El caudillo Venancio Flores, del Partido Colorado, dejó el poder el 15 de febrero de 1868. Cuatro días después, el 19, un intento de golpe que lideró el expresidente Bernardo P. Berro —al grito de “¡Vivan los blancos! ¡Viva el Paraguay!”— terminó en un baño de sangre, incluidos los asesinatos de dos ex primeros mandatarios: Venancio Flores y el propio Berro, además de unos 500 ejecutados sumarios. Montevideo padecía también una grave epidemia de cólera que habrían introducido los soldados brasileños de paso hacia la guerra del Paraguay.
Pocos días más tarde, el 1º de marzo, el general colorado Lorenzo Batlle asumió la Presidencia de un país caótico, después de ganarle la elección en la Asamblea General por un voto al general Gregorio Suárez, también del Partido Colorado, un caudillo más bien siniestro conocido como Goyo Jeta.
Lorenzo Batlle y Grau era un militar de prestigio, varias veces ministro de Guerra y Marina desde tiempos de la Guerra Grande, a quien el condottiero italiano Giuseppe Garibaldi elogió en sus memorias como un hombre valiente, “capaz de la empresa más difícil”. Sería el primero de una estirpe de presidentes de la República que continuarían por más de un siglo su hijo José Batlle y Ordóñez, su nieto Luis Batlle Berres y su bisnieto Jorge Batlle Ibáñez.
Corridas bancarias en tiempos del cólera
Uruguay tuvo el raro privilegio de que “oristas” y “cursistas” dirimieran sus diferencias con armas en la mano. Unos sostenían que el papel moneda debía cambiarse por oro o plata, como garantía contra la emisión irresponsable; otros creían que la emisión de billetes debía ser abundante y fiduciaria (de fe: confianza) y de aceptación obligatoria o curso forzoso, como modo de estimular la economía.
Entre los “oristas” se contaban los jóvenes liberales o “principistas”, en tanto que entre los “cursistas” destacaban el barón de Mauá, un banquero casi siempre en apuros, y su entorno político-empresarial con el respaldo del caudillo colorado Francisco Caraballo. La rivalidad llegó a tal punto que circulaban monedas con la inscripción “Vivan los oristas, mueran los cursistas” (1).
Después de que en 1869 el presidente Lorenzo Batlle decretara de nuevo el curso forzoso de los billetes emitidos por los bancos, se realizaron manifestaciones callejeras de protesta y 17 diputados fueron expulsados del Parlamento por no concurrir a las sesiones donde se debatía el asunto y se convocó a sus suplentes.
A fines de mayo de ese año Francisco Caraballo, instigado por círculos políticos montevideanos, se alzó en armas contra el gobierno exigiendo la permanencia del curso forzoso de los billetes emitidos por los bancos, un argumento extraordinario para iniciar una “revolución”. Pronto se sumó a la protesta armada en la campaña el general Gregorio Goyo Suárez, aún resentido por la pérdida de la Presidencia el año anterior, aunque había sido designado ministro de Guerra y Marina a modo de consuelo —y de obtener su compromiso—.
Suárez no podía ser menos que Caraballo, con quien disputaba el liderazgo del sector caudillista del Partido Colorado tras el asesinato de Venancio Flores el año anterior.
Lorenzo Batlle acusó al senador colorado Pedro Varela, quien también había pretendido la Presidencia, y a los directores de algunos bancos, como el Mauá, de estimular y financiar a los rebeldes.
A continuación el presidente, que era un militar experimentado, salió a la campaña y apresó a Gregorio Suárez. Mientras tanto el temible caudillo mercedario Máximo Pérez (2), que esta vez se puso del lado del gobierno, obligó a Caraballo a rendirse el 2 de julio en Paso Mazangano, sobre el río Negro.
El médico bávaro Carl Brendel resumió así la situación en sus vívidas memorias: “Cuando el gobierno titubeaba [sobre el curso forzoso de la moneda], se inició una pequeña revolución por intermedio del general Caraballo pagado por el barón de Mauá, pero fue mantenida a raya por otro caudillo, peor aún, pero fiel al gobierno (…). Sus victorias obtenidas frecuentemente sólo en el papel, fueron celebradas al son de campanas, fuegos artificiales, falsos boletines, un verdadero chasco político y aquelarre” (3).
Esas revueltas, naturalmente, eran más fruto del oportunismo y de rencillas internas en el Partido Colorado que expresión de principios económico-financieros, que buena parte de los involucrados no alcanzaba a comprender. El país recién empezaba a tener moneda propia y muchos de sus dirigentes ya deseaban actuar como aprendices de brujo.
“El curso forzoso es una peste”
Pedro Bustamante, ministro de Hacienda de Lorenzo Batlle, mantuvo el regreso a la convertibilidad de los billetes de banco en oro a partir del 1º de junio de 1868, contra los deseos de Irineu Evangelista de Sousa, barón de Mauá.
La corrida del año siguiente se desató por la habitual endeblez de las cuentas del gobierno y de ciertos bancos, y en parte como producto de una crisis desatada en Londres.
El gobierno llegó a adeudar más de seis meses de salarios de los maestros y funcionarios y las pensiones de las viudas de guerra.
Esta nueva crisis económica, financiera y política, con ejércitos en las cuchillas, acabó por fin con el Banco Mauá, pese a la teórica solidez de su balance. Era acreedor por nueve millones de pesos —solo el gobierno uruguayo le adeudaba siete millones—, aunque casi incobrables, y debía cinco millones a sus depositantes. Pero Mauá había cubierto los atrasos en los pagos del gobierno uruguayo con emisión de nuevos billetes, y no contaba con oro suficiente para apaciguar la corrida.
Junto al Mauá cayeron otras ocho instituciones menores.
El presidente Batlle finalmente destituyó al ministro Bustamante y decretó de nuevo, esta vez por 20 meses, el curso forzoso: la inconvertibilidad del papel moneda en oro. Los bancos Comercial y de Londres se negaron a acogerse al privilegio del curso forzoso y sostuvieron la convertibilidad, ya que tenían reservas muy sólidas. Mientras tanto Mauá resolvió liquidar sus negocios bancarios en Uruguay y concentrarse en la producción agropecuaria, que regenteaba desde su castillo cercano a Mercedes.
En una carta que publicó en el diario El Siglo el 2 de marzo de 1869, el muy joven José Pedro Varela responsabilizó de la crisis no a la falta de dinero, como sostenían los partidarios del curso forzoso, sino a “la montonera económica” en el gobierno y su uso irresponsable del crédito hasta lograr que nadie quisiera prestarle y poner en riesgo la estabilidad del sistema bancario. “El curso forzoso es una peste”, remachó.
Ya entonces José Pedro Varela, quien pasaría a la historia como el reformador de la escuela pública uruguaya, cumplía un destacado papel revulsivo. El filósofo e historiador Arturo Ardao señaló en su ensayo Espiritualismo y positivismo en el Uruguay que Varela “fue el verdadero iniciador (tras su viaje a Europa y Estados Unidos en 1867 y 1868) de la influencia sajona que revitalizó todos los aspectos de nuestra cultura en el último cuarto [del siglo XIX]; el verdadero iniciador, en sus dos libros fundamentales, del movimiento de reforma universitaria que tuvo su realizador en (Alfredo) Vásquez Acevedo de la década de 1880 en adelante; el verdadero iniciador, en fin […], del tipo de acción emanada de la filosofía positivista”.
En su formidable Los bancos, de dos tomos, el historiador Juan Pivel Devoto reprodujo unas largas coplas que publicó en marzo de 1869 el en diario La Tribuna, que ya no era tan fervorosamente “cursista” como antaño, y que se iniciaban así:
Como sabe, soy tropero
al norte del río Negro,
y estoy allá con mi suegro
en trabajos de estanciero.
Vendimos dos meses há
un ganao a Juan Chaló,
el cual en pago largó
nacionales de Manguá (por Mauá)
Ayer juí a la ciudad
a ver si hacía unos cobres
pero, qué amigo, a los pobres
los desprecian por allá.
El Banco estaba cerrao
(…)
porque estaba liquidao.
Al fin, el curso forzoso podía prestarse para robar el dinero a las personas, como en el siglo siguiente lo haría la inflación.
En 1870, por presión de Brasil a través de José María da Silva Paranhos, vizconde de Río Branco y “hermano masón” de Mauá, el gobierno de Lorenzo Batlle autorizó de nuevo al banco a emitir billetes a partir del 17 de noviembre de ese año, según narró el politólogo paulista Jorge Caldeira en su minuciosa biografía de Mauá. También se le permitió vender en Londres las acciones de la Compañía de Gas de Montevideo, hecho que se concretó en marzo de 1872, y dio origen a la firma Montevideo Gas Company and Dry Docks Ltd, que permaneció activa hasta 1974 en la capital uruguaya.
A fines de 1874 y principios de 1875, cuando el golpe de Estado de Pedro Varela —con el ministro de Guerra, Lorenzo Latorre, como hombre fuerte— se gestó otra gran corrida en busca de oro debido al desquicio de las cuentas del gobierno.
El Banco Mauá cerró sus puertas el 23 de febrero de 1875, el “año terrible”, y quedó en manos de una comisión liquidadora. Posteriormente el dictador Latorre saldó parcialmente la deuda del Estado y el Banco Mauá pudo pagar a sus ahorristas y acreedores.
Una sucesión de corridas hacia los bancos
El principal tomador de préstamos de los primeros bancos, en especial del Mauá, fue el mismo gobierno uruguayo, siempre metido en terribles dificultades financieras. Mauá emitía billetes muy por encima de sus reservas en oro y plata para otorgar préstamos compulsivos y financiar guerras civiles o conflictos internacionales.
La desconfianza generó una serie de corridas. Los rivales de Mauá, en particular acaudalados comerciantes y los bancos Comercial y de Londres, reunían todos los billetes que podían y concurrían a las ventanillas del banco emisor a canjearlos por oro y plata.
Tanto el Banco Comercial, cuyos accionistas eran empresarios locales, como el Banco de Londres, cuyos accionistas residían en Gran Bretaña, fueron en general muy escrupulosos en la emisión de dinero y mantuvieron fuertes encajes en oro, por encima de lo estipulado por la ley, para responder en caso de corridas. Eso les significó una gran confianza entre los ahorristas criollos en aquel caos, que los convertirían en sus favoritos para llevar depósitos. No prestarían a los veleidosos gobiernos de entonces, al menos como regla general, y sobrevivirían a todas las crisis bancarias del siglo XIX, que fueron muchas.
Otros grandes emisores imprudentes, además del Mauá, fueron el Banco Italiano, que solo sobrevivió de 1866 a 1868, y el Banco Montevideano, que operó entre 1865 y su quiebra en 1868, dirigido por Pedro Varela, un político oportunista que se especializó en préstamos de corto plazo a los funcionarios que cobraban sus sueldos con retraso.
Sucesivos gobiernos declararon la inconvertibilidad o curso forzoso de los billetes por cierto tiempo debido a la desconfianza de los tenedores en 1864, 1866, 1867, 1868, 1870 y 1890.
(*) Parte de esta nota fue publicada por el autor en su blog de El Observador el 29 de noviembre de 2017, dentro de la serie Una historia del dinero en Uruguay.
(1) Contribución a la historia económica del Uruguay, Academia Nacional de Economía, 1984.
(2) Máximo Pérez (1825-1882) fue designado jefe político de Soriano por Venancio Flores en 1866, después del triunfo de su Cruzada Libertadora. Actuó como un auténtico señor feudal, ejerciendo un poder casi omnímodo, con modos entre autoritarios y paternalistas. Se le atribuye la siguiente sentencia: “Don Venancio manda en Montevideo y yo mando en Soriano”. Acusó directamente a Gregorio Suárez de ser el autor intelectual del asesinato de Venancio Flores en 1868 y amenazó con matarlo. En el frenesí de aquellos días, hizo ejecutar a muchos ciudadanos blancos por el solo hecho de serlo. Sus relaciones con el presidente Lorenzo Batlle fueron tormentosas, y cuando este lo destituyó como jefe político, le envió una carta en la que le decía: “El Ministerio de V.E. no presenta ninguna garantía para los hombres del Partido Colorado y en este caso repito a V.E. que debe morigerarse, pues de lo contrario me he resuelto yo a derrocarlo a balazos”. Batlle lo conminó a presentarse en la capital para dar cuenta de su actitud, y Pérez se negó a concurrir, lo que constituía una sublevación. Finalmente llegó a un acuerdo con el caudillo Francisco Caraballo y abandonó la Jefatura Política de Soriano, pero siguió mandando tanto como antes. Más tarde fue Caraballo el que se sublevó, en la llamada rebelión de los partidarios del curso forzoso del papel moneda y Máximo Pérez, invirtiendo los papeles, logró neutralizarlo por medio de un acuerdo.
(3) El gringo de confianza – Memorias del médico alemán Carl Brendel en el Río de la Plata 1867-1892, editado por Fernando Mañé Garzón y Ángel Ayestarán - Moebius Editor, 2010.
Próximo capítulo: La sangrienta revolución de las Lanzas y la representación de las minorías.
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