Por The New York Times | Shira Ovide
Sin embargo, cinco años y una pandemia después, los monopatines eléctricos compartidos se están reconsiderando, y esa es una oportunidad para mejorar su mala reputación.
Los monopatines eléctricos también podrían ser un modelo para hacer que la tecnología se adapte a nuestras necesidades colectivas.
Hace casi cinco años, en algunas ciudades de Estados Unidos, como San Francisco y San Diego, un grupo de jóvenes empresas empezaron a ofrecer monopatines eléctricos que la gente podía alquilar por minutos mediante una aplicación de celular.
A algunas personas les encantaba utilizar los monopatines para hacer viajes cortos por las zonas congestionadas de las ciudades. Los funcionarios y otros residentes consideraron que las empresas de monopatines eran intrusas con productos que eran una invitación para que algunas personas se sintieran con el derecho de atropellar a los peatones o bloquear las aceras con monopatines estacionados. La reacción contra los monopatines fue muy violenta.
No obstante, poco a poco, las empresas empezaron a colaborar con las ciudades para que los monopatines fueran más seguros, más confiables y menos odiados. También han empezado a probar nuevas ideas, como los límites de velocidad automatizados, que algunos expertos en transporte querrían ver aplicados también a los automóviles.
Ningún nuevo medio de transporte solucionará todos los problemas del mundo, y los monopatines tienen sus inconvenientes. Pero es posible que los monopatines eléctricos de alquiler al final encuentren su lugar en las ciudades que buscan soluciones al tráfico, la contaminación, los peligros viales y los límites del transporte público.
Y si los monopatines se ponen de moda, será porque muchas ciudades estadounidenses hicieron algo que no hicieron o no pudieron hacer con las empresas de transporte privado como Uber y Lyft: aplicaron regulaciones efectivas para minimizar los inconvenientes y maximizar el bien público.
“¿Seguimos usando monopatines?”, se preguntaba el mes pasado un titular de Bloomberg News. Sí, pero es diferente de cómo lo hacíamos en el pasado.
Las autoridades de muchas ciudades han respondido a las quejas sobre los monopatines con intervenciones para controlar cómo y dónde funcionan. Muchas ciudades han limitado el número de monopatines disponibles, han exigido a las empresas que refuercen el seguro de responsabilidad civil o han ordenado que los monopatines estén disponibles en los barrios de menos ingresos.
En Los Ángeles, los monopatines llevan incorporadas zonas prohibidas que impiden su uso en zonas concurridas, como el Paseo de la Fama de Hollywood. Chicago es uno de los lugares que ha exigido a los usuarios que sujeten los monopatines a objetos fijos, como soportes para bicicletas, en lugar de dejarlos en cualquier sitio. Además, Nueva York se ha comprometido a crear carriles exclusivos y zonas de estacionamiento para hacer más seguras las bicicletas y los monopatines.
Las empresas de monopatines también han respondido a las quejas sobre unidades defectuosas o de corta duración. Wayne Ting, director general de la empresa de alquiler de monopatines y bicicletas Lime, me dijo que muchos de los monopatines alquilados solían ser los mismos modelos que se compraban para uso personal. Me dijo que Lime está ahora en su cuarta generación de monopatines diseñados para soportar el desgaste de los alquileres continuos.
La pandemia también ha alterado las rutinas de la gente y ha perturbado el transporte público. Los estadounidenses parecen estar cada vez más interesados en alternativas para desplazarse, como las bicicletas y los monopatines eléctricos rentados o propios.
No a todo el mundo le gustan los monopatines, independientemente de los cambios. Algunos funcionarios, incluso en Miami, han dicho que los monopatines no tienen un lugar legítimo y los han prohibido, al menos temporalmente.
En el otro extremo, algunos defensores de las alternativas al transporte en auto dicen que las ciudades han reaccionado de forma exagerada ante los monopatines, argumentando que las restricciones pueden hacer que su uso sea demasiado engorroso y pueden apoyar el “statu quo” de los autos.
Lo más sorprendente de la historia de los monopatines en 2022 es que demuestra que las empresas tecnológicas privadas y los gobiernos pueden colaborar para que una tecnología emergente esté al servicio del interés público.
Seleta Reynolds, directora general del Departamento de Transporte de Los Ángeles, me dijo que aprendió de los errores regulatorios del pasado que habían permitido que el servicio de taxis se estancara y que Uber y Lyft evitaran resolver las formas en que empeoraban el tráfico y la contaminación.
“Estoy sentando las bases para poder dar paso a nuevas innovaciones”, afirmó Reynolds. “El camino para lograr eso es no dejar que lleguen y hagan lo que les dé la gana”.
Reynolds dijo que las llamadas sobre monopatines a la línea telefónica de quejas públicas de la ciudad habían disminuido desde que entraron en vigor las nuevas normas, y que las restricciones al número de monopatines en algunas partes de la zona de Los Ángeles no habían reducido el número de usuarios. Declaró que su objetivo era asegurarse de que los funcionarios de la ciudad no bloquearan las alternativas atractivas a la conducción de autos, algo que Los Ángeles necesita, y al mismo tiempo garantizar que las empresas tecnológicas abordaran los aspectos negativos de sus servicios.
El enfoque de los monopatines, dijo Reynolds, es un modelo de cómo Los Ángeles planea incorporar futuras tecnologías de transporte, incluyendo vehículos autónomos y autos voladores.
No está claro si el alquiler de monopatines llegará a ser una opción de transporte atractiva para las masas o un negocio económicamente viable. Pero demuestra que, para mejorar el transporte, quizá necesitemos tantas alternativas a los autos privados como sea posible, y una estricta supervisión para garantizar que los beneficios superen a inconvenientes. Los monopatines eléctricos han tenido sus detractores, pero algunas ciudades han encontrado formas de hacerlos más atractivos. (Brendan Conroy/The New York Times).