Por The New York Times | Paola Singer
Para Ingo Schirrmann, productor de televisión de Alemania, unas vacaciones improvisadas en Uruguay para el Año Nuevo se convirtieron en un nuevo estilo de vida. En diciembre de 2012, de imprevisto canceló sus boletos para ir a Courchevel, Francia, y prefirió volar a Punta del Este, en la costa de Uruguay. Las playas de Sudamérica sonaban más exóticas, además de cálidas, que las pistas de esquí de los Alpes franceses.
Se fue directo a José Ignacio, una península con una vibra chic-bohemia ubicada a 30 kilómetros del centro de Punta, y se la pasó bomba, tanto que compró una parcela de tierra cerca del océano donde después construyó una casa modernista, diseñada por el aclamado arquitecto de la localidad Martín Gómez. Schirrmann, que vivía en Hamburgo, tenía intenciones de usar la casa durante el verano del hemisferio sur pero, a medida que fue pasando más tiempo en José Ignacio, se enamoró de su atmósfera tranquila y amigable. La pandemia definió su decisión de que esa fuera su residencia principal.
“Hace cinco años, si me hubieras dicho que estaría viviendo en un pueblo pequeño, no lo habría creído”, comentó. “Lo que hace que José Ignacio sea especial es la gente que viene aquí. Es fácil conectar con personas de diferentes partes del mundo que piensan igual, y todo es muy relajado”.
José Ignacio, en efecto, es un pueblo pequeño de menos de 2,5 kilómetros cuadrados. Sucede que también es el rincón más cosmopolita de Uruguay. Durante los últimos años, este enclave pesquero que antes era poco conocido se ha convertido en un imán para los trotamundos pudientes que se sienten atraídos por lo rústico. Al igual que Schirrmann, los europeos y estadounidenses que viajan a la costa de Uruguay en sus vacaciones terminan comprando propiedades ahí, uniéndose a un creciente grupo de residentes de América del Sur.
Hay un famoso restaurante en la playa, La Huella, que encanta a todos sus clientes gracias a los mariscos que asan a las brasas y la decoración con madera desgastada. Hay calles de grava adornadas con boutiques dignas de Instagram. Pero, sobre todo, hay playas extensas, cielos despejados y ningún recordatorio del estrés de la vida moderna. La cercanía con Punta del Este, un complejo turístico más grande y urbano, es a la vez conveniente y poco importante.
“La costa de Uruguay es un punto de encuentro internacional”, afirmó Alejandro Perazzo, agente de bienes raíces afiliado con Sotheby’s International Realty. “Para los compradores extranjeros, este país tiene muchos beneficios en comparación con el resto de la región. Aquí las reglas del juego no cambian, sin importar quién esté en el gobierno, y esta previsibilidad es atractiva. Además sientes seguridad”.
Perazzo comparaba Uruguay con sus vecinos Brasil y Argentina, dos países con un historial de agitaciones políticas y económicas. Desde hace décadas, los argentinos y brasileños han vacacionado en Punta del Este y José Ignacio. Pero últimamente, dada la estabilidad de Uruguay y la proclamación de beneficios fiscales para los inversores extranjeros, muchos se están quedando más tiempo. (Las solicitudes de residencia permanente en Uruguay por parte de argentinos, por ejemplo, se triplicó el año pasado a casi 10.000 solicitudes, según los medios noticiosos locales).
Por eso, el mercado inmobiliario está en plena efervescencia, en especial cuando se trata de residencias de lujo con vistas inspiradoras. En José Ignacio y sus alrededores, se están construyendo una serie de desarrollos de lujo (aunque discretos, para no desentonar) frente al mar.
A 16 kilómetros de José Ignacio, en una población conocida como Manantiales, el diseñador de moda y promotor inmobiliario argentino Federico Álvarez Castillo acaba de presentar Colette, un condominio frente al mar con una estética minimalista hecho de hormigón y cristal. Con el fin de armonizar con el entorno pastoril (las dunas de hierba, los pinares y los chalets de piedra), Álvarez Castillo diseñó cuatro edificios de poca altura separados por frondosos patios. Hay 42 unidades, con un precio inicial de 1.3 millones de dólares por una de tres dormitorios de 150 metros cuadrados con vistas a una playa que parece interminable. , que tuvo su lanzamiento promocional en 2020. Para construir sus casas, los compradores pueden contratar al equipo de Costa Garzón o traer a su propio arquitecto, siempre que el diseño se ciña a ciertas pautas estéticas.
Aunque, sin duda, Bulgheroni se aboca al jet set, es consciente de la importancia de respetar el estilo campestre de la zona. “Creo que este lugar seguirá atrayendo a más gente, pero nunca fue pensado para personas formales; es relajado y bucólico”.
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