Por The New York Times | Jack Nicas
La guerra en Ucrania ha golpeado a los mercados energéticos del mundo. Ahora el planeta está enfrentando una crisis más profunda: una escasez de alimentos.
Una porción crucial del trigo, el maíz y la cebada del mundo está atrapada en Rusia y Ucrania a causa de la guerra, mientras una porción todavía mayor de los fertilizantes del mundo está atascada en Rusia y Bielorrusia. El resultado es que se están disparando los precios de los alimentos y los fertilizantes en el mundo. Desde que comenzó la invasión el mes pasado, los precios del trigo han aumentado un 21 por ciento, los de la cebada un 33 por ciento y los de algunos fertilizantes un 40 por ciento.
La turbulencia se está agravando debido a fuertes problemas que ya estaban aumentando los precios y reduciendo el suministro, entre ellos la pandemia, las restricciones del transporte, los altos costos de la energía y los recientes incendios, sequías e inundaciones.
Ahora, los economistas, las organizaciones de ayuda humanitaria y las autoridades gubernamentales están advirtiendo sobre las repercusiones: más hambre en el mundo.
El desastre que se cierne está exponiendo las consecuencias de una guerra de gran envergadura en la era moderna de la globalización. Los precios de los alimentos, los fertilizantes, el petróleo, el gas e incluso los metales como el aluminio, el níquel y el paladio están aumentando a toda prisa y los expertos prevén que la situación empeorará conforme los efectos caigan en cascada.
“El conflicto en Ucrania tan solo ha mezclado una catástrofe con otra”, opinó David M. Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, la agencia de la ONU que alimenta a 125 millones de personas al día. “No ha habido ningún precedente que siquiera se acerque a algo como esto desde la Segunda Guerra Mundial”.
Las tierras ucranianas están a punto de perderse temporadas cruciales de plantación y cosecha. Las plantas europeas de fertilizantes están reduciendo su producción de manera significativa a causa de los altos precios de la energía. Los agricultores desde Brasil hasta Texas están recortando gastos en fertilizantes y esto amenaza el tamaño de las siguientes cosechas.
China, frente a su peor cosecha de trigo en décadas después de una serie de fuertes inundaciones, está planeando comprar una fracción mucho mayor del suministro menguante del mundo. India, país que suele exportar pequeñas cantidades de trigo, ya ha visto cómo la demanda extranjera ha aumentado a más del triple en comparación con el año pasado.
En todo el mundo, el resultado se reflejará en costos más altos en el supermercado. En febrero, los precios de los alimentos ya habían subido un 8,6 por ciento en comparación con el año anterior, el mayor incremento en 40 años, según datos del gobierno. Los economistas esperan que la guerra infle aún más esos precios.
En cuanto a quienes viven al límite de la inseguridad alimentaria, el aumento más reciente de los precios podría orillar a muchos al borde del abismo. Después de haberse mantenido estable en gran medida durante cinco años, el hambre aumentó un 18 por ciento a lo largo de la pandemia: ahora entre 720 millones y 811 millones de personas la padecen. A principios de este mes, las Naciones Unidas declararon que tan solo en el mercado alimentario mundial el impacto de la guerra podría provocar que pasen hambre entre 7,6 millones y 13,1 millones de personas más.
Los costos del Programa Mundial de Alimentos ya han aumentado 71 millones de dólares al mes, suficiente para reducir las raciones diarias de 3,8 millones de personas.
“Les quitaremos comida a los hambrientos para dársela a los famélicos”, comentó Beasley.
El aumento de los precios y el hambre también podrían aportarle una nueva dimensión a la visión que tiene el mundo de la guerra. ¿Podría alimentar más la furia en contra de Rusia y las demandas de que alguien intervenga? ¿O la frustración se centraría en las sanciones de Occidente que están obstruyendo el paso de los alimentos y los fertilizantes?
Aunque casi todos los países enfrentarán precios más altos, algunos lugares podrían tener dificultades para encontrar suficientes alimentos en general.
Armenia, Mongolia, Kazajistán y Eritrea han importado casi todo su trigo de Rusia y Ucrania y deben encontrar nuevas fuentes. Sin embargo, están compitiendo con compradores de mucho mayor tamaño, como Turquía, Egipto, Bangladés e Irán, los cuales han obtenido más del 60 por ciento de su trigo de los dos países en guerra. Desde hace tiempo, el aumento de los precios de los alimentos ha sido un catalizador de revueltas sociales y políticas en países pobres árabes y africanos, y muchos de ellos subsidian alimentos básicos como el pan para evitar ese tipo de problemas. No obstante, según algunos economistas, sus economías y presupuestos —de por sí restringidos a causa de la pandemia y los altos costos de la energía— ahora corren el riesgo de sucumbir ante el costo de la comida.
Túnez batalló para pagar algunas importaciones de alimentos antes de la guerra y ahora intenta evitar un colapso económico. La inflación ya ha desatado protestas en Marruecos y está contribuyendo al descontento y las represiones violentas en Sudán.
“Mucha gente cree que esto solo implica que sus rosquillas serán más caras. Y por supuesto que es verdad, pero no se trata de eso”, opinó Ben Isaacson, quien ha trabajado durante mucho tiempo como analista del sector agrícola en Scotiabank.
Desde la década de 1970, el norte de África y el Medio Oriente han enfrentado levantamientos recurrentes.
“¿Qué provoca en realidad que la gente salga a las calles a protestar?”, cuestionó Isaacson. “Todo empieza con la escasez de alimentos y la inflación en los precios de los alimentos”.
Los países que padecen conflictos prolongados, entre ellos Yemen, Siria, Sudán del Sur y Etiopía, ya están enfrentando graves emergencias alimentarias que los expertos temen que podrían empeorar en poco tiempo.
En Afganistán, los trabajadores de organizaciones de ayuda advierten que la guerra en Ucrania ya ha exacerbado la crisis humanitaria y ha dificultado más la alimentación de unos 23 millones de afganos —más de la mitad de la población— que no tienen suficiente para comer. En el mercado mundial de alimentos, hay pocos países con los que sea peor estar en conflicto que Rusia y Ucrania. Durante los últimos cinco años, en conjunto han representado casi el 30 por ciento de las exportaciones de trigo en el mundo; el 17 por ciento del maíz; el 32 por ciento de la cebada, una fuente crucial del pienso para los animales; y el 75 por ciento del aceite de semilla de girasol, un aceite de cocina muy utilizado en algunas partes del mundo.
En su mayor parte, Rusia no ha podido exportar alimentos debido a las sanciones que en esencia la han desconectado en términos financieros. Mientras tanto, Ucrania ha quedado desconectada físicamente. Rusia ha bloqueado el mar Negro para las exportaciones y Ucrania no tiene suficientes vagones de tren para transportar comida por tierra.
En este momento, lo más preocupante es la próxima cosecha, en particular la ucraniana. El 11 de marzo, el ministro de Agricultura de Ucrania les suplicó a los aliados por 1900 vagones de combustible, pues se les habían acabado a las granjas del país después de que el suministro fue desviado al Ejército. El ministro señaló que, sin ese combustible, los agricultores ucranianos no iban a poder plantar ni cosechar.
Hay otros obstáculos. Naciones Unidas estimó que hasta un 30 por ciento de las tierras de cultivo ucranianas podrían convertirse en zonas de guerra. Y debido a que millones de ucranianos están huyendo del país o sumándose al frente de batalla, hay mucho menos gente que pueda trabajar el campo.
El trigo ruso y ucraniano no se puede remplazar con facilidad. Los inventarios ya están ajustados en Estados Unidos y Canadá, según Naciones Unidas, mientras que Argentina está limitando sus exportaciones y los envíos desde Australia ya están a toda su capacidad. Durante el último año, los precios del trigo subieron un 69 por ciento. Entre otras exportaciones importantes de alimentos desde Rusia y Ucrania, los precios del maíz subieron un 36 por ciento y los de la cebada, un 82 por ciento.
La guerra también amenaza con producir otro impacto a largo plazo para los mercados de alimentos: una escasez de fertilizante.
Matt Huie, un granjero que radica cerca de Corpus Christi, Texas, comentó que los precios exorbitantes ya lo habían obligado a detener el uso de fertilizantes en los campos de pastura que alimentan a sus cientos de vacas, por lo que estarán más delgadas cuando llegue la hora de ser sacrificadas. Ahora, a Huie le preocupa tener que reducir también el fertilizante para su siguiente cosecha de maíz, lo cual castigará su producción.
“Hemos entrado en un territorio desconocido”, comentó.
Rusia es el exportador de fertilizante más grande a nivel mundial, pues provee alrededor del 15 por ciento del suministro del mundo. Este mes, justo cuando los agricultores internacionales se preparaban para plantar, Rusia les dijo a sus productores de fertilizantes que detuvieran las exportaciones. Las sanciones de por sí estaban dificultando esas transacciones.
Las sanciones también han afectado al aliado más cercano de Rusia, Bielorrusia, uno de los principales productores de fertilizante de potasa, el cual es crucial para muchos cultivos importantes, como el de la soya y el maíz. Sin embargo, incluso antes de la guerra en Ucrania, las exportaciones de fertilizante bielorruso ya estaban bloqueadas debido a las sanciones que se le impusieron por haber aprehendido a un disidente expatriado que era pasajero en un avión de Ryanair al que se le obligó a aterrizar en el país.
En otra señal ominosa para los clientes de fertilizantes, este mismo mes los productores europeos de fertilizante anunciaron que iban a desacelerar o detener la producción debido a los altos precios de la energía. Muchos fertilizantes se fabrican con gas natural.
El precio de los principales fertilizantes del mundo se ha duplicado o triplicado durante el último año.
Brasil, el principal productor de soya en el mundo, compra casi la mitad de su fertilizante de potasa a Rusia y Bielorrusia. En la actualidad, tan solo le quedan tres meses de reservas. La asociación nacional de productores de soya les ha ordenado a sus miembros que usen menos fertilizante, o nada, esta temporada. Ahora, es probable que el cultivo de soya en Brasil, el cual de por sí se redujo a causa de una fuerte sequía, sea todavía menor.
“Están impidiendo que los fertilizantes les lleguen a los países productores”, opinó Antonio Galvan, presidente de la asociación de la soya, para criticar las sanciones internacionales. “¿Cuántos millones de personas morirán de hambre por la falta de estos fertilizantes?”. Trabajadores descargan sacos de harina del convoy del Programa Mundial de Alimentos que viajó de Kabul al distrito de Tagab en Afganistán, el 27 de octubre de 2021. (Victor J. Blue/The New York Times) Agricultores descargan una cosecha de cebada en Preobrazhenka, Ucrania, el 16 de octubre de 2019. (Brendan Hoffman/The New York Times)