Por The New York Times | Edgar Sandoval
McALLEN, Texas — Una montaña de ropa escondía la mitad del pequeño cuerpo de Juani Lira, de la cintura para abajo. Pero a esta mujer de 67 años no parecía molestarle. Lira inspeccionó de cerca un par de pantalones cortos negros adornados con pedrería y los arrojó detrás de ella, sin dejarse impresionar. Demasiado llamativos para su nieta adolescente, murmuró.
Después, Lira alcanzó a vislumbrar una blusa de mangas largas color perla, con la etiqueta aún intacta. Bingo. Miró alrededor, como si se estuviera saliendo con la suya y metió la blusa en lo profundo de su bolsa de gimnasio. A un costo de 71 centavos la libra (1.56 dólares el kilogramo), Lira estaba por llevarse un botín tan grande como para vestir a casi todos sus 13 nietos, gracias a Ludy’s Ropa Usada en el centro de McAllen.
Ver a personas, en su mayoría mujeres, rebuscando entre grandes montones de tela dentro de almacenes sofocantes no es nada inusual en el valle del Río Grande.
Aunque las tiendas de ropa usada existen en todo el país, en una de las regiones más pobres de Estados Unidos, los almacenes gigantescos de ropa usada —una especie de tiendas de segunda mano a la enésima potencia— han formado parte del paisaje cultural y comercial de la vida fronteriza durante décadas.
Debido a los trastornos económicos causados por la pandemia de coronavirus, las tiendas se han convertido en lugares de compra y en parte de la mezcla social y económica de El Valle, como llaman los lugareños a la región. Los compradores suelen pasar horas escarbando, literalmente, en busca de gangas y quizá hasta consigan alguna prenda de Aeropostale o Polo. Algunos revenden los artículos selectos en mercadillos.
Un desfile interminable de camiones con entregas de proveedores de ropa reciclada deja caer cargas de todo el país, incluyendo artículos desechados de grandes almacenes. La ropa se deposita en el suelo, algunos cuentan con superficies del tamaño de una cancha de básquetbol.
Lo que no se vende en los establecimientos se apila en categorías —ropa de invierno, ropa de bebé, camisas de hombre, suéteres de mujer — y se envía en contenedores y fardos de plástico a compradores a granel de todo el mundo, tan cerca como México o tan lejos como Japón.
Los negocios, que generalmente venden la ropa por peso a 35 o 71 centavos de dólar la libra, son difíciles de no ver. Nada más al atravesar el puente internacional desde Reynosa, México, los imponentes almacenes aparecen en el horizonte, anunciados por enormes carteles pintados que parecen gritar “ROPA USADA” a los automovilistas y anuncian la venta de “pacas”, o cantidades a granel. Sin embargo, a pesar de su enorme presencia en el valle, las tiendas operan en una situación de relativa oscuridad.
Debido a que muchas transacciones se realizan en efectivo, a menudo es difícil encontrar registros financieros, afirmó Salvador Contreras, director del Centro de Estudios Económicos Fronterizos de la Universidad del Valle del Río Grande de Texas.
Aun así, su popularidad es evidente en una parte del país donde las familias multigeneracionales suelen vivir bajo el mismo techo y necesitan hacer rendir sus recursos modestos. (La tasa de desempleo en la región de McAllen recientemente superó el 8 por ciento, casi el doble que en el resto de Texas).
Durante varias visitas a los almacenes de ropa usada, algunos de ellos a solo 1,6 kilómetros del Río Grande, los operadores de las tiendas se mostraron protectores de sus negocios y de la privacidad de sus clientes. A menudo había carteles en la entrada que prohibían tomar fotos, un recordatorio de que persiste el estigma de comprar ropa usada. Algunas personas escondían sus rostros entre los montones de ropa y otras evitaban el contacto visual.
Pero también había quienes, como Angélica Gallardo, de 64 años, que lleva mucho tiempo comprando ropa usada, pensaban que no era una vergüenza luchar por llegar a fin de mes y hacer lo mejor posible para vestir a su clan, cada vez más numeroso. Gallardo pasa horas y horas inspeccionando meticulosamente un montón infinito de posibles compras. “Hay que rebuscar”, comentó.
Gallardo dijo que no tenía sentido gastar entre 20 y 30 dólares por una sola prenda en una cadena como Walmart o Target. “Ta muy caro”, expresó, haciendo un gesto con las manos. No le sobra el dinero. Gallardo gana 9 dólares la hora trabajando medio tiempo, limpiando oficinas en McAllen.
Gallardo, quien dijo que ha estado comprando en comercios de ropa usada desde los años setenta, ha desarrollado un buen ojo para “las cosas buenas” de la pila. “Las prendas con hoyos, o las que se ven muy usadas, se quedan aquí”, relató. Gallardo pagó 24 dólares por casi 14 kilogramos de ropa. Lira se conformó con casi 4 kilogramos a unos 6 dólares.
No todos los que compran en las tiendas de ropa usada lo hacen por razones económicas. Ese mismo día, un visitante de 29 años de Austin, Texas, Christian French, contó que compra allí cuando visita la frontera para hacer su parte por el medioambiente.
“Hay tanto desperdicio en este mundo, ¿sabes?”, dijo, sosteniendo una pila de ropa para amigos y familiares, incluyendo una falda a cuadros, camisetas y otros artículos. “En este mundo se ha fabricado suficiente ropa para que nos dure hasta que se apague el Sol. Hay tanto aquí”. En Dos Imperios, un gran almacén con una vista despejada de la valla fronteriza, muchos clientes son ciudadanos mexicanos que planean revender las prendas en su país.
Durante el apogeo de la pandemia, la mayoría de los mexicanos no podían viajar a Estados Unidos. Pero cuando el gobierno de Biden levantó las restricciones de viaje para los extranjeros vacunados a finales del año pasado, muchos, como Carmen Martínez, de 53 años, que vive en la ciudad de Reynosa, México, descubrieron de nuevo un salvavidas financiero.
Ese día, Martínez se encontró observando un montacargas que empujaba un revoltijo de ropa usada en una pila. Una vez que la máquina despejó el suelo, Martínez y otras personas se subieron a la pila, para ser las primeras en obtener los mejores artículos. Se hizo con un tapete, una sábana, una camiseta azul y unos pantalones cortos de verano.
A 35 centavos la libra, pensaba gastar unos 40 dólares y esperaba obtener un beneficio neto de unos 10 dólares. “Los vendo en mi casa”, indicó. “La gente quiere comprar marcas estadounidenses. Cada dólar ayuda”.
Recogió su pila y se preparó para su largo viaje a casa. Dijo que al día siguiente planeaba hacerlo todo de nuevo. Una tienda de ropa usada cerca de la frontera en Hidalgo, Texas, el 29 de marzo de 2022. Las tiendas de ropa usada han sido una constante en la vida fronteriza durante décadas. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times) Jonathan A. García, de 20 años, hace un bulto de ropa en Ludy’s Ropa Usada, en McAllen, Texas, el 29 de marzo de 2022. (Verónica G. Cárdenas/The New York Times)
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