Aunque en 1824, durante la dominación brasileña, se había propuesto sin éxito la creación de un Banco de Montevideo, el sistema financiero uruguayo recién se originó después de la Guerra Grande, en la década de 1850, impulsado por el sector privado.
Uno de los principales intereses de quienes proponían abrir bancos era emitir papel moneda, que se podía prestar por un precio (interés). El principal argumento a favor de estas iniciativas era que los bancos facilitarían el ahorro y reducirían el costo del crédito. Otras necesidades eran las operaciones de comercio exterior, cada vez más sofisticadas, y la canalización de la deuda pública.
Hasta entonces el crédito público y privado dependía de bancos extranjeros, que raras veces se aventuraban por estas latitudes, o de prestamistas locales variopintos: grandes comerciantes de Montevideo y ciudades del interior, o dueños de almacenes rurales (pulperías), que muchas veces aplicaban intereses usurarios y condiciones leoninas.
Por ley de 1860, al igual que en otras ocasiones, se prohibieron las emisiones privadas de billetes de alcance local por casas de comercio, en el Litoral o la frontera con Brasil. Pero esos instrumentos continuaron funcionando, así como las “señas de lata”, pues ciertos comerciantes merecían más confianza que los gobiernos.
Con los bancos se inició un tempestuoso proceso de modernización del ahorro y crédito, que no fue lineal sino caótico, y la extensión del uso del papel moneda, igual de traumático.
Los primeros bancos
Por ley del 2 de julio de 1857, durante el gobierno de Gabriel Pereira, se autorizó la apertura del Banco Mauá, propiedad del barón de Mauá, un gaúcho de origen humilde y despabilado que hizo marcar el paso a las economías de Brasil y Uruguay durante largos períodos (1).
Irineu Evangelista de Sousa (1813-1889) fabricó conductos de hierro fundido para entubar el río Maracaná y proveer así de agua a la ciudad de Rio de Janeiro, compró un astillero y una fundición en Niteroi, en el que se fabricaron gran parte de los barcos civiles y militares del Imperio, y en 1854 financió la construcción entre Petrópolis y Rio de Janiero de la primera vía férrea que tuvo el Brasil. Organizó una compañía de navegación fluvial en el Amazonas, creó un sistema de iluminación a gas para la capital y multiplicó sus inversiones de manera tal que hacia 1853, cuando tenía apenas 40 años, era de lejos el hombre más rico del Brasil.
En 1851 indujo la creación del Banco do Commercio e da Industria do Brasil y en 1855 fundó la casa bancaria Mauá, Mac Gregor y Cia, con sedes en diversos países, que sería conocida en general como Banco Mauá.
El préstamo que Brasil dio al Gobierno de la Defensa de Montevideo en 1851, según los tratados que firmara Andrés Lamas en Rio de Janeiro, fue puesto íntegramente por Mauá, por pedido del canciller —y hermano masón— Paulino Soares de Sousa.
A partir de ese momento la presencia de Irineu Evangelista de Sousa en Uruguay creció sin pausa.
Construyó en Mercedes el “castillo” Mauá, que aún subsiste, como cabeza de su Compañía Agrícola y Pastoril, que reunió enormes cantidades de tierras (2); la sucursal uruguaya de su Banco Mauá y Cia financió generosamente (y según algunos, ingenuamente) los gastos del Estado nacional.
En 1859 Mauá abrió agencias en Salto y Paysandú, y también en Entre Ríos a pedido de su cliente y amigo, el caudillo Justo José de Urquiza, presidente de la Confederación Argentina.
En su minucioso ensayo Los bancos, publicado en dos tomos, el historiador Juan Pivel Devoto narró que en Paysandú “había un señor Vidal que hacía 20 años no dejaba su tienda (pulpería) en una casa primitiva de piedra, ni siquiera para concurrir a la plaza a la fiesta anual de la Virgen, lo que era de orden, ni a ninguna otra. Con la instalación del Banco (Mauá) quebrantó su propósito de permanecer aislado como un anacoreta, y vistiéndose en traje dominguero del tiempo del virrey Liniers, fue a rendir visita a Carreras (gerente del Banco Mauá), llevándole algunos cientos de peluconas, onzas de oro, que había tenido enterradas y con las que solicitaba abrir cuenta corriente” (3).
Después del Banco Mauá, de 1857, el gobierno uruguayo admitió la Sociedad de Cambios, que en 1858 pasó a denominarse Banco Comercial, y que representaba a los comerciantes y productores rurales afincados en el país, con directores y capitalistas como Pedro Sáenz de Zumarán, Juan Dámaso Jackson, Jaime Cibils, Thomas Tomkinson, Pablo Duplessis y Samuel Fisher Lafone.
Ambas instituciones podían emitir papel moneda —una especie de certificados o pagarés (“promesas”)— por hasta el triple de su capital, y, como garantía completa, estaban obligadas a canjearlo por oro o plata, si así lo deseaban sus tenedores. También se abrieron el Banco de la villa de Salto y el Banco Comercial de Paysandú, entre otros, que cumplieron funciones similares en sus áreas de influencia (3).
Por entonces el mundo capitalista, que se propagaba a gran ritmo, sufría su primera gran crisis global. La recesión mundial se inició en Estados Unidos, la potencia emergente, debido a la enorme expansión productiva, y se extendió a Europa.
La revolución industrial, llamada a cambiar la faz de la Tierra más que cualquier otro fenómeno en la historia, liberaba fuerzas enormes pero sabía muy poco sobre sus límites. Karl Marx, ya exiliado en Londres, quien hasta entonces era el hazmerreir entre sus amigos por su constante profecía de una gran crisis que acarrearía una revolución socialista y acabaría con el capitalismo, se puso exultante y superó la depresión en que estaba sumido desde la muerte de su hijo Edgard, según narra Jonathan Sperber en su excelente ensayo biográfico (4).
Una de las medidas tomadas por el gobierno de Estados Unidos para sincerar su economía fue el retiro de parte del dinero circulante. Los anglosajones también aprendían sobre papel moneda. Pero el efecto de esa crisis en Uruguay fue relativamente marginal, debido al primitivismo del país y a su todavía escasa vinculación con la vanguardia económica internacional. Luego la conexión iría en aumento, así como las repercusiones locales de las alzas y de las bajas acontecidas en Estados Unidos y Europa (4).
En 1863 se sumó a la plaza montevideana el Banco de Londres y Río de la Plata (The London and River Plate Bank) de capitales británicos, como sucursal del que abrió en Buenos Aires, encabezado por George Wilkinson Drabble, otro personaje decisivo, como se verá más adelante. El nombre de la institución a partir de 1865, cuando amplió sus actividades a otros países sudamericanos, fue The London and River Plate Bank Limited. Luego, tras su fusión en 1923 con el Banco de Londres y Brasil, pasó a llamarse Banco de Londres y América del Sud. Después de diversas compraventas, operó en Uruguay bajo el nombre Lloyds TSB, hasta que en 2013 fue adquirido por el banco suizo Heritage.
El Banco de Londres fue muy importante en la financiación de las empresas británicas, que serían muy fuertes en el comercio exterior, la industria y los servicios públicos. Debido a su solidez, “orista” y conservador, llegó a captar más de la mitad del ahorro uruguayo a fines del siglo XIX. Y también fue un gran prestamista de los gobiernos de Uruguay y Argentina.
El papel moneda contra viento y marea
Todos esos bancos, y otros nuevos, emitieron papel moneda respaldado en metálico, organizaron el ahorro y el crédito, y ofrecieron expedientes financieros para hacer pagos a distancia sin necesidad de transportar especies metálicas —prerrequisito del desarrollo del comercio—. Pero nada fue sencillo en un país desierto y semi-bárbaro que se construyó trabajosamente.
El papel moneda emitido por los bancos se impuso dificultosamente en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX después de grandes “corridas”, sangre, sudor y lágrimas, y gracias a su respaldo en metálico. Cualquiera que desconfiara de su valor, incluidos los bancos que iban contra otros, podía ir a la ventanilla del banco emisor a cambiarlo por plata u oro. Pero esa “convertibilidad” no siempre fue posible, sobre todo en tiempos de crisis.
Cuando Venancio Flores inició en 1863 su revolución contra el gobierno de Bernardo Berro, el Banco Mauá retomó sus préstamos en gran escala al Estado uruguayo y la compra de bonos públicos para financiar la guerra. Flores se ocupó de socavar la credibilidad de Mauá, en el que vio un aliado de su enemigo.
Arruinado por la guerra, el Estado dejó de pagar sus deudas (default), incluidos los créditos de Mauá. El exceso de emisión de billetes provocó desconfianza. Empresas, bancos y personas corrieron a convertirlos en metal precioso. Por entonces los encajes (reservas) de los bancos apenas cubrían el 18% del papel moneda circulante, cuando por ley debían ser de al menos un tercio, narró el historiador Eduardo Acevedo Vásquez en su Economía política y finanzas (1903).
El 7 de enero de 1865 el gobierno de Atanasio Cruz Aguirre, sucesor de Berro, decretó la inconvertibilidad por seis meses del papel moneda emitido por el Banco Mauá y otros. Esos billetes serían de “curso fozoso” y deberían ser aceptados obligatoriamente como medio de pago. En el mismo acto, el gobierno obligó a los bancos Mauá y Comercial a prestarle 500.000 pesos para comprar armas y equipos militares, aunque ello significara más emisión, desconfianza e inflación.
Paradójicamente, el gobierno no resolvió lo mismo respecto a los billetes de The London and River Plate Bank, que continuaron siendo canjeados por oro si los poseedores de billetes lo requerían. El banco de la colonia inglesa capitalizaría muy bien en las décadas siguientes este alarde de solvencia, pues se convertiría en el favorito de los depositantes.
Las tribulaciones de Mauá
Según el historiador Juan Pivel Devoto, que hizo una formidable recopilación de datos sobre los inicios de la banca en Uruguay (2), el Banco Mauá era hacia 1867 el único de real alcance nacional, que no sólo prestaba dinero a gobiernos derrochadores sino también a comerciantes, agricultores y artesanos. Pivel sostuvo que Mauá “organizó el crédito nacional, la deuda pública e influyó en el manejo riguroso de las rentas nacionales”.
Pero el Banco Mauá estaba en una situación muy comprometida: sus créditos al gobierno uruguayo eran crecientes, pues también financiaba guerras —la lucha contra la revuelta que Venancio Flores inició en 1863, la guerra contra Paraguay a partir de 1865— y eran cada vez más incobrables.
La crisis bancaria inglesa iniciada en el “viernes negro” (Black Friday) 10 de mayo de 1866 provocó una segunda corrida contra los bancos uruguayos, incluido el de Mauá (quien por entonces había agregado a sus inversiones una fuerte presencia como accionista en la Liebig’s Extract of Meat & Co, que producía en Fray Bentos). El gobierno de Venancio Flores decretó nuevamente la inconvertibilidad de los billetes emitidos por los bancos hasta principios de 1867. Mauá acarreó oro de todos sus negocios en Brasil y Argentina y logró sobrevivir.
Pedro Bustamente, ministro de Hacienda del gobierno de Lorenzo Batlle, decretó el regreso a la convertibilidad desde el 1º de junio de 1868. Ello significaría la ruina de Mauá, que cubría los atrasos en los pagos del gobierno uruguayo con emisión de nuevos billetes, y que no contaba con oro suficiente para calmar la corrida.
Batlle finalmente destituyó a Bustamante pero Mauá, ya sin tanta urgencia, resolvió liquidar sus negocios en Brasil y su banco en Uruguay y concentrarse en los negocios agropecuarios.
Una nueva corrida bancaria gestada en 1869, en parte producto de una crisis desatada en Londres, acabó por fin con la filial uruguaya del Banco Mauá, entre otras instituciones, pese a la solidez de su balance en el papel: era acreedor por nueve millones de pesos —sólo el gobierno uruguayo le adeudaba siete millones—, y debía cinco millones a sus depositantes.
En 1870, por presión de Brasil, el gobierno de Lorenzo Batlle autorizó de nuevo al banco a emitir billetes a partir del 17 de noviembre de ese año.
También le permitió vender en Londres las acciones de la Compañía de Gas de Montevideo, que se concretó en marzo de 1872.
El precio de cada diputado
Muchas veces el Banco Mauá, que no podía recuperar sus créditos a los gobiernos o a la industria y el comercio, pasaba a depender de que se decretara el “curso forzoso” de su moneda, suspendiendo la convertibilidad por cierto tiempo, y de otros privilegios oficiales.
El médico alemán Carl Brendel anotó en sus memorias en 1873 que su amigo Eduardo Grauert, mano derecha de Mauá en el banco de Uruguay, “me mostró un día una lista de la Cámara de Diputados, en la que constaba el precio de cada diputado por su voto. La mayoría era ‘barata’, y lo hacía por $ 200 (800 marcos alemanes); otros diputados eran ‘decentes’ y ‘sinceros’ y costaban el doble o el triple; pero los catones inmaculados no lo hacían por menos de $ 1.000. ¡Pero sobornables eran todos!” (6).
A fines de 1874 y principios de 1875, un año ruinoso o annus terribilis —cuando el golpe de Estado de Pedro Varela, con Lorenzo Latorre como hombre fuerte—, se gestó otra gran corrida en busca de oro debido al desquicio de las cuentas del gobierno. La deuda pública se había multiplicado ¡23 veces! en los últimos 15 años, en parte por las guerras, y en parte por la incompetencia y corrupción administrativa.
A la vez, la deuda interna se había multiplicado por préstamos bancarios o de particulares, a tasas muy elevadas, con la garantía de hipotecas de viviendas urbanas o campos.
El Estado uruguayo dejó de pagar la deuda interna a los tenedores de bonos, que eran bancos y particulares; y en febrero de 1876 también dejó de pagar la deuda externa (un nuevo default). Recién retomó los pagos en julio de 1878, durante el gobierno de Lorenzo Latorre.
El Banco Mauá cerró sus puertas definitivamente el 23 de febrero de 1875, y quedó en manos de una comisión liquidadora.
En tiempos de Mauá el crédito bancario en general era caro, en parte porque se destinaba en gran forma a la especulación con papeles del gobierno, con inmuebles y con lujos; pero más aún porque prestar dinero era una actividad de altísimo riesgo.
(1) Mauá, empresario del Imperio, de Jorge Caldeira, Fundación Itaú, Montevideo, 2008.
(2) En 1892 el “castillo” Mauá en Mercedes fue comprado junto a grandes extensiones de tierra por el industrial de muebles y banquero italiano Buonaventura Caviglia, quien pasó a residir en él y relanzó las actividades agroindustriales bajo el nombre de “estancia Santa Blanca”.
(3) Los bancos – Contribución a la historia económica y financiera de Uruguay, de Juan Pivel Devoto, dos tomos, A. Monteverde y Cia SA.
(4) Karl Marx, de Jonathan Sperber, Galaxia Gutemberg, 2013.
(5) Ver nota del autor en blog de El Observador del 8 de noviembre de 2017: https://www.elobservador.com.uy/los-bancos-y-el-trabajoso-arribo-del-capitalismo-n1139178
(6) El gringo de confianza – Memorias del médico alemán Carl Brendel en el Río de la Plata 1867-1892, editado por Fernando Mañé Garzón y Ángel Ayestarán - Moebius Editor, 2010.
Próximo capítulo: Los saladeros, una industria rústica y hedionda que contribuyó a crear un nuevo Estado.