Por The New York Times | Kristin Wong
Sara Fernandes tenía 26 años cuando obtuvo su primera tarjeta de crédito.
“Lo sentí como dinero gratis”, comentó Fernandes. “Como si de repente pudiera comprar cosas y no preocuparme por pagarlas. En eso estaba pensando”.
Ella y su marido utilizaron las tarjetas para pagar comidas en restaurantes, ropa bonita y vacaciones en Europa. Cuando les llegaba el recibo, pagaban el mínimo y seguían gastando. “Organizábamos las fiestas de Navidad más épicas para nuestra familia. Nuestros hijos siempre tenían todo lo que pedían”, aseguró. “Era una vida increíble. No voy a mentir”.
Durante los trece años siguientes, ella y su marido acumularon una deuda de 20.000 dólares en sus tarjetas de crédito. Empezaron a usar las tarjetas para cubrir gastos básicos de la vida, y con el tiempo algunas de las tarjetas llegaron al límite.
“Recuerdo que fui al supermercado y ninguna de mis tarjetas funcionaba y tuve que dejar la compra allí”, relató Fernandes, de 50 años. “Estaba mortificada y confundida”. Fue entonces cuando volvió a casa y miró con lupa sus recibos. “Apenas hacíamos mella” en el saldo, explicó, porque el tipo de interés era alto.
Según LendingTree, la tasa de interés promedio de las tarjetas de crédito es de casi el 24 por ciento, por lo que endeudarse sale caro. Sin embargo, el 29 por ciento de los clientes de tarjetas de crédito pagan solo el mínimo o casi, incluso cuando pueden permitirse pagar más, según datos de la Oficina Nacional de Investigación Económica.
No tiene lógica matemática, pero una explicación de esta tendencia, según los expertos, es una forma de sesgo cognitivo llamado anclaje. El efecto de anclaje, un término tomado de la economía conductual, describe nuestra tendencia a confiar demasiado en una información que se nos presenta. Por ejemplo, cuando el extracto de una tarjeta de crédito sugiere un pago mínimo de 25 dólares, esa cantidad se convierte en un ancla que nos orienta sobre cuánto pagar cada mes.
Nos gusta pensar que los buenos hábitos financieros son sencillos: hacer algunos cálculos, crear un presupuesto y ceñirse a él. Pero, si ser bueno con el dinero fuera tan fácil, todos lo seríamos. Muchos de nuestros problemas financieros tienen más que ver con la psicología y el comportamiento. Y hay varios tipos de sesgos cognitivos que pueden impedirnos tomar decisiones financieras inteligentes.
Aquí y ahora
Si el sesgo del presente pudiera resumirse en una sola frase, esa palabra podría ser “solo se vive una vez”. Este sesgo describe nuestra tendencia a sobrevalorar el presente, a menudo a expensas del futuro. Algunas investigaciones, incluyendo un estudio de la Universidad de Rhode Island publicado en 2019, sugieren que el sesgo del presente plantea desafíos significativos para ahorrar dinero. Como era de esperar, a menudo conduce a gastar en exceso.
Ser consciente de este sesgo podría ayudar a contrarrestarlo, afirmó James Choi, profesor de Finanzas de la Escuela de Administración de la Universidad de Yale. En un estudio sobre las penalizaciones por retiro anticipado, Choi y sus colegas pusieron a prueba esta idea. Dieron a la gente dinero que podían depositar en dos cuentas diferentes. Una les permitía retirar el dinero cuando quisieran. La otra, que los investigadores denominaron “cuenta de compromiso”, incluía penalizaciones por retiros anticipados del diez o del veinte por ciento. En algunos casos, los participantes no podían retirar nada de dinero antes de tiempo.
Choi y su equipo descubrieron que, cuando ambas cuentas pagaban el mismo tipo de interés, la gente depositaba más dinero en la cuenta de compromiso. En otras palabras, la gente asumía que su yo futuro estaría tentado a retirar el dinero, así que elegía la cuenta que les penalizaría por hacerlo.
“Parece sugerir que la gente era consciente de su sesgo presente y tomó una decisión para contrarrestarlo”, comentó Choi. Dado que la mayoría de las cuentas individuales de jubilación y los planes 401(k) conllevan penalizaciones por retiros anticipados, una cuenta de jubilación puede ser un vehículo ideal para evitar este sesgo.
Lo mismo de siempre
El sesgo del statu quo explica nuestra reticencia al cambio. Preferimos nuestro estado actual de existencia, por lo que hacer cualquier cosa que pueda alterarlo —desde pagar una deuda hasta reequilibrar una cartera de inversiones— nos resulta desalentador e incómodo. Según un estudio clásico, el sesgo del statu quo puede influir incluso en nuestras decisiones sobre planes de jubilación y atención médica en el trabajo.
El sesgo del statu quo puede dificultar la creación de buenos hábitos financieros porque asumimos que tendremos que hacer cambios significativos para lograrlo.
“Siempre que alguien va a hacer un cambio financiero, se imagina un estilo de vida espartano”, reveló Madison Sharick, planificadora financiera certificada de Pittsburgh. “Cancelas todas tus suscripciones. Comes fideos ramen. No te vas de vacaciones nunca. Creo que eso es a menudo lo que nos imaginamos cuando decimos que vamos a hacer un cambio financiero, pero no tiene que ser así”. Cegados por el optimismo
Cuando pensamos en el futuro, tendemos a suponer que será mejor que el presente. La neurocientífica Tali Sharot llamó a esa tendencia el sesgo del optimismo, describiéndolo como un hábito de sobrestimar la probabilidad de acontecimientos positivos y subestimar la probabilidad de los negativos. Al igual que el sesgo del presente, esta tendencia puede hacer que las personas posterguen sus objetivos financieros. Un estudio de 2014 sugirió que las personas ahorran menos dinero cuando suponen que el futuro será optimista. Pero cuando se les instruyó que pensaran que “el futuro será exactamente como el presente”, sus tasas de ahorro aumentaron.
“Puedo asegurarte que este estudio es absolutamente cierto”, dijo Sharick. Muchos de los clientes con los que ha trabajado, incluso los que se acercan a la jubilación, descuidan el ahorro porque suponen que estarán en mejores condiciones de hacerlo más adelante. “Piensan que en algún momento tendrán dinero y que sus problemas se resolverán solos”, aseguró. Siguiendo a los demás
Has escuchado la frase “lo que hace la mano, hace la tras”... es el efecto borrego, que describe nuestra tendencia a tomar decisiones basándonos en lo que vemos hacer a los demás. Es lo que le ocurrió a Fernandes cuando acumuló deudas con su tarjeta de crédito.
“Todos nuestros conocidos tenían tarjetas de crédito y nadie se preocupaba de pagarlas”, relató. “Veía a mis amigos comprar todo lo que querían, y yo quería encajar y hacer lo mismo”.
Un estudio de 2015 descubrió que el efecto borrego hace que la gente gaste más en artículos de lujo. Cuando ves que todo el mundo en tu vecindario conduce un Tesla, es fácil pensar que quizá tú también necesitas uno.
Sharick dijo que una forma de contrarrestar ese problema era limitar tu tiempo en las redes sociales.
“Cuando tienes la sensación de que todo el mundo se va de vacaciones o descorcha botellas caras de champán, parece que estas cosas son normales”, señaló. Estas imágenes suelen incitar a gastar. “Lo que nadie publica en las redes sociales es que no ha podido pagar la factura de su tarjeta de crédito o que ha tenido que endeudarse para hacer esas cosas”, añadió Sharick. El efecto de anclaje
El efecto de anclaje describe nuestra tendencia a aferrarnos a la información más reciente que se nos presenta.
Los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky ilustraron esta tendencia en un estudio muy conocido. Preguntaron a los participantes qué porcentaje de países africanos pertenecían a las Naciones Unidas, y sus respuestas variaron en función de un número aleatorio que se les dio antes de hacerles la pregunta.
En el mundo real, el anclaje aparece a menudo en las negociaciones. Por ejemplo, si estás negociando un salario inicial de 90.000 dólares pero tu posible empleador te propone una cifra mucho más baja, es posible que de manera inconsciente te ancles a esa cifra y respondas con un salario inferior al que habías planeado en un principio.
Según un estudio de 2022, el anclaje también puede influir en las decisiones de las personas a la hora de elegir productos financieros. El estudio también sugería que la educación financiera podría ayudar a contrarrestar este sesgo.
“Los datos también mostraron el papel de la educación financiera en la modulación de la atención, pues los sujetos con poca educación financiera son más propensos al sesgo de anclaje”, concluyó el estudio.
Si la concientización es el primer paso para combatir esos sesgos, quizá la educación financiera sea el siguiente. Fernandes atribuye a la educación financiera el mérito de haberla ayudado a saldar sus propias deudas y ahora escribe un blog en el que utiliza su historia para ayudar a otros a aprender sobre el dinero.
“Hay mucha información allá afuera”, concluyó. “La educación financiera es imprescindible”. Nuestros prejuicios cognitivos pueden obstaculizar el ahorro para el futuro, sobre todo para la jubilación. (Stephanie Shafer/The New York Times).