Jack el Destripador, asesino serial responsable de una serie de crímenes de mujeres en la Londres victoriana, se ha transformado en una leyenda cuya vigencia parece lejos de decaer.

Durante más de 130 años, detectives, policías, científicos, escritores y meros curiosos han tratado de revelar la identidad del asesino, que dejó de matar de forma tan súbita como había comenzado a hacerlo y nunca fue identificado ni capturado.

Durante ese tiempo se produjo un verdadero desfile de sospechosos y de teorías, algunas en verdad estrambóticas.

Se ha dicho que fue un médico de la época, un panadero oriundo de Europa del este, el escritor Lewis Carroll y hasta un marinero uruguayo. Otras teorías suponen que se trató de dos criminales e incluso hay quien afirma que no existió en absoluto.

Ahora, el investigador Russell Edwards aporta nuevos elementos a la hipótesis que planteara en 2014 y afirma haber identificado finalmente a Jack el Destripador, poniendo fin a un misterio que persiste desde 1888.

En una nueva edición ampliada de su libro, Naming Jack the Ripper, Edwards reveló cómo utilizó el ADN para apoyar sus conclusiones.

En la obra relata que las muestras fueron tomadas de un chal que pertenecía Catherine Eddowes, brutalmente asesinada en 1888 en el barrio de Whitechapel, zona en la que el asesino había instalado su coto de cacería humana. A través de pruebas genéticas y tecnología de reconstrucción facial, sugiere que Aaron Kosminski, uno de los principales sospechosos, fue de hecho el infame asesino.

Entre agosto y noviembre de 1888, Jack el Destripador mató al menos a cinco mujeres en el mencionado barrio londinense. Las víctimas sufrieron mutilaciones y extirpaciones de órganos, lo que condujo a la hipótesis de que el asesino tenía conocimientos médicos. Las autoridades de la época, como el doctor Robert Anderson, ya habían considerado a Kosminski como sospechoso, debido a su odio hacia las mujeres y sus tendencias violentas.

¿Quién fue Kosminski?

Kosminski, un inmigrante judío polaco que huyó del antisemitismo en Europa del Este con su familia en 1882, vivía en Londres durante la época de los asesinatos. Sufría problemas mentales y fue admitido en un asilo en 1890, tras atacar a su hermana, informa el periódico Daily Express.

Edwards sugiere que escapó de la justicia debido a los vínculos masónicos de su hermano, que lo protegían de la policía. Además, cree que Jack el Destripador siguió un “libreto masónico”, señalando como prueba de esta implicación una inscripción encontrada en el lugar de uno de los crímenes.

A pesar de la negativa a exhumar el cuerpo de Kosminski, Edwards sostiene que el ADN encontrado en el chal, comparado con el de los descendientes de la hermana de Kosminski, ofrece una prueba definitiva de la identidad de Jack el Destripador.

El ADN, otra vez

Russel no fue el primer investigador en recurrir al análisis genético en el caso de Jack. En 2022, publicó la obra de investigación Retrato de un asesino: Jack el Destripador, caso cerrado en la que presentaba pruebas de ADN y documentos que apuntaban a que el verdadero asesino era el pintor impresionista Walter Richard Sickert, un discípulo artístico del norteamericano James Whistler (1834-1903) y amigo del francés Edgar Degas (1834-1917).

Sickert, de origen alemán, a menudo pintaba prostitutas amenazadas por siniestras figuras masculinas, e incluso uno de sus cuadros se titula El asesinato de Candem Town.

El artista nació en Múnich en 1860, pero se hizo británico y comenzó sus primeros trabajos hacia la década de 1880, con pinturas que reflejan el ambiente del cabaret y de teatro, uno de los temas favoritos de este pintor fallecido en 1942.

Cornwell, autora de gran éxito con obras que tienen como protagonista al forense Kay Scarpetta, invirtió entre 4 y 6 millones de dólares, según distintas fuentes, en recopilar pruebas científicas y documentos para establecer la identidad de uno de los asesinos en serie más famosos de la historia, según informara entonces la agencia EFE.

Los científicos contratados por la escritora obtuvieron una secuencia de ADN de un sello adherido a una misiva supuestamente enviada por el Destripador y que se comparó con otras muestras extraídas de la correspondencia de Sickert.

Dada la antigüedad de las muestras, los expertos solo pudieron obtener ADN mitocondrial, menos fiable que el nuclear, empleado generalmente en los casos judiciales modernos.

En muestras de las cartas de Sickert aparecían rastros de ADN de otros individuos, y algunas secuencias de esa molécula que trasmite información genética coincidían con las encontradas en la carta del Destripador.

Algunos expertos en el legendario asesino, como Stephen Ryder, criticaron las conclusiones de la novelista y alegan que el análisis de ADN efectuado descartaría al 99 por ciento de la población londinense de la época, pero el restante uno por ciento dejaría a varios cientos de miles de individuos como sospechosos.

“Estos expertos en el Destripador están comprensiblemente muy molestos. No quieren que otra persona encuentre al sospechoso. Eso arruinaría su juego”, declaró Cornwell a The New York Times.

La novelista alude también, entre otras pruebas, a las marcas de agua coincidentes en impresos utilizados por el pintor y en misivas del Destripador, que firma algunas de ellas como “Nemo”.

Sickert utilizó el nombre de Mr. Nemo durante unos trabajos como actor en su juventud, según la autora.

Cornwell adquirió 45 lienzos de Sickert durante el proceso de investigación para el libro, algunos de las cuales presentan a mujeres desnudas amenazadas o mutiladas de forma similar a las víctimas del asesino que aterrorizó al Londres victoriano.

“Es pornografía violenta”, comentó la autora a propósito de la obra de Sickert, a quien considera “un psicópata”, que ya con anterioridad fue vinculado a las trágicas fechorías del Destripador.

Una investigación uruguaya en la que no hay dos sin tres

En el mismo año 2014 en el que Russell Edwards publicaba la primera edición de su libro, el matemático uruguayo Eduardo Cuitiño divulgaba los resultados de sus propios estudios al respecto.

Entrevistado entonces por Montevideo Portal, Cuitiño sostuvo la original teoría de que Jack era en realidad dos personas: un médico llamado Stephen Herbert Appleford y un amigo de este, Stewart Penn, quien estudió medicina junto a Appleford sin concluir la carrera.

La tesis se basa en dos cartas que se manejaron durante la investigación de los crímenes. Una de ellas es bautizada “Dear Boss”, y su caligrafía, según las pruebas presentadas por el autor, es idéntica a la de Appleford. Y luego está otra carta, encabezada “From Hell” que tiene una caligrafía diferente.

Investigando la vida de Appleford, Cuitiño encontró un documento del médico firmado por dos testigos, y halló que uno de ellos tiene una caligrafía idéntica a la carta “From Hell”. La firma pertenece a Stewart Penn.

“Una sola persona no pudo haber hecho todo eso. Appleford fue el más astuto, el que inventó el apodo ‘Jack the Ripper’, pero el otro, un estudiante rico de apellido Penn, también en otras cartas se hizo llamar ‘Jack the Ripper’ y cometió crímenes. Asesinaron juntos o por separado e hicieron confundir a todos”, destacó el matemático.
Tiempo después, y tras nuevos estudios, Cuitiño elevó a tres la cifra de involucrados, ya que sumó al caso a  Frederick Gordon Brown, cuñado de Appleford.

Además, el matemático uruguayo cuestionó la investigación de Russel y el uso de ADN proveniente de una prenda tomada de una víctima hace más de un siglo.