Por Natalia Costa Rugnitz y Nicolás Barriola
Invitada especial: Ana Rascovsky*
Nota de Sustentabilidad en Acciones
Al observar la forma que ha adquirido lo urbano en la actualidad, inmediatamente proyectamos a concebirla como una negación de lo natural. Quizá cabe decir, en términos hegelianos, que la naturaleza es la tesis, la urbe, en su forma contemporánea, la antítesis. Se trata de una dicotomía excluyente clarísima: humanidad versus naturaleza, campo versus ciudad, civilización versus barbarie. La arquitecta argentina Ana Rascovsky va directo a los hechos: lo natural prácticamente ya no existe. Todo está manipulado por el hombre. "No se trata de expulsar la naturaleza hacia el campo, porque ese campo, como espacio virgen, simplemente ya no existe", agrega. Y está completamente acertada.
Esta realidad es presentada de un modo crudo y directo por uno de los más grandes divulgadores naturalistas que ha conocido la historia reciente, el inglés David Attenborough, quien -en su último documental A Life on our planet (Una vida en nuestro planeta)- combina impresionantes tomas del paisaje con datos más que alarmantes, por ejemplo: en 1937, el área natural intocada y virgen ascendía al 66% de la superficie terrestre; hoy, sin embargo, se ha reducido al 35%.
Pero el concepto de "ciudad" es demasiado general. Hay ciudades y ciudades: hay Pekín y Ciudad de México, inflamadas, evidentemente insostenibles; pero hay también Curitiba y Estocolmo, limpias, arboladas... adelantadas. ¿Hasta dónde es realmente posible pensar una síntesis, un tercer movimiento en esa lógica hegeliana donde tenga lugar una integración entre vida urbana y vida natural?
Creemos que es totalmente posible la integración de ambos reinos dentro de las ciudades: los edificios que proponen la creación de naturaleza artificial, generando espacios para albergar vegetación seleccionada con criterio científico realmente son una solución a muchos de los problemas de las megalópolis.
La ciudad aloja una enorme cantidad de especies de flora y fauna que, por lo general, es invisibilizada. Es necesario darles espacio para que surja el equilibrio ecológico, que es muy complejo y debe dar espacio a todas las especies para mantenerse. El problema es que somos muy pocos los arquitectos que trabajamos con esta premisa y el resultado es que las acciones no tienen suficiente impacto. Dialogamos sobre esto con Ana Rascovsky.
¿Cómo ves a Montevideo y Buenos Aires en este contexto?
Las municipalidades son muy burocráticas como para poder implementar con fuerza el cambio. El cambio implica legislación, gestión y también la cesión de espacio y dinero. En general, las políticas públicas para generar edificios con naturaleza integrada son todavía muy escasas.
En Buenos Aires ya se implementó una ley de techos verdes, para que las terrazas contengan vegetación en el techo y así retardar el efecto de inundaciones (al quedarse el agua más tiempo en la tierra y no desbordar alcantarillas), generar aislación en la última losa, y otros tantos beneficios. Este tipo de procedimiento va abriendo el espacio necesario para que la naturaleza se desarrolle. Es poco, pero es algo.
Considerando el mundo postindustrial, maximizado ahora por la emergencia sanitaria y los cambios implícitos a la nueva normalidad ¿Cómo ves la ciudad del futuro?
Creo que las viviendas particulares necesitarán muchos más espacios exteriores que alojen naturaleza; luego del encierro, vivimos esta necesidad de un modo apremiante. Es un cambio potente, porque viene desde adentro: es desde la necesidad y la experiencia del confinamiento. Por otro lado, el teletrabajo -que vino para quedarse- propicia tanto una casa más flexible en su uso, así como barrios bien provistos de servicios. La casa-taller volvió a ser el centro de la vida, como en la aldea medieval, donde no existían los medios de transporte ni las zonificaciones. Es un cambio total de paradigma.
Más que una tendencia, la concentración de los seres humanos en polos urbanos es una realidad consolidada. Una vez más, los datos son alarmantes: se estima que, para el año 2030, un 60% de la población vivirá en ciudades. Esto equivale aproximadamente a 5.200 millones de personas. A esto, se le suma el hecho de que, actualmente, las ciudades consumen el 75% de los recursos naturales y son responsables por más del 70 % de las emisiones del CO2. La conclusión se impone por su propio peso: de seguir así, el colapso será inevitable. Repensar el fenómeno urbano e implementar rápidamente una transformación no es ya una alternativa. No hay opción: es urgente enfocar la gestión de las urbes propiciando la emergencia de un paradigma renovado que haga posible una síntesis virtuosa, en la cual naturaleza y urbe ya no sean dicotómicas.
"Somos responsables de cuidar nuestro medioambiente como un lugar de convivencia y de generar la necesaria biodiversidad para que la vida siga existiendo como la conocemos"
Rascovsky * Ana Rascovsky es arquitecta, profesora e investigadora. Co-dirige el estudio de arquitectura PLANTA (Buenos Aires), una de cuyas notas distintivas es la búsqueda constante, activa y creativa, de una relación estrecha entre la arquitectura y la naturaleza.