Por The New York Times | Frances Robles
Haiti Assassinations and Attempted Assassinations Politics and Government Moise, Jovenel (1968- ) Moise, Martine Port-au-Prince (Haiti) MIAMI —Con el codo destrozado a balazos y la boca llena de sangre, la primera dama de Haití yacía en el piso junto a su cama, incapaz de respirar, mientras los asesinos irrumpían en la habitación.
“Lo único que vi antes de que lo mataran fueron sus botas”, dijo Martine Moïse del momento en que su esposo, el presidente Jovenel Moïse de Haití, fue abatido a disparos junto a ella. “Luego cerré los ojos y ya no vi nada más”.
Escuchó que registraban metódicamente la habitación, en una búsqueda de algo en los archivos de su esposo, dijo. “Eso no es. Eso no es”, recuerda que decían una y otra vez en español. Y luego, al fin: “Eso es”.
Los asesinos se marcharon. Uno le pisó los pies. Otro agitó una linterna frente a sus ojos, aparentemente para revisar si estaba aún con vida.
“Cuando se fueron, creyeron que estaba muerta”, dijo.
En su primera entrevista desde el magnicidio del 7 de julio, Moïse, de 47 años, describió con dolor ardiente haber sido testigo del asesinato de su marido, un hombre con el que compartió 25 años de vida, frente a sus ojos. No quería revivir los disparos ensordecedores, el temblor de paredes y ventanas, la aterradora certeza de que matarían a sus hijos, el horror de ver el cuerpo de su esposo, ni cómo luchó para ponerse en pie luego de que los asesinos se marcharon. “Toda esa sangre”, dijo en un susurro.
Pero necesitaba alzar la voz, dijo, porque no creía que la investigación de su muerte había respondido la duda central que la atormenta a ella y a incontables haitianos: ¿Quién ordenó y pagó por el asesinato de su marido?
La policía haitiana ha detenido a una gran variedad de personas en relación con el magnicidio, entre ellas 18 colombianos y varios haitianos y haitianos estadounidenses, y siguen buscando a otros. Entre los sospechosos hay militares colombianos en retiro, un exjuez, un vendedor de equipo de seguridad, un corredor de seguros e hipotecas en Florida, y dos comandantes del equipo de seguridad del presidente. Según la policía haitiana, el intrincado plan gira en torno a un médico y pastor de 63 años, Christian Emmanuel Sanon, que dicen los funcionarios conspiró para contratar a los mercenarios colombianos para matar al presidente y quedarse con el poder político.
Pero los críticos de la explicación del gobierno dicen que ninguna de las personas nombradas en la investigación tenían los medios para financiar por sí mismos el plan. Y Martine Moïse, como muchos haitianos, creen que detrás de ellos debe haber un autor intelectual que dio las órdenes y aportó el dinero.
Ella quiere saber qué pasó con los 30 a 50 hombres que solían estar apostados en su casa siempre que su esposo estaba en casa. Ninguno de sus guardias murieron o siquiera resultaron heridos, dijo. “No comprendo cómo es que a nadie le dispararon”, dijo.
En el momento de su muerte, Moïse, de 53 años, atravesaba una crisis política. Los manifestantes lo acusaron de sobrepasar su mandato, de controlar las pandillas locales y de gobernar por decreto mientras las instituciones del país se vaciaban.
Moïse también estaba enzarzado en una batalla con algunos de los oligarcas más adinerados de Haití, entre ellos la familia que controlaba la red eléctrica del país. Aunque muchas personas describían al presidente como un líder autoritario, Martine Moïse dijo que sus conciudadanos deberían recordarlo como un hombre bueno que se enfrentó a los ricos y poderosos.
Y ahora quiere saber si alguno de ellos lo mandó matar.
“Solo los oligarcas y el sistema podía matarlo”, dijo.
Vestida de negro, con el brazo —ahora débil y tal vez para siempre inútil, dijo— envuelto en un cabestrillo y vendajes, Moïse ofreció una entrevista en el sur de Florida tras un acuerdo para que The New York Times no revelara su paradero. Flanqueada por sus hijos, sus guardias de seguridad, diplomáticos haitianos y otros asesores, habló apenas por encima de un susurro.
Ella y su esposo estaban durmiendo cuando los sonidos de balazos los hicieron ponerse de pie, recordó. Moïse dijo que corrió a despertar a sus dos hijos, ambos de veintipocos años, y los instó a esconderse en un baño, la única habitación sin ventanas. Ahí se acurrucaron con su perro.
Su marido agarró su teléfono y pidió ayuda. “Le pregunté: ‘Cariño, ¿a quién llamaste?’”, dijo.
“Me dijo: ‘Hallé a Dimitri Hérard; hallé a Jean Laguel Civil’”, dijo recitando los hombres de dos altos oficiales a cargo de la seguridad presidencial. “Y me dijeron que ahí vienen”.
Pero los asesinos entraron rápidamente a la casa, al parecer sin impedimentos, dijo. Jovenel Moïse le dijo a su esposa que se echara al piso para que no le hicieran daño.
“‘Ahí creo que vas a estar segura’”, recordó que fueron sus palabras.
Fue lo último que le dijo.
Una ráfaga de disparos entró a la habitación, y le dio primero a ella. Herida en la mano y el codo, se quedó quieta en el piso, convencida de que ella, como todos en su familia, habían sido asesinados.
Ninguno de los sicarios hablaba creole o francés, dijo. Los hombres solo hablaban español y se comunicaban con alguien por teléfono mientras registraban la alcoba. Parecieron encontrar lo que querían en un estante donde su marido guardaba sus archivos.
“Estaban buscando algo en el cuarto y lo encontraron”, dijo Moïse.
Dijo que no sabía de qué se trataba.
“En este momento sentía que me estaba ahogando porque tenía sangre en la boca y no podía respirar”, dijo. “En mi mente todos estaban muertos porque si el presidente podía morir, todos podían morir también”,
Los hombres a los que su marido había llamado pidiendo ayuda, dijo —los oficiales encomendados con su seguridad– ahora se encuentran en custodia haitiana.
Y aunque expresó estar complacida de que se hayan detenido a varios de los conspiradores acusados, no está de ningún modo satisfecha. Moïse quiere que agencias policiales internacionales como el FBI, que registró casas en Florida esta semana como parte de la investigación, rastreen el dinero que financió el magnicidio. Los mercenarios colombianos que fueron arrestados, dijo, no fueron a Haití a “jugar a las escondidas”, y quiere saber quién pagó por todo ello.
En un comunicado el viernes, el FBI dijo que “sigue comprometido a trabajar junto a nuestros socios internacionales para administrar justicia”.
Moïse anticipa que el rastro del dinero conduzca a los oligarcas de Haití, cuyo sustento se vio perturbado por el ataque de su marido a sus lucrativos contratos, dijo.
Moïse mencionó a un poderoso empresario haitiano que ha querido postularse a la presidencia, Reginald Boulous, como alguien que podía beneficiarse con la muerte de su marido, aunque se abstuvo de haber ordenado el asesinato.
Boulos y sus negocios han estado al centro de un torrente de casos judiciales presentados por el gobierno haitiano, que investiga acusaciones de un préstamo preferencial otorgado del fondo estatal de pensiones. Las cuentas de Boulos fueron congeladas antes de la muerte de Moïse y se le devolvieron inmediatamente después de su muerte, dijo Martine Moïse.
En una entrevista, Boulos dijo que solo se habían bloqueado sus cuentas personales, con menos de 30.000 dólares, y destacó que un juez había ordenado la liberación del dinero esta semana, luego de llevar al gobierno haitiano ante los tribunales. Boulos insistió en que, lejos de estar involucrado en el asesinato, su carrera política estaba mejor con Moïse vivo, porque denunciar al presidente era una parte fundamental de su plataforma.
“No tuve absolutamente, absolutamente, absolutamente nada que ver con su asesinato, ni en sueños”, dijo Boulos. “Apoyo una investigación internacional vigorosa, independiente para saber quién tuvo la idea, quién la financió y quién la ejecutó”.
Martine Moïse dijo que quiere que los asesinos sepan que no les tiene miedo.
“Quisiera que capturen a la gente que hizo esto o si no van a matar a todos los presidentes que asuman el poder”, dijo. “Ya lo hicieron una vez. Lo van a volver a hacer”.
Dijo que considera seriamente postular a la presidencia una vez que se someta a más cirugías para su brazo herido. Ya ha pasado por dos operaciones y los médicos planean implantar nervios de los pies en el brazo, dijo. Es posible que no pueda volver a usar su brazo derecho, dijo, y solo puede mover dos dedos.
“El presidente Jovenel tenía una visión”, dijo, “y nosotros los haitianos no vamos a dejar que muera”.
Anatoly Kurmanaev y Harold Isaac colaboraron con reportería desde Puerto Príncipe.