Por The New York Times | Lauren Hirsch

La historia de fusiones y adquisiciones está llena de saqueadores corporativos implacables, guerras de palabras hirientes y personas que intentan estafarse entre ellas.

T. Boone Pickens, el magnate petrolero que dominó la década de los ochenta, tomaba pequeñas participaciones en compañías energéticas, atacaba a los directivos y obligaba a la venta de firmas. Carl Icahn, el inversionista y activista, amasó participaciones de compañías y amenazó con destituir a sus consejos de administración si no aceptaban un trato. Además, Robert Campeau, el inversionista canadiense de bienes raíces conocido por hacer que los propietarios vendieran, no tenía miedo de emprender acciones legales contra las compañías que buscaban defenderse de sus intentos.

No obstante, incluso con todas esas tácticas despiadadas, el mundo de los acuerdos de negocios nunca había visto a un comprador como Elon Musk.

En las semanas transcurridas desde que Musk, el hombre más rico del mundo, logró un trato por 44.000 millones de dólares para comprar la plataforma de información Twitter, el magnate ha puesto de cabeza el panorama de los acuerdos. Lo habitual es que cuando dos partes se ponen de acuerdo para negociar una adquisición pasan semanas estudiando con detenimiento las finanzas y puliendo los detalles. La acción se desarrolla en su mayor parte a puerta cerrada, dentro de salas de reuniones, así como en despachos legales de prestigio y bancos de inversión.

Sin embargo, Musk no realizó ninguna diligencia debida para lograr la aprobación del acuerdo de Twitter, según documentos legales. Desde entonces, Musk ha criticado de forma pública el servicio de Twitter (en Twitter, por supuesto), ha atacado a algunos de sus ejecutivos en puestos más altos y lanzado tuits para provocar al consejo de administración de la compañía. Además, con memes y el emoji de excremento, pareciera que intenta renegociar a través de las redes sociales el precio del acuerdo para pagar menos.

En esencia, Musk, de 50 años, ha convertido lo que era en gran parte un acuerdo amistoso en una toma hostil después del acuerdo. Sus acciones han dejado desconcertados a Twitter, así como a los reguladores, banqueros y abogados sobre lo que podría hacer a continuación y si el gigantesco acuerdo se completará. Además, Musk ha hecho que los saqueadores corporativos del pasado se vean realmente pintorescos en comparación.

“Elon Musk juega en su propia área gris, casi podrías decir que con sus propias reglas”, comentó Robert Wolf, el expresidente para el continente americano del banco suizo UBS. “Esta es de verdad una nueva manera” de hacer tratos, mencionó.

Musk no respondió a una solicitud para que hiciera declaraciones.

El jueves, ejecutivos de Twitter dijeron en una reunión corporativa que la adquisición de Musk seguía adelante y que no se renegociaría, según dos asistentes que hablaron bajo condición de anonimato. Hace algunos días, el consejo de administración de la compañía declaró: “Pretendemos cerrar la transacción y hacer cumplir el acuerdo de fusión”.

El consejo de administración de Twitter ha sostenido que tiene la ventaja legal en el acuerdo. Además de una cuota por ruptura de 1000 millones de dólares, el acuerdo con Musk incluye una “cláusula de desempeño específica”, la cual da a Twitter el derecho de demandarlo y obligarlo a completar o pagar por el acuerdo, siempre y cuando la financiación de deuda que ha recolectado permanezca intacta.

“Firmó un acuerdo vinculante”, se expresó Edward Rock, un profesor de Gobernanza Corporativa de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, sobre Musk. “Si estos acuerdos no se pueden hacer cumplir, representa un problema para cualquier otro trato en el mundo”.

Twitter no respondió a una solicitud para hacer declaraciones.

Musk ya ha rebasado algunos límites legales. La Comisión Federal de Comercio (FTC, por su sigla en inglés) investiga si el multimillonario violó los requisitos de confidencialidad al no notificar a la agencia que había amasado una participación considerable de Twitter hace algunos meses, indicó una persona con conocimiento de la indagatoria. Habitualmente, los inversionistas deben notificar a los reguladores antimonopolio cuando hacen grandes adquisiciones de participaciones para dar a los funcionarios de gobierno treinta días para revisar la transacción en caso de haber violaciones contra la competencia.

La FTC declinó hacer comentarios. The Information, un sitio de noticias tecnológicas, reportó de manera previa sobre el interés de la FTC en Musk. En años recientes, los acuerdos que no se hicieron cumplir o se renegociaron no han sido comunes. Después de que Sallie Mae, la gigantesca empresa de préstamos estudiantiles, se vendió a sí misma en 2007 a un consorcio de firmas financieras por 25.000 millones de dólares, una crisis crediticia se desató y una legislación nueva puso en riesgo sus finanzas. Los compradores intentaron recortar el acuerdo, se profirieron insultos y el intento se canceló.

Ese mismo año, un acuerdo de 6500 millones de dólares por Apollo Global Management (que combinaba una compañía química que era de su propiedad, Hexion, con una rival, Huntsman) se cayó cuando las ganancias de Huntsman se desplomaron y cada bando demandó. En 2016, el gigante de las telecomunicaciones Verizon recortó su precio de 4500 millones de dólares por el negocio de internet de Yahoo después de que Yahoo reveló que había sufrido una enorme falla de seguridad.

Aun así, en muchos de esos acuerdos, “cambios materiales adversos” (una crisis financiera o una falla de seguridad) estuvieron detrás de una modificación en el precio o la terminación de una adquisición. Eso no es lo que ocurre ahora con Twitter y Musk, ya que ningún factor obvio ha surgido para intentar alterar los límites del trato. (Musk, quien se ha aprovechado del asunto del número de bots existentes en Twitter, ha expresado que duda de la veracidad de los documentos públicos presentados por la compañía).

Musk parece sentirse libre de hacer lo que le plazca con los acuerdos en parte debido a su extraordinaria fortuna personal, con un valor neto que se sitúa alrededor de los 210.000 millones de dólares y que le permite ignorar las cuestiones económicas de un acuerdo. Además, a diferencia de una firma de capital privado, él no compra múltiples compañías públicas al año, lo que hace menos importante presentarse a sí mismo como un individuo que cierra tratos de manera consistente.

Aunque Musk debe rendir cuentas a los accionistas de las otras compañías que dirige (incluyendo al fabricante de autos Tesla, que cotiza en la bolsa), esos accionistas en general invierten en sus empresas porque es un inventor, no porque es un experto en acuerdos.

Ann Lipton, una profesora de Gobernanza Corporativa en la Escuela de Derecho Tulane, afirmó que gran parte de lo que mantiene a las fusiones y adquisiones dentro de los márgenes permitidos son las “sanciones reputacionales”. Sin embargo, a Musk, destacó Lipton, “no le importan las sanciones reputacionales”.

Y eso deja a casi todas las personas sin saber qué pensar. T. Boone Pickens, el magnate petrolero, tomaba pequeñas participaciones en compañías energéticas, atacaba a los directivos y obligaba a la venta de firmas. (Matt Nager/The New York Times)