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El nacimiento del Uruguay moderno

Nacimiento del Uruguay Moderno (47)

La fulgurante vida de Emilio Reus y del Banco Nacional antes de estrellarse

Se creía que un banco estatal significaría la independencia económica del país, pero cayó entre créditos incobrables y malas inversiones.

13.03.2025 11:14

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2025-03-13T11:14:00-03:00
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Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com

La idea de constituir un banco del Estado uruguayo que poseyera el monopolio de la emisión de moneda fue recurrente en las décadas finales del siglo XIX. Se creía que una entidad así podría expandir el crédito y bajar las tasas de interés. La propuesta inicial, enunciada en 1871, provino del historiador, ensayista y político colorado Francisco Bauzá, y también de Duncan Stewart, quien fue ministro de Hacienda de Lorenzo Batlle en 1869. El tiempo político propicio vino después.

Argentina había creado su propio Banco Nacional en 1872, pero pronto lo puso en quiebra porque expandió el crédito más allá de lo razonable, en especial el que otorgó al gobierno. Como se ha visto, el crédito excesivo, los déficits en las cuentas públicas, la emisión para tapar esos agujeros y la inflación consiguiente son una vieja afición argentina.

Máximo Tajes y el Banco Nacional

El 28 de marzo de 1887 el joven empresario español Emilio Reus presentó al gobierno uruguayo del teniente general Máximo Tajes un proyecto para crear un banco mixto —estatal y privado— en nombre de capitalistas argentinos e ingleses. Una comisión parlamentaria que estudió la propuesta se entusiasmó ante la idea de “una fuerte institución bancaria capaz de imponerse como mediadora a la sombra del Estado, entre el pequeño capital desvalido y los grandes capitales de fuerza insuperable”.

Pero, además, un banco público sería una formidable herramienta de ofensiva y control político del partido que dominaba el Estado: el Partido Colorado, deseoso de reforzar su hegemonía.

El Banco Nacional de la República Oriental del Uruguay fue inaugurado el 25 de agosto de 1887, poco después de que se hicieran los ensayos de alumbrado eléctrico para Montevideo. La posesión de un banco oficial fue motivo para que el presidente Tajes proclamara, muy optimista, “la independencia económica de la República”.

El Banco Nacional estaba facultado a emitir billetes hasta el doble de su capital y se le concedió el monopolio para la emisión menor: cinco, dos, un peso y fracciones. Este monopolio era un privilegio, pues los billetes menores de hecho no eran convertibles, por lo que no exigían respaldo en oro.

El Nacional debía instalar sucursales en todas las capitales de departamento y ofrecer préstamos comerciales e hipotecarios. El gobierno disponía de amplio crédito y estaba obligado a efectuar sus depósitos en él.

Su primer presidente, que según la ley debía ser designado por el gobierno, fue el exministro de Hacienda Pedro Bustamante, a quien acompañaron Duncan Stewart, Alcides Montero y M. Moratorio.

Pedro Bustamente, abogado y político del Partido Colorado, había sido rector de la Universidad de la República, catedrático de Economía Política y ministro de Hacienda de los presidentes Lorenzo Batlle y José Eugenio Ellauri. Stewart, también colorado, fue ministro de Hacienda en 1869 y llegaría a ser presidente interino de la República por 20 días en 1894, antes de la dificultosa y alargada elección de Juan Idiarte Borda.

Emilio Reus, símbolo de una época

El primer gerente general del nuevo banco cuasigubernativo fue el asombroso Emilio Reus, quien, con sólo 29 años, ya había hecho fortuna varias veces y otras tantas la había perdido. Reus nació en Madrid, donde se doctoró en Derecho y Filosofía. Fue un masón insigne, un dandy y un especulador bursátil compulsivo. Llegó a Buenos Aires a fines de 1885 o inicios de 1886, luego de haber perdido su fortuna. Rehízo sus finanzas y poco más de un año después inició una fulgurante andadura en Montevideo.

Emilio Reus fue muy generoso al conceder créditos con el nuevo Banco Nacional, empezando por sí mismo. La construcción de viviendas e infraestructuras vivió un auge desconocido hasta entonces, sobre todo en Montevideo, y la importación de bienes suntuarios trepó hasta las nubes.

Reus renunció a la Gerencia General del Banco Nacional en julio de 1888 para dedicarse a sus negocios, con un dinamismo apabullante, mezcla de mago y dios: especuló en bolsa, buscó oro en Minas, montó una fábrica de tranvías, instaló una estancia en Paysandú, planeó invertir en ferrocarriles de Argentina, Bolivia y Paraguay y fundó la Compañía Nacional de Crédito y Obras Públicas, mediante la emisión de acciones, y con ella inició dos nuevos barrios “obreros”: Reus al Norte (actual Villa Muñoz) y Reus al Sur, en el actual barrio Palermo, que aún exhiben sus bohardillas cubiertas de pizarra negra al modo de París.

Emilio Reus también hizo construir en el extremo suroeste de la Ciudad Vieja el Hotel Nacional, un espléndido edificio que quedó inconcluso y que sería más tarde sede de la Facultad de Matemáticas (incluidas Arquitectura e Ingeniería) y luego de Humanidades y Ciencias. En torno a ese hotel, y en sociedad con el militar Carlos Gaudencio, inició una empresa de baños terapéuticos para turistas argentinos, que se llamó Sociedad de Baños Públicos de Agua de Mar y Dulce de la Capital. Todo el proyecto se denominó Playa Gounouillou, por el empresario francés Domingo Gounouillou, que la gente optó por llamar Guruyú (1).

Caída de la banca Baring y crisis en el Río de la Plata

El Nacional era un banco privado con diversos privilegios oficiales, según el modelo del Banco de Inglaterra: una suerte de banco central. Pero su liberalidad para conceder créditos fue irresponsable y suicida. Y su emisión de pesos uruguayos fue tan voluminosa que en poco tiempo era suya la mayor parte de los billetes circulantes.

La emisión de billetes por el total de la banca uruguaya había aumentado 73% entre 1887 y 1889, pero la emisión del Nacional había crecido 280%, hasta alcanzar el 60% del total del circulante (2).

Los principales bancos competidores, el Comercial y el de Londres y Río de la Plata, más conservadores y cuidadosos de sus reservas, descreyeron de la emisión del Banco Nacional y la miraron con aprensión. Cada día iban a la ventanilla a cambiar por oro los billetes que recibían, como el Nacional garantizaba. (El historiador Carlos Demasi narraba en sus clases en el Instituto de Profesores Artigas que muy a menudo el cajero del Banco Nacional contaba muy lentamente los billetes mientras otros funcionarios trataban de conseguir oro debajo de las piedras para cumplir con la convertibilidad).

La caída de la banca Baring Brothers en Londres provocó una crisis financiera en Europa, que llegó al Río de la Plata en 1890 y gestó una nueva corrida bancaria. Como en otras ocasiones, los bancos Comercial y de Londres cambiaban diariamente por oro todos los billetes del Banco Nacional que poseían. Nadie deseaba atesorar aquellos papeles.

El 5 de julio de 1890 el Nacional no pudo responder: no tenía suficiente oro para cambiar por sus propios billetes. Había jugado casi todas sus cartas a créditos incobrables y a operaciones bursátiles, además, claro está, de enormes préstamos al gobierno. Entonces los otros bancos dejaron de recibir el papel moneda emitido por el Nacional. Los tenedores de billetes y los depositantes del Nacional se aglomeraron a sus puertas. La Bolsa de Comercio o de valores, que resumía todo el auge y la especulación de la década de 1880, se convirtió en un campo de batalla.

El gobierno de Julio Herrera y Obes, que asumió el 1º de marzo de 1890 y puso fin al Militarismo, aceptó la decisión del Parlamento de declarar el curso forzoso o “legal” de los billetes. La conversión retornó el 1º de julio de 1891 pero el Banco Nacional, ya sin reservas en oro, no estuvo a la altura y cerró definitivamente el 20 de julio. También cayeron el Banco Inglés del Río de la Plata (no confundir con el de Londres) y el Banco Ítalo-Oriental. Emilio Reus había muerto poco antes, el 7 de marzo, con 32 años y en la miseria.

Se empezó a retirar el circulante de los bancos quebrados, aunque se mantuvo el papel moneda de las instituciones que lo podían sostener canjeándolo por oro: el Banco de Londres (London and River Plate), que era el mayor y más prestigioso del país, y los pequeños bancos Italiano y de España.

El Banco Comercial, muy conservador y propietario de sólidas reservas en oro, ni siquiera emitía billetes propios por entonces. En su directorio y entre sus accionistas se contaban capitanes de empresas y de las finanzas como Juan Dámaso Jackson, August Hoffmann, Antonio Lussich, Juan María Pérez.

La caída del banco semiestatal, las quiebras en cadena y la desconfianza general hicieron que el crédito y el circulante se volvieran muy escasos; o, visto al revés: antes de la crisis hubo demasiado circulante, y el estallido de la burbuja comenzó a asentar la polvareda.

Pero el fiasco del Banco Nacional también provocó grandes enseñanzas, y obró como preámbulo necesario de una institución más duradera, aunque con una historia no libre de tropezones: el Banco de la República Oriental del Uruguay (BROU).

La gestación del Banco Hipotecario

Del Banco Nacional solo sobrevivió la sección de créditos hipotecarios, que a partir de marzo de 1892 se transformaría en el Banco Hipotecario del Uruguay, de capitales mixtos. Esos fueron los difíciles inicios, con muchas moras y sin dinero para prestar, de una institución que sería estatizada en 1912, durante la segunda Presidencia de José Batlle y Ordóñez, en vísperas de otra grave crisis.

Los bancos hipotecarios, que Tomás Villalba ya había deseado en la década de 1860, permitían el crédito a largo plazo con sólidas garantías y un interés moderado. Pero la sección Hipotecaria del Banco Nacional había concentrado mucho más el crédito en propiedades urbanas, especialmente en Montevideo, y muy poco en la campaña. La especulación inmobiliaria y en bolsa se llevó la parte del león.

El nuevo Banco Hipotecario, con reglas más conservadoras, se hizo cargo, por ejemplo, del barrio Reus al Norte, al que le cambió el nombre por Villa Muñoz, en homenaje al político y militar colorado José María Muñoz, quien llegó a presidir los tres bancos oficiales: el Nacional, el Hipotecario y el República.

Villa Muñoz fue uno de los puntos de concentración de la inmigración judía de la década de 1920, que instaló en la zona toda suerte de negocios. También se abrieron escuelas judías y sinagogas y en 1925 la Caja de Ayuda Mutua de Villa Muñoz, transformada posteriormente en el Banco Israelita del Uruguay. Si bien la zona también fue poblada por familias de ascendencia italiana o española, Villa Muñoz quedó en la memoria colectiva, hasta hoy, como “el barrio de los judíos”.

Durante la crisis que empezó en 1891 el Estado uruguayo cayó otra vez en default y debió renegociar su deuda pública, básicamente concentrada en Londres y en bancos de Montevideo. Algo similar le ocurrió a Argentina un año antes, metida en un pozo económico-financiero, cuyo Banco Nacional también quebró.

El Estado argentino también permitió una gran emisión de billetes a través de la autoridad monetaria, entonces llamada Oficina de Bancos Garantidos, que era la responsable de velar por la integridad del “peso moneda nacional” creado en 1881, con respaldo en oro. Esa moneda pasó a ser de curso forzoso u obligatorio entre 1885 y 1889, no convertible en oro. Entonces se devaluó 287% por el exceso de emisión, lo que sirvió al Estado argentino para pagar un presupuesto deficitario y mantener la competitividad de los exportadores, a costa de que la inflación se tragase el ingreso real de asalariados y productores.

Mientras tanto a partir de 1890 el Banco de Inglaterra sacó de los pelos del pantano a la Baring Brothers, tan confianzuda con el Río de la Plata.

(*) Este capítulo fue publicado por el autor en su blog de El Observador el 20 de diciembre de 2017, dentro de la serie Una historia del dinero en Uruguay.

(1) Este emblemático hotel del Montevideo de fines del siglo XIX ocupa la manzana comprendida entre las calles Cerrito, Monteverde, Piedras y Juan Lindolfo Cuestas. Emilio Reus adquirió esos terrenos a un francés llamado Domingo Gounouillou (cuyo apellido, deformado por el uso, Guruyú, denominó después a la zona) durante un momento de auge económico y social. Su propósito fue construir un hotel de lujo y una impresionante estación termal anexa, con la financiación del Banco Nacional, del que era gerente general. El establecimiento balneario estaba proyectado para ofrecer dos grandes piletas, alimentadas por agua de mar, camarines, departamento de hidroterapia medicinal, duchas frías y calientes, servicios de peluquería y tocadores de señoras. Reus esperaba el arribo de clientes argentinos a través del contiguo puerto de Montevideo. El edificio fue diseñado en 1888 por el arquitecto Giovanni Tosi, originario de Ferrara, Italia, y contaba con 350 habitaciones y cuatro salones de gran categoría, con los servicios necesarios. El edificio se desarrolló en torno a un gran patio central, con subsuelo y cuatro niveles que abarcaban todo el perímetro de la manzana y se coronaba con un quinto nivel con techos tipo mansarda, que se demolieron en 1912. En el centro del patio se ubicó un volumen con una majestuosa escalera de mármol de Carrara que conectaba los dos primeros niveles del edificio. El Gran Hotel Nacional abarcaba unos diez mil metros cuadrados construidos. En 1890, cuando apenas restaban detalles de terminación, la crisis económica y financiera internacional, que repercutió rápidamente en Uruguay, obligó a detener las obras antes de su inauguración. Durante un tiempo el hotel funcionó como albergue de los inmigrantes que desembarcaban en el puerto de Montevideo y en 1895 el gobierno asumió la finalización de las obras. El edificio pasó a manos del Estado y tuvo como primer destino la Facultad de Matemáticas, que otorgaba los títulos de ingeniero, arquitecto y agrimensor. Se le realizaron una serie de reformas internas pero el mantenimiento fue escaso. En 1947 y 1953, las facultades de Arquitectura y de Ingeniería se mudaron a sus nuevas sedes y el edificio pasó a ser ocupado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República hasta 1976, cuando fue cerrado debido a los graves daños constructivos y problemas de seguridad. El edificio permaneció abandonado, tapiado y semiderruido durante cuatro décadas, e incluso estuvo a punto de ser demolido. En 1996 el Hotel Nacional fue declarado monumento histórico nacional. En 2007 se llevó a cabo una subasta judicial del emblemático local, que fue adquirido por el empresario griego Panagiotis Tsakos por US$ 3.300.000. La restauración se inició en 2009 aunque luego se detuvo. Las industrias navales Tsakos cerraron en Uruguay en 2024.

(2) Uruguay, Argentina, el patrón oro y la crisis de 1890 - Essays on the Gold Standard: The Case of Uruguay, de Gastón Manuel Díaz Steinberg, doctorado en Ciencias Sociales, opción Historia Económica, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, 2023.

Próximo capítulo: El Banco República y el goce de una moneda sana, algo excepcional en América Latina.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com