Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Dady Brieva (65) se crio en el barrio Villa María Selva de la ciudad de Santa Fe. De su generación, muchos murieron, otros cayeron en adicciones. Para zafar de todo eso, él se metió en la actuación. Interpretando papeles de Shakespeare, O’Neill o Tennessee Williams, solo fue rumbeando una vocación, hasta que la encontró cuando se topó con otros dos santafesinos, se hizo amigo de ellos y se dijo: “Es por acá, esto es lo que quiero hacer”. Ahí nació el grupo Midachi.
Y los Midachi le salvaron la vida. Empezó a hacer plata, a conquistar mujeres, a tener fama. Y todo eso le dio culpa, el tan en boga síndrome del impostor. Hoy apela a su Dios político, el general Perón, para decir que gracias a él “los negros” como él ya no sienten culpa si les va bien, entienden que se lo merecen y disfrutan el eventual éxito. Dady apela al peronismo para explicar su forma de pensar o la de su padre —aquel comisario que lo fajaba lindo cuando él era un niño—, y permanentemente alude a él como termómetro. Por ejemplo: “los otros” quieren ir a Miami, los peronistas quieren que todos puedan ir a Miami; o que él no quiere que a Macri lo metan preso o que persigan a sus hijos, solo le basta con que no vuelva a ser presidente.
A Dady le encanta hablar de política y se pone la camiseta del matrimonio Kirchner (“el kirchnerismo es un upgrade del peronismo”, dirá en el lobby del Radisson). El comediante, y también hombre político, dice que cuando los de enfrente —y ahí pone cara de odio— le gritan “puta”, “yegua” o “chorra” a Cristina es porque están identificando a su mejor jugador. Entonces, su deber como militante es “encolumnarse” detrás de “la jefa”, como a veces la llama.
Dady Brieva —el humorista que le dijo que no a sus admirados Les Luthiers— llega nuevamente a Montevideo para presentar Súper Dady, el mago del tiempo el viernes 16 y sábado 17 de setiembre en el Teatro Metro, y luego saldrá de gira por teatros del interior del país. Ahí, dice, “te pego en el piso” para graficar que en el unipersonal primero hace reír “mucho, mucho, mucho”, pero también hace emocionar a los espectadores con recuerdos que muchos tienen escondidos en algún sitio.
“A fines de los 80 y en los 90, con el advenimiento de la democracia, se salió a tapar mucho de lo que había pasado, y nosotros éramos justo tres boludos que teníamos boludeces para decir. Veníamos para eso y cumplimos una función”
En Súper Dady, el mago del tiempo, el unipersonal que venís a presentar a Uruguay, evocás los recuerdos de tu infancia en Santa Fe. ¿Podrías decir que fue una infancia feliz?
Sí, claro, muy feliz. No creo que haya gente de 60 años que no haya sido feliz en esa época, aún sin necesidades y con cosas sin resolver, me parece que antes éramos muy felices. Porque no había nada, y cuando no hay nada, uno tiene que inventar todo y le pone mucha energía a eso. Y resuelve con nada, y cocina con lo que hay en la heladera, y decimos “es lo que hay, valor”, como dicen ustedes.
En el show recordás, con humor, que tu viejo te pegaba... pero estaba naturalizado eso. No estaba visto como violencia intrafamilar.
Estaba normalizado, para los hijos y para las esposas. No era juzgado. Era como normal. Si hacías algo, no te mandaban al psicólogo, te cagaban a trompadas. Y del esposo a la mujer también. Y la madre del hombre que fajaba le decía a la nuera: “¿Qué hiciste vos para que él reaccionara así?”. Suena tan crudo que cada vez que lo cuento, el interlocutor me queda mirando. Capaz que alguien de cuarenta y pico o cincuenta y pico lo tiene metido adentro y lo quiere olvidar. Hay como una negación. A veces me pasa que estoy con mis hermanas y le digo a mi vieja: “Mamá, vos agarrabas y pasaba tal cosa”. Y mi mamá me dice: “Yo no recuerdo”. Está bien, la negación es un modo de defensa propia.
Tu viejo, comisario y peronista, decía que ese berretín que tenías de ser actor “era cosa de maricones”. Y fuiste actor, nomás...
Literalmente él decía: “Es cosa de zurdos y putos”. Y fui las dos cosas (risas). Ese era el remate que Miguel del Sel decía cada vez que yo contaba esa anécdota. Lo teníamos ensayado como un paso de comedia. En esa época era: “No te metas, guarda”, se hablaba del “zurdaje” y no se sabía mucho qué era.
¿Pero en tu casa no eran de izquierda?
Teniendo el peronismo, ¿cómo vas a ser de izquierda?
Hoy en el peronismo hay izquierda, derecha y centro.
No, no, no… No estoy de acuerdo. El peronismo es el peronismo. La derecha, la izquierda, son inventos que hacen ellos para definirnos. Mi papá decía: “El policía que chorea es un delincuente, no es un policía corrupto”. El peronismo de derecha no existe. El peronismo nació en una época, después de la Segunda Guerra Mundial, donde estaban las estructuras fascistas muy importantes, cuando el Che Guevara todavía no había nacido, y estaba el peronismo, que tenía una estética muy de los gobiernos de esa época. Los gobiernos que hacían el nacionalismo social, que nosotros pasamos a decir socialismo nacional. Pero cuando [el general Juan Domingo] Perón incursionó en la justicia social y en los derechos de los trabajadores, se despegó bastante de ese fenómeno.
Por eso, en tu casa eran de izquierda. ¿Por qué el temor al “zurdaje”?
En mi casa eran peronistas, y todo mi barrio lo era. La izquierda era mirada como una cosa moderna. Viste esas viejas que miran un zócalo que dice en la tele “en la Argentina viven en autocracia”, y ellas desarrollan (no lo hacen en foros, lo hacen en la verdulería): “¿No sabés lo que es autocracia? ¿Viste lo que hizo Putin con Ucrania?” Y vos le decís: “¿Viste que tres días antes Estados Unidos bombardeó Somalía?”. Y te contestan: “¿Y eso qué tiene que ver?”. Yo creo que hay un analfabetismo mediático muy importante.
Mirá, cuando se accidentó Sergio Denis, yo dije: “En todos los teatros de la Argentina hay fosas adelante del escenario”. Y ahí Infobae tituló: “Explosivas declaraciones de Dady Brieva sobre la muerte de Sergio Denis”. Vos entrabas a la nota y estaba la explicación. Es así…
Fuiste el último en sumarte al trío Midachi. ¿Por qué creés que funcionó (y duraron) tanto tiempo los Midachi? ¿Por qué les fue tan bien?
El éxito tiene que ver con una conjunción de espacio y tiempo. Si nosotros hubiésemos trabajado en los años 70, cuando el humor iba por un lado más pensante, hubiésemos durado dos minutos. Si Los Nocheros o Soledad Pastorutti hubiesen estado en la época de Los Huanca Hua y del Puchi Leguizamón, hubiesen durado dos minutos. A fines de los 80 y en los 90, con el advenimiento de la democracia, el destape y todo eso, se salió a boludear mucho, a tapar mucho de lo que había pasado, y nosotros éramos justo tres boludos que teníamos boludeces para decir. Veníamos para eso y cumplimos una función. Hoy no sé si podríamos tener el mismo éxito que tuvimos en esa época. Creo que en esa época se necesitaba eso, y nosotros lo teníamos.
“Un día conocí a estos dos pibes [Miguel del Sel y Chino Volpato] y dije: ‘Ta, es por ahí’. Me tiró más eso. Yo no me muero por actuar en el Colón. Yo prefiero laburar en el Teatro de Verano que en el Sodre”
¿Es cierto que Les Luthiers te vino a buscar y les dijiste que no?
Sí. Les dije que no porque ya tenía otro compromiso asumido con Jorge Guinzburg para hacer Los tres tristes tigres del 13. Eso fue en los 90. Daniel Rabinovich andaba con ataques de pánico, y Marcos Mundstock me pidió un encuentro. Tenían una gira por España, me llamó Marcos y me dijo: “Te tengo que hacer un ofrecimiento. Vamos a comer al Vasco Francés”, que es un lugar muy lindo, donde se come bien. Fui, me hizo el ofrecimiento, y le dije: “Mirá, vine, pero no lo puedo aceptar porque ya tengo otro compromiso”. “¿Y para qué viniste?”, me dice. Le dije: “Porque no podía perderme la oportunidad de que el grupo que más admiro me ofrezca un papel”. Fue muy lindo.
¿Y nunca más tuviste una segunda convocatoria?
No, no se dio. Pero no es un humor que me interese hacer… A ver… los admiré, hasta que descubrí Midachi. A mí me gusta Midachi, me parece que es más popular, llega más a la gente. Con nosotros se rieron tres generaciones de argentinos.
El sodero de mi vida anduvo muy bien, rompió ratings en prime time. ¿Ese actor querías ser de niño? ¿O soñabas con hacer Otelo o Hamlet de Shakespeare?
¡Treinta y cinco puntos de rating hicimos con El sodero de mi vida! Mirá, yo subí arriba del escenario por una necesidad. Yo nací en un barrio que se llamaba Villa María Selva, donde hoy mis amigos están muertos, y el que vive está sin dientes, son alcohólicos… Había que buscar una manera para sobrevivir. Mi mamá hizo mucho para que yo hiciera algo y salir indemne de ese barrio. Y creo que me largué a la actuación por eso. Hice Arthur Miller, Tennessee Williams, Bertolt Brecht, hice Mustafá, hice El campo de Griselda Gambaro, y después un día conocí a estos dos pibes [Miguel del Sel y Chino Volpato], y dije: “Ta, es por ahí”. Me tiró más eso. Yo no me muero por actuar en el Colón. Yo prefiero laburar en el Teatro de Verano que en el Sodre. No es un juicio de valor, es donde yo siento que puedo dar más, donde me siento más cómodo.
En nota con El País contaste que te generó culpa y hasta te dieron ataques de pánico cuando te mudaste a Buenos Aires para empezar Midachi en el 88, y empezaste a ganar dinero mientras a tu viejo le diagnosticaron Alzheimer... Al leerlo sentí que padeciste el éxito, más que disfrutarlo.
Sí, los “negros” cuando llegamos al éxito lo hacemos con mucha culpa. Nosotros, cuando decimos “los negros”… bueno, no voy a aclarar, porque si aclaro es una mierda. Entiéndanlo como lo digo. Los morochos, cuando llegamos a un lugar de cierto disfrute, éxito, de cierta exuberancia monetaria, qué se yo, sentimos que no lo merecemos, que traicionamos el origen. A nosotros, el general Perón nos enseñó que nosotros nos merecíamos eso, nos merecíamos ir a Miami, alquilar un Mustang descapotable. Nosotros decimos: “ellos quieren ir a Miami, y nosotros queremos que todos vayan a Miami”. Esa es la diferencia.
Es como cuando ustedes dicen: “nosotros somos un paisito”. ¿Alguien les hizo creer que son un paisito? ¿Qué es un paisito? ¿Un territorio chico o un lugar chico que ha parido hombres que hicieron grandes proezas? Entonces, ¡no son un paisito! O cuando dicen: “acá estoy, tirando para no aflojar”. Es un complejo muy pueblerino, que hay que desterrarlo.
“Nosotros fuimos Midachi antes de que Cristina fuera senadora y que Macri fuera presidente de Boca. Ya éramos un grupo hermanado, y nos unían cien millones de cosas, y eso no era un problema. Las peleas no son personales, amigo”
Sos un actor y humorista muy comprometido políticamente. Autodeclarado peronista (como tu viejo), ¿está bien decir que sos kirchnerista? Un amigo me dijo que sos más cristinista...
Es una disquisición inaceptable. Yo soy peronista, y el kircherismo fue un upgrade del peronismo.
CFK está acusada de liderar una asociación ilícita para defraudar a la administración pública durante un período que abarca sus dos presidencias, enriqueciéndose a costas del Estado. El fiscal le pide 12 años. ¿Confiás en su inocencia?
La verdad que no lo sé, pero lo más probable es que no. Pero en quien no confío es en la Justicia. Ese es el problema. No confío en quien la juzga. No confío en lo mediático. Hoy [el martes] hablaba con una chica de canal 12 y me decía: “porque es de un lado y del otro la grieta mediática”. Y le dije que no. De un lado están A24, América, canal 13, TN, Radio Mitre, La Nación, Clarín. “¿Y del otro lado qué hay?”, le pregunté. “C5N”, me dijo. Y es un canal de cable. Es como si te dijera el diario El País de un lado, y del otro un semanario de Maldonado. Entonces, no son de los lados. Todo eso hace que la gente, como mi tía Elvira, hable de la OTAN como si hubiera tomado mate en la OTAN todas las tardes, ¿me entendés? Y no sabe un choto de la OTAN, dónde queda, qué es Odesa [N. de R.: ciudad de Ucrania]. Estas cosas de hablar así, como sin saber.
Pero te pregunté si confiás en ella, en Cristina.
Confío en ella.
Y en su inocencia…
(Piensa unos segundos) Sí. Creo que es inocente.
Si vos sos kirchnerista, tu compañero de Midachi, Miguel del Sel, es macrista. Fue diputado por el PRO, el partido político de Mauricio Macri, y dos veces candidato a gobernador de la provincia de Santa Fe. Me interesa mucho saber cómo fue la convivencia en la interna entre ustedes, estando a ambos extremos de la famosa “grieta”...
No, nosotros fuimos Midachi antes de que Cristina fuera senadora y que Mauricio Macri fuera presidente de Boca. Ya éramos un grupo hermanado, y nos unían cien millones de cosas, y eso no era un problema. Las peleas no son personales, amigo. Las peleas son ideológicas, son desencuentros ideológicos...
¿Me vas a decir que nunca hubo una discusión fuerte con Miguel por política, ni en un asado con unos vinos?
Te juro por mi madre que no. Él piensa una cosa, yo pienso la otra. No, para nada.
Te voy a decir algo: esta noche voy a comer con alguien del Frente, y la semana pasada me invitaron a la Embajada de Uruguay en Argentina para ir al aniversario de Declaratoria de la Independencia de ustedes, en Buenos Aires. Y estaba Lacalle Pou. Lo que te quiero decir es que no hay necesidad de que sea una lucha encarnizada. Por supuesto, tengo más simpatía por unos que por los otros, pero tengo muchísimos amigos del otro lugar, y es impresionante cómo conviven la legislatura porteña entre kirchneristas y los otros. Hay alguien vivo, más vivo que todos nosotros, que se hace muy rico comentando esa grieta. Esa grieta no existe.
¿No existe la grieta?
En mí, no. Vos me estás entrevistando a mí. Yo no quiero que metan en cana a Macri. Yo quiero que no sea de nuevo presidente. No quiero que le vaya mal, que lo metan en cana, que persigan a la hija.
“Cuando empezaron a decir: ‘Cristina yegua’, ‘puta’, o a Evita ‘viva el cáncer’, vos decís: ‘Ah, están identificando cuál es mi mejor jugador’. Entonces vos te tenés que encolumnar detrás de ese jugador”
En 2020, dijiste una frase muy polémica que te valió una denuncia penal por incitación a la violencia contra manifestantes: “Qué ganas de agarrar un camión y jugar al bowling por la 9 de Julio”. ¿Te arrepentís de haber dicho eso?
Diez denuncias penales me comí. ¿Si me arrepiento? ¡Era un chiste! Es como si que vos, que sos carbonero, pasás por la cancha de Nacional en un helicóptero y decís: “qué ganas de mandar bigornias [yunques] de punta acá”, ¿me entendés? A todo esto, [el diputado cordobés por la UCR] Mario Negri dijo que la pandemia había sido “un holocausto”, otro diputado dijo que había que decretarle la pena de muerte a Cristina. ¡Hay una doble vara terrorífica! En Argentina está pasando mucho eso. Y nada, hay que aguantarla.
En el programa radial Caballero de día de Radio El Destape dijiste: “Nosotros prometimos que íbamos a volver mejores, y volvimos al pedo”, te mostraste decepcionado con el gobierno de Alberto Fernández. También dijiste que si en 2023 no se presenta Cristina Fernández como candidata, vas a pedir que te entuben, para no sentir nada. ¿Por qué crees que ella es la indicada para cambiar la Argentina?
Porque cuando vos tenés un dirigente de Peñarol que odian todos los bolsos, vos te tenés que poner detrás de ese dirigente. Si hay alguno que le cae bien al de enfrente, es porque ese no hace tanta puja. Cuando empezaron a decir (pone cara de odio): “Cristina yegua”, “puta”, o a Evita “viva el cáncer”, vos decís: “Ah, están identificando cuál es mi mejor jugador”. Entonces vos te tenés que encolumnar detrás de ese jugador.
Pero más allá de apoyarla porque es tu líder, la viste gobernar…
Sí, fueron los mejores 15 años de mi vida. Se fueron con dos satélites en el espacio. Se hicieron una cantidad de cosas, estábamos muy bien: la UH [N. de R.: asignación universal por hijo], mi vieja, que es “gorila”, se jubiló con Cristina, se compró dos televisores, un montón de cosas. (Hace un silencio largo) Lo que pasa es que… después… la gente se olvida. Tenés que ver cómo sigue todo.
Algunos comunicadores argentinos como Eduardo Feinmann o Viviana Canosa han sido muy elogiosos con Luis Lacalle Pou. ¿Vos —que te sentís “casi un uruguayo más”— cómo lo ves?
Yo no opino de otros presidentes. Tengo un mérito que no tienen algunos de ustedes, que sí opinan de nosotros.
“Si un artista popular pierde la espontaneidad, está perdiendo la esencia. Entonces te volvés pasteurizado, edulcorado, libre de gluten. Y está todo bien, pero no es el artista que otrora compré y que hizo reír a mis padres y a toda mi familia”
¿Cambió mucho la forma de hacer humor últimamente? Digo, con el auge del movimiento feminista, el lenguaje inclusivo y la promoción de la agenda de derechos, ya no es políticamente correcto hacer determinados chistes. Ya no vale reírte de todo, porque te “cancelan”... ¿Vos hoy te cuidás más a la hora de escribir un guion o hacer determinados chistes?
Es una mierda vivir así, cabezón. Si no puedo hacer los chistes que quiero es como andar con 18 barbijos. ¡Pará! Prefiero agarrarme la gripe, la verdad. Yo tengo ciertos filtros, sí, lógico, pero… es una mierda vivir así. Y el artista popular tiende a que se le seque el corazón si tiene diez mil filtros. Entonces, hay que tener mucho cuidado porque si un artista popular pierde la espontaneidad, está perdiendo la esencia. Entonces te volvés pasteurizado, edulcorado, libre de gluten. Y está todo bien, pero no es el artista que otrora compré y que hizo reír a mis padres y a toda mi familia. Yo te reconozco que en estos tiempos, eso que decís, pasa. Pero yo no soy así. No me cuido tanto. No me pongo todos esos barbijos: en mi espectáculo hablo de putos, y hablo de esto y lo otro, y lo digo todo como es.
Veo puntos de contacto entre tu unipersonal Dadyman, recuerdos de barrio y este show, El mago del tiempo. ¿Sos muy nostálgico? ¿Lograste entender de veterano cosas de la niñez o las valorás de otro modo?
Es que soy muy analizado. Fui mucho a terapia, distintas corrientes, distintas escuelas. Siempre digo en mis monólogos: “No soy ni mejor ni peor que vos, ni más vivo, soy un boludo que se ha psicoanalizado mucho”. A mí me gusta evocar al ejercicio de la memora colectiva. Hay como una teoría progresista que es dinamitar el pasado. Eso de: “Ay, los tupamaros, ¿hasta cuándo van a joder con los tupamaros? Basta”.
O peor: “¿Hasta cuándo van a seguir con los desaparecidos”?
¡Ni que hablar! Cuando yo estaba en Mitre no se hablaba de la teoría de los dos demonios. Esa frase de “con los militares estábamos mejor”, en los 80 o en los 90 no se escuchaba, no se podía decir. Nos metieron un dedito, y ahora ya hacen molinete. Entonces, hay que estar muy atentos.
Fuiste empleado público, actor de teatro, de tele, de cine, comediante. ¿Qué te queda por hacer?
Que mis niveles de próstata sigan normales, como para no tener un tumor de próstata (se ríe solo), y mucha salud, invocando a la virgencita Rosario de San Nicolás, y seguir haciendo cagadas, que de eso se trata la vida.
¿Y hacer política no?
No, el outsider no existe…
¿Y Milei? Llegó al Congreso…
Hablemos seriamente. La gente necesita personas preparadas. El sistema político en general está… Antes para ser capocómico tenías que haberte pelado el lomo, para ser bailarina como la Chipi [su esposa, la bailarina y coreógrafa Mariela Anchipi] tenías que estar estudiando en el Colón a los 8 años y después pasar un montón de etapas. Hoy se ha barateado tanto que el Bailando hizo que hoy cualquiera baile, el pádel hizo que cualquiera juegue al tenis y Menem hizo que cualquiera participe en política. Eso tiene que ser reconsiderado. Una cosa es que a mí me guste el carnaval, y otra cosa es que yo participe de una murga. Hay cosas que hay que respetarlas.
¿La gente que vaya al Cine Metro se va a reír o se va a emocionar?
Las dos cosas. Te pego en el suelo. Se ríen mucho, mucho, mucho, y se emocionan, porque uno habla de una época que no ha quedado registrada, que se va con el cuento.
¿Sos feliz?
Uf, inmensamente.