Seré curioso

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“Hoy solo vale el que gana. Hay una cultura de exacerbar hacia el delirio el exitismo”

El periodista deportivo Eduardo Rivas lleva 37 años en Canal 4 y acaba de compilar las memorias que escribió el Pepe Schiaffino.

22.08.2024 10:35

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2024-08-22T10:35:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

El pibe que cuando tenía 10 años acompañaba a su padre a los partidos de inferiores y tomaba notas, hacía comentarios del partido y hasta se daba el lujo de calificar con puntos a los jugadores, siempre escuchó hablar de Maracaná. Cuando cumplió esos 10 años, leyó en los diarios que compraban en su casa que se conmemoraba el vigésimo segundo aniversario de la mentada gesta deportiva. Lo volvió a escuchar un año después, y un año después y un año después.

Probó de puntero derecho en el baby, luego aceptó probarse en básquetbol y descubrió lo más cercano a una vocación. Él quería (soñaba) ser rebotero del Waston, pero las circunstancias fueron cambiando y el muchacho, que hasta pensó que sería técnico de básquet, dejó la práctica de la disciplina. Había otra forma de vincularse a los deportes que lo atraía más —y desde gurí chico— en la Aduana: escribir en un diario o revista sobre eventos deportivos. Quería dedicarse a la prensa, y estudiaba con más esmero las crónicas de El Gráfico que las anotaciones de las clases de Historia o Geografía.

Pero la vida suele tener otros propósitos para nosotros, y a los de Eduardo Rivas se los modificó ligeramente: fue periodista deportivo, sí, pero lejos de las Olivetti o las Mac; lo puso primero frente un micrófono de radio y rápidamente lo llevó a la televisión, ese medio donde él, tímido e introvertido, jamás se hubiese imaginado. Hoy, Rivas (62) dirige la sección deportiva de Telenoche (canal 4), es panelista de El diario del fútbol en el mismo canal y también trabaja en radio Oriental. Y justo a él, uno de los que anualmente reivindica la hazaña de Maracaná en 1950, el destino lo premió con un “tesoro perdido”, las memorias escritas a máquina y guardadas en un cajón de Juan Alberto Schiaffino, el 10 de aquella Celeste gloriosa, aquel que los italianos llamaron “il piú grande”. Dos años después, Rivas y editorial Planeta acaban de publicar La memoria de Schiaffino. La excusa es perfecta para conocer mejor a Rivas (y al Pepe Schiaffino).

¿Sos el típico futbolista frustrado?

Yo me crie en la Aduana, hasta que me casé, viví en la Aduana. Y jugué al baby fútbol en Alas Rojas de River. Jugaba de puntero derecho. Cuando yo andaba por los 10 años, por amigos y compañeros de escuela, salió la invitación de ir a jugar al básquetbol en Waston. Y fui a jugar, sin dejar el baby fútbol de lado, pero fui a jugar un deporte que conocía solo de ver nomás. Y le agarré muy rápido la mano. Y descubrí un mundo nuevo en el básquet, que me encantó. Seguí jugando al baby fútbol, pero el básquet me empezó a entusiasmar de una manera tal que pensé que iba a ser jugador de básquetbol. De hecho, jugué unos cuantos años. Jugué 12 años al básquet.

¿Qué cosas te tocó hacer antes de dedicarte al periodismo deportivo?

A los 16 años empecé a trabajar en la oficina de un corredor de cambios en Ciudad Vieja, que era una gestoría de comercio exterior, desde la parte bancaria, que se complementaba con los despachantes de aduana. En aquel momento, todos los que éramos gurises de la Ciudad Vieja, había una vacante y nos conseguíamos acercar a un corredor de cambios o despachantes de aduanas, porque a ellos les servía tener muchachos de la zona porque conocían las direcciones. Era un mundo en el que después ibas adquiriendo responsabilidad. A los 18 años, por ejemplo, en la Banco República, teníamos que hacer pagos con cheques, nos daban mucha plata, y lo tomábamos con naturalidad. También creo que me fue sirviendo para ir conociendo a otra gente.

“Yo fui niño del periodismo… Mi hermano Daniel jugaba en formativas, yo iba con mi viejo, y sacaba notas, le ponía puntuación a los jugadores, y ahí empecé a soñar con hacer periodismo escrito: era mi sueño”

A los 17 años, yo seguía jugando al básquet, y trabajaba en el correo de cambio, y un día a fines del 79 un amigo me dice: “En Central [Español] están tomando aspirantes, ¿vamos?”. “Vamos”, le dije. Y quedé, ahí dije que quería jugar de 9. Estaban Obdulio Trasante y Héctor Tuja en la primera. Llegué a jugar en Cuarta división, un año, en la B, en 1980.

Yo fui niño del periodismo… Tengo dos hermanos mayores que yo, uno me lleva 10 años y el otro ocho, y el que me lleva ocho años, Daniel, fue futbolista profesional. Mi hermano empezó en Central, después jugó en Sud América. Cuando jugaba en formativas yo iba con mi viejo, y sacaba notas, le ponía puntuación a los jugadores, y ahí empecé a soñar con hacer periodismo escrito: era mi sueño. A veces no me podían comprar la revista El Gráfico, y me angustiaba. Tenía 10 y escribía apuntes en un cuaderno, las puntuaciones, los pasaba a máquina después, y siempre tuve como que esa inquietud del periodismo escrito.

Comenzaste a trabajar en lo tuyo en radio Rural en 1983, todavía en dictadura…

A principios del 80 yo tenía 20 años, y en la previa de un partido de la Liguilla, escucho una nota que le hacen a Jorge Pasculli, que era jefe de deportes de Subrayado, donde anuncia que iba a empezar con un curso de periodismo deportivo. Lo anoté y fui a esa academia que estaba en la calle Convención, casi Colonia. Irían dos o tres meses y vienen de radio Rural, buscaban alguien que hiciera canchas: el relator era Juan Carlos Scelza, Eduardo Graña era el comentarista (después se sumó Carlitos Prieto), y, bueno, ahí arranqué. Seguí haciendo el curso, y empecé cubriendo la B, cubría canchas. En aquel momento tenías que salir por teléfono desde la cancha. Al poco tiempo me pasaron a la transmisión central, y me pasaron al programa que era Suplemento deportivo 4, que iba de lunes a viernes, como a las 19 horas, mientras yo seguía con mi actividad también de correo de cambio.

En 1987 te sumaste a un clásico de la historia de la televisión uruguaya: Estadio uno, recordado por sus polémicas, por la vehemencia de su conductor, Julio Sánchez Padilla, y por los famosos “ocho televidentes” como ironía por el bajo rating que decían las mediciones, y del que Sánchez sospechaba. ¿Qué fue Estadio uno en tu carrera, y cómo creés que será recordado?

En lo particular fue un cambio radical y fundamental para mi futuro en el periodismo, la verdad. Así de simple. Como te dije, yo soñaba con ser periodista en la rama escrita, ni pensaba radio, ni muchísimo menos me imaginaba en televisión, porque yo siempre fui más bien tímido, introvertido, pero bueno… Un buen día Scelza me dice: “Mirá, Sánchez Padilla está buscando un notero para Estadio uno”. En aquel momento Estadio uno estaba en canal 4 y tenía tres espacios: Estadio uno propiamente dicho (en ese momento iba los domingos al mediodía, y era una suerte de previa de la etapa del domingo), eso estaba grabado y la presentación de esas notas eso lo hacían [Enrique] Yanuzzi y Scelza, pero también tenía Cabalgata deportiva y polémica. Paso la prueba y entonces mi función era hacer notas para Estadio uno (fútbol) y notas para Cabalgata deportiva (cubrir el atletismo, maratón, etcétera), que la presentaban Juan Carlos Scelza y Sandra Rodríguez. Yo era el notero. Y como estaba en Canal 4 y a su vez que era otro mundo, Canal 4 televisaba partidos, producía partidos para la Copa Libertadores, entonces ahí también me propusieron empezar a hacer cosas. Así comienza a surgir una especie de vínculo con el canal.

“Siempre sentí que pasaba algo injusto, que flotaba en el ambiente una suerte de acusación hacia aquellos campeones de nuestras penas o fracasos posteriores”

En consecuencia, Estadio uno para mí fue clave. Creo que para la historia se convirtió en un clásico del periodismo deportivo en televisión. Hoy casi todo lo que vemos en los programas que se hacen en la televisión estaba en Estadio uno: se destacan los mejores goles, las mejores atajadas, había polémica y debate.

Desde ese 87 estás en Canal 4, donde hoy sos el responsable de la sección deportiva de Telenoche. Toda una vida... ¿Sos de los que valora esa estabilidad en un medio tan exitista como la tele? Viste que los milenials están un par de años en un mismo laburo y huyen buscando otra cosa…

Había una cuestión de que defender la camiseta; yo sentía y siento eso. Está clarísimo que es válido y no es reprochable que cambies de trabajo porque te vienen a buscar o por lo que sea y si las posibilidades de mejorar, está clarísimo cambiar. Pero yo sentía eso de defender al canal 4. El primer libro que hice fue en coautoría con Jorge Señorans sobre [el expresidente de Peñarol, el contador José Pedro] Damiani, y me acuerdo de que, en aquel momento, él decía que, si necesitaba un chofer, supongamos, y le pedía antecedentes laborales, si él veía que el tipo había trabajado acá y allá, y en tal otro, ya lo descartaba. Para él, la estabilidad era una moneda importante, y yo tengo un poco esa concepción.

Como periodista sos de los pocos que, cada tanto, reivindica la gesta deportiva de Maracaná (junto a Franklin Morales y Atilio Garrido). Lo has hecho con programas especiales en Canal 4, y de algún modo también con tu último libro. ¿No creés que hay que soltar la hazaña del 50 para poder reverdecer los laureles, o incluso para entender que aquello fue una excepción en la historia dada nuestra población de tres millones?

Lo que pasa es que siempre sentí, desde que me metí en esto del periodismo, y de que pude tener la suerte de hablar con unos cuantos protagonistas de esa gesta, que pasaba algo injusto, que flotaba en el ambiente una suerte de acusación hacia aquellos campeones de nuestras penas o fracasos posteriores. “Dejate de embromar con Maracaná, ya fue Maracaná”, y mirá que te lo decía con su estilo el propio Obdulio Varela. A veces te lo ladraba, y para terminar con eso decía: “Ganamos esa vez y nunca más”.

El propio Schiaffino lo dice en tu libro: “De 10 partidos, perdemos 8, ganamos uno y empatamos el otro”.

Pero justo esa final fue el partido que ganaron… A mí me sonó siempre como una suerte de injusticia hacia ellos y me parece que sentían algo de eso, junto a otros ingredientes. Pero respecto a reivindicar Maracaná, no es para quedar permanentemente anclado. Aquello fue un fenómeno social, otro mundo, otro fútbol. Seguramente en el fútbol de hoy en día ese último córner no terminaba así. No por proyectarnos al futuro quiero enterrar Maracaná; me parece injusto. Ahora, soy consciente de que hay que apuntar al futuro, pero reconociendo lo que representó aquello, que me parece fue un poco el canto del cisne de una época imposible que se vuelva a dar.

Quiero ir a tu reciente libro La memoria de Schiaffino, una joyita testimonial, porque sos el compilador de las memorias de Juan Alberto Schiaffino, que nunca publicó en vida. ¿Cómo diste con ese material invalorable?

A partir, precisamente, del tema Maracaná, cuando faltaban unos tres meses para que se cumplieran los 70 años de Maracaná, yo le planteé a Gonzalo Terra, director de Telenoche, en virtud de esa fecha, hacer algo especial con Maracaná. Ya no quedaba ningún protagonista con vida y Gonzalo me dice: “¿Qué querés hacer?, ¿qué se te ocurre?”. Y le digo: “Mirá, no queda nadie con vida. Me gustaría encontrar el testimonio de familiares, ver si a ellos les molesta, si les alegra, ver qué representó para la familia, y cuánto recuerdan del ser querido ese día”. Y Gonzalo me dice: “Dale para adelante”. Empecé a contactar a familiares y fue uno, otro, otro, y la cosa fue creciendo a punto tal que un día, un mes y medio después, le digo a Gonzalo: “Esto se me está yendo de las manos”, porque ya me daba cuenta de que excedía el tiempo de un informe y acordamos hacer un programa especial.

“Casi me estoy yendo y el sobrino de Schiaffino me dice: ‘Mirá, yo tengo algo… No te sirve para el programa, pero no sé’. Se levanta, abre un cajón, saca una carpeta y me dice: ‘Esto es un libro que escribió mi tío, no lo publicó nunca’”

Ahí fui encontrando que las familias hablaban con mayor locuacidad y mayor orgullo que los propios protagonistas, y casi todos resaltaban que a los protagonistas les molestaba hablar de Maracaná, eran hombres callados que no hablaban del tema. Los hijos de Matías González y [Eusebio] Tejera me dijeron: “Si escuché a mi padre hablar dos veces de Maracaná es mucho”. La hija de Obdulio Varela, que falleció hace poco, era muy parecida a la madre, pero hablaba igual que el padre. Ella me mostró un cuaderno que tenía: resulta que Obdulio era enfermo de Gardel y entonces la esposa le escribía letras de tango de Gardel para mejorar su escritura y su lectura, él copiaba las letras y ella lo corregía.

Schiaffino no tuvo hijos, entonces hablé con su sobrino Raúl, hijo de Raúl Schiaffino, también futbolista, quien dicen que era muy bueno y tuvo un fugaz paso por Peñarol. Hacemos la nota lo más bien, y cuando termino y casi me estoy yendo me dice: “Mirá, yo tengo algo… No te sirve para el programa, pero no sé, pará”. Se levanta, va a un mueble, abre un cajón, saca una carpeta y me dice: “Tengo esto de mi tío”. Lo miro y era una cantidad de hojas escritas en la máquina. “Esto es un libro que escribió mi tío, que no lo publicó nunca, no hubo caso, pero pasó mucho tiempo. Yo no creo que tenga interés para la gente, pero bueno”, me dice. Lo miro y ya me impactó lo que me decía: un libro escrito por Schiaffino. Empiezo a pasar las hojas y encuentro dibujos de Schiaffino, por ejemplo, el dispositivo del sistema táctico que utilizó Uruguay en la final del 50. La revelación fue tal que el sistema con muñequitos y sus nombres que había escrito el Pepe era distinto a lo que todos creíamos. “Si a vos te parece y creés que se puede llegar a concretar algo, dale para adelante”, me dice. Yo lo leí todo y me pareció una suerte de tesoro perdido de una pieza angular del futuro uruguayo como Schiaffino. Me reúno con Claudia Garín [editora de Planeta] y de primera me dijo que sí. Y hace dos años y medio empezamos a trabajar de lleno en el estudio del libro.

Me resultó muy curioso ver su forma de escribir tan florida y barroca, pero muy rica en vocabulario siendo que a los 12 años, después de ir a la escuela, dejó los estudios para trabajar en una panadería primero, y en una fábrica de cartón después... ¿Te llamó la atención lo mismo?

Schiaffino era así cuando jugaba: un elegante y un adelantado futbolísticamente para la época. Creo que en su concepción también se ve que era un hombre inteligente, más allá de esa educación. También me parece que revela que aquellos seis años de educación primaria para la época eran muy ricos también, ¿no? Ves las fotografías de la época de los futbolistas y él tiene un aire distinto y se ve que era así. Yo creo que debe haber tenido —sinceramente lo pienso, pero no lo sabe su sobrino— un asesoramiento de alguien, quizás algún periodista. No lo sé, pero también es cierto, que, por un lado, se ve que Schiaffino se dedicó, porque tiene la imagen, la vestimenta, era una especie de actor de cine de época.

Y tuvo emprendimientos personales muy importantes. Se dedicó, siendo futbolista, a inversiones inmobiliarias, construyó edificios acá en Uruguay. Su inversión no estuvo en Italia, sino que él ya tenía la idea: terminada la etapa en Italia volvería a Uruguay y sabía que tenía que encarar algo, porque no quería dirigir. Él se imaginaba aportando para la formación del jugador, pero en cuanto a la vida diaria y a su forma de hacer rentable el dinero que había ganado, ponerlo en inversiones inmobiliarias, edificios en Pocitos, por ejemplo. Dentro de poco incluso van a poner una especie de mensaje en un edificio que fue construido por Schiaffino. Tenía un aire diferente y, a su vez, el libro lo habrá empezado a escribir en el 71 o 72; él pone la fecha del final del libro en febrero de 1974, y antes de eso él ya había escrito en diarios. Había analizado fútbol para El Día analizando el Mundial de Inglaterra 66. Yo creo que tenía una raíz didáctica y no descarto que él haya escrito y le haya dado a corregir a alguien y capaz que ese alguien le haya corregido alguna cosa. Pero se ve que era muy rico intelectualmente.

Contale a los adolescentes que lean esta entrevista quién fue el Pepe Schiaffino.

Para resumirlo en pocas palabras: es uno de los más grandes futbolistas de la historia del país. Hoy en día, todos dicen “Suárez es el más grande de todos”. Bueno, no sé, es uno de los grandes sin duda, pero uno de los más grandes futbolistas de toda la historia del fútbol uruguayo. Dependerá del gusto, pero que está en el podio de los mejores futbolistas de todos los tiempos de Uruguay yo no tengo duda. Un hombre de una inteligencia superior que incluso jugando acá a veces lo tildaban de “pecho frío” porque si había una pelota que se daba cuenta de que no llegaba porque el pase era malo, no la corría, y eso acá en Uruguay al día de hoy se reprocha. Jugaba un fútbol que acá no se comprendía, y el ir para Italia le cayó como anillo al dedo en aquel fútbol italiano. Pasó a ser un líder intelectual, fue capitán del Milan, un capitán intelectual a raíz de su clarividencia futbolística.

Leyéndolo, veo que a fines de los años 40 y principios de los 50 se usaba mucho la táctica WM, con cuatro o cinco atacantes. Hoy vemos que prevalecen las tácticas con un solo delantero o a lo sumo dos, y ya no hay punteros, ahora son “extremos”, y un pase en profundidad es un “pase filtrado”. Más allá de las denominaciones, ¿cambió mucho el fútbol y sus estrategias con el paso del tiempo?

A partir de ese momento empezó lentamente a intensificarse el tema de las estrategias, de los sistemas. Yo creo que hasta ese momento había una suerte de sistema madre que no se abandonaba mucho y no se estaba muy al corriente de lo que podía ir pasando en el mundo, y a partir de ahí se empezaron a ver más otras opciones. La tecnología ayuda, obviamente; hace un desarrollo superior. Me parece que hay un gran cambio en el tema de la preparación física. Los sistemas ya existían y creo que esta preparación física con una dedicación superior desde el punto de vista del profesionalismo, de las exigencias que tiene, hace que el fútbol haya cambiado. Pero, ojo, no era que salían a jugar a tontas y locas. Salían con un plan preestablecido. Lo de la WM es un tema interesante de ver, acá fue rechazado cuando se vino a implementar, pero hablaba de una estrategia distinta.

“Schiaffino era un hombre de una inteligencia superior que incluso jugando acá a veces lo tildaban de ‘pecho frío’. Jugaba un fútbol que acá no se comprendía, el fútbol italiano le cayó como anillo al dedo”

El gran cambio, un cambio notorio que no tiene ningún punto de comparación con lo que pasaba, era la preparación física que además lo ha cambiado no ya con esa época, lo cambia con la década del 70. Es otro fútbol en ese sentido, en muchos casos, en detrimento de la condición técnica del jugador.

¿Y el periodismo deportivo cuánto cambió, si comparamos el presente con el año 87, cuando vos te iniciaste? Se me ocurre que era más sencillo entrevistar jugadores, que ellos no tenían redes sociales y se prestaban más a hablar de fútbol con los periodistas...

Eso mismo, es un mundo totalmente distinto. También yo lo extraño, y a su vez para el futuro lo lamento, porque se pierde mucho de la condición humana del futbolista. Antes de la pandemia se abrían las puertas libremente de Los Céspedes y de Los Aromos, y con el tema de las redes sociales, bueno… Antes para ser periodista trabajabas en un diario, en la radio, y ahí tenías una responsabilidad de un superior que te enviaba a cubrir. Hoy en día, con las redes sociales yo puedo tener mucha gente que me siga sin tener ese respaldo profesional de una empresa y ya estoy en la rama periodística.

Cuando estudié periodismo deportivo, Jorge Pasculli nos ponía desafíos que teníamos que hacer. Por ejemplo, ir a hacer notas, y un día fuimos dos o tres compañeros hasta Los Aromos en el año 83, cuando Peñarol era el vigente campeón de América y del mundo, y nos recibió [el DT] Hugo Bagnulo con una sencillez increíble, y entre las notas que hicimos estaba Fernando Morena… Hoy en día sería absolutamente imposible eso. Hay un cambio radical en ese sentido. No creo que se vuelva atrás. Hoy los clubes determinan absolutamente todo y te dan 10 minutos máximo para grabar imágenes. Yo extraño ir a Los Céspedes y que me recibiera Juan Mugica, campeón de América y del mundo [con Nacional] o Roberto Fleitas, y me dijera: “Vení, vamos a charlar”, de lo más campechano. Y te quedabas hablando fuera de nota con ellos. Todo eso ha cambiado. Periodísticamente ibas lo más a fondo posible desde el punto de vista informativo. Hoy alcanza con cubrir lo básico y ya está, y se descansan en Google, como si ahí estuviera la verdad revelada. Extraño también ir al vestuario y encontrarme con los futbolistas, los técnicos, los preparadores físicos o kinesiólogos, que te daban un montón de datos e información.

Te ha tocado cubrir siete mundiales de fútbol, desde Francia 98. ¿Cuánto se nota el poder de Don Dinero en el mundo del fútbol? ¿Cuánto cambió el negocio al deporte?

Lo que te puedo decir es que en el deporte es un tema y cada vez más en torno a que quien paga los derechos es el que tiene prácticamente todo, periodísticamente hablando. El dinero está por encima del deporte y que acá ha generado también ese tema de pensar mucho más en el tema del sentido comercial, negocio que también genera mucha suspicacia, cuestiones por encima del deporte en sí, la cosa se entrevera.

En cuanto al periodismo, hay una empresa que tiene los derechos de un mundial, por ejemplo, y, bueno, es un ejemplo: pagás esto, pagás lo otro y tenés la nota para hacer en el vestuario, antes del partido, después del partido, pero incluso también se nota en cuanto al trato del periodismo. Fue uno en Francia 98 y otro muy distinto en los últimos mundiales, todo mucho más limitado, más acotado. Si te pueden mandar más lejos, más lejos te mandan. Tenés que caminar 10 kilómetros para llegar al estadio. Y en aquel momento todavía te acreditabas y te regalaban cosas y eso se daba como una suerte de distinción al periodista que iba a cubrir un Mundial.

En aquel Mundial de Francia, como no estaba Uruguay, nosotros íbamos un poco a salto de mata para acá, para allá. Un día, Italia recibía a la prensa; llegamos a la concentración y ya que había terminado todo. Nos desesperamos y si no conseguíamos nada era tiempo perdido y plata perdida. Empezamos a caminar dentro de un lugar amplio y por un pasillo de frente me crucé a Paolo Maldini y lo paré, le hablé en un italiano chapuceado, le dije que era “uruguaiano”, que venía de la tierra de Schiaffino, y le pedí si podía hacerle una nota y me dijo “sí, claro”, y lo entrevisté ahí mismo. Terminamos y le pregunté si podía conseguir a alguien más, y me llevó a un lugar donde estaba [Alessandro] Del Piero. Eso ya no pasa.

¿Cómo se sentirían tipos como Obdulio Varela o Schiaffino jugando hoy? Los cracks del 50 ¿serían exitosos y millonarios hoy, o no gravitarían en un fútbol mucho más rápido y más físico?

Tendrían que adecuarse físicamente, sí, sin duda. Si fuera posible traspolarlos, trasladarlos en el tiempo así como eran en el 50 a hoy en día, es imposible. Seguramente que para algunos que juegan hoy en día, si los llevás al 50, a la hora de dominar una pelota tendrían dificultades… pero aquellos sí tendrían que ponerse a tono físicamente. Ahora, después, conceptualmente, es otro fútbol en cuanto a la forma de vivirlo. Creo que se podrían poner a punto físicamente y no se podrían poner a punto culturalmente. Digo culturalmente en cuanto a la forma de sentir el fútbol.

Con esto de Maracaná a lo que hacías referencia, me doy cuenta de que hay un aspecto de Maracaná: es que se supone que el deporte… Yo sé que es profesional y ahora todo lo único que importa es ser exitoso, vale el que gana, pero se supone que la raíz del deporte tendría que mejorarnos como seres humanos al que lo practica y a quienes van a verlo. Se supone que hay que disfrutar y ganar, pero yo qué sé, no podés ganar todos los partidos, no hay equipo en el mundo y si perdés, bueno, que digas: “Bueno, marchamos, pero jugamos bien”. No existe eso hoy en día, pero creo que nosotros los periodistas tenemos que algo que ver también en eso: hay una cultura de exacerbar hacia el delirio el exitismo.

Por eso digo que culturalmente ellos hoy en día no se adaptarían a la sociedad actual, porque los finalistas del 50 generaron desde lo que debería ser el deporte una especie de ideal. La gran mayoría te decía desde el 50 —y lo dice el propio Schiaffino en el libro— que apenas terminó el partido se dio cuenta del impacto que habían generado, que les dio hasta vergüenza celebrar de manera desmesurada, por el dolor de los rivales. Está la anécdota de Obdulio saliendo por los bares a tomar con los brasileros. Después de la derrota más traumática no solo para los jugadores sino para el orgullo de Brasil, entre los jugadores de una y otra selección se generó una relación de amistad.

“Culturalmente los jugadores del 50 hoy en día no se podrían adaptar a la sociedad actual, porque generaron desde lo que debería ser el deporte una especie de ideal. Las selecciones finalistas del 50 entablaron una amistad”

Alguna vez me dijo Ondino Viera (ex director técnico de fútbol), que era una especie de filósofo del fútbol: “Yo nunca quise participar del banquete del triunfo”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque estamos muy lejos de lo que debe ser el deporte, porque al que gana está todo bien, no hay cuestionamiento, todo lo que hizo es todo perfecto, y al que pierde si se le puede dar con un palo en la cabeza, mejor. Y eso no es el deporte. Yo participaría en el banquete del triunfo si en esa mesa están los campeones y los que perdieron la final”.

Tras tantos años trabajando en una misma empresa, saliendo por la misma pantalla, ¿cuál es el desafío? ¿Qué es lo que te motiva?

No perderme la noticia del día, pero la noticia del día la podemos tener casi todos lo que competimos en esto. Lo que me parece que puede ser un diferencial es encontrar historias humanas que hacen al deporte. Afortunadamente, en Telenoche me han dado una cabida importante con eso de lo que he llamado “historias casi perdidas”. He encontrado historias fabulosas que yo las conozco, pero me di cuenta de que muchísima gente no, y ni que hablar de la juventud y los colegas jóvenes: ni idea.

Te hablo de un jugador que se fractura en tercera división y tenía condiciones para llegar a la selección uruguaya, que casi pierde la vida, que casi pierde la pierna y eso le genera una angustia tal que 40 años después haciendo la nota se larga a llorar como si fuera aquel momento. O la historia de Carlos Borges, y aquel hundimiento del Vapor de la Carrera que le costó la carrera, que salvó su vida y salvó de perecer ahogado a un niño. O presentar equipos inolvidables, ver qué representó el Defensor campeón del 76, contar cómo jugaba aquel equipo y aportar testimonios humanos. Esas cosas me entretienen mucho.

Tenés dos hijos: Santiago, de 33 años, y Gonzalo, de casi 29. Ambos se dedicaron, de algún modo, al deporte, pero ninguno al periodismo deportivo… 

Santiago es ingeniero agrónomo, también es director técnico de fútbol recibido y juega en la Liga Universitaria al fútbol, y Gonzalo tiene 28 años, es basquetbolista, juega en Yale, y a su vez es fisioterapeuta. No, ni loco hubiera querido que fueran periodistas deportivos… No los incentivé, para nada. Si alguno me hubiera dicho algo, le habría explicado que el periodismo deportivo es sacrificado: no tenés día libre, cuando el asado de fin de semana al mediodía, vos te tenés que ir. Yo me perdí cumpleaños de ellos cuando eran niños. Mi señora fue clave en eso. Estamos casados hace 34 años. O viajes al exterior y ella tuvo que quedarse sola con ellos.

Y también me hubiera quedado la duda de si se metían en eso por hacer lo que el padre hacía por tener cierta notoriedad, si realmente a ellos les gustaba el tema o si lo hacían por imitación. Después iba a estar aquello de que capaz que eran mejores que yo, pero iban a decir: “metió al hijo”, el tema de ser “hijo de”. Prefería que agarraran para otro lado. Afortunadamente tomaron los libros y llegaron a buen puerto.

¿Sos feliz?

Sé que la felicidad no es un estado permanente, pero sí, sin dudas.

Por César Bianchi