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El nacimiento del Uruguay moderno

Nacimiento del Uruguay Moderno (48)

El Banco República y el goce de una moneda sana, algo excepcional en América Latina

En 1896 se creó un banco estatal con normas conservadoras, en tanto el patrón oro continuaba siendo una barrera contra el empapelamiento.

20.03.2025 08:40

Lectura: 8'

2025-03-20T08:40:00-03:00
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Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com

La intensa y fugaz vida del Banco Nacional, cuya emisión de dinero y concesión de créditos creció como un maremoto antes de romperlo todo, no eliminó la idea de crear un banco mixto o estatal, con la convicción de que estimularía el ahorro y facilitaría el crédito.

De hecho Argentina, siempre un espejo en el que se miraron los orientales, fundó en 1891 su Banco de la Nación con los restos del quebrado Banco Nacional.

Por la ley 2.480 de 1896, durante la Presidencia de Juan Idiarte Borda (1) y a propuesta del ministro de Hacienda Francisco Vidiella (2), se creó el Banco de la República Oriental del Uruguay (BROU), que funcionó originalmente en el mismo local que fuera del Banco Nacional, en Zabala y Cerrito, en la Ciudad Vieja de Montevideo.

El República sería a la vez un banco comercial, que competiría con la banca privada, y una autoridad monetaria y financiera: un banco central. Debía integrarse por capital estatal y privado en proporción de 50% hasta completar los 10 millones de pesos; pero de hecho funcionó exclusivamente con la aportación pública de 5 millones (conseguidos a través de un empréstito en Londres) y nunca se abrió la posibilidad prevista para el capital privado, por lo que fue desde el comienzo un banco del Estado. Lo pagaron los productores y consumidores a través de un impuesto a las importaciones que se fijó a tales efectos.

Su Directorio, autónomo, era de designación directa del presidente de la República en acuerdo con el Senado. El primero en dirigirlo fue José María Muñoz, quien falleció en 1899 y fue sustituido por Eduardo Mac Eachen, a quien todos llamaban Maqueca.

El Banco República tenía el monopolio de la emisión de moneda hasta el 50% de su capital, un margen conservador a la luz de la experiencia del quebrado Banco Nacional, y, como los demás, estaba obligado a convertir sus billetes en oro a cualquiera que lo demandara en ventanilla.

Aunque en principio el República debía compartir la potestad de emitir con los bancos que estaban autorizados para ello, a partir de 1907 su monopolio sería absoluto. Debía conservar un encaje oro del 40% de la emisión, una cantidad por demás precavida en función de las terribles experiencias de “corridas” entre las décadas de 1860 y 1890. Se lo obligaba a abrir una sucursal en cada capital de departamento; podía vender acciones a privados, pero tenía prohibido especular en bolsa.

Una moneda sana, excepción en América Latina

Por entonces en Uruguay había más o menos la misma cantidad de bancos nacionales y extranjeros, con el Banco de Londres a la cabeza en la preferencia de los depositantes. El crédito llegaba al pequeño empresariado de todo el país, aunque la operativa era básicamente urbana. Tenían muchos depósitos a la vista y pocos a plazo e invertían en el país y en el extranjero.

Pese a las corridas y aprendizajes, en esencia Uruguay mantenía en el 900 una moneda sana, emitida por bancos públicos y privados y anclada en el patrón oro, que impedía los experimentos demagógicos. La convertibilidad del papel en oro era un dique contra la tentación de los gobernantes.

“A pesar de los retos que el patrón oro planteaba a los países periféricos, su adhesión convirtió a Uruguay en una isla de estabilidad entre sus vecinos con monedas de papel inconvertibles”, señaló Gastón Díaz Steinberg (3).

Eduardo Acevedo Vásquez, historiador y catedrático de Economía Política, escribió en sus Apuntes de 1903: “Ese grande y persistente esfuerzo de país, tanto más honroso cuanto que hemos tenido que sustraernos al ambiente económico sudamericano que es excepcionalmente propicio al empapelamiento, como lo demuestran el Brasil, la Argentina, Chile y el Paraguay, ha tenido su recompensa innegable”.

Los partidarios de la moneda sana, convertible en oro como garantía absoluta, no eran siempre “proimperialistas” británicos y oligarcas del comercio exterior y el latifundio, como describe sin mayor fundamento cierta literatura histórica. En general las clases más populares son las más afectadas por la inflación, pues no tienen posibilidades de reajustar rápidamente sus ingresos, como sí pueden los más pudientes y los empresarios, por lo que mal podrían desearla. Así, por ejemplo, entre quienes trataron de quitar a los gobernantes toda posibilidad de envilecer la moneda se contaba Emilio Frugoni, líder histórico del Partido Socialista de Uruguay, quien aún en 1931, cuando se estableció el control de cambios, propuso regresar al patrón oro. Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista de Argentina, también fue un firme defensor del patrón oro y la moneda sana. Para ellos, en definitiva, la inflación era otra forma de explotación de los más humildes.

Pero la primera espada de la disciplina monetaria local fue José Batlle y Ordóñez, dos veces presidente de la República y el líder político más influyente en las primeras tres décadas del siglo XX.

Batlle y Ordóñez, con pocos conocimientos económicos y mucho peso ideológico, ciertamente desconfiaba del “círculo orista” de los bancos privados, y gustaba de la idea de emitir billetes de circulación forzosa. Pero creía en los presupuestos no deficitarios pues nunca olvidó que el gobierno de su padre, el general Lorenzo Batlle, que se extendió entre 1868 y 1872, naufragó en medio de un gran caos administrativo y monetario, además de otras pestes como una larga guerra civil y una epidemia de cólera.

(*) Una versión de este capítulo fue publicada por el autor en su blog de El Observador el 27 de diciembre de 2017, dentro de la serie “Una historia del dinero en Uruguay”.

(1)                Juan Idiarte Borda (Mercedes, 1844-Montevideo, 1897), político del Partido Colorado, fue el único presidente de Uruguay asesinado mientras desempeñaba el cargo. Hijo de vascos, desarrolló en Soriano negocios ganaderos y de saladeros. Instaló la primera biblioteca pública de Mercedes, integró la Comisión Departamental de Instrucción Pública e impulsó la Sociedad de Amigos de la Educación Popular que lideraba, entre otros, José Pedro Varela. En 1879 fue electo diputado por Soriano y se trasladó con su familia a Montevideo. Resultó reelecto en 1882 y 1886, aunque luego debió exiliarse. En la legislatura 1891-1894 fue senador por Maldonado (y segundo vicepresidente de la Cámara de Senadores) y ese último año fue reelecto, pero dejó la banca para asumir la Presidencia de la República en 1894. Fundó el Banco de la República, impulsó la construcción del nuevo puerto de Montevideo, hizo realizar un censo nacional y establecer un nuevo catastro, municipalizó el servicio de luz eléctrica en Montevideo a partir de una compañía privada en aprietos financieros, impulsó la creación de nuevas líneas férreas (hasta Mercedes y Colonia), extendió la red de teléfonos y telégrafos, ordenó trabajos de dragado del río Uruguay arriba y logró el establecimiento de la Arquidiócesis de Montevideo. Estos logros se vieron comprometidos por su complicidad en los fraudes, la “influencia directriz” y por su temperamento poco proclive al diálogo. Cuando estalló la revolución de 1897 del Partido Nacional, encabezada por Aparicio Saravia y Diego Lamas, se negó con contumacia a procurar una salida negociada. Fue asesinado de un disparo por el joven Avelino Arredondo el 25 de agosto de 1897, mientras marchaba con su séquito por la calle Sarandí desde la catedral hacia el Cabildo. Su sucesor interino, Juan Lindolfo Cuestas, inició de inmediato negociaciones con los revolucionarios saravistas, que culminaron en el Pacto de la Cruz. Mientras tanto Arredondo, un hombre sin recursos, fue defendido por el prestigioso periodista, ensayista y político Luis Melián Lafinur, tal vez el penalista más prestigioso de ese tiempo. Se supone que sus servicios fueron pagados por José Batlle y Ordóñez, el líder colorado emergente, un duro rival de Idiarte Borda. Batlle y Ordóñez lo visitó en la cárcel, lo abrazó y lo hizo describir en su diario El Día como un mártir de la libertad. Cuando salió de la prisión en agosto de 1903, Batlle y Ordóñez, por entonces presidente de la República, le dio un puesto público en la Aduana.

(2) El empresario catalán Francisco Vidiella (1820-1884), emigrado a Uruguay con 17 años, fue uno de los creadores de la industria vitivinícola nacional. Prosperó en Salto, donde explotó una pulpería junto a sus hermanos. En 1857 se radicó en Montevideo e hizo una gran fortuna vendiendo billetes de la Lotería del Hospital de Caridad, actual Hospital Maciel, a través de decenas de agencias. A partir de un viaje a Europa en 1873, importó sarmientos que aclimató y produjo en su granja de Villa Colón con el nombre de “uva Vidiella”. Se le considera uno de los primeros productores a gran escala de uva y vino en Uruguay, junto al vasco Pascual Harriague, quien introdujo la cepa tannat.

(3)  Uruguay, Argentina, el patrón oro y la crisis de 1890 - Essays on the Gold Standard: The Case of Uruguay, de Gastón Manuel Díaz Steinberg, doctorado en Ciencias Sociales, opción Historia Económica, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, 2023.

Próximo capítulo: La crisis de 1890: fin de un gran ciclo de Uruguay y el apogeo argentino.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com