El miércoles 23 de octubre, Silvana Fernández acompañó a su pareja al Casmu para que un profesional lo atendiera por un dolor en la espalda que le impedía caminar. Llegaron juntos, sobre las 20:00. Se sentaron en una sala de espera, lejos de los mostradores principales de la emergencia de la mutualista. Y esperaron.

En un momento, Fernández vio a una joven que le llamó la atención. Caminaba mientras lloraba, tenía los brazos cruzados, estaba sola. Iba y venía. La vio angustiada y pensó en acercarse, en que quizá tenía un familiar en estado grave, en qué le pasaría. Pero no lo hizo. Siguió acompañando a su pareja, sin saber que viviría el comienzo de “una revolución”.

No sabía quién era, qué le pasaba ni qué necesitaba. Nadie lo sabía en esa sala. Es que el nombre Milagros Chamorro aún no había llegado a los medios; no se habían organizado protestas en su nombre y no todos conocían su historia, su dolor.

Fernández narró a Montevideo Portal que una hora y media después de haber llegado al centro de salud la situación empezó a cambiar. En la sala de 40 personas comenzaron a escucharse “gritos”, “alboroto”, “relajo”. Y en ese momento volvió a ver a la joven que le había llamado la atención.

Al principio no escuchó más que ruido. Milagros, que tiempo atrás había denunciado haber sido violada en grupo por cinco varones de Maldonado cuando tenía 15 años, pedía ayuda al personal médico, a los funcionarios detrás del mostrador.

En un momento, Fernández la vio volver hacia donde ella estaba sentada, cerca del consultorio de una de las doctoras de guardia.

Recuerda que Milagros se asomó “alterada” y le increpó a la profesional que no la había llamado —o que la había llamado con su nombre incorrecto—. En ese momento, recibió la noticia que no estaba esperando: no había un psiquiatra de guardia. 

“¿Cómo que no hay psiquiatra? Hace dos horas y media que estoy esperando, yo no puedo más”, dijo Milagros, que volvió a pedirlo a gritos. Mientras la doctora intentaba calmarla, la víctima le preguntaba cómo iba a ayudarla. La médica le pedía que no le faltara el respeto, que se tranquilizara. Pero ella no podía.

“Estaba muy mal; súper desbordada y alterada. Gritaba, increpaba”, recuerda Fernández. La doctora le pidió que entrara al consultorio, pero desde afuera solo se escuchaban gritos que no cesaban.

Milagros salió del consultorio, “pegó un portazo” y “empezó a patear todo lo que había en la vuelta”. Un escritorio de Secom, una papelera que voló. “Rompió todo lo que podía”, recuerda Fernández.

Entonces, volvió a ver cómo se iba a los pasillos de nuevo. Pero la gente no siguió a Milagros, sino a la doctora, que tras el encuentro con la paciente “estaba bien”. 

La visita de la joven fernandina no terminó en ese altercado. No se fue a su casa: siguió en el Casmu al menos una hora más, cuando Fernández y su pareja estaban por emprender la vuelta a su casa.

Y otra vez pasó lo mismo: alboroto. Milagros gritaba en el mostrador, decía que no le habían dado una “opción”. “Si no viene un psiquiatra yo me voy a suicidar; me tiro debajo de un ómnibus”, la escuchó decir el marido de Fernández. E insistía en que no podía más, que si no la ayudaban se iba a suicidar. “Lo estaba dejando bien claro”, sostuvo la testigo.

Había enfermeros y funcionarios al tanto de la situación, pero no lograban calmarla, asegura Fernández. Recuerda que los trabajadores del centro de salud hablaban “suavecito”, mientras que Milagros pedía a gritos.

Lo último que vieron de aquella joven desconocida fue su espalda, cuando a las 23:00 dos enfermeras la trasladaron a boxes. Fernández se enojó y sin conocerla escribió un posteo en redes sociales sobre la situación que había vivido, sobre el desamparo de Milagros.

También en redes circula una conversación de la víctima con una amiga a horas similares a las del testimonio de Fernández en la que cuenta la situación que vivió en la mutualista.

Dos días después, el viernes 25 de octubre, volvió a la emergencia otra vez a pedir ayuda, y se suicidó allí mismo en un baño del centro de salud. Hacía tres meses que había intentado reabrir la causa de la violación grupal que la Justicia había archivado porque en el viejo Código Penal los delitos sexuales proscribían a los diez años. Dos años antes había hecho pública esa denuncia en redes sociales y en medios de Maldonado.

Atando cabos

El pasado jueves 31 de octubre, Fernández recibió un mensaje con el que le puso nombre y apellido a la situación que había vivido en el sanatorio: Milagros Chamorro.

Después del suicidio de la joven, diferentes colectivos feministas y grupos sociales hicieron visible la situación. Hicieron concentraciones en Maldonado y realizarán otra en Montevideo. En base a esas publicaciones, Fernández pudo identificar a Chamorro.

Primero, quedó shockeada. Después, se contactó con la familia y amigas de la joven para ofrecer su ayuda y “difundir” qué fue lo que pasó.

Y después de conocer la historia de Milagros, entendió que su caso no debía “enfriarse” para así evitar que se “repitiera”. Considera que Milagros “inició una revolución”.

“Fue muy fuerte lo que hizo. Ella pateó todo, rompió todo y tiró la bomba en el Casmu, que podría ser en cualquier otra mutualista, pero no se puede repetir en ningún lado”, sostuvo.

Fernández espera que “haya movida, que haya difusión”, porque entiende que es lo que la joven “hubiese querido”: “De alguna manera tenía que conocerse su historia”.