Por The New York Times | Elizabeth G. Dunn
Apenas llegue el verano, el almacén en Hepworth Farms estará lleno de decenas de variedades de tomates reliquias como cherokee purples, pink berkeley tie-dyes producidas por esta familia que lleva siete generaciones en el valle del Hudson en Nueva York.
Pero este invierno, el espacio está lleno de algo más: flores de cannabis.
En enero, los trabajadores se codeaban sobre mesas de acero inoxidable y la cortaban a mano. Cerca de allí, otros miles de kilogramos de hierba esperaban a ser procesados en guacales de manzanas o se estaban curando en bidones de plástico. Toda ella llegará a los recién inaugurados dispensarios recreativos del estado de Nueva York en forma de flores embolsadas, cigarrillos preenrollados, vapeadores, porros, gomitas, hachís de burbujas y mucho más, en muchos casos con etiquetas que llevan el venerable nombre de Hepworth.
En el mundo de las verduras orgánicas, Hepworth Farms, de Milton, Nueva York, es una potencia regional, una marca de renombre en todo tipo de cultivos, desde lechugas hasta puerros, y es una granja única que ha conseguido combinar la buena fe del mercado agrícola con una producción a gran escala. Los productos de Hepworth adornan las cajas de CSA (agricultura apoyada por la comunidad) y son apreciados por los exigentes miembros de Park Slope Food Coop, en Brooklyn. En lo que respecta a los productores orgánicos de base, Hepworth es de lo más puro que hay. La granja además suministra a supermercados y restaurantes de todo el noreste; en temporada alta, dicen sus propietarios, Hepworth mueve 15.000 cajas de productos al día.
Amy Hepworth, que se hizo cargo de la granja en 1982, fue en su día objeto de un elogioso artículo en la revista New York Magazine, en el que la llamaban “heroína de culto” para los aficionados al consumo local de la ciudad, por haber transformado la granja convencional de su familia en una fuente cercana de docenas de variedades de frutas y verduras cultivadas de forma sustentable. Ella y su gemela, Gail Hepworth, dirigen juntas el negocio y este año, en la 204.o temporada de cultivo de la granja, han añadido la marihuana a su oferta.
“Es propio de una exitosa granja multigeneracional querer adaptarse y hacer cosas nuevas para mantener el modelo, ya sabes, progresar”, expresó Amy Hepworth. “Para tener éxito tienes que seguir innovando y cambiando”.
Solo 4 de las 200 hectáreas cultivadas por Hepworth se destinaron a la cannabis el pasado otoño, pero esta cifra no refleja hasta qué punto está en juego el éxito o el fracaso de la empresa. La inversión de las hermanas Hepworth en la marihuana va mucho más allá de la tierra; no solo cultivan esta hierba, sino que también tienen licencia para procesarla.
Han gastado casi 8 millones de dólares en la iniciativa, invirtiendo en un laboratorio de última generación y una serie de equipos de procesamiento. También contrataron a un químico, un biólogo vegetal, ejecutivos de mercadotecnia y ventas, así como un pequeño ejército de administradores para hacer frente a la montaña de trabajo que exige la cannabis.
La recompensa, esperan, será una cosecha lo bastante lucrativa como para que la granja siga manteniendo a la familia en la próxima generación, como lo ha estado haciendo desde 1818. “Lo que está ocurriendo aquí es una transformación”, me dijo Gail Hepworth, mientras observábamos a unos hombres con retroexcavadoras cavando los cimientos de una extensión del almacén, construido originalmente en la década de 1940. “Se podría decir que estamos jugándonos la granja”.
Redoblando apuestas por la cannabis
Un día de octubre inusualmente cálido, Amy Hepworth, de 62 años, estaba de pie entre hileras de plantas de cannabis tan altas y tupidas que la ocultaban casi por completo. Vestida con unos pantalones de mezclilla azules, un sombrero de paja y una playera amarilla de Patti Smith, podaba a mano unas 30.000 plantas de cannabis, una tarea que, según dijo, le parecía meditativa.
El cannabis es un cultivo muy exigente que requiere alimentación, poda, cuidados e inspecciones frecuentes para evitar problemas como el moho y las plagas. En Estados Unidos, se cultiva principalmente en interiores, donde los productores pueden controlar variables como la luz, la temperatura, el flujo de aire y la humedad.
A Amy Hepworth le desagrada este sistema. La planta “quiere ser libre”, afirma, y solo puede alcanzar su máximo potencial con sol natural y tierra viva. “Es una planta y pertenece a la agricultura”, añade. “La gente dice que no se puede cultivar en el exterior. Pues no estoy de acuerdo”. Levantó una flor gorda que brillaba con resina para demostrar que sus plantas prosperaban sin la ayuda de luces LED, que se utilizan en interiores y producen emisiones nocivas, puntualizó.
La decisión de las hermanas de entrar en el negocio de la marihuana fue el resultado de una incursión anterior, aunque un tanto desastrosa, en el cultivo de cáñamo: otra variedad de la cannabis, cultivada por su fibra y por el cannabidiol, o CBD, que se utiliza para tratar la ansiedad, el insomnio y la epilepsia (el cáñamo no contiene el tetrahidrocannabinol, o THC, que le da a la marihuana sus propiedades psicoactivas). El gobierno federal legalizó el cultivo de cáñamo en 2018, desatando una fiebre nacional entre los agricultores.
Cultivar dicha planta fue una idea atractiva para las hermanas Hepworth, tanto porque el aceite de CBD estaba cotizando muy bien, como porque el cáñamo era conocido por mejorar la salud del suelo y capturar carbono. Así que, como muchos otros agricultores, se lanzaron de lleno al mercado, plantando 80 hectáreas de cáñamo en 2019, además de invertir mucho en maquinaria para extraer CBD, al tiempo que producían su propia línea de productos de CBD con la marca Hepworth.
Pero el mercado del CBD se desplomó casi de inmediato. “Cuando empezamos la cosecha, el precio era de 35 dólares el medio kilogramo de biomasa de cáñamo”, relató Gail Hepworth, “y cuando terminamos, era de 35 centavos”. El cultivo se había sembrado en exceso en todo el país y la demanda no había estado a la altura de la oferta. En 2020, gran parte de la riqueza de la granja estaba invertida en 2000 litros de concentrado de CBD que solo valía una fracción de lo que las hermanas habían calculado. Enfrentadas a la menguante rentabilidad del cultivo de hortalizas y en un atolladero tras su incursión en el cáñamo, el pasado marzo las hermanas solicitaron y recibieron una de las más de 200 licencias condicionales de cultivador de cannabis que el estado de Nueva York repartió a los agricultores en 2022, un año después de que se legalizara la venta de marihuana recreativa en el estado. Con la estrategia adecuada y un poco de suerte, pensaron las Hepworth, la marihuana podría ser la pieza que faltaba en su rompecabezas financiero.
No hay necesidad de ser avariciosos
Incluso con sus antecedentes en el cáñamo —y la experiencia que Amy Hepworth quizá tenga o no en sembrar pequeñas cantidades de marihuana para regalar a sus amigos, que se remonta a la década de 1970—, las hermanas sabían que para ser protagonistas en el mercado del cannabis, necesitaban conocimientos específicos.
Así que en mayo se asociaron con Pura Industries, una empresa de cannabis dirigida por Jonathan Lasser, natural de Hudson Valley. Lasser y su equipo, especializados en los llamados productos de cannabis ultraprémium o artesanales, aportaron décadas de experiencia en el mercado californiano y una cartera de más de 200 variedades de cannabis.
Dado que la cannabis no se ha cultivado mucho en exterior en el estado de Nueva York desde hace muchas décadas, los cultivadores siguen experimentando con las variedades que mejor se dan aquí. El equipo seleccionó 16 para la primera cosecha de Hepworth Pura, en función de la demanda del mercado y la adaptabilidad a las condiciones de cultivo; variedades con nombres como Thin Mint, Gorilla Glue/Purple Punch y Cookie Dog. “Es un juego de azar”, sostuvo Lasser sobre el proceso.
La cosecha de 2022 produjo 71.668 kilogramos de cannabis. Marcas minoristas como Smokiez y Jetty ya han solicitado parte de este producto, que se cosechó con la ayuda de análisis cromatográficos, una técnica de laboratorio que mide los niveles de cannabinoides a partir de muestras de plantas en las últimas fases del proceso de cultivo, explicó Lasser.
Hepworth Pura ha invertido mucho en maquinaria para extraer el THC, la sustancia química que se encuentra en los cartuchos para vapear y los comestibles, pues no solo procesan su propia cosecha, sino también la de otros cultivadores de la región. Lasser está desarrollando más de 100 productos de venta al por menor, algunos de los cuales llevarán los nombres de Hepworth y Pura juntos y por separado, dijo. La esperanza es que el valor que tiene la marca Hepworth en hortalizas —que es sinónimo de calidad y sostenibilidad— se imponga entre los compradores de marihuana de Nueva York. El cultivo de cannabis se encuentra en una zona gris desde el punto de vista legal, lo que significa que muchos bancos no harán negocios con ningún agricultor que la cultive, aunque cuente con una licencia del estado. El cultivo de cannabis ha apartado a Hepworth de algunos socios bancarios de toda la vida, lo que ha obligado a las hermanas a depender de familiares, amigos, inversores y prestamistas alternativos.
Incluso después de pasar por todos esos obstáculos, dijo Gail Hepworth, es posible que en el mercado de la cannabis surja el mismo patrón que se ha establecido en la producción de alimentos: los agricultores hacen todo el trabajo mientras que el dinero va a parar a intermediarios más grandes. Las hermanas Hepworth lo han vivido con las manzanas; luego, con las verduras, y después, con el cáñamo.
Esta vez, con la cannabis, esperan que su licencia de procesamiento les permita ejercer más poder a largo plazo. Están preparadas. “Esta planta es tan abundante que no hay necesidad de ser avariciosos”, afirma Gail. “Los avariciosos arruinarán el sector. Y créanme, van a presentarse, y tenemos que mantenernos firmes”.
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