Por Paula Barquet
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Fue en el aire, saliendo de la inauguración de la cosecha de arroz, en Artigas, hacia Montevideo, que a Luis Lacalle Pou le avisaron que había cuatro casos de covid-19 en Uruguay. Mientras volaba junto con Álvaro Delgado y otras autoridades de gobierno, comenzó a mandar mensajes y planificar: convocatoria a Consejo de Ministros, medidas posibles, cierre de escuelas, conferencia de prensa, emergencia sanitaria.
—Yo tenía, quizás medio de iluso, una luz de esperanza de que a Uruguay no viniera el virus.
Si algo tenía claro Lacalle era que, cuando el covid llegara finalmente al país, “había que decir todo” y apostar a una comunicación intensa con la sociedad, dice hoy, tres años después, en diálogo con Montevideo Portal.
Como no había certezas, ni manuales o protocolos, el político que se estrenaba como presidente apeló en aquel primer momento a sus convicciones. Sintió el “peso enorme” en sus hombros, pero la carga no lo abrumaba.
—No lo puedo explicar. Simplemente sabía que estaba en el lugar en que tenía que estar y que debía asumir la responsabilidad, las consecuencias y la toma de decisiones.
Al fin de semana siguiente del primer cimbronazo, se fue a la chacra presidencial de Anchorena, en Colonia. Recuerda bien las fechas porque en esos 21 y 22 de marzo de 2020 él marca “uno de los dos o tres momentos más duros” que vivió en el gobierno hasta ahora. Lacalle salió al fondo de la casa y empezó a moverse por el inmenso jardín, caminando de un lado al otro. Crecían los planteos de que se decretara una pausa más profunda y generalizada: una cuarentena obligatoria.
—Estaba solo. Salía y caminaba y caminaba, y recibía llamadas, y caminaba, y recibía mensajes de WhatsApp, y caminaba y caminaba. Obviamente había pronunciamientos, algún pronunciamiento sindical, y pronunciamientos políticos. Todos, todos en el sentido de cuarentena obligatoria. Mensajes de gente cercana también, que decía “Luis, no dejes morir a nuestros hijos”.
Al final del domingo 22, en la misma soledad, llamó a Nicolás Martínez, su secretario personal, y le dijo que establecer la cuarentena era ir “contra todo” lo que pensaba, y no lo haría porque no estaba dispuesto a tomar medidas de restricción severas que después debiera hacer cumplir. No estaba dispuesto a “apagar el país”, con el “sufrimiento de aislamiento” y el “sufrimiento económico” que eso significaba.
En esa cruzada inicial encontró a un aliado: el GACH. Aunque siente que la pandemia “pasó hace mil años” y en el relato se le confunden los tiempos, el presidente tiene bien vivo el recuerdo de Rafael Radi, coordinador general del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH), diciéndole que no había que cerrar parques ni playas porque los estudios —pocos, al momento— indicaban que difícilmente el virus se transmitiera al aire libre si las personas guardaban distancia entre sí.
—Para mí fue como una bocanada de aire cuando desde la ciencia sostenían lo mismo que uno pensaba y quería. Fue un alivio ver claramente que compartían este rumbo de la libertad responsable y de no asfixiar a la gente con el encierro.
El grupo de científicos fue convirtiéndose en “el GPS” para caminar en la incertidumbre. Era, dice Lacalle hoy, “gente con conocimiento, bien intencionada, que daba elementos para poder tomar mejores decisiones”. Fue “importantísimo” contar con ellos, aunque no siempre siguieron sus recomendaciones.
A su vez, a solo días de haber comenzado el período de gobierno, la crisis sanitaria impuso ir de cero a cien en la coordinación de un equipo con miembros que en algunos casos eran prácticamente desconocidos.
—Rápidamente tuvimos que saber lo que pensaba, cómo actuaba, y hasta el humor y el carácter de cada uno.
En 2021, cuando se desencadenó la primera ola y se empezaron a acumular las muertes y llenar los CTI de pacientes con covid, y todavía no había acuerdo por las vacunas, el presidente sintió una gran frustración.
—Paralizado no, frustrado. Frustración por no tener las herramientas. Y angustia por no llegar a tiempo a algunas cosas. O por querer acelerarlas.
No tenía miedo de fallar, pero de alguna forma sentía que en las decisiones que tomaba como presidente pesaban los miedos de los uruguayos por su vida y su salud. “Todas” las vidas que se perdieron en esa etapa fueron “chocantes”, dice hoy, reticente a resaltar alguna en particular, aunque con los nombres de Rodolfo González Rissotto y Andrés Abt bien presentes en el recorrido.
En los días de mayor desgaste anímico, Lacalle se respaldaba en su equipo más cercano: Delgado, Martínez, Roberto Lafluf, Aparicio Ponce de León, Juan Seré.
—Nos juntábamos toda la noche, y después de haber terminado todo, todo, todo, todo, siempre nos quedábamos un rato más. O para evaluar, o para bajar un poco la presión, o para hacer catarsis, o para estar más cerca.
Política en estado puro
Así como la ciencia se lució, y la tecnología se puso al servicio de las necesidades, la política en su acepción esencial —vinculada a la toma de decisiones, distribución de recursos y manejo de equilibrios o relaciones de poder— también debió pasar la prueba de la pandemia. Y la “madurez social” que mostraron los uruguayos, a juicio de Lacalle, fue una exigencia adicional para el Gobierno en ese sentido.
—Si vos tenés una sociedad que respeta, que sigue las recomendaciones, que asumió realmente la libertad responsable (parte de esa sociedad con temor, otra parte con solidaridad), hace que la política tenga que estar a la altura. No te queda otra. Si hubiera habido alguna intención de política menor, creo que la sociedad no lo habría tolerado. Por lo menos no del Poder Ejecutivo, del Gobierno.
La política tenía “una claridad, una puridad” especial en aquellas circunstancias, porque estaba “dedicada específicamente a la toma de medidas que directamente impactaban”. Era la herramienta en su máxima expresión, dice Lacalle, porque generaba resultados inmediatos. Y agrega:
—Ahí se ven las convicciones y, después de las convicciones, la capacidad de sostenerlas; y después de la capacidad de sostenerlas, la capacidad de transmitirlas; y después de la capacidad de transmitirlas, la capacidad de conversar o de hacerse entender.
Con el paso de los años, Lacalle fue reafirmando la certeza de que “cuando a la gente la empoderás, sobre todo en las difíciles, actúa inteligentemente como sociedad”. También aprendió que en esos momentos, la sociedad “mira para arriba” y espera el mensaje, “una línea clara e informada” en la que confiar, o “piedras donde pararse” para sobrellevar la incertidumbre.
Si mira hacia atrás, el presidente siente que uno de los motivos por el cual el movimiento antivacunas “no hizo mucho ruido” en Uruguay, fue la comunicación y la “pedagogía” con que se procuró explicar los efectos y la calidad de las vacunas.
No se arrepiente de ninguna decisión, o al menos no es capaz de evocar hoy un error en la gestión de la pandemia. Una gestión por la que ha sido elogiado a nivel mundial aunque, repite, parece haber ocurrido “hace mil años”. Dice que hizo lo que pudo “con las herramientas que tenía disponibles”.
La prueba de que el tiempo transcurre a distintas velocidades la dan las personas que, cada tanto, lo frenan en la calle para contarle que el covid mató a algún familiar cercano, para decirle “gracias a usted yo pude trabajar durante la pandemia” o para agradecerle las negociaciones que encabezó para llegar lo antes posible con las vacunas. Hoy los problemas son otros.-
Por Paula Barquet
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