Una multitud de jóvenes se congregó ayer a la tarde en las afueras del shopping Nuevocentro, frente al monumento a Luis Batlle Berres.
En los últimos días se venía convocando vía redes sociales una pelea a golpes entre dos jóvenes conocidos como el Chepe y Dante. Luego se sumaron también bandas de mujeres, una de ellas conocida como Las Finas 69.
Semanas anteriores ya se venían viralizando videos de peleas de menor escala, dado que los participantes las filman y las difunden.
Ante la bola de nieve que se generó en redes, el Ministerio del Interior organizó un operativo en la zona, con móviles de la Guardia Republicana.
Sin embargo, eso no suspendió la convocatoria y decenas se reunieron frente al centro comercial. A pesar de que la Policía hizo un despliegue importante, con oficiales montados, un camión hidrante y la detención de 16 jóvenes y un mayor, no se pudieron evitar los enfrentamientos.
La doctora en sociología, especializada en investigar la violencia en jóvenes, Nilia Viscardi, dijo a En perspectiva que estos hechos “no son novedades”, pero sí lo han sido “lo masivo de los desplazamientos” gracias a las convocatorias a través de redes sociales.
Para la experta, “la cuestión de los jóvenes organizados en pandillas en la ciudad y las violencias urbanas son una realidad tan antigua como la existencia de los jóvenes y de habitar de la ciudad”, y citó ejemplos de Estados Unidos, París y otras ciudades de la región.
“Las acciones de adolescentes y jóvenes que canalizan su energía, sus frustraciones, a través de la organización de encuentros para conflictos, peleas, que tienen un paisaje urbano clarísimo que los sociólogos denominamos el paisaje de la desigualdad”, apuntó.
Sobre episodios similares que se han dado en otras partes del mundo, Viscardi consideró que no es un fenómeno que “se copie”, sino que se suelen dar “en las grandes ciudades con sus desigualdades” y el “megaconsumo”, “que son lo que los centros comerciales representan”.
Este consumo, según la experta, genera en las poblaciones más frágiles y vulnerables “la sensación de no pertenecer, porque no se puede consumir”.
Además, agregó que este tipo de peleas se interpretan como “una dificultad de valorizarse socialmente por otros medios que no sean la violencia, lo cual es resultado de una sociedad en la cual el espectáculo de la violencia es permanente”.
La interpretación es que se les da a los jóvenes el acceso a celulares y redes sociales “que ellos capitalizan”, pero “no estamos logrando, como adultos, hacer que esas energías se canalicen para que el conflicto y el malestar social puedan derivar en otras formas de movilización”.
Viscardi consideró que la lectura que hacen los medios de comunicación al dar las noticias de este tema juega un rol importante.
“La visión debe ser una que comprenda a los jóvenes, y no una lectura que los coloque a ellos como responsables o protagonistas de una violencia social que ellos reproducen, reflejan, pero en condiciones que no generan: el espacio urbano, las redes, la existencia de conflictos entre adultos por detrás, la reproducción de prácticas que ven”, señaló.
Estas frustraciones se canalizan, “de alguna manera, muy ingenuamente, al mostrarse ellos mismos en las redes expuestos, observados”.
La socióloga dijo que “esa es una mitad del fenómeno”, y que la otra responde a las “respuestas institucionales frente a este tipo de nuevos problemas de la seguridad en el siglo XXI, que deben formar parte de una política integral de prevención de la seguridad a nivel de ciudad”.
Por eso, apuntó contra las formas del trabajo policial para la prevención de la violencia, y consideró que esta debería de haber anticipado el conflicto.
“Es cuestionable que el encuentro haya tenido lugar cuando existían señales de que sucedería”, opinó.
En tanto, propuso “trabajar con una lógica más parecida a la de la policía comunitaria” y “utilizar todos los mecanismos de seguridad posibles para evitar que los jóvenes que sabemos que se quieren hacer daño, se hagan daño”.
“Con una policía de proximidad, pero que esté en contacto con la comunidad para desarticular el conflicto y proteger a los jóvenes antes de que se hagan daño a sí mismos; evitar la concentración, si sabemos que va a haber un punto de encuentro, y proteger a los jóvenes”, ponderó.
La experta manifestó que la participación cada vez más visible de mujeres y el uso de técnicas de lucha, “nos dice de una sociedad que tiene que regular su deporte, que tiene que seguir canalizando el conflicto, la agresividad, el enfrentamiento a través de formas deportivas que puedan escenificar ese antagonismo, pero con reglas que apunten al cuidado del cuerpo, del otro y que le den señales a los jóvenes de que los adultos comprenden el conflicto, lo pueden asumir, existe, pero hay formas de canalizarlo”.
“Que no hayamos podido canalizar este conflicto con anterioridad habla de nuestra vulnerabilidad como sociedad, porque hay mecanismos y dispositivos para poder regular este tipo de encuentros”, sentenció.