Escribe Álvaro Carballo / Twitter:@alcarballo
Joan Fernández hace tambores desde mediados de los 90. Sus productos se han vendido en el Mercado de los Artesanos y cientos de alumnos de bachilleratos artísticos aprendieron el ritmo del candombe tamborileando sus creaciones. Asombrado, cuenta que nunca vio subir el precio de la lonja como en 2022: “Se duplicó. Mi proveedor me dice que está difícil conseguir cueros”.
Algo similar relata Pablo Tuset, propietario de Métal, una marca de ropa masculina, destacada por sus diseños y su calidad, que entre otras prendas hace camperas de cuero: “Han cerrado varias curtiembres, alguna muy grande, como a la que le comprábamos, y las que quedan hacen tapicería para autos de alta gama”. Una característica de su local era que el cliente podía llegar, pedir un muestrario de cueros de distintas texturas y colores, y encargar una prenda. “Ahora le compro a intermediarios que importan colores básicos, marrón y negro. Eso limita y hace perder ventas, porque el que ya tiene una campera negra, no se manda a hacer otra del mismo color. Antes el cliente podía elegir”, explica.
Al comprarle a un intermediario, el precio cambió: “Los importadores pagan en dólares, cobran en dólares y tienen carga impositiva. Eso aumentó un 20% o 30% la mercadería”. Y ese aumento, se traslada al público. “El que compra una campera de cuero está dispuesto a pagar más que por una prenda de tela, porque es un cliente que sabe de calidad”, aclara.
El último que apague la luz
“La vestimenta, el calzado de cuero, está todo en vías de extinción. Nosotros somos el último bastión”, dice Gabriel López, director de Tredici, una empresa dedicada al calzado de alta calidad. “Nosotros subsistimos porque cada vez que tuvimos un problema elevamos la mira: más caro y mejor”, asegura, y agrega: “El que apuntó a vender a un público de mitad de tabla para abajo, no existe más. Nunca vas a ser más barato que China o India”. Bajo la grifa Tredici, produce botas y zapatos para hombres, y también elabora para mujeres, aunque se comercializan con otras marcas: “Rotunda, Austera, todas las marcas vanguardistas, nos compran a nosotros, pero venden con su grifa”.
Casa Greco vende artículos de marroquinería y para talabartería, entre otros. Allí explican que la situación del cuero “ha cambiado bastante”, porque cerraron las curtiembres. “Antes los buenos cueros de acá se iban al exterior por tapicería automotríz, y lo que quedaba no tenía ni buen precio ni buena calidad. Ahora se importa mucho de Argentina y Brasil”, dicen en la empresa. Si bien suena a moda retro, en Greco se puede comprar un cuero de vaca para usarlo de alfombra. Lucirlo en el living cuesta $ 7.900.
En Zelenco, una barraca de cueros de Las Piedras, el precio es algo menor: 150 dólares más IVA. Su director, Daniel Cabrera, tiene una vida de experiencia en el rubro. Ha exportado a Estados Unidos, Canadá y Colombia. Incluso supo vender para vestimenta en el mercado interno: “Antes hacías 50 camperas de napa y se vendían. Ahora no se hace ropa y las fábricas de zapatos son contadas con los dedos. Lo que se vende es para carteras, bolsos, marroquinería y poco más”.
Cabrera explica que el gran cambio fue la baja de la demanda en China y Corea: “Ellos eran los grandes consumidores, pero al no consumir, se cayó todo y por eso cierran las curtiembres”.
Rico el asado
En 2022, casi 2,5 millones de cabezas de ganado entraron a los frigoríficos uruguayos, según datos del Instituto Nacional de Carnes (INAC). “La vaquita llega viva, se faena, y el cuero se saca completo. Lo cincha un rodillo. De ahí a un camión que lo lleva a las curtiembres”, cuenta cuchillo en mano Quicoyo, un floridense con más de 15 años de trabajo en frigorífico. Esto quiere decir que además de miles de kilos de asado y achuras, en Uruguay se producen kilómetros cuadrados de cuero, que son absorbidos por las empresas Paycueros, Curtifrance, Bader y París.
"El cuero es un buen ejemplo de una economía circular. La curtiembre agarra el desperdicio del frigorífico y lo transforma en productos lindos, que se usan y que duran mucho”, dice Willie Tucci, CEO de Bader, una multinacional con más de 100 años dedicada al rubro y que se instaló en Uruguay en 1999. “Esos productos son más sustentables que los que llaman ‘cuero eco friendly’, que quizás son más baratos, pero duran menos y al final del día no son compostables y contaminan. El plástico hace menos de 100 años que está en el planeta y ya lo tenemos hasta en la sangre. La del cuero es una industria amigable con el medio ambiente”, agrega.
Según su web, Bader emplea a 390 personas en Uruguay y vende productos terminados para la industria automotriz. Básicamente, tapizados para autos de alta gama.
Tucci considera que Uruguay tiene una ventaja con respecto a otros países, y la ubica en la calidad: “Los avances que hubo en ganadería en los últimos años sirven también para el cuero. Yo veo ganas de volver al cuero. Si aumenta el consumo, se podría comercializar más”, asegura. Mientras tanto, “por costos, conviene menos industrializar”, matiza.
Gabriel López, de Tredici, sostiene que el único mercado en el que el consumo se mantiene constante es en el de calzado femenino. “En los nichos que trabajamos, la relación de consumo mujer/hombre es 10 o 20 a uno”, relata, y ejemplifica: “Las colecciones masculinas las renovamos cada dos años, pero de mujer hacemos entre 150 y 180 muestras distintas por temporada por encargo de distintas marcas”.
López explica que, al producir en esa cantidad, en Argentina tiene acceso a buena variedad de texturas y colores: “Allá tienen 40 variedades, pero no te venden menos de 200 metros. Y si vos precisás sólo 15, marchaste”.
Gelatina y boomerang
Daniel Cabrera, de Zelenco, explica por qué es mejor negocio exportar materia prima. “El kilo de cuero fresco está en 0.26 dólares, y el de un animal promedio pesa 35 kilos. Se compra en el frigorífico, hay un flete hasta la curtiembre, tenés 30 funcionarios con cuchillo, una enfermera, supervisor, sal industrial… Entonces, Argentina te cobra, cuero terminado y puesto en China, 13 dólares, y los nuestros se van a 17 o 20 dólares. Es imposible” competir, se lamenta.
Otro ex barraquero, también exportador, asegura que las empresas “lo que no pueden colocar afuera, lo terminan haciendo blue y estoqueando el tiempo que sea necesario, hasta encontrar una ecuación económica que les sea atractiva”, aunque “eso solo lo hacen las curtiembres, ya que no hay ningún acopiador, ningún intermediario, que haga blue y lo agarre”. Este hombre con más de 30 años en el rubro explica que el “blue” es el primer proceso de curtido, el de menos mano de obra agregada.
Al menos cuatro entrevistados agregaron, con reserva de identidad, que hay un actor más en la jugada y que se mantiene en las sombras: Brasil. Según ellos, hay frigoríficos que negocian en puerta con camioneros brasileños que se llevan los cueros frescos directo a su país, aún antes de hacerlos blue. Allí, según estas fuentes, la mercadería tiene principalmente dos destinos: gelatinas industriales (el cuero tiene grandes reservas de colágeno) y curtido para elaborar vestimenta y calzado, lo que irónicamente podría hacer que esos cueros vuelvan a Uruguay como producto de importación.