Por The New York Times | Austan Goolsbee
Millones de estadounidenses tuvieron que trabajar desde casa durante la pandemia y vaya que les ha gustado.
A principios de año, casi dos tercios de los trabajadores estadounidenses encuestados por McKinsey dijeron que querían trabajar desde casa al menos tres días a la semana cuando terminara la pandemia.
Pero se avecinan batallas. La gente tiende a pensar que las negociaciones girarán en torno a si los empleadores permitirán el trabajo remoto en el futuro. Pero una lucha más desconcertante podría centrarse no en la posibilidad de que los empleadores quieran prohibir el trabajo a distancia, sino que busquen mantener gran parte o todos estos nuevos beneficios y esperen que los empleados trabajen más horas cuando el mercado laboral no sea tan favorable para los trabajadores.
Sí, algunos empleadores probablemente lucharán contra la tendencia del trabajo a distancia. David Solomon, director ejecutivo de Goldman Sachs, calificó el trabajo remoto como una “aberración”, y los banqueros de la empresa regresaron a la oficina en junio. Al otro lado de la ciudad, James Gorman, director ejecutivo de Morgan Stanley, anunció que los empleados de su empresa regresarían en septiembre y dijo: “Si quieres que te paguen las tarifas de Nueva York, entonces trabaja en Nueva York”.
Pero con más frecuencia, los empleadores parecen desesperados por encontrar trabajadores y es poco probable que quieran causarles molestias. El Departamento del Trabajo de Estados Unidos informó que en mayo el número de puestos vacantes alcanzó un récord de 9,2 millones. Con ofertas de primas de contratación, salarios más altos y beneficios ampliados, muchos trabajadores llevan las riendas en este momento. Es fácil ver a los empleadores aceptando estas aspiraciones de los trabajadores. De hecho, muchos comentaristas han declarado que Estados Unidos está entrando en una “edad de oro” del trabajo a distancia.
Muchos economistas creen que el aumento del trabajo desde casa perdurará porque esta modalidad puede aumentar la productividad de los empleados, gracias en parte a menos reuniones inútiles, menos distracciones y, sobre todo, a la falta de desplazamientos.
Piensa en lo importante que es esto para un trabajador corriente. El ahorro de gasolina y las comidas en restaurantes, la ropa de trabajo y los servicios de limpieza en seco que se dejan de consumir pueden sumar miles de dólares al año.
Saltarse el viaje diario es el mayor premio de todos.
Según la Oficina del Censo, en 2019, antes de la pandemia, los estadounidenses pasaron en promedio un récord de 55,2 minutos al día desplazándose. Uno de cada 10 estuvo más de dos horas al día viajando hacia y desde el trabajo. Expresado en dólares, no tener que desplazarse entre cinco y diez horas por semana es similar a obtener un aumento del 10 al 20 por ciento. Para alguien con ganancias promedio por hora en 2021 (más de 30 dólares), ese tiempo vale entre 7000 y 15.000 dólares al año. Visto de otra manera, el valor monetario del tiempo de viaje ahorrado sería uno de los mayores recortes de impuestos que haya recibido la clase media. Si tu salario es más alto que el promedio o tu desplazamiento diario es más largo, tu beneficio tiene aún más valor.
No es de extrañar que tanta gente quiera trabajar desde casa.
Pero, ¿los trabajadores que se quedan en casa recibirán el valor total de esta bonanza o los empleadores lo reclamarán para sí mismos?
No es difícil ver cómo los empleadores podrían hacerlo. Con todo el tiempo de desplazamiento libre, ¿qué les impedirá simplemente pedir a los empleados que trabajen más tiempo desde casa, para preparar ese informe antes de que comience la reunión por la mañana o para responder correos electrónicos o ponerse en contacto con los clientes o registrar esos formularios a todas horas del día o la noche? Desdibujar las líneas divisorias entre el trabajo y el resto de la vida no tiene por qué beneficiar a los trabajadores al final. De hecho, antes de que comenzara la pandemia eso era lo que preocupaba a la gente de trabajar desde casa.
Los economistas llaman a esto una pregunta de “incidencia”: quién se beneficia en última instancia de una ganancia imprevista. Es como una pregunta de incidencia fiscal: los economistas analizan habitualmente si los consumidores o los vendedores realmente terminan pagando cuando, por ejemplo, un Estado aumenta el impuesto sobre las ventas.
La primera regla de incidencia es que esta depende de las condiciones del mercado. La incidencia de la recompensa por trabajar desde casa dependerá de si la mano de obra sigue siendo escasa a largo plazo y de cuán poderosos sean los empleadores. ¿Quién necesita más del otro? Si los trabajadores tienen muchas opciones y pueden renunciar a trabajos que invadan su tiempo, tenderán a quedarse con la recompensa. Si los empleadores pueden elegir entre muchos trabajadores, trabajar desde casa puede terminar siendo mucho menos favorable de lo que parece a primera vista.
El mercado laboral parece estar en un buen momento ahora, y si los empleadores imponen cargas adicionales a los trabajadores, sería probablemente un grave error. Tendrían dificultades para atraer gente y posiblemente enfrentarían una avalancha de renuncias. Pero, ¿seguirá siendo así dentro de unos años, cuando las cosas vuelvan a la “normalidad”?
Los últimos 40 años de crecimiento salarial en los Estados Unidos son un llamado a la prudencia. Durante décadas, el salario medio siguió bastante de cerca la productividad media del trabajador, la producción generada por el trabajador corriente. Luego, a partir de la década de 1970, esta correlación comenzó a descomponerse. Entre 1979 y 2019, la productividad promedio de los trabajadores aumentó un 72 por ciento, pero el salario medio aumentó menos de una cuarta parte: solo el 17 por ciento.
Existe un debate considerable entre los economistas acerca de por qué la remuneración y la productividad parecen haberse apartado. Algunos piensan que la relación sigue siendo sólida a pesar del cambio en las cifras agregadas generales. Algunos citan uno o más de estos factores: globalización, cambio tecnológico o un cambio en el equilibrio del poder de negociación debido a la disminución de la fuerza de los sindicatos o la creciente concentración de empleadores.
Sin embargo, más allá de las sutilezas, el problema básico es simple. Más que nunca, las corporaciones reclaman una mayor participación en la economía nacional. Si los últimos 40 años de crecimiento de la productividad terminaron beneficiando a los accionistas y las ganancias corporativas más que a los salarios, lo mismo podría suceder con los nuevos beneficios de productividad y el ahorro del tiempo por trabajar desde casa.
Así que ahora puede ser el momento perfecto para saborear las pequeñas cosas: leer el periódico en pijama, tomar una taza de café adicional y simplemente no tener que lidiar con el tráfico. Solo tienes que saber que, incluso si no estás usando pantalones de verdad, quizá tu empleador pronto te pedirá que regreses al trabajo.