Por The New York Times | Patricia Cohen and Jack Ewing
Después de ser azotada por la pandemia, de los estrangulamientos en la cadena de suministros y de los repuntes en los precios, la economía global está en espera de que un choque armado en la frontera de Europa le vuelva a cambiar la trayectoria de manera incierta.
Incluso antes de que el Kremlin enviara soldados rusos a los territorios separatistas de Ucrania el lunes, la tensión ya había causado estragos. La promesa del presidente Joe Biden de aplicar sanciones punitivas como respuesta y la posible venganza de Rusia ya habían hecho que disminuyeran los rendimientos en el mercado de valores y que aumentaran los precios del gas.
Un ataque abierto de los soldados rusos podría provocar repuntes vertiginosos en los precios de los energéticos y de los alimentos, alimentar los temores inflacionistas y asustar a los inversionistas, una combinación que amenaza la inversión y el crecimiento de las economías de todo el mundo.
Aunque los efectos fueran muy adversos, el impacto inmediato no sería nada parecido a los devastadores cierres provocados por el coronavirus en 2020. Rusia es un gigante transcontinental con 146 millones de habitantes y un enorme arsenal nuclear, así como también un proveedor fundamental de petróleo, gas y materias primas que mantienen en funcionamiento las fábricas del mundo. Pero, a diferencia de China, que es una potencia manufacturera y está entrelazada en intrincadas cadenas de suministro, Rusia tiene un papel de poca importancia en la economía global.
Italia, con la mitad de población y menos recursos naturales, tiene una economía del doble de tamaño. Polonia exporta a la Unión Europea más mercancía que Rusia.
“Rusia tiene una mínima importancia en la economía global, excepto por el gas y el petróleo”, señaló Jason Furman, un economista de Harvard que fue asesor del presidente Barack Obama. “Es, en esencia, una gasolinera muy grande”.
Claro que una gasolinera cerrada puede incapacitar a quienes dependen de ella. La consecuencia es que cualquier daño económico se propagará de manera desigual: muy fuerte en algunos países e industrias e imperceptible en otros.
Europa recibe de Rusia casi el 40 por ciento de su gas natural y el 25 por ciento de su petróleo, y es probable que se vea muy afectada con los repuntes de las facturas del gas y la calefacción, las cuales ya están aumentando. Las reservas de gas natural son menores a una tercera parte de su capacidad, se aproximan algunas semanas de bajas temperaturas y los líderes europeos ya han acusado al presidente de Rusia, Vladimir Putin, de haber reducido el suministro con el fin de obtener una ventaja política.
También tenemos el precio de los alimentos, los cuales han alcanzado su nivel más alto en más de una década debido, en buena medida, al desastre de la cadena de suministro causado por la pandemia, de acuerdo con un informe reciente de Naciones Unidas. Rusia es el mayor proveedor de trigo en el mundo y, junto con Ucrania, representa casi una cuarta parte del total de las exportaciones mundiales. Para algunos países, la dependencia es mucho mayor. Esa afluencia de grano representa más del 70 por ciento del total de las importaciones de trigo de Egipto y Turquía.
Esto pondrá una mayor presión sobre Turquía, país que ya se encuentra en medio de una crisis económica y tiene problemas con una inflación que se está acercando al 50 por ciento y con unos precios de electricidad, combustibles y alimentos que están aumentando de manera vertiginosa. El lunes, la Casa Blanca respondió a la decisión de Putin de reconocer la independencia de dos territorios respaldados por Rusia en el este del país diciendo que empezaría a imponer sanciones limitadas sobre las llamadas Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk. Jen Psaki, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, afirmó que Biden pronto emitiría un decreto para prohibir las inversiones, el comercio y el financiamiento para personas de esas regiones.
Los analistas que están observando cómo se desenvuelve el conflicto han planteado una serie de escenarios que van de imperceptibles a graves. Las repercusiones para las familias de la clase trabajadora y los operadores de Wall Street dependerán de cómo se desarrolle la invasión: si los soldados de Rusia se quedan en la frontera o atacan Kiev, la capital ucraniana; si la lucha dura días o meses; cuál es el tipo de sanciones que impone Occidente; y si Putin responde reteniendo suministros de gas que son primordiales para Europa o lanzando perniciosos ataques cibernéticos.
“Pensemos que el despliegue se dará por etapas”, comentó Julia Friedlander, directora de la iniciativa de la diplomacia económica en el Atlantic Council. “Es probable que esto se desarrolle como una película en cámara lenta”.
Como se hizo evidente a partir de la pandemia, las interrupciones que quizás no tengan importancia en una región pueden generar interrupciones considerables en regiones lejanas. Los desabastos aislados y el aumento de precios —ya sea de gas, trigo, aluminio o níquel— pueden ser como una bola de nieve en un mundo que sigue teniendo problemas para recuperarse de la pandemia.
“Hay que ver el contexto en el cual se da esto”, señaló Gregory Daco, economista principal de EY-Parthenon. “Hay una alta inflación, cadenas de suministro sobrecargadas e incertidumbre acerca de lo que van a hacer los bancos centrales y qué tan persistentes son los aumentos de precios”.
Las demás presiones, si se dan de manera aislada, podrían ser relativamente pequeñas, pero estas se están acumulando en economías que apenas se están recuperando de los duros embates económicos asestados por la pandemia.
Lo que también es evidente, añadió Daco, es que “a la actividad económica se suman la volatilidad y la incertidumbre políticas”.
Eso implica que una invasión podría tener un doble efecto: ralentizar la actividad económica y elevar los precios.
En Estados Unidos, la Reserva Federal ya está enfrentando la inflación más alta en 40 años, la cual llegó a 7,5 por ciento en enero, y se espera que el mes entrante aumenten las tasas de interés. Es posible que en Europa sean transitorios los precios más elevados de la energía desencadenados por un conflicto, pero podrían generar temores acerca de una espiral de precios y salarios.
“Podríamos ver una nueva ráfaga de inflación”, comentó Christopher Miller, investigador invitado del American Enterprise Institute y profesor adjunto en la Universidad Tufts.
Lo que también genera temores inflacionistas es el posible desabasto de metales indispensables como el paladio, el aluminio y el níquel, lo que suscitaría un trastorno más para las cadenas de suministro a nivel global, las cuales ya sufren afectaciones por la pandemia, por los bloqueos de los transportistas en Canadá y por el desabasto de semiconductores.
En las últimas semanas, por ejemplo, debido al temor de que Rusia, el exportador más grande de paladio en el mundo, pueda ser expulsado de los mercados globales, ha aumentado el precio de ese metal, el cual se usa en los sistemas de escape de los automóviles, los teléfonos celulares e incluso en los empastes dentales. También ha estado aumentando el precio del níquel, que se usa para hacer baterías de autos eléctricos y acero.
Es demasiado pronto para evaluar el impacto exacto de un conflicto armado, señaló Lars Stenqvist, director general de tecnología en Volvo, el fabricante de camiones sueco. Pero añadió que “Es algo muy muy grave”. Dependiendo de lo que suceda, los efectos más trascendentes para la economía global solo podrían manifestarse a largo plazo.
Una de las consecuencias podría ser que Rusia se viera obligada a tener vínculos más cercanos con China. Hace poco, estos países negociaron un contrato por 30 años para que Rusia abasteciera de gas a China a través de un nuevo gasoducto.
“Es probable que Rusia dirija todas sus exportaciones de energía y de productos a China”, señaló Carl Weinberg, economista principal en High Frequency Economics.
Esta crisis también está ayudando a reevaluar la estructura de la economía global y el tema de la autosuficiencia. La pandemia ya ha evidenciado las desventajas de las cadenas de suministro remotas que dependen de la producción sin desperdicios.
Ahora, la dependencia que tiene Europa en el gas ruso está incentivando debates sobre ampliar las fuentes de energía, lo cual podría marginar aún más la presencia de Rusia en la economía global.
“A largo plazo, esto hará que Europa se diversifique”, mencionó Jeffrey Schott, investigador sénior que trabaja en políticas de comercio internacional en el Instituto Peterson para la Economía Internacional. En cuanto a Rusia, el verdadero costo “sería muy alto con el paso del tiempo, pues en verdad se dificultaría mucho más hacer negocios con las empresas rusas y se desalentarían las inversiones”. El puerto de Mykoláiv en Ucrania, el 14 de febrero de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times) Puerto marítimo en Odesa, Ucrania, el 17 de febrero de 2022. (Brendan Hoffman/The New York Times)