El 3 de octubre de 1871 los hacendados de vanguardia, hartos de los desarreglos de los revolucionarios y de los gobiernos, fundaron la Asociación Rural del Uruguay (ARU), una gremial que cumpliría un papel decisivo en la difusión del conocimiento y la modernización agropecuaria.

En sus orígenes la ARU representó a una nueva clase alta rural y urbana, de mentalidad positivista, laboriosa y austera, repleta de inmigrantes, a diferencia de la antigua clase alta de raigambre colonial, ya en decadencia aunque muy presente entre los líderes políticos e intelectuales del país.

En buena medida la ARU siguió el ejemplo de la Sociedad Rural Argentina, creada unos años antes (1866) por ganaderos de la Pampa bajo el lema “cultivar el suelo es servir a la patria”.

La gremial, llevada en sus primeros años por un puñado de lúcidos productores, comerciantes e intelectuales, a imagen y semejanza de su líder, Domingo Ordoñana (1), actuó “como un verdadero grupo consultor” del dictador Lorenzo Latorre, quien gobernaría entre 1876 y 1880, y de sus sucesores militares: Máximo Santos y Máximo Tajes. Fue una fuerza realizadora y “práctica”, sustituta de los caudillos de viejo cuño, y de los cenáculos “principistas” montevideanos, que tendían al debate bizantino, ajenos al país real. También cumplió un muy relevante papel en la difusión del conocimiento técnico y científico; un trabajo didáctico de promoción de la innovación tecnológica.

La Asociación inició su andadura en medio de las convulsiones de una nueva guerra civil: la revolución de las Lanzas, el alzamiento durante dos años del Partido Blanco contra el gobierno de Lorenzo Batlle.

En su Memoria del 3 de octubre de 1871, fecha de fundación, sus dirigentes sostuvieron que la producción rural “necesita de la paz, porque sin ella no puede haber progreso; porque para mejorar nuestros ganados o fomentar la agricultura por medio de la inmigración laboriosa, es indispensable tener seguridad individual y seguridad en la propiedad; y la guerra… es la negación del derecho de propiedad en la campaña” (2).

La ARU, que también fue conservadora y paternalista, propició por todos los medios la cultura del trabajo duro, el ahorro y la modernización productiva, por oposición a la vieja holgazanería caballeresca de la clase alta colonial, y a la estancia cimarrona. Demandó con firmeza escuelas rurales y de oficios, una Policía de campaña, la construcción de caminos, vados y puentes, y la creación de bancos en los pueblos del interior.

Depresión económica e inestabilidad política

Pese a la gran involución que las guerras civiles produjeron en las explotaciones agropecuarias, con caída de stocks ovino y vacuno y detención del mestizaje, el país progresó a grandes zancadas entre las décadas de 1860 y 1870, a su modo: estertóreo y caótico.

A partir del Pánico de 1873 en Wall Street, con la caída en picada de las acciones de los ferrocarriles estadounidenses, la depresión económica se propagó por Europa occidental, principal mercado de las lanas uruguayas (ver el capítulo 32 de esta serie).

En buena medida, el ascenso de Estados Unidos como potencia mundial se debió a la abundancia de tierras baratas, a la agricultura a escala colosal, a la gran abundancia de fuentes de energía y a la proliferación de emprendedores y empresarios de todo tipo. El ferrocarril fue el centro mismo de la revolución industrial en Estados Unidos, pues captaba una buena porción del capital bursátil y era un fortísimo empleador (3). Entonces, cuando había problemas, la gente culpaba a “los millonarios del ferrocarril”.

Más de 18.000 empresas quebraron en Estados Unidos en 1876 y 1877, lo mismo que la mayoría de los ferrocarriles, lo que provocó una gran huelga con salvajes episodios de violencia.

“El capitalismo se caracteriza por dos rasgos aparentemente contradictorios”, señala Javier Rodríguez Weber en un ensayo inédito Uruguay en la primera globalización, 1850-1913: “En el largo plazo se observa una tendencia clara hacia la expansión de la producción [y el] cambio tecnológico. El impacto que esta tendencia ha tenido sobre la forma y calidad de vida de las personas es difícil de exagerar. Pero este proceso no se produce en forma lineal, sino mediante una sucesión de ciclos en que se alternan etapas de expansión con otras de crisis”.

La crisis de 1873 en Estados Unidos y Europa contribuyó a exacerbar el habitual caos político y económico en Uruguay y sirvió para el golpe de Estado de Pedro Varela en enero de 1875, con Lorenzo Latorre como ministro de Guerra y Marina (ver el capítulo 32).

El irrefrenable ascenso de Latorre

Entre setiembre y diciembre de 1875 el coronel Latorre, con ayuda del caudillo blanco Timoteo Aparicio, derrotó la revolución Tricolor que iniciaron sectores “principistas” de los partidos Blanco y Colorado.

Suele atribuirse su éxito al uso de más de 4.000 fusiles y carabinas estadounidenses Remington del tipo Rolling Block, de calibre 11 mm, de retrocarga y eficaz hasta 1.000 metros; y al hecho de contar con un Ejército mucho más profesional, lo que suponía el aparente ocaso de las guerrillas rebeldes a caballo, tan típicas del país.

Pero monopolizar por ley el uso de cierto tipo de armas, como ocurrió por decreto-ley de 1876 con el fusil Remington, era una medida muy dudosa, pues los rebeldes siempre podían comprar armas en la frontera, como ocurrió ampliamente hasta 1904. De hecho, unos cuantos revolucionarios de la Tricolor contaron con fusiles Remington comprados en Buenos Aires, donde abundaban.

De todos modos solo el Estado, con su relativa amplitud de recursos, podía surtir a su tropa con armas cada vez más caras. Esta ventaja se hizo aún más notoria en la década de 1890, cuando los gobiernos uruguayos adquirieron fusiles Mauser de diseño alemán; primero de un solo tiro, y luego de repetición por cerrojo y calibre 7 mm, mucho más potente y preciso, además de ametralladoras estadounidenses Colt para enfrentar a las guerrillas a caballo del Partido Nacional.

La ametralladora fue decisiva en la batalla de Tupambaé, en junio de 1904, y una bala de Mauser hirió de muerte a Aparicio Saravia el 1º de setiembre de ese año en Masoller.

En realidad, el éxito de Latorre en 1875 contra la revolución Tricolor fue menos una muestra de su profesionalismo que de las carencias de los rebeldes, que no tenían ni por asomo el implante popular de la revolución de las Lanzas de 1870-1872. Esta vez Timoteo Aparicio y su red de paisanos estaban con el gobierno, no alzados.

Tras el triunfo, el gobierno de Pedro Varela ascendió a Latorre, entonces de 31 años, al grado de general. Este se negó a aceptar la promoción debido a “la angustiosa y desesperante situación de nuestro erario, incapaz de soportar hoy un nuevo recargo” y a la conveniencia de “dar una lección a esos militares y ciudadanos que solo sirven a la República por los atractivos de las recompensas individuales”. Preparaba su ascenso al poder absoluto.

Lorenzo Latorre (Montevideo, 1844-Buenos Aires, 1916) es una de las figuras más discutidas de la historia nacional. Se le atribuye la definitiva organización y afirmación del Estado mientras ejercía el poder con despotismo e incluso con crueldad hacia sus enemigos.

Nació en el seno de una humilde familia de origen gallego de apellido Da Torre (o De la Torre) afín al Partido Blanco, pero en 1863 se unió a la revolución de Venancio Flores y al Partido Colorado. Combatió en la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay y fue herido en 1866, en Estero Bellaco, por lo que rengueó el resto de su vida. Combatió contra la revolución de las Lanzas, se enemistó con el ominoso general Gregorio Goyo Suárez y fue reivindicado por el presidente Lorenzo Batlle. José Ellauri, el presidente a quien terminaría derrocando, lo nombró jefe del 1º de Cazadores, un regimiento de élite. Latorre se convirtió en la figura principal de un Ejército transformado en factor de poder, profesionalizado, con armamento moderno y mayor número de efectivos luego de tantos conflictos de todo tipo.

En 1875, conocido como el año terrible —debido a una gravísima crisis económica, al sangriento motín de Plaza Matriz en enero y al golpe de Estado contra Ellauri—, fue ministro de Guerra y Marina del presidente Pedro Varela, con decisiva injerencia en el gobierno. Ya se había manifestado como un hombre políticamente desconfiado y astuto, quien adquirió rápido prestigio y más aún tras la derrota de la revolución Tricolor. A fines de ese año las discrepancias con Varela ya eran grandes. Este trató de apartarlo del poder, pero Latorre, quien ya se había librado de otro competidor —el ministro de Gobierno (del Interior) Isaac de Tezanos—, decidió dar un golpe de Estado completo que tuvo detalles casi teatrales.

En Montevideo, un grupo de hacendados, comerciantes y financistas organizó una manifestación en la plaza Constitución (o Matriz) que lo fue a buscar a su casa, en Convención y Soriano, para pedir su intervención; él los esperó en la vereda. Mientras el presidente renunciante se refugiaba en la legación de Francia, Latorre se dirigió al Fuerte, sede entonces de la Presidencia de la República, para asumir el mando acompañado por unas cinco mil personas. Se proclamó “gobernador provisorio”, el mismo título que había adoptado Venancio Flores tras el triunfo de su revolución en 1865, y disolvió el Parlamento (4).

(1) Domingo Ordoñana (Álava, 1829-Barcelona, 1927) fue un vasco que viajó solo a Montevideo en 1842, con 13 años, siguiendo a su tío, Juan Antonio Porrúa, emigrado en 1804, quien hizo una gran fortuna con saladeros y tierras. Un año después de su llegada, Ordoñana fue enrolado en el ejército de la Defensa de Montevideo, durante la Guerra Grande, pero se pasó a las huestes de Manuel Oribe que sitiaban la ciudad. Durante su convalecencia de una grave herida comenzó a actuar como enfermero hasta convertirse en encargado de la sanidad del ejército del Partido Blanco y sus aliados federales. Tras el fin de la guerra en 1851 estudió medicina en Buenos Aires, obtuvo el título pero nunca ejerció, y en cambio se dedicó a los negocios. En 1856 adquirió, junto a su tío, campos en el departamento de Soriano, que le permitieron reunir una gran fortuna. Interesado en los problemas del hombre de campo, impulsó su agremiación. Fue uno de los fundadores de la Asociación Rural (ARU) en octubre de 1871, de la que sería su principal figura durante años. Bajo su liderazgo, la institución se convirtió en un grupo de presión de fuerte influencia. Resultó fundamental en el golpe de Estado que llevó al poder al coronel Lorenzo Latorre en 1876 y uno de los que encabezaron la columna que fue a buscar a Latorre a su casa para que tomara el gobierno. El dictador llevó adelante medidas que la Asociación Rural reclamaba como la afirmación de la propiedad privada a través del alambramiento obligatorio de los campos y la pacificación de la campaña mediante la Policía rural. Ordoñana además colaboró en la redacción del Código Rural. Desde su establecimiento de Soriano impulsó mejoras en la producción agropecuaria como la refinación del ganado, la introducción de nuevas especies vegetales y la plantación intensiva de árboles, acciones que a la vez estimuló mediante la distribución de folletos. Dictó conferencias y publicó estudios sobre temas económicos y sociales. Como en su estancia se encontraba la playa de la Agraciada, el sitio donde desembarcaron los “treinta y tres orientales” en 1825, ordenó construir en el lugar un monumento recordatorio. También albergó a Juan Manuel Blanes mientras pintaba su famoso cuadro sobre el episodio para que tomara bosquejos del paisaje. Ya mayor y afectado por la depresión, comenzó a realizar frecuentes viajes a España; falleció en Barcelona el 22 de enero de 1897. Su estancia de la Agraciada, Soriano, llamada originalmente Casa Blanca, llegó a nuclear unas nueve mil hectáreas que en parte compró y que en parte heredó de su tío Juan Antonio Porrúa. (Biografía tomada de La enciclopedia de El País, 2011).

(2) 150 años – Asociación Rural del Uruguay 1871-2021, de Estudio Ponce de León y Zorrilla, 2021.

(3)  Estados Unidos – La historia, de Paul Johnson, Javier Vergara Editor, 2001.

(4) Datos biográficos e históricos tomados del Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940, de José María Fernández Saldaña, Librería Linardi, 1945; y de La enciclopedia de El País, en 16 tomos, diario El País, 2011, que fue dirigida por el autor de esta serie de artículos.

Próximo capítulo: Latorre, un militar sin alcurnia ni mayor ilustración que introdujo una larga serie de reformas modernizadoras.