Cuando por ley de julio de 1860 se creó Villa Independencia o Fray Bentos, ya existía en la zona un almacén de ramos generales llamado Recreo de Viajeros que instaló en un rancho de palo a pique y techo de paja el inmigrante vasco francés José Hargain (1816-1884). Había venido en 1857 de Gualeguaychú con su esposa Estefanía Berthet —natural de Lyon, Francia— una hija y un peón para cortar y vender leña. Hargain prosperó con el almacén y otros negocios, como un hotel u hospedaje para los marinos y viajeros —Hotel de la Independencia— y una línea de diligencia a Mercedes. Era un hombre conflictivo y murió en Fray Bentos en la pobreza. El historiador Aníbal Barrios Pintos, en su Río Negro. Historia general, cuestionó la mayoría de las presuntas iniciativas de Hargain, que este se había atribuido en dos opúsculos que publicó en Buenos Aires en 1882 (1).
Había además otra posada, un rancherío, galpones, dos carnicerías y dos pulperías, una fábrica de ladrillos. Entre los pobladores se contaban muchos vascos (que eran llamados “franceses”), italianos, portugueses, españoles y criollos. Para 1861 Villa Independencia ya tenía sesenta viviendas —veinte de ellas “de azotea”— una escuela de niñas y otra de varones, un edificio de Aduana, una iglesia en construcción, tres pulperías, tres panaderías, además del saladero del inglés Richard Bannister Hughes y un muelle sobre el río.
Según el censo nacional de 1860, la villa tenía 273 habitantes, mayoritariamente hombres. De ese total, 197 habían nacido en el extranjero y 76 en Uruguay. Su puerto era el más activo del país después de Montevideo y ese mismo año recibió 23 buques originarios de España, diversas regiones italianas, Gran Bretaña, Hamburgo, Bremen, Dinamarca y nacionales, con un total de 4.720 toneladas y 236 tripulantes (1).
El comercio fluvial con el litoral argentino, Paraguay y el sur de Brasil siempre fue muy intenso. De él se beneficiaron los puertos ribereños uruguayos, desde Montevideo a Salto, incluyendo el de Nueva Palmira, que se creó después de la independencia.
Históricamente el puerto de Montevideo sobrevivió no solo gracias al territorio interior, su hinterland, sino también a los buques y mercaderías en tránsito hacia y desde Buenos Aires y al corazón del subcontinente por los ríos Uruguay, Paraná y Paraguay.
Los registros de exportaciones por habitante de Uruguay hacia 1850 son exorbitantes. No se explicarían sin el comercio de tránsito que fue una de las fuentes clave de la riqueza relativa de Uruguay en la segunda mitad del siglo XIX.
Inmigrantes pioneros y enriquecidos
En abril de 1862 el inmigrante germano August Hoffmann vendió a su socio irlandés James Lowry su participación en la colonia de Fray Bentos, que no podía visitar seguido y fiscalizar, aunque continuaron juntos en actividades financieras en el Río de la Plata hasta fines de 1864.
De todos modos, Hoffmann mantuvo estrechos vínculos con esa floreciente colectividad de empresarios inmigrantes que realizaba un vertiginoso ascenso socioeconómico y solía asociarse entre sí por negocios, por amistad y por matrimonio.
Así, por ejemplo, alternaba con Carl Gustav Heber Wichelhausen (1822-1871) un emigrado de Fráncfort del Meno que se convirtió muy oportunamente al catolicismo para casarse en 1855 con Clara Jackson, una mujer extraordinariamente rica, hija del inglés John Jackson y de Clara Errazquin Larrañaga, sobrina del sacerdote patricio Dámaso Antonio Larrañaga.
Heber administró con escrúpulo la fortuna heredada por su esposa e hizo su propio gran capital criando ovejas y comerciando lana, con centro en la estancia Monzón Heber, ubicada cerca de la pulpería y rancherío La Lata Vieja, actual ciudad de Cardona, en el departamento de Soriano.
Arturo y Alberto Heber Jackson, hijos de Clara Jackson y Carl Heber Wichelhausen, darían origen a una dinastía política dentro del Partido Nacional (2).
En febrero de 1866, cuando tenía 37 años, August Hoffmann se casó con Rosita Tornquist Camusso, “la acción más inteligente en toda mi vida”. Tendrían siete hijos.
La esposa, entonces de 24 años, nacida en Buenos Aires y educada en Hamburgo, era hija del empresario y banquero de origen estadounidense George Tornquist Elkins (1801-1876), quien fue cónsul de las ciudades de la Liga Hanseática en Montevideo entre 1827 y 1835 e hizo fortuna con el comercio exterior e inversiones inmobiliarias en Argentina y Uruguay.
Rosita Tornquist tenía tres hermanas mayores, las tres casadas con alemanes emigrados al Río de la Plata: Isabella con Hermann Roosen, Adelaida con Carl Diehl, y Laura con Adam Altgelt.
Con ellos, August Hoffmann tejió una comunidad social y de intereses que le serviría durante el resto de su vida, pese a que sufrió grandes altibajos económicos. Casi todos poseían cierta educación formal, adquirida en su país de origen, en donde sin embargo no hallaron mayores oportunidades. Tenían un pie en cada continente y cierta información calificada, y supieron aprovechar esa ventaja en los nuevos Estados del Río de la Plata, en los que casi todo estaba por hacerse (3).
La mayoría de los pioneros de la cría de ovejas en Uruguay y Argentina fueron británicos y franceses que conocían la escasez de terrenos en Europa así como las demandas de la industria textil, buque insignia de la primera revolución industrial.
“Hacia 1870, los más fuertes y ricos estancieros del litoral desde Colonia a Paysandú tenían apellidos ingleses o escoceses: Hughes, Cash, Stirling, Young, Mac Coll, Mac Eachen”, escribió José Pedro Barrán. “La influencia de esa colonia fue importante. Los británicos fueron los primeros en promover el mestizaje del ovino y el vacuno criollos, de los pioneros en el alambramiento de las estancias” (4).
Todos esos pioneros emigrados de Europa, que prosperaban con rapidez, apreciaron y usufructuaron las ventajas del “liberalismo extremo” de estas tierras, pese a la política tumultuosa y la barbarie, como había profetizado treinta años antes el joven viajero Charles Darwin (y lo escribió en su diario Viaje de un naturalista alrededor del mundo).
En mayo de 1862 August Hoffmann le contó por carta a su padre, un conservador, que simpatizaba con “los nuevos pensamientos liberales” propios de América. “Si tú hubieras sabido qué republicano rojo es Giebert [el creador de la Liebig’s de Fray Bentos], a quien tuviste un tiempo bajo tu techo, su visita no te hubiera agradado tanto” (5).
Esos nuevos ricos del Río de la Plata, en ocasiones llegados pocos años antes, que en general tenían herramientas culturales elevadas para la época, se integraban fácilmente a la pequeña clase alta o patriciado, al que muchas veces se emparentaban por matrimonio.
“Este es para mí uno de los temas más importantes de la historia del Uruguay: la idea de que hay una clase alta tradicional que se va arruinando y dedicando a la política, y otra de inmigrantes del norte de Europa y de otras procedencias (italianos, vascos, catalanes…) que se dedican con éxito a los negocios, produciéndose así una suerte de divergencia (limitada, claro) al interior de la élite”, señala Javier Rodríguez Weber. “Para mí es una de las hipótesis más fructíferas de nuestra historiografía, que primero la planteó Real de Azúa y luego la desarrollaron Barrán y Nahum en El Uruguay del novecientos, el primer tomo de la serie Batlle, los estancieros y el Imperio Británico” (6).
Los nuevos propietarios venidos de Gran Bretaña, Francia o Brasil también tenían en última instancia el poderoso respaldo de los cónsules de sus países de origen.
El caso del inglés John Jackson, que se contó en el capítulo 10 de esta serie, es un ejemplo paradigmático. Edificó una enorme fortuna en el comercio exterior y en tierras entre las décadas de 1820 y 1850, en parte gracias al respaldo de la legación británica en Montevideo, y la transmitió a sus hijos (7).
Es probable que, para obtener su patente industrial, Georg Giebert haya recurrido otra vez a August Hoffmann para acceder a los ministros de Hacienda del presidente Bernardo Prudencio Berro: Tomás Villalba y luego Antonio Pérez; o a sus ministros de Relaciones Exteriores, Jaime Estrázulas y luego Juan José de Herrera. Algunos de ellos frecuentaban las influyentes colonias alemanas y británicas, entre los que se contaban Samuel Lafone, Thomas Tomkinson o Hermann Roosen, según se describe en crónicas sociales de la prensa de la época.
Una nueva “revolución”
Villa Independencia creció con gran rapidez. En su puerto hacían escala muchos vapores y veleros que se dirigían hacia Paysandú, Salto, el norte de Entre Ríos, Corrientes y Rio Grande do Sul. “En los saladeros se faenan unos 500 bueyes diariamente” y “el tasajo se envía a Brasil y La Habana, para los esclavos negros”, había contado Hoffmann.
Quienes se dirigían de Montevideo o Buenos Aires a Mercedes en ocasiones optaban por viajar en barco de línea a vapor hasta Fray Bentos, y luego hacer un corto viaje de treinta y tres kilómetros en diligencia y balsa o bote hasta la capital de Soriano.
El 15 de junio de 1863 August Hoffmann informó a su familia en Hamburgo: “El señor Giebert ha regresado y está dedicado, por cuenta de capitalistas europeos, a instalar en Fraybentos (sic) un gran establecimiento, y a través de nosotros está en negociaciones con colonizadores, agricultores, criadores de ganado vacuno y mataderos de todo el país […]. Como verán ustedes, a pesar de toda la revolución las cosas siguen para adelante” (5).
La “revolución” que él mencionaba era la Cruzada Libertadora de Venancio Flores, un popular caudillo del Partido Colorado que se alzó el 19 de abril de 1863 contra el gobierno de Bernardo P. Berro.
Ese día Venancio Flores, proveniente de Argentina, desembarcó junto a algunos oficiales en el arroyo Caracoles Grande, dos leguas al sur del saladero de Hughes, donde se hacían las primeras pruebas de extracto de carne.
“No habrá lugar en el mundo donde la palabra ‘revolución’ haya sido más desvirtuada de su acepción originaria que en Sud América”, había escrito décadas antes John William Robertson (8).
Pero la Cruzada Libertadora de Venancio Flores fue ciertamente una grave guerra civil, con participación de brasileños y argentinos, que signaría la historia uruguaya durante décadas.
(*) Parte de este artículo fue presentado por el autor al concurso internacional de ensayo histórico convocado por el Ministerio de Educación y Cultura en 2021-2023 sobre la instalación de la Liebig’s (Lemco) en Fray Bentos.
(1) Historia de los pueblos orientales, Tomo III, de Aníbal Barrios Pintos, Ediciones de la Banda Oriental y Ediciones Cruz del Sur, 2008.
(2) Datos biográficos e históricos tomados de Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940, de José María Fernández Saldaña, Librería Linardi, 1945; Gran enciclopedia del Uruguay, en cuatro tomos, diario El Observador, 2002; y La enciclopedia de El País, en 16 tomos, diario El País, 2011.
(3) Fray Bentos. Patrimonio cultural e industrial, de René Boretto Ovalle, edición del autor, 2014; y La familia de Augusto Hoffmann: Parentesco y éxito empresarial en el Río de la Plata de la segunda mitad del siglo XIX, de María de los Ángeles Fein, 2005. X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Rosario, Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, Argentina.
(4) José Pedro Barrán. Epílogos y legados. Escritos inéditos/Testimonios, recopilación de Gerardo Caetano y Vania Markarian, Ediciones de la Banda Oriental, 2010.
(5) Cartas guardadas. Correspondencia de August Hoffmann entre 1850 y 1914, de Erna Quincke de Bergengruen (comp.). Traducción, notas e ilustraciones de Gerardo W. Quincke, Fundación UPM, 2012.
(6) Conversaciones del autor con Javier Rodríguez Weber, doctor en Historia Económica y profesor del Programa de Historia Económica y Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar).
(7) El cónsul británico en Montevideo y la independencia del Uruguay, de José Pedro Barrán, Ana Frega y Mónica Nicoliello, Publicaciones de la Universidad de la República, 1999.
(8) Los artigueños. Aventuras de dos ingleses en las Provincias del Plata, de John Parish y William Parish Robertson, Ediciones Banda Oriental, 2000 (selección, prólogo y notas de Heber Raviolo).
Próximo capítulo: El arribo de la modernidad a un país arruinado y vacío.