Inverso después que fuera solo el Toto hablando de su vida. Depende quién haga el libro, cómo será el perfil. Puede haber 15 biografías de Steve Jobs y todas encaradas de una forma distinta. En realidad, yo no quise hacer un libro. Fue una tesis de grado, y por culpa de [Gonzalo] Cammarota terminó en libro, porque él comentó en la editorial que estaría buenísimo un libro del tío Aldo. Yo dije que era imposible, porque estaba con la tesis sobre el Toto. A la editorial le gustó y terminamos firmando un contrato por dos libros: el del Toto y uno del tío Aldo, que nunca hice. Pero mi idea no era publicarlo, no era que fuese un libro. Capaz que al Toto le jodió que yo pusiera una foto de él como mascotita de Nacional.
Mi dolor fue porque, al no legitimarlo él, así como salió, se murió. Dejó de tener difusión. Yo creo que hice una o dos entrevistas nomás por el libro. Cuando si él lo hubiera avalado, habría tenido más difusión. Tampoco le hubiera cambiado la vida a él o a mí, porque el que hace un libro gana dos pesos con cincuenta. Me jodió porque había un vínculo de amistad familiar, además yo trabajaba con Manuela, pero ta… Mi idea siempre fue en una buena. Yo no quise hablar mal del Toto ni que la gente hablara mal del Toto. La gran mayoría hablaba maravillas del Toto. Pero bueno, él no quedó conforme con lo que salió, no era lo que él pensaba que era, y está perfecto.
El gustito a ser periodista deportivo ya lo cumpliste: fuiste a los últimos dos Mundiales y saliste vestido de traje, opinando de fútbol.
¡Salí disfrazado de periodista deportivo al 100%! Yo terminé yendo por conveniencia de los dos medios, porque le costaba a cada uno el 50% de lo que cuesta tener un enviado. Era negocio para ellos, y como a mí me gusta trabajar, trabajé el doble. Como periodista deportivo trabajé poco, capaz más en Rusia (2018), donde sí me hicieron trabajar mucho más, y se ve que surgieron efecto mis quejas, porque a Catar (2022) fui casi de vacaciones como periodista, prácticamente. Pero donde más ruido me hacía todo (y supongo que a la audiencia aún más) es cuando yo estaba en programas de debate en Rusia. Estaban [Federico] Buysán, Alberto [Kesman], [José Carlos] Álvarez de Ron, Martín Kesman, [Diego] Jokas, el Loco [Abreu] en Montevideo, a veces [Diego] Forlán en Moscú y yo. Y yo decía: “¿Qué hago acá? ¿Quién autorizó este delirio?”. Tiene esa cosa fuerte de que mucha gente decía: “¿Qué hace ese loco que no sabe de fútbol?”. Ta, pará, no sé nada de fútbol, pero muchos de los que hablan tampoco saben nada de fútbol, y he mirado miles de partidos de fútbol en mi vida, jugué toda mi vida… Y en Uruguay pasa eso que si sos periodismo deportivo o periodista no podés hacer humor, y si hacés humor no podés hacer otra cosa. Al final, en Catar hice más color, las previas de los partidos, “el color del Mundial”, y sí algo de fútbol, pero no hable de tácticas.
Hace poco, el periodista deportivo Damián Herrera aludió a vos para ilustrar el relacionamiento con las autoridades del canal. Dijo: “Para el Mundial de Rusia 2018 enviaron a un equipo bastante grande e incluyeron a un humorista [se refería a vos, según El Observador]. No tengo nada en contra de él, pero luego yo lo vi en las transmisiones del canal opinando si el lateral derecho desbordó bien o marcó mejor. Él estaba en Rusia y yo estaba en el living de mi casa. Al último Mundial fueron muchos compañeros y tampoco me tocó”. ¿Cómo lo tomaste?
Me enteré leyéndolo… No sabía que Damián se había ido del canal por culpa mía [se ríe]. Damián es un crá, yo me llevo muy bien con él, y debo decir que estoy de acuerdo con lo que dice. Yo lo dije anteriormente: yo no pedí para estar y seguramente no correspondía que yo estuviera en ese programa de análisis de los partidos. Muchas veces, yo ni miraba los partidos. Pero no por no querer ver fútbol, sino porque estaba al aire en la radio o viajando de un lado para el otro. Es más, una noche llegué a salir en Sochi, sin dormir —porque justo volábamos en el turno nocturno—, y después al aire: “¿Qué te pareció Brasil?”. Y salí diciendo cualquier cosa… Una inmoralidad, una impunidad absoluta… Entonces, si Damián se vio los cuatro partidos y dijo “está saliendo este anormal”, es aberrante, es lógico… Pero insisto: yo no pedí estar ahí y, además, a mí me manda más la radio que el canal. Trabajo mucho más para la radio que el canal, pero lo entiendo. Es una molestia lógica la del negro.
“Soy mi padre”, dijiste hace un tiempo en La mesa de los galanes (Del Sol FM). De hecho, en esa oportunidad confesaste que lo has estado imitando inconscientemente. ¿En qué cosas de él te reconocés?
En una apariencia física cada vez más notoria, sobre todo viendo fotos de él más joven. En carácter también, eso de ser muy calmo, muy calmo, y tener explosiones de furia muy cortitos, y enseguida bajar. Para el Día del Padre hice un texto, porque un día estaba desayunando y leyendo el diario en papel y, de repente, estaba haciendo un ruido con la garganta que hacía mi padre. Cuando me di cuenta, dije: “Pah, ¿por qué estoy leyendo el diario en papel, si me hace perder tiempo y tampoco me informo más? Porque es una imitación inconsciente de lo que hacía mi padre”. Él habla mucho más, es mucho más dado, más sociable, eso sí, tiene la impunidad del viejo que no tiene filtros y carajea a uno de la nada. Y cuando yo era niño o adolescente, no era así. En otras cosas no [me reconozco] porque él dejó bastante joven de ir a ver a Nacional y yo seguí yendo solo. Pero mantengo de él cosas más importantes, lo moral, lo ético, el comportamiento laboral, la ética laboral. Yo hago un chiste en la radio, de algo que me enseñó mi padre, que es cuando pasás un día de verano por la rambla y mirás la playa, no decir: “Pah, qué envidia”, sino: “No labura nadie en este país”. Es como un castigo al ocio. ¿Por qué trabajo 15 horas por día? Ahí está la explicación.
“Una noche llegué a salir en Sochi, sin dormir, y después al aire: ‘¿Qué te pareció Brasil?’. Y salí diciendo cualquier cosa… Una inmoralidad, una impunidad absoluta… Si Damián [Herrera] vio los cuatro partidos, es lógico que se moleste.”
Has hecho radio, TV, teatro, escribiste un libro, sos padre y hasta tenés un personaje. ¿Qué te queda por hacer? ¿Hay algún pendiente?
No… A veces hago el chiste de que lo que quiero es seguir en este ritmo de seguir diciendo barbaridades, para que esto se acabe cuánto antes y conseguir un trabajo digno. Ahora es con BPS, los medios masivos han decidido que no somos más empleados, somos todos empresas unipersonales que les damos servicios a la empresa. Es insólito… Y ta, abandonar un poco la exposición…
¿Estás en plan Marguery, harto de la exposición pública?
No, no… Lo mío es más de mediocre: mantener lo más posible esto en el tiempo, hasta agotarlo. Tampoco es: “Ay, si me quedo sin tele, me muero” o “si me quedo sin eventos, me muero”. Es más, creo que me ha ayudado un poco a extender esta agonía… Yo nunca quise hacer eventos ni quise hacer humorista, ni quise ser standapero, ni quise hacer teatro. Lo mío fue más: “Voy a dejar la vida, y si se termina, no pasa nada”. Eso ha hecho que el personaje en eventos rinda tanto. No fue onda: “Mi sueño es hacer reír, amo la comedia”. Yo acá vengo porque pintó, me llaman, quemo las naves y dejo todo. Yo nunca hice publicidad, nunca hice redes (hasta que tuve la necesidad de hacerlo puntualmente) ni tuve página web. Lo mío fue más boca a boca. Es una señal de que yo no quería ser eso. Me llamó uno porque le gustó lo que hacía en la radio, me llamó otro, me llamó otro… y así surgió.
“Lo mío fue más: ‘Voy a dejar la vida, y si se termina, no pasa nada’. Eso ha hecho que el personaje en eventos rinda tanto. No fue onda: ‘Mi sueño es hacer reír, amo la comedia’. Yo acá vengo porque pintó y me llaman.”
¿Sos feliz?
Por un lado, sí, por otro no. Yo tengo una carga de negatividad, siempre estoy viendo la parte vacía. Siempre. “¿Cómo nos va a ir en el Mundial?” Mal. “¿Pasamos la primera fase?” No. “¿Cómo me va a ir en tal cosa?” Mal. Entonces, después, todo lo que venga, no es tan malo, siempre será mejor de lo que lo pronostiqué. También hay una carga de estrés en este trabajo, que es la incertidumbre de que, si hoy digo un disparate, se me acaba la carrera. Aparte, nosotros [habla de La mesa de los galanes] como ya pasó con Rivera o con otro episodio, basta con que agarren una de las 14 frases fuertes que decimos por día y diga: “Hoy me hago un picnic con estos vejigas”, y se termina, como le ha pasado a mucha gente en muchos países, que son cancelados. Capaz que yo tengo herramientas de formación para trabajar de otra cosa, o termino de mozo. A veces, estamos jugados, por eso te hablaba de la incertidumbre… porque en los canales o las radios hoy piensan: “Sos un profiláctico. Hasta acá llegó tu uso. Suerte en pila”.