En la intersección de las calles Arroyo y Suipacha, en Buenos Aires, hoy, en 2023, hay una plaza. Sin embargo, 31 años atrás allí estaba ubicada la Embajada de Israel en Argentina. El 17 de marzo de 1992, a las 14:45, un coche bomba detonó frente al edificio. Murieron 29 personas y hubo un centenar de heridos. Aún no se encontró a los responsables.
Entre las víctimas estaba Miguel Ángel Lancieri, un uruguayo oriundo de Paysandú que trabajaba en la capital argentina colocando aires acondicionados. Cuando murió, Lancieri estaba sobre la vereda, esperando a entrar a un edificio conjunto a la Embajada.
“Empieza marzo y me meto para adentro, creo que les pasa a mis hijos y familiares de sobrevivientes. Te metés para adentro, el dolor está ahí, está guardado, pero presente siempre”, contó Nelly Durán, la viuda de Lancieri, a En perspectiva.
Pareciera que después de 31 años debería estar alivianado, dijo Durán, pero no es así, al contrario. Para ella, si hubiesen tenido justicia, “estaríamos en paz”. Pero no es así. “Lo único que nos queda es mantener la memoria: hacer todo lo posible para que no se olvide”, expresó.
A su esposo lo conoció en Paysandú. Primero fueron novios, después se casaron en Queguay, el pueblo del que Lancieri era oriundo. Ella fue maestra, hizo sus prácticas y después comenzaron a nacer sus hijos. El primero fue Maximiliano, luego llegaron las dos mellizas, Gianina y Gisella, y, por último, Mauro, que se lleva diez años con los más grandes, contó Durán.
Si bien vivían del otro lado del Río de La Plata, todos los años visitaban Uruguay, su país de origen, porque todos sus familiares están en Paysandú. A pesar de la distancia, en los asados, que eran moneda corriente, y en su día a día sonaban las canciones de Alfredo Zitarrosa y de Los Olimareños. La idea de Lancieri era volver al país.
“Miguel era muy trabajador, muy buen padre y amigo, siempre se preocupó porque sus hijos tengan lo mejor. Así transcurríamos la vida”, recordó Durán. Para ella, su esposo “era padre y madre”, porque a sus hijos “le daba todos los gustos”. “Como esposo también, era un grandote bonachón”, agregó.
“Yo le preguntaba si no había tenido infancia, porque era un niño más. Muy jovial, muy amiguero, estaba siempre tratando de que los demás estén bien”, dijo Durán.
El 17 de marzo de 1992
Aquel día, recuerda Durán, era uno normal. La familia había llegado de las Termas de Guaviyú porque los chicos empezaban las clases. Estaban volviendo. Entre los trabajos que a Lancieri le habían quedado pendientes de las vacaciones estaba el último que fue a realizar: colocar un aire acondicionado en la Embajada de Israel.
Como recién habían vuelto de las termas, Lancieri decidió posponer el trabajo un día. “Miguel algún problema tenía, no sé si le dolía la garganta. Entonces, dijo: ‘Vamos al otro día’. En vez de ir el lunes, fueron el martes. Iban a ir a la mañana y el portero del edificio les dijo que vayan al mediodía, porque estaba todo más tranquilo”, contó Durán.
Ese día también fue normal. “Bajaron las herramientas, el socio se va a estacionar la camioneta y, cuando cruza la calle, se produce la explosión. Lo agarró de lleno en la vereda. No sé si llegó a tocar el timbre. Por ahí se hubiese salvado, pero bueno, es así”, dijo.
En aquel entonces, Durán no sabía “ni dónde estaba la Embajada de Israel”. Esa mañana, ella se había ido a una entrevista en un jardín al que asistiría su hijo menor, Mauro. Cuando volvió a su casa se enteró de que había explotado un coche bomba en la intersección de Arroyo y Suipacha. Pensaba que era en Israel, cuando se dio cuenta de que había sido en Argentina no lo podía creer. Sin embargo, no sabía quién estaba allí.
“En eso, viene el socio de mi marido, que había vuelto, porque trató de buscarlo y no lo encontró y se vino desesperado para mi casa. Él fue el que me dio la noticia de que estaba ahí, yo no entendía nada: ‘¿Cómo que estaba ahí? ¿Dónde?’. A partir de ahí, fue una locura total. En un segundo se nos cambió la vida. Todo el mundo empezó a enterarse. Lo primero fue buscarlo por todos los hospitales donde llevaban los heridos. Me acuerdo de que quería ir a la Embajada y me decían que no vaya, porque no me iban a dejar entrar”, recordó.
Durán esperaba encontrarlo; lastimado pero vivo. Quería encontrarlo, decirle cuánto lo querían. Pero los días pasaban y su marido no aparecía. Recorrieron hospitales con la esperanza de que Lanciari estuviese allí, hasta que un día le recomendaron que lo denunciara en una comisaría como persona desaparecida. Después de recorrer morgues, lo encontraron en una.
“El día que me dijeron que había muerto, me morí con él”, dijo Durán.
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