El 26 de abril de 2017, un automóvil chocó con un camión estacionado en las inmediaciones de la localidad de Bell Ville, en la provincia argentina de Córdoba.
El vehículo era tripulado por Gustavo Villarreal, de 28 años, quien sufrió una fractura en una pierna. La peor parte la llevó su novia, Nayara Ibarbia, de 17 años, quien ocupaba el asiento de acompañante. La menor sufrió pérdida de masa encefálica y pasó una semana en coma antes de fallecer en un sanatorio local, sin recuperar nunca la conciencia ni, obviamente, hacer declaraciones.
El pasado lunes, seis años después de los hechos, un tribunal cordobés condenó a Villarreal a cadena perpetua por asesinato.
“Es una causa referente. Los mensajes de WhatsApp, los testimonios, las pericias tanto psicológicas como mecánicas fueron pruebas objetivas contundentes: el auto en este caso fue un arma”, expresó tras la sentencia la abogada María Eugenia Fernández, representante de la familia de Nayara, en diálogo con el medio local El Doce.
La representante dijo que los chats de los trece días previos al siniestro revelan “constantes círculos de violencia”, y destacó que “la prueba es contundente en cuanto al contexto de violencia de género”.
Villarreal está en prisión desde mayo de 2020, cuando la fiscalía cambió la carátula de la causa, que al principio se investigó como homicidio culposo. La sentencia dictada condenó al reo por “homicidio doblemente calificado por el vínculo y por mediar contexto de género”, y le impuso la pena máxima: cadena perpetua.
“Nadie me podrá devolver a mi hija, pero al menos tenemos un poco de paz en nuestro corazón. Estamos conformes con la sentencia. Fueron años muy duros para poder llegar a demostrar el asesinato. De 2017 a 2020 Villarreal estuvo libre, se reía de nosotros en la calle. Hemos pasado por cosas muy feas”, dijo a los medios locales Valeria Contín, la madre de Nayara, en declaraciones al periódico La Voz.
En la causa fue clave la pericia mecánica que determinó que no hubo frenada ni huella de esquive. También el relato de los testigos circunstanciales que relataron que al momento del hecho escucharon una acelerada y luego la explosión (del auto contra el camión) aquella noche en la calle Corrientes al 1500 de la localidad antes mencionada.
También pesó la pericia psicológica del imputado, en la que se calificó a Villarreal como “una persona desafectivizada, sin ningún tipo de empatía con la otra persona, narcisista y psicópata”.
Al momento de cometer el crimen, el hombre tenía dos denuncias por violencia, radicadas por parejas anteriores.
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