La maniobra de Máximo Santos para su reelección y el creciente autoritarismo exhibido determinaron que sus opositores organizaran una rebelión para derrocarlo. El alzamiento, la revolución del Quebracho, fue aplastado rápidamente por las fuerzas del gobierno comandadas por su ministro de Guerra y Marina, Máximo Tajes, quien trató bien a los rendidos. Días después el propio Santos concurrió a la unidad militar en que se hallaban 639 prisioneros y les dio la libertad, despidiéndolos uno a uno, lo cual fue considerado por algunos como una muestra de tolerancia y por otros como un acto demagógico.
Santos trató de acallar a la creciente oposición mediante más represión. Por ejemplo José Batlle y Ordóñez, uno de los prisioneros de la fracasada revolución del Quebracho, hijo del expresidente de la República Lorenzo Batlle, fundó el diario El Día en 1886 para combatir a Santos. Circularía más de un siglo.
Por fin, un atentado cambió el curso de los acontecimientos. El 17 de agosto de 1886 Santos acudió al Teatro Cibils a ver una representación de ópera. Cuando bajó de su carruaje e ingresaba al teatro, el joven alférez Gregorio Ortiz le disparó un balazo en la cara y huyó. El atacante, que era ahijado del dictador, se suicidó cuando sus perseguidores lo alcanzaban (el inglés John Fitz-Patrick, fotógrafo oficial del gobierno, tomó una impresionante fotografía del cadáver de Ortiz).
Santos salió con vida, pero la herida le desfiguró el rostro (además del orificio de entrada por la mejilla derecha, perdió dos muelas y sufrió desgarros en la mejilla izquierda, por donde salieron fragmentos de la bala), lo cual lo afectó profundamente en su vanidad. Sin embargo, ante la muerte de su agresor, dispuso que se clausuraran las investigaciones, por lo cual nunca se supo si Ortiz había formado parte de una conspiración o si actuó por decisión individual.
Santos reasumió la Presidencia el 14 de octubre y envió al Parlamento una ley de censura de prensa, lo cual enrareció todavía más el clima político. Si bien los legisladores acompañaron su iniciativa, su gabinete lo rechazó y renunció en pleno, con excepción de Tajes. El gobernante cambió entonces su estrategia y ofreció el Ministerio de Gobierno (actual Ministerio del Interior, el más importante entonces) a José Pedro Ramírez, uno de sus principales adversarios, exrector de la Universidad de la República y prisionero tras la revolución del Quebracho.
Para aceptar, Ramírez exigió una larga serie de condiciones como la prohibición de la reelección del presidente por cualquier medio, la derogación de la ley de censura y la reincorporación al Ejército de los destituidos por razones políticas. El presidente, luego de una dura discusión con él y cada vez más débil políticamente, se vio obligado a aceptar; sus opositores ingresaron el 4 de noviembre al llamado “gabinete de conciliación” (Ramírez en Gobierno, Antonio María Márquez en Hacienda, Aureliano Rodríguez Larreta en Instrucción Pública y Juan Carlos Blanco en Relaciones Exteriores), aunque Máximo Tajes continuó en Guerra y Marina (1).
El 18 de noviembre Santos presentó renuncia ante el Parlamento aduciendo “razones de salud”. Le fue aceptada de inmediato; ese mismo día Tajes fue electo presidente por la Asamblea General para completar el mandato (2).
La figura principal del gobierno de Máximo Tajes fue Julio Herrera y Obes, su ministro de Gobierno, quien condujo el proceso para el retorno de los civiles al poder (3). Herrera y Obes, del más rancio abolengo del Partido Colorado, dirigió, con singular inteligencia, coraje y sentido político, la transición hacia un régimen civil.
Acompañó a Tajes a los cuarteles del 5º de Cazadores la noche del 27 de diciembre de 1886, cuando ese cuerpo militar, afín a Máximo Santos, fue disuelto y sus integrantes distribuidos en otras unidades, en una arriesgada acción política tendente a supeditar a los militares a la Constitución.
Los batallones de Cazadores fueron la base de fuerza del Militarismo, a modo de Policía política. Lorenzo Latorre era jefe del 1º de Cazadores durante el golpe de Estado de enero de 1875 y Máximo Santos fue uno de los creadores y comandante del 5º batallón.
El 30 de enero de 1888 el gobierno de Tajes promulgó una ley aduanera proteccionista, proceso iniciado por Lorenzo Latorre. El 11 de julio de ese año se promulgó una ley de ferrocarriles y en marzo de 1889 se decretó la obligatoriedad del adoquinado de las vías de tránsito de la capital.
Por su parte Herrera y Obes, con el respaldo del presidente Tajes, impidió el regreso al país de Latorre y de Santos, apoyó la fundación del Banco Nacional y del Consejo Nacional de Obras Públicas y aceptó, pese a que la idea no le gustaba, la formación de listas mixtas al Parlamento, como forma de respaldar la democracia y romper la hegemonía colorada en los registros electorales.
Paralelamente a esta acción de gobierno, que lo prestigió grandemente, trabajó mucho en la reorganización y potenciamiento del Partido Colorado. El 19 de abril de 1887 convocó a un multitudinario acto cuyo pretexto fue conmemorar un nuevo aniversario del inicio de la revolución de 1863 liderada por Venancio Flores, y que perseguía realmente la unificación de todas las tendencias de esa fuerza política. Obtuvo, por todo ello, un prestigio inmenso, fue considerado el “jefe civil” del Partido Colorado y el 1º de marzo de 1890 asumió la Presidencia de la República en un clima de reconciliación nacional y de esperanza. Sin embargo, a poco de andar, el sesgo colorado “exclusivista” que imprimió a su acción originó nuevos conflictos que desembocarían en la revolución de 1897 del Partido Nacional, liderada por Aparicio Saravia.
(1) Máximo Tajes (Montevideo, 1852-1912), militar de ascendencia gallega, subió rápidamente en el escalafón durante el Militarismo gracias a su vinculación familiar con Máximo Santos. En agosto de 1882 fue designado ministro de Guerra y Marina. En febrero de 1886, ya en marcha la maniobra de Santos que culminaría en su reelección, fue designado general en jefe del Ejército; en tal carácter, derrotó a la revolución del Quebracho, aumentó su prestigio con el tratamiento benigno que brindó a los vencidos y ascendió al grado máximo de teniente general. Tras la dimisión de Santos, el 18 de noviembre de 1886, el Parlamento lo eligió presidente de la República hasta 1890. Designó a Julio Herrera y Obes —un férreo opositor al Militarismo— como ministro de Gobierno, y supervisó la transición hacia el “Civilismo” (aunque se ha afirmado que, en realidad, ese cambio significó esencialmente la sustitución de militares del Partido Colorado por civiles del mismo partido). En términos generales gobernó con prudencia y terminó su período con mucho prestigio. Estuvo a punto de ser electo nuevamente para la Presidencia de la República durante los “21 días” de marzo de 1894, en los que nadie obtuvo los votos necesarios para acceder al cargo, aunque finalmente le correspondió a Juan Idiarte Borda. Fue jefe superior de los Ejércitos en Operaciones que combatieron la revolución de 1897 del Partido Nacional, aunque no llegó a entrar en acción. Se retiró el 30 de junio de 1900 para vivir en su casa de 18 de Julio entre Ejido y Yaguarón, en Montevideo. Fue de su propiedad también una hermosa finca sobre el río Santa Lucía, cerca de Los Cerrillos, hoy conocida como Parador Tajes y sede de un museo militar. (Biografía tomada de La enciclopedia de El País, diario El País, 2011).
(2) Ver La enciclopedia de El País, en 16 tomos, diario El País, 2011.
(3) Julio Herrera y Obes (Montevideo, 1841-1912) fue uno de los principales líderes políticos del Partido Colorado, como lo había sido su padre, Manuel Herrera y Obes. Tuvo la mejor educación que podía tener un joven en su tiempo, y durante el “Sitio Grande” de Montevideo (1843-1851) fue enviado a Paysandú, donde aprendió a hablar con fluidez inglés y francés. Regresó a la capital, conoció a quien sería su eterna novia —Elvira Reyes, hija del militar, geógrafo y cartógrafo José María Reyes— y adoptó modales de dandy que conservaría prácticamente toda su vida. Comenzó a practicar el periodismo en el diario El Siglo, que dirigía José Pedro Ramírez. Participó de la guerra contra Paraguay, donde fue secretario de Venancio Flores. Se entrevistó dos veces, representando a Flores, con Pedro II, emperador de Brasil: la primera vez en Río Grande del Sur (1865) y la segunda en Río de Janeiro (1866). En 1868 obtuvo el título de abogado. A sus 31 años fue designado ministro de Relaciones Exteriores por el presidente interino Tomás Gomensoro. En 1873 fue electo diputado y pasó a integrar las “cámaras bizantinas”, en las que tuvo una participación brillante; una de sus intervenciones más celebradas fue cuando denunció la compra, por José Pedro Ramírez, del voto de Isaac de Tezanos, a quien llamó “ramera con pantalones”. Participó en la sangrienta jornada del 10 de enero de 1875 (motín de la plaza Matriz) y su actitud opositora al golpe militar inmediato, que implicó la caída de su tío, el presidente José E. Ellauri, determinó que fuera uno de los deportados en la barca Puig. No regresó a su patria hasta 1880, luego de la renuncia de Lorenzo Latorre. Se dio a la tarea de reorganizar el Partido Colorado, en actitud de abierta oposición a los gobiernos del Militarismo. Por entonces se vestía con premeditado descuido, usaba jopo y melena y no ocultaba que era un hombre muy rico. Se dice que su casa de Montevideo, situada en la actual calle Canelones 978-982, estaba siempre con la puerta abierta y la mesa tendida para que cualquiera pudiera entrar y servirse lo que gustase. Nieto del acomodaticio Nicolás de Herrera, Julio formó parte del patriciado culto montevideano, que en las décadas finales del siglo XIX trataba de emular el estilo de vida europeo, particularmente el parisino. En diciembre de 1886 el presidente Máximo Tajes lo designó ministro de Gobierno, y cumplió un papel decisivo para el regreso de los gobiernos civiles. Su propia Presidencia, entre 1890 y 1894, fue, sin embargo, errática y en muchos aspectos decepcionante. Se distanció del joven José Batlle y Ordóñez, se enemistó con los blancos al quebrar el acuerdo de la Paz de Abril de 1872 y darles solo tres jefaturas políticas departamentales, y se desprestigió al permitir, y a veces fomentar, escandalosos fraudes electorales, que fueron la gran cuestión política de su gobierno. Afrontó, además, la crisis económica de 1890 que tuvo como punto culminante la quiebra del Banco Nacional. Herrera y Obes era un hombre de honestidad personal sin mácula, como lo demostrarían fehacientemente los hechos, pero admitió gobernar en base a fraudes debido a su concepción áulica, que pretendía reservar el gobierno del país para un círculo de integrantes de las viejas familias patricias que él llamaba “la colectividad” y sus adversarios “colectivismo”, por oposición a la “meritocracia” de los nuevos inmigrantes. Uno de los recursos que empleó para perpetuar en el poder al círculo que él mismo integraba fue el de promover la “influencia directriz”, teoría que reivindicaba para el presidente la potestad de influir en la designación de su sucesor. Así, no había posibilidad legal alguna de que los nuevos gobernantes salieran de otras filas que no fueran las propias. En 1894, cuando Juan Lindolfo Cuestas fue electo presidente, Herrera y Obes había obtenido una banca como senador por Soriano. Se opuso a la firma del Pacto de la Cruz tras la revolución de 1897 del Partido Nacional, augurando que sería apenas una pausa y que habría otra guerra civil; cuando el acuerdo se sometió a la aprobación parlamentaria, el único voto en contra fue el suyo. En una fiesta celebrada en el Circolo Italiano de Buenos Aires se encontró con Lorenzo Latorre, y alguien tuvo la mala idea de ponerlos en contacto para que se reconciliaran: Latorre propinó un puñetazo a Herrera y Obes. Regresó a Uruguay en 1903, al acceder José Batlle y Ordóñez a la Presidencia de la República, ya con serias dificultades económicas porque su fortuna se había esfumado. Perdió su casa y debió aceptar la hospitalidad de quien había sido su valet, en cuyo modestísimo apartamento de la Ciudad Vieja (25 de Mayo y Pérez Castellano) vivió hasta su muerte. En 1909 un grupo de diputados propuso que se le pagase una pensión graciable, proyecto que se votó favorablemente, pero el Batllismo puso objeciones, razón por la cual Herrera y Obes renunció a ella. Falleció a los 71 años, el 6 de agosto de 1912. La mayoría batllista le negó los honores de jefe de Estado que le correspondían. (Fuentes: Por mi honor, de Alejandro Jiménez Rodríguez; El gran infortunado, de Telmo Manacorda; Como yo los vi, de Joaquín de Vedia; “El dandy que fue presidente”, artículo en El Observador de Lincoln R. Maiztegui Casas, y Sangre y barro, de Leonardo Borges).
Próximo capítulo: Un balance final: los claroscuros de catorce años de “Militarismo”.
Acerca de los comentarios
Hemos reformulado nuestra manera de mostrar comentarios, agregando tecnología de forma de que cada lector pueda decidir qué comentarios se le mostrarán en base a la valoración que tengan estos por parte de la comunidad. AMPLIAREsto es para poder mejorar el intercambio entre los usuarios y que sea un lugar que respete las normas de convivencia.
A su vez, habilitamos la casilla [email protected], para que los lectores puedan reportar comentarios que consideren fuera de lugar y que rompan las normas de convivencia.
Si querés leerlo hacé clic aquí[+]