Por The New York Times | Cory Doctorow
La presidenta de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (FTC, por su sigla en inglés), Lina Khan, presentó su muy anticipado y audaz caso en contra de Amazon. Esta acción apunta a que el gobierno de Biden está decidido a restaurar un enfoque que había ido en declive desde el gobierno de Carter en la legislación aplicable a la competencia. Sin duda, es una decisión que provocará nuevas críticas sobre sus supuestas exageraciones. Pero lo cierto es que Amazon es precisamente el tipo de empresa que el Congreso tenía en mente cuando promulgó las numerosas leyes antimonopolio de Estados Unidos.
Eso sí, el Congreso de 1890, que aprobó la primera de esas leyes, nunca se habría imaginado el mundo en que vivimos hoy.
En ese entonces, los llamados “barones ladrones” se apropiaron de la economía y la política, pero también debían superar las restricciones de imperios basados en bienes físicos. No podían construir líneas de ferrocarril o erigir una planta acerera sin antes sortear obstáculos de logística y capital, un proceso que requería mucho tiempo. En cambio, los barones tecnológicos de la actualidad, de plataformas enormes como Amazon, Google y Meta, pueden implementar tácticas contrarias a la competencia, engañosas e injustas con la agilidad y velocidad de un sistema digital. Como en cualquier truco de dónde está la bolita, la mano rápida engaña al ojo.
En este sentido, Amazon es el superdepredador de nuestra era de plataformas. Con subsidios otorgados en un principio a los usuarios finales y condiciones favorables ofrecidas más adelante a sus clientes comerciales, Amazon aprovechó su flexibilidad digital para atrapar a ambos tipos de clientes y extraer cada vez más del valor que creaban. Este programa de redistribución de los usuarios de las plataformas a los accionistas continuó hasta que Amazon se convirtió en un lugar vestigial, un coloso minorista prácticamente sin trabas de la competencia y la regulación, donde los precios se elevan y la calidad baja y una mezcla indiferenciada de productos de marcas poco conocidas se envuelven con reseñas falsas.
Es difícil recordar que el supuesto objetivo original de internet era conectar a los productores con los compradores, a los artistas con las audiencias y a los miembros de distintas comunidades entre sí sin permiso o control de terceros. En sus primeros años, Amazon era bueno con sus usuarios. Vendía productos a precios asequibles y sus envíos eran rápidos y confiables. Verificaba con diligencia la autenticidad de las reseñas incluidas en su sitio y operaba una “búsqueda honesta” cuyas páginas de resultados contenían las mejores coincidencias para cada búsqueda.
Después, Amazon comenzó su estrategia de captura a diestra y siniestra. A través de Prime, les vendió a los clientes un año de envíos pagados por anticipado. Con sus negocios de publicidad digital, alentó a los clientes a adquirir suscripciones, construyó una base cautiva de lectores e implementó tecnología y textos extensos de leyes de derechos de autor desconocidas para impedir que ofrecieran los libros a otras plataformas. Abrió los envíos Prime a una tarifa baja para sus proveedores, con lo que liberó a las empresas de la compleja logística de surtido de pedidos.
Entre tanto, sus enormes subsidios, posibles gracias al interés de sus inversionistas en respaldar un monopolio incipiente, les dificultaban cada vez más a los sitios minoristas rivales ganar tracción, pues las arcas de Amazon parecían no tener fondo, así que podía vender bienes por debajo de su costo y acabar con cualquier empresa nueva que osaba competir con ella. Esto creó otra forma de monopolio para Amazon: se hizo cada vez más difícil no comprarle.
Mientras más atrapados estábamos, menos necesitaba ofrecernos Amazon. Las búsquedas honestas y accesibles para los clientes se fueron degradando porque la empresa empezó a permitirles a las minoristas pagar para aparecer más arriba en las listas: para 2021, los anuncios generaron 31.000 millones de dólares en ventas. Los vendedores se hicieron más dependientes de Amazon para exhibir y entregar sus bienes, así que la empresa se vio en total libertad para sacarles dinero también a ellos con una tarifa tras otra y se ha informado de que incluso hizo copias de los productos más vendidos.
El ejército de trabajadores de Amazon también sufre: es normal que ocurran mutilaciones en el trabajo y las enfermerías de las instalaciones envían de regreso a situaciones peligrosas a trabajadores con lesiones graves. Los empleados de sus almacenes orinan en botellas para poder cumplir las exigencias imposibles de rapidez en el surtido de pedidos; sus conductores se ven obligados a defecar en bolsas. Amazon fue pionera del “megaciclo”, un turno nocturno obligatorio de 10 horas y media en sus almacenes, así como un nuevo tipo de semiempresario independiente que obtiene en préstamo pequeñas fortunas y contrata a legiones de conductores enfundados en uniformes de Amazon, pero se ve forzado a pagar la factura de todas esas camionetas de entregas y además corre el riesgo de que su contrato se dé por terminado en cualquier momento.
Ya hemos llegado a la etapa final de descomposición monopólica. El mercado minorista en línea más dominante de Estados Unidos no solo les quita a sus vendedores gran parte de sus ingresos, sino que ahora también los sanciona si venden sus productos a precios más bajos en otras tiendas minoristas (como sus archirrivales Target y Walmart). Amazon obtiene un flujo constante de consumidores estadounidenses, ofrece bienes cada vez peores a precios cada vez más altos y además recibe vastas sumas en subsidios de gobiernos estatales y locales.
En un discurso de respaldo a su trascendental proyecto de ley antimonopolio de 1890, el senador John Sherman dijo: “Si no toleramos a un rey en el poder político, no deberíamos tolerar que nadie reine sobre la producción, transportación y venta de productos básicos para la vida. Si no estamos dispuestos a rendirnos ante un emperador, no deberíamos rendirnos ante un autócrata del comercio”.
Esta desconfianza del poder corporativo murió en la era de Ronald Reagan, cuando los reguladores adoptaron una nueva postura basada en la idea de que los monopolios demuestran eficiencia, por lo que deben promoverse, y el “bienestar del consumidor” expresado en precios bajos es el bien absoluto de la legislación antimonopolio. Sin duda, Amazon es el rey de nuestro tiempo. Nuestras leyes antimonopolio se diseñaron específicamente para protegernos de este poder corporativo abrumador; tanto de su acumulación como de su abuso.
Esto es algo que Khan, la presidenta de la FTC, comprende mejor que casi cualquier otra persona: en sus épocas de estudiante de derecho, publicó el artículo “La paradoja antimonopolio de Amazon” en la revista The Yale Law Journal en 2017. Ese artículo lanzó su carrera como teórica antimonopolio, que culminó con su designación para dirigir la comisión de comercio apenas cuatro años más tarde. Resulta irónico que debido al profundo conocimiento de Khan sobre Amazon y sus críticas del pasado a la empresa, esta haya buscado recusarla de investigaciones antimonopolio.
Khan ha tenido en la mira a algunas de las mayores empresas tecnológicas que el mundo ha visto en la historia. Algunas veces, ha perdido la batalla. La FTC no logró impedir que Microsoft adquiriera Activision Blizzard ni que Meta adquiriera Within. Así que los detractores de Khan intentan mancillarla con acusaciones de prácticas poco ortodoxas y falta de sinceridad. Pero Khan está dedicada a la honorable y necesaria tarea de restaurar el programa de cumplimiento de la ley del gobierno federal. Busca revitalizar el uso de los poderes imperecederos —y por mucho tiempo inactivos— que ostenta.
El mejor momento para combatir a este poder fue durante el cuarto de siglo pasado, cuando el fundador de Amazon, Jeff Bezos, invirtió el capital de sus accionistas en campañas depredadoras de precios, aparentemente en flagrante violación de la Ley Robinson-Patman de 1936, y en una serie de adquisiciones anticompetitivas que sin duda contravinieron la Ley Antimonopolio Clayton de 1914.
El segundo mejor momento para combatir a este poder es ahora. Khan, a quien se han unido más de una decena de estados para enfrentar a Amazon, se ha planteado una tarea monumental, urgente y necesaria. Está luchando para ganar; pero si pierde de nuevo, no será una señal de derrota.
El edificio calcificado de precedentes promonopolio comprados a un alto precio es fuerte, pero parece quebradizo. Con nuestro apoyo, Khan, junto con sus colegas de la comisión y Jonathan Kanter, su homólogo en la división antimonopolio del Departamento de Justicia, seguirán martillando este viejo caparazón amarillento hasta que se desmorone.
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