Por The New York Times | Ben Sisario
En 1972, un humilde músico de Nueva Jersey llegó a duras penas a Manhattan para una audición en Columbia Records, en la que usó una guitarra acústica que le prestó su antiguo baterista.
“Tuve que cargarla como en la película ‘Perdidos en la noche’, sobre mi hombro, en el autobús y por las calles de la ciudad”, recordaría años después el roquero en cuestión, Bruce Springsteen, en sus memorias.
Medio siglo después, Springsteen puede costearse todas las guitarras que quiera. La semana pasada, Sony, que ahora es propietaria de Columbia, anunció que había adquirido toda la obra de Springsteen —sus grabaciones y su catálogo como compositor— por unos 550 millones de dólares, según dos personas con conocimientos del acuerdo.
Ese monto, que podría ser el más elevado jamás pagado por el trabajo de un solo músico, hizo que muchos en la industria musical quedaran con la boca abierta. Sin embargo, esta solo fue la megatransacción más reciente en un año en el que se vendieron catálogos musicales de muchos artistas notorios, a precios deslumbrantes.
El mercado de los catálogos ya estaba en auge hace un año, cuando Bob Dylan vendió sus derechos de composición por más de 300 millones de dólares, pero desde entonces ha mantenido un ritmo constante. La lista de artistas notorios que han vendido recientemente sus obras, de forma total o parcial, incluye a Paul Simon, Neil Young, Stevie Nicks, Tina Turner, Mötley Crüe, Shakira y Red Hot Chili Peppers, muchos de ellos por montos de ocho cifras o más. La industria está alborotada por los inminentes acuerdos con Sting y el catálogo de composiciones de David Bowie.
“En la actualidad, casi todo está en transacciones”, dijo Barry M. Massarsky, un economista que se especializa en calcular el valor de los catálogos musicales en nombre de los inversores. “Tan solo en el último año, realizamos 300 valoraciones cotizadas en más de 6500 millones de dólares”, agregó.
Hasta hace poco, la música era percibida como una industria en colapso, debido a la piratería desenfrenada y un declive en las ventas. Ya no es así.
Las emisiones en continuo y el crecimiento global de servicios de suscripción como Spotify, Apple Music y YouTube han revertido la suerte de la industria. Un resultado de esto es el incremento en el precio de los catálogos de derechos musicales tanto de las grabaciones como de las propias canciones.
Los nuevos inversores, entre ellos firmas de capital privado, han destinado miles de millones de dólares al mercado y ven las regalías de la música como una especie de mercancía segura, una inversión, algo parecido a los bienes raíces, con tasas de rendimiento predecibles y un riesgo relativamente bajo.
Para los grandes conglomerados musicales como Sony y Universal, que compró las canciones de Dylan, estos acuerdos les ayudan a consolidar su poder y obtener influencia en las negociaciones con los servicios de emisión en continuo y otras empresas de tecnología, como las redes sociales, los servicios de acondicionamiento físico o las plataformas de videojuegos, que a menudo hacen acuerdos abiertos para usar música.
A pesar de la popularidad de artistas jóvenes como Drake y Dua Lipa, el material más antiguo es el que domina en línea. Según MRC Data, un servicio de seguimiento que alimenta las listas de Billboard, cerca del 66 por ciento de todo el consumo de música —del cual la emisión en continuo es, por mucho, la mayor parte— es de material que tiene más de 18 meses de antigüedad, y ese número ha estado creciendo rápidamente.
Y para los artistas, la venta puede generar ventajas fiscales. Las regalías por lo general se gravan como ingresos ordinarios, mientras que una venta de catálogo puede calificar como ganancias de capital, que generalmente tienen tasas tributarias más bajas.
Artistas como Springsteen, de 72 años, son parte de una generación de estrellas musicales que, desde la década de 1970, comenzaron a tener control de su obra en grandes cantidades, de maneras que las generaciones anteriores no pudieron.
“Se aprovecharon de muchos artistas en los años cincuenta y sesenta”, comentó John Branca, abogado de Michael Jackson por muchos años, quien en la actualidad es uno de los albaceas del patrimonio de Jackson. “Con la aparición de una mejor representación legal y administrativa en las décadas de 1970 y 1980, hubo un impulso para que los artistas obtuvieran más poder, mayores ventajas y, en última instancia, fueran dueños de su propio trabajo”.
Muchas de esas estrellas ahora están jalando la última palanca de ese control con la decisión de vender, por cantidades que eran impensables hace apenas una década, afirman muchos ejecutivos y asesores de artistas. En general, vender el catálogo significa ceder el control, y los compradores suelen querer explotar los activos en su totalidad para recuperar su inversión.
En el caso de Springsteen, las negociaciones para la venta a Sony incluyeron conversaciones sobre cómo limitar la manera en que se podría utilizar su obra en el futuro, con especial preocupación por los anuncios publicitarios que usaran dos de las canciones más emblemáticas de Springsteen, “Born in the USA” y “Born to Run”, según tres personas con conocimiento del acuerdo que se negaron a ser identificadas porque no estaban autorizadas a hablar públicamente sobre el asunto. Springsteen, uno de los cantautores más exitosos en la historia del pop, llegó, en esencia, a dos acuerdos con Sony. Uno fue por sus llamadas grabaciones originales, los sonidos de su música capturados en álbumes y pistas individuales. El otro, que suele ser denominado “publicación de música”, es por sus derechos de autor: las palabras, melodías y estructura musical de los cientos de canciones que escribió. Con ambos conjuntos de derechos, Sony tendrá control total sobre el uso futuro y las ganancias de la música y letras de Springsteen, excepto por cualquier restricción que haya sido incluida en el acuerdo.
Según una estimación de Billboard, los dos catálogos musicales de Springsteen —sus grabaciones y sus composiciones— generan ganancias de cerca de 17 millones de dólares al año, tras deducir costos. Si bien los titulares destacan a quienes han decidido vender, también ha habido algunos disidentes.
Diane Warren, compositora de éxitos como “Because You Loved Me” de Celine Dion y “I Don’t Want to Miss a Thing” de Aerosmith, le dijo a Rolling Stone que vender su catálogo “sería como vender mi alma”. Cuando se le preguntó si los encargados del patrimonio de Michael Jackson considerarían vender los derechos de Jackson, que podrían valer mucho más de 1000 millones de dólares, Branca dijo: “Creo que yo nunca los vendería”.
Pero a medida que suban los precios, podría resultarles más difícil resistirse a los indecisos. Bruce Springsteen en una presentación en Nueva York, el 20 de octubre de 2021. (Krista Schlueter/The New York Times)
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