El arte de las bellas letras

La belleza de la escritura a mano tiene una larga historia. El Libro de Kells, del siglo IX, en el que las letras se convierten mágicamente en hermosos y abigarrados dibujos donde cabezas y patas de animales se conectan a cuerpos formados por abstractos nudos celtas, es considerado, doce siglos después de su creación, uno de los libros más bellos jamás creado. Lo siguen de cerca los códices escritos a mano de la Edad Media con sus letras góticas, con el delicioso contraste de las potentes líneas verticales y los afilados vértices, los trazos rectos y geométricos complementados a la perfección por la dosis exacta de suaves curvas y pequeños detalles dibujados con el vértice de la pluma.

Con la llegada del humanismo renacentista surgió un nuevo estilo de escritura más delicado, más fluido y ágil, más flexible y liviano, más lúdico y libre, pero no menos bello. Ludovico Vicentino degli Arrighi, calígrafo papal residente en Roma, se encargaría en 1522 de crear un pequeño y hermoso libro, La operina, el primer manual de caligrafía con las instrucciones necesarias para escribir en el estilo oficial de la Cancillería Apostólica: la cursiva cancilleresca. Dos décadas después, Giovanni Battista Palatino y Giovanni Antonio Tagliente, otros dos grandes calígrafos italianos, seguirían los pasos de Arrighi y publicarían sus propios manuales sobre la cursiva cancilleresca y otros estilos, con instrucciones todavía más detalladas para cada trazo y las numerosas variantes y florituras que convierten los ejemplos de esta escritura en una verdadera obra de arte visual.

A lo largo del tiempo, el anhelo estético y las necesidades prácticas se unieron en reiteradas ocasiones para producir estilos de escritura hermosos, pero también fácilmente legibles. Muchas veces los nuevos estilos caligráficos, surgidos orgánicamente, en buena medida, de las manos más talentosas, fueron después formalizados e impuestos para garantizar la legibilidad de los documentos oficiales y comerciales. Así se estableció el uso de la cursiva cancilleresca y, de manera similar, el de la cursiva redonda francesa.

En 1665, cuando el rey Luis XIV nombra a Jean-Baptiste Colbert inspector general de finanzas, los funcionarios oficiales se sentían abrumados por la letra prácticamente ilegible en muchos de los documentos que debían procesar. Los reclamos de los funcionarios encontraron un oído receptivo en Colbert, que apenas dos años antes había fundado la Academia de Inscripciones y Bellas Letras. Tras consultar y pedir propuestas a las principales autoridades de la caligrafía francesa de la época, resuelve limitar toda la documentación legal a tres estilos caligráficos válidos: la coulée, la ronde y la bâtarde. La cursiva redonda francesa, ronde, seguiría usándose en Francia hasta mediados del siglo XX, tanto en documentos legales como en escuelas y liceos.

"Los muertos que vos matáis gozan de buena salud"

Aunque la caligrafía ya no es una prioridad ni en la educación formal ni en los documentos oficiales, no solo no ha desaparecido, sino que disfruta de un resurgimiento y una creciente popularidad. Quizás justamente porque ya no es tan común ni necesario aprender el arte de la bella escritura es que se ha tornado en una actividad de disfrute y de orgullo para quienes deciden adentrarse en el maravilloso mundo de la escritura manual y el aprendizaje de los estilos históricos, del manejo de las plumas y tintas, de la composición y decoración de textos.

Este resurgir de la caligrafía se ve en el mundo y hasta en Montevideo. Por ejemplo, Buena Letra, el espacio creativo que se caracteriza por ofrecer talleres de artes antiguas, lanza el 15 de marzo un curso semestral de caligrafía, de nivel inicial, ideal para aprender los secretos de los estilos que mencionábamos: la caligrafía gótica, la cursiva cancilleresca y la redonda francesa. Suma a esta propuesta que las clases se dictan en el cálido entorno de una pequeña imprenta histórica reconstruida en el Palacio Durazno, un hermoso edificio de interés patrimonial.

Tal vez sea el momento, entonces, de animarse a dar el paso inicial de ser parte, pluma en mano, del resurgir de la escritura manual y contribuir a darle larga vida a la caligrafía.

Por Ariel Seoane