Las comunidades inmigrantes crearon instituciones sociales y gremiales en Uruguay como estrategia de arraigo y supervivencia. Las más duraderas y prestigiosas, a la larga, fueron las “mutualistas” de asistencia médica y auxilios en general. La primera en Uruguay fue la Asociación Española Primera de Socorros Mutuos, fundada en 1853. Le siguieron la Societé Française de Secours Mutuels (1854); The British Hospital (1857); la Societá Italiana di Mutuo Soccorso Unione e Benevolenza, de Salto (1861); la Societá Italiana di Mutuo Soccorso fra gli Operai Italiani, de Montevideo (1862); la Asociación de Socorros Mutuos Fraternidad (1866); la Deutscher Arbeiter-Krankenverein (1869); y la Societé Suisse de Secours Mutuels et Caisse de Bienfaisance (1870). En 1876 se creó la Sociedad Protectora de la Emigración Vascongada Laurak Bat (seguida por el Centro Euskaro Español de 1911 y la Sociedad Euskal Erria en 1912), en 1877 la Sick Fund Society for the Benefit of the Employees of the Central Uruguay Railway y en 1885 el Círculo Católico de Obreros. Luego también aparecieron mutualistas vinculadas a los partidos políticos: la Asociación Mutualista del Partido Nacional y más tarde la Mutualista Batlle. Finalmente surgieron instituciones como Casa de Galicia (1917), la Mutualista Israelita del Uruguay, el Centro Médico Israelita o el Hospital Evangélico (1).
La comunidad británica fue particularmente influyente. Sus miembros, en general, fueron prósperos hacendados y comerciantes, o gerentes y mandos medios de empresas de servicios públicos: ferrocarriles, telégrafos, aguas corrientes, tranvías, teléfonos, gas, finanzas.
La mayoría de los inmigrantes británicos (ingleses, escoceses, galeses e irlandeses) que optaron por la explotación agropecuaria prefirieron la zona del litoral, desde Colonia a Paysandú. Lo mismo hicieron los productores de origen alemán y, en menor medida, los franceses. Las tierras del litoral eran de muy buena calidad, y estaban bien comunicadas por vía fluvial, tanto con Montevideo como con Buenos Aires.
Esas comunidades procuraron mantener sus tradiciones, incluido sus idiomas, y formaron familias relativamente cerradas, al menos durante una o dos generaciones, además de corporaciones de negocios.
“Hacia 1825-1840 algunos de los principales estancieros (John Jackson, el más notable) y saladeristas (Samuel Lafone, por ejemplo) eran británicos, y hacia 1870 los más fuertes y ricos estancieros del litoral, desde Colonia a Paysandú, tenían apellidos ingleses o escoceses: Hughes, Cash, Stirling, Young, Mac Coll, Mac Eachen”, escribió José Pedro Barrán (2). (Ver el capítulo 15 de esta serie de artículos).
Esos colonos además estuvieron en la vanguardia tecnológica, desde el mestizaje de animales al alambrado, fueron activos gremialistas y fuertes comerciantes y defensores del patrón oro y la moneda sana.
La comunidad británica contó ya desde 1845 con el Templo Inglés, anglicano, en un área privilegiada de la capital de un Estado confesional católico, gracias a la donación del empresario Samuel Lafone —y a una convincente escuadra naval británica que contribuyó a sostener al Gobierno de la Defensa durante la Guerra Grande—.
El comodoro John Brett Purvis, jefe de la escuadra británica en el área, colocó la piedra fundamental del templo el 1º de enero de 1844 en presencia de Joaquín Suárez, presidente del Gobierno de la Defensa de Montevideo. Se emplazó originalmente en una saliente de la costa que formaba el Cubo del Sur de las antiguas murallas españolas, de espaldas al Río de la Plata, en las inmediaciones de la actual calle Treinta y Tres. Ese primer Templo Inglés, inaugurado en 1845, fue demolido en agosto de 1934 para construir la rambla Sur. El gobierno municipal pagó la indemnización por el edificio y su predio y otorgó otro terreno en la calle Reconquista entre Brecha y Treinta y Tres. La piedra fundamental del nuevo Templo Inglés fue colocada en 1935 por Eugen Millington Drake, embajador británico en Uruguay. Esta vez fue erigido con frente al Río de la Plata y se inauguró el 6 de junio de 1936. Respetó el diseño original e incluyó los antiguos vitreaux ingleses, placas conmemorativas, moblaje del altar, pupitre y otros elementos.
Las instituciones británicas en Uruguay se enriquecieron, además, con la venta del predio del viejo “cementerio de los ingleses”, creado en 1825 en la cuadra que hoy ocupa el edificio central de la Intendencia de Montevideo, sobre la avenida 18 de Julio y la calle Ejido. El crecimiento de la ciudad en el siglo XIX lo dejó en medio de la “Ciudad Nueva” (el Centro) y el Cordón.
A fines de 1884 el gobierno de Máximo Santos acordó con el representante británico Gifford Palgrave pagar por la expropiación de los terrenos de ese “Cementerio Británico” la suma de 126.000 pesos oro, más los gastos de traslado. Esto convirtió a la British Cemetery Society en la institución más rica de esa colectividad en Uruguay durante años, lo que le permitió colaborar con las obras del Hospital Británico, la Iglesia anglicana, pagar los gastos de retorno de sus compatriotas pobres que querían volver a Gran Bretaña, sostener al teatro Victoria Hall y solventar la educación de los hijos de los súbditos británicos de escasos recursos (3).
Gran Bretaña, primera fuente de financiamiento
Los británicos, a la vanguardia de la revolución industrial y de las finanzas internacionales, eran por lejos los principales prestamistas del Estado uruguayo, siempre deficitario y endeudado.
Hacia 1875, el 35% de la inversión británica en Uruguay se concentraba en préstamos al Estado (deuda pública), el 26% en ferrocarriles, el 18% en tierras y ganado, otro 18% en servicios públicos y el resto en industria, banca e inmuebles (4).
La significación del capital británico en los ferrocarriles y en los servicios públicos aumentaría grandemente en la década de 1880.
“El capital se movilizó desde los países centrales hacia las zonas periféricas con el objeto de explotar sus recursos naturales”, escribió Javier Rodríguez Weber. “Entre 1855 y 1913 entre un quinto y un medio del ahorro interno del Reino Unido se invirtió en el exterior. En el caso de Alemania y Francia, países de industrialización posterior, la cifra es algo menor, pero igualmente importante. Como ilustra el caso de Gran Bretaña, los capitales se dirigían hacia regiones ricas en recursos naturales y relativamente despobladas, tanto si eran parte del Imperio, como Australia y Canadá, como si no lo eran, como Estados Unidos o Latinoamérica”.
Hacia el 900, “las grandes empresas de servicios públicos eran británicas: los ferrocarriles, las aguas corrientes, el gas, la principal compañía de tranvías de Montevideo, la más importante empresa de teléfonos de la capital. El 57% de los barcos que había entrado al puerto de Montevideo en 1912 era de bandera británica, el 60% del capital de las compañías de seguros era inglés y el Banco de Londres, que solamente representaba el 16% del capital bancario establecido en Uruguay, poseía el 50% del total de los depósitos”, escribió José Pedro Barrán (2).
“Inglaterra era como el Dios omnipresente […], incluso antes de ser [Uruguay] una nación independiente”, resumió Barrán.
La comunidad germana fue más pequeña. De los 4.489.427 alemanes que emigraron entre 1871 y 1914, la gran mayoría hacia Estados Unidos, muy pocos se establecieron en Uruguay. De los 104.222 extranjeros que había en 1884 en el país, solo 2.125 provenían de Alemania: poco más del 2%. La mayoría eran ganaderos y agricultores (5).
La presencia alemana fue decisiva en los orígenes de la Liebig’s de Fray Bentos, el emprendimiento industrial más importante de las décadas de 1860 y 1870 en el Río de la Plata; en sociedad con ingleses y belgas. También se destacaron algunos empresarios notables, preferentemente volcados al sector agropecuario, como Carl Diehl (1824-1885), quien fue concuñado de August Hoffmann, Hermann Roosen y Adam Altgelt; Carl Gustav Heber, enriquecido tras su casamiento con Clara Jackson; Carlos Behrens, Robert August Ferber, Demetrio Windmüller, Carl Fein, Octavio Prange y Gustav Jacobsen.
Martin Christian Leberecht Lahusen (1820-1898), líder de una empresa familiar de Bremen, compró en 1853 la rica estancia Los Cerros de San Juan —inicialmente asociado con los hermanos Prange— que contaba con 7,2 kilómetros de costa sobre el Río de la Plata y otros 8,7 kilómetros al norte sobre el río San Juan, en el departamento de Colonia. Allí creó una colonia rural, mestizó ganado ovino y bovino, produjo lanas finas para la industria textil alemana e inició en 1891 una industria vitivinícola (5).
Una parte de tierra, con un bello casco y parque desarrollados a partir de 1907 por Aarón de Anchorena, ahora integra la estancia San Juan de Anchorena, residencia de descanso del presidente de la República.
Argentina desplazó a Uruguay como destino
El ritmo de crecimiento de la población uruguaya entre 1900 y 1908 cayó a alrededor de 1,5% anual, una tasa más cercana a la natural.
Entonces las personas vivían cada vez más años, por una combinación de mejor sanidad y alimentación, mayor conocimiento y mejores condiciones materiales. No fue un hecho aislado. La esperanza de vida más que se duplicó en las naciones de mayor desarrollo relativo a partir de principios del siglo XIX, desde menos de 30 años en promedio, hasta inicios del siglo XXI, en torno a los 80 años.
El aumento constante de la expectativa de vida ha sido un proceso único en la historia, que explica por qué la población del planeta pasó de mil millones de personas en 1800 a casi ocho mil millones en la actualidad (2024), cuando parecen rozarse los límites de algunos recursos.
“El descenso de la tasa de mortalidad —y el aumento de la población— que se dio en Europa a partir del siglo XVIII se debe más a la revolución agrícola y a la mejora en la alimentación que a los avances en la medicina”, escribió el historiador británico Hugh Thomas.
El censo de 1908 comprobó que Uruguay había sobrepasado el millón de habitantes, que el 17,38% de ellos habían nacido en el extranjero —un porcentaje decreciente—, y que la gran mayoría de esos nuevos inmigrantes residía en Montevideo (6).
La capital del país reunía menos del 30% de la población total, pero ya el proceso de urbanización, que incluía a ciudades y pueblos del interior, era notorio. En 1860 alrededor del 70% de la población vivía en zonas rurales y en 1908 había descendido al 59%.
La población del país creció entonces más que nada por la elevada tasa de natalidad y la relativamente baja mortalidad. Pero el control de la natalidad, sobre todo en las clases alta y media y en Montevideo, comenzaba a reducir el ritmo de crecimiento (2).
Paralelamente, el saldo migratorio favorable fue muy pobre entre 1891 y 1900: poco más de 22.000 personas, y casi se extinguió entre 1901 y 1905 (saldo favorable de 6.819 migrantes). En los mismos períodos, el saldo favorable de la migración argentina fue de 320.000 y 1.120.000 personas respectivamente (6).
En suma, la inmigración europea y desde los países vecinos hacia Uruguay fue extraordinariamente elevada entre 1860 y 1890: la más grande, en proporción, de América del Sur durante la mayor parte de ese tiempo; y luego decayó hasta casi agotarse a principios del siglo XX. Entonces ese flujo arrebatado se desvió hacia Argentina, donde aún había nuevas fronteras, mucho espacio por llenar.
En 1900 Uruguay tenía un millón de habitantes, Chile unos tres millones, Argentina más de cinco millones, Brasil estaba poblado por veinte millones de personas y Estados Unidos por más de setenta y seis millones.
La era dorada de la inmigración hacia Uruguay había finalizado antes del 900, salvo ciertos repuntes muy específicos y de corta duración, como el que ocurrió después del Tratado de Versalles de 1919, que remodeló el mapa de Europa y sus colonias, o después de la Guerra Civil Española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Ya a principios del siglo XX era muy grande la emigración de uruguayos, en especial hacia Argentina, un fenómeno que se tornaría particularmente intenso desde la década de 1960.
En 1860 el 33,5% de la población uruguaya había nacido en el extranjero (el 47,7% de la población de Montevideo), en 1908 solo el 17,4% eran inmigrantes (30,4% en Montevideo), en 1963 los nacidos en el exterior se redujeron a 8% (13,5% en la capital), en 1975 a 4,4% (5,8%), en 1996 a 2,93% y en 2011 a 2,34% (7).
En la década de 1880 Argentina comenzó a captar entre diez y quince veces más inmigrantes que Uruguay, particularmente italianos y españoles, debido a su rápido desarrollo, a la muy liberal política favorable a la inmigración, y a que disponía de enormes extensiones de tierra vacías, más aún después de la Conquista del Desierto a costa de los indígenas rebeldes y los “gauchos sueltos” (9).
Inicialmente, tras la independencia, la población y la riqueza de Argentina se habían concentrado en la Provincia de Buenos Aires, y en menor medida en el litoral del río Uruguay y en Córdoba.
(1) La Enciclopedia de El País, 16 tomos, diario El País, 2011.
(2) José Pedro Barrán. Epílogos y legados. Escritos inéditos/Testimonios, recopilación de Gerardo Caetano y Vania Markarian, Ediciones de la Banda Oriental, 2010.
(3) “El viejo Cementerio Británico”, Leonardo Mendiondo, en el libro Influencia británica en el Uruguay. Aportes para su historia, de autores varios, con Juan Antonio Varese como compilador, Ediciones Cruz del Sur y Torre del Vigía Ediciones, 2010.
(4) Inglaterra y la Tierra Purpúrea. A la búsqueda del imperio económico (1806-1880), de Peter Winn, 1997, pp. 196.
(5) “Inmigración alemana en Uruguay. Los inicios y temprano desarrollo de un establecimiento agropecuario modelo: Los Cerros de San Juan (1854-1929)”, artículo de Alcides Beretta Curi en Revista Iberoamericana de Viticultura, Agroindustria y Ruralidad, Vol. 5, Nº 13, Universidad de Santiago de Chile, 2017.
(6) La inmigración europea en el Uruguay. Los italianos, de Silvia Rodríguez Villamil y Graciela Sapriza, Montevideo, EBO, 1982, citado en Inmigración europea e industria: Uruguay en la región (1870-1915), de Alcides Beretta Curi, Universidad de la República, 2014 (http://biblioteca.clacso.edu.ar/Uruguay/fhce-udelar/20170106053446/pdf_778.pdf)
(7) La economía del Río de la Plata durante el siglo XIX, de Carlos Sempat Assadourian, Anuario del Instituto de Historia Argentina, Nº 11, 2011.
(8) Ver Caracterización demográfica del Uruguay, de Adela Pellegrino, Programa de Población, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, 2003.
(9) Una guerra infame. La verdadera historia de la Conquista del Desierto, de Andrés Bonatti y Javier Valdez, Edhasa, 2015.
Próximo capítulo: Cuando la tierra comenzó a escasear y se volvió cada vez más valiosa.
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