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El nacimiento del Uruguay moderno

Nacimiento del Uruguay moderno VII

De cómo lord Ponsonby fue enviado al Río de la Plata por meterse con la amante del rey

Londres buscaba la independencia de las colonias españolas en América e impedir que una sola nación controlara el Río de la Plata.

06.06.2024 12:10

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2024-06-06T12:10:00-03:00
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Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com

En enero de 1825, poco antes del inicio de la Cruzada Libertadora de los orientales contra la dominación brasileña, el cónsul inglés en Montevideo envió a sus superiores un detallado informe sobre las tendencias políticas en la Provincia Cisplatina. “La mayoría [de los ‘patriotas’ de la campaña, de ‘naturaleza indolente, licenciosa y vagabunda’] son partidarios de José Artigas y sus oficiales, cuyo sistema es la total independencia de todos los otros países, la destrucción o división de rango y propiedad, y la igualdad basada en hacer a todos iguales pobres”, afirmó Thomas Samuel Hood¹.

Los informes del cónsul prueban la existencia de tendencias independentistas, más en la campaña que en Montevideo, antes de que Robert Gordon y John Ponsonby, dos diplomáticos británicos, impulsaran desde 1827 la idea de crear un nuevo Estado en el territorio de la Banda Oriental.

El cónsul inglés Hood describió —con atractiva precisión y riqueza expresiva— las tendencias políticas de la sociedad oriental poco antes de que Juan Antonio Lavalleja y los suyos iniciaran la guerra contra Brasil; reseñó la situación de la economía y de la campaña oriental, la actividad del puerto de Montevideo, la actitud de la Iglesia Católica local, la forma de gobierno de Carlos Federico Lecor y las tropas de ocupación disponibles, y muchas otras cuestiones.

De hecho, su informe fue una copia, una versión apenas retocada de otro que le había remitido John Hall, un activo comerciante británico radicado en las inmediaciones de Montevideo. De todas formas, ese y muchos otros escritos de Hood parecen haber influido sustancialmente sobre John Ponsonby y los diplomáticos británicos que negociaron el fin de la guerra entre Argentina y Brasil por la posesión de la Provincia Oriental o Cisplatina, que condujo a la independencia de Uruguay.

Montevideo como colonia británica

Thomas Samuel Hood asumió como cónsul el 10 de octubre de 1823 y ascendió al rango de cónsul general el 18 de agosto de 1830, cuando Uruguay inició su andadura independiente. Se mantuvo en el cargo hasta el 8 de febrero de 1843, cuando las tropas federales y del Partido Blanco pusieron sitio a la capital uruguaya en plena Guerra Grande y el gobierno de la Defensa de Montevideo solicitó su remoción debido a la amistad y notoria preferencia de Hood por Manuel Oribe, jefe de los sitiadores.

Entre fines de 1823 y 1824, durante la dominación brasileña, Hood recibió propuestas de figuras montevideanas importantes (una de ellas, probablemente, Santiago Vázquez) para convertir a la Provincia Oriental en una colonia británica. Los proponentes argumentaron que si Buenos Aires tomaba el control de esta trataría de neutralizar a Montevideo y la competencia de su puerto y así mantener el monopolio del suministro a las provincias del interior.

Por entonces Gran Bretaña no deseaba colonias en la zona, sino territorios y ríos abiertos al comercio. Ya había tenido suficientes experiencias coloniales desagradables con la independencia estadounidense y con las fracasadas invasiones de 1806 y 1807 al Río de la Plata.

La ciudad y la campaña

También las cartas del cónsul Hood reflejaron durante dos décadas la dicotomía permanente entre dos concepciones: Montevideo y el interior, muy marcada ya desde la revolución independentista de 1811 y las luchas federales de José Artigas.

Después de iniciada la guerra contra Brasil en 1825, Hood señaló de manera reiterada que la mayoría de la élite montevideana era proclive a una unión federal con Buenos Aires, o incluso con Brasil, si se mejoraban las condiciones; en tanto, las tendencias autonomistas más radicales se observaban en la campaña, donde vivía la mayor parte de la población oriental. Sin embargo, andando el tiempo, las ideas independentistas también se apropiaron de una parte de la élite montevideana.

Los informes del cónsul llegaron a lord Robert Gordon —embajador británico en Río de Janeiro, capital del imperio de Brasil— y a partir de 1826 también a manos de lord John Ponsonby.

Gordon y Ponsonby mediaban desde marzo de 1826, por orden de su gobierno, para buscar una solución al conflicto.

Tanto el Imperio de Brasil como el gobierno de las Provincias Unidas habían solicitado, ya en 1825, la mediación de Londres en respaldo de sus intereses. Inglaterra, como Francia y Estados Unidos, sufría daños a su comercio por la guerra naval en el Río de la Plata y el ataque de los corsarios republicanos en el litoral brasileño.

Ponsonby, el libertino

Es bueno echar una mirada a la biografía de Ponsonby para comprobar la infinidad de factores que pueden incidir sobre el rumbo de la historia.

John Ponsonby (Irlanda, c. 1770-Brighton, Inglaterra, 1855), quien fue parlamentario y diplomático, “era un hombre apuesto, disipado y sin perspectivas políticas”, se sostiene en el Oxford Dictionary of National Biography. “Tuvo un romance con lady Jersey, quien arregló su matrimonio con su hija de quince años, Elizabeth Frances Villiers, el 13 de enero de 1803. No tuvieron hijos. Poco después de su matrimonio, lord Ponsonby tuvo un romance con Harriette Wilson, que hizo público”.

Él arribó a Río de Janeiro a principios de 1826, y en setiembre se instaló en Buenos Aires como ministro plenipotenciario de Gran Bretaña ante las Provincias Unidas. El encargado de negocios británico desde 1825 era Woodbine Parish. Londres había reconocido la independencia de las Provincias Unidas ya en 1824.

Ponsonby llegó a América del Sur no por premio o por su especialización en asuntos difíciles, sino como sanción por haberse metido —no está claro hasta dónde— con lady Elizabeth Conyngham, una matrona madura que fue la última amante y amiga favorita del rey George IV. Su marido, un noble oportunista, aprovechó las circunstancias para ascender en la corte.

George IV, ciertamente, estaba un poco loco. Sus derroches, antes de convertirse en rey, habían sido fastuosos, tanto como para quebrar un montón de veces y recurrir al auxilio del Estado. En su juventud había sido bello, afeminado e increíblemente promiscuo, según las descripciones de algunos de sus contemporáneos. Incluso apuñaló a una dama viuda, a la que asedió hasta convertirla por fin en su primera esposa. En sus últimos años era un ser inmensamente gordo, alcohólico, sufriente de gota y adicto al láudano. Y resentido por el éxito de Ponsonby con lady Conyngham, le pidió a George Canning, ministro de Relaciones Exteriores (Foreign Office), que lo enviara lejos.

Buenos Aires, un sitio horrible

Ponsonby detestó su destino lejano. Buenos Aires “es el lugar más despreciable que jamás vi —escribió poco después de llegar—. Me colgaría si encontrase un árbol apropiado. Nadie vio un sitio tan desagradable como Buenos Aires; suspiro cuando pienso que tendré que quedarme aquí […], en este lugar de barro y osamentas pútridas, sin carreteras ni caminos ni casas pasables, ni libros ingleses, ni teatro soportable; nada bueno, como no sea la carne […]. Además, la jactancia republicana con todo su vigor. Intolerable sitio”.

En julio de 1828, en vísperas de la independencia de la Banda Oriental, Ponsonby fue transferido a Río de Janeiro para sellar la paz y sustituir a Robert Gordon como embajador inglés². Pasó la primera mitad de 1831 en Bruselas negociando la independencia de Bélgica, otro “Estado tapón” en una región conflictiva. Parece que allí Ponsonby, en algunas ocasiones, actuó como un patotero, como ya lo había hecho en 1828 con Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, a quien presionó para que aceptara el fin de la guerra con Brasil y la independencia oriental.

En 1832 fue destinado a Nápoles, capital del Reino de las Dos Sicilias. Según el Oxford Dictionary, fue considerado para un alto cargo diplomático en San Petersburgo, entonces capital de Rusia, “pero rechazado, tal vez porque su relación con la princesa Lieven (esposa de un príncipe ruso que era embajador en Londres) podría haberle comprometido allí”. Recibió el título de vizconde en 1839, mientras era embajador en Constantinopla, actual Estambul, un puesto importante que desempeñó entre 1832 y 1841. Salió bien parado y se le recompensó con la embajada en Viena entre 1846 y 1850.

“Ponsonby tuvo gran influencia —afirma el Oxford Dictionary—, pero su comportamiento como embajador a veces avergonzó al gobierno. Tenía una relación animada con Palmerston (entonces ministro de Relaciones Exteriores y más tarde primer ministro de Gran Bretaña). Era uno de los pocos en el cuerpo diplomático que podía igualar a Palmerston y este lo respetó por ello. Pero finalmente se pelearon en 1849.”

La agudeza política de George Canning

En la época de la guerra argentino-oriental contra Brasil por la posesión de la Banda Oriental, el interés del Foreign Office de Gran Bretaña, bajo el liderazgo de George Canning, era doble: por un lado, favorecer la independencia de las antiguas colonias españolas en América; y por otro, impedir que una sola nación controlara las dos riberas del Río de la Plata, cuya libre navegación reclamaba.

Londres también deseaba la paz en una región a la que proveía de bienes manufacturados, y en la que compraba abundantes materias primas, pero que se empobrecía por el caos y las guerras civiles.

A las potencias europeas no les gustaba que solo dos naciones, las Provincias Unidas y Brasil, controlaran casi toda la enorme costa atlántica de América del Sur, hizo saber lord John Ponsonby, el mediador británico en Buenos Aires. Canning le había sugerido ya a principios de 1826 obtener para Montevideo “una situación semejante a la de las ciudades hanseáticas de Europa”. La liga o Hansa fue una exitosa federación comercial y defensiva de varias ciudades portuarias del norte de Europa, con especial influencia alemana, durante la Edad Media y el Renacimiento.

En 1826, a más de diez años de la completa derrota de Napoleón Bonaparte, Gran Bretaña consolidaba la revolución industrial y buscaba nuevos mercados.

Algunos líderes británicos, como George Canning, creían que a la larga las cuestiones americanas serían más importantes para su país que los asuntos europeos. Él era realista y práctico y estaba varios pasos por delante de sus contemporáneos europeos. La independencia de los países de América Latina sería “un acontecimiento que cambiará la faz del mundo”, escribió. Creía que una república podía ser tan buena como una monarquía en el club de las naciones. Pero no todos lo veían igual. De hecho, parte del gobierno británico también se sentía comprometido con la Santa Alianza: la restauración monárquica europea tras las guerras napoleónicas.

Durante la mayor parte del período de Canning como secretario de Relaciones Exteriores, que se extendió entre 1822 y principios de 1827, el reconocimiento de las nuevas repúblicas latinoamericanas —en rebelión contra la monarquía española— fue una cuestión importante. Algunos líderes entendían que el reconocimiento era solo cuestión de tiempo. Pero el rey George IV y Wellington, el vencedor de Waterloo y jefe de una facción ultraconservadora tory, se oponían radicalmente a ello y estaban furiosos con Canning, contra quien conspiraron.

“Hispanoamérica es inglesa”

Canning, que no tenía mayor apego a la Santa Alianza y no temía a los cambios históricos, impuso su punto de vista gracias al fuerte apoyo del primer ministro, el conde de Liverpool, después de amenazar con dimitir e informar al público sobre las maquinaciones del rey. La oposición liberal en la Cámara de los Comunes aceptó esa política con agrado. Al fin Londres reconoció al gobierno de Buenos Aires en agosto de 1824, y a los de la Gran Colombia, México y Brasil en 1825.

Él, quien solía ser elocuente y despiadadamente claro, afirmó en 1824: “Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa”. Estados Unidos ya formulaba la Doctrina Monroe, “América para los americanos”, pero aún no tenía poder suficiente para imponerla.

George Canning fue designado primer ministro de Gran Bretaña en 1827 aunque falleció poco después. Promovió un mayor peso en la política británica de la opinión pública y la prensa. “Fue uno de los pocos hombres que han traído talentos trascendentes a la práctica de la política en Gran Bretaña”, sostiene una semblanza incluida en el Oxford Dictionary. “Sus contemporáneos lo reconocieron como un hombre de extraordinaria capacidad y personalidad, ante quien era imposible ser neutral […]. Su mayor habilidad y arma era su estilo, tal como se expresa en sus despachos, pero más notablemente en sus discursos. Una y otra vez su oratoria salvó el día para él y sus colegas de la Cámara de los Comunes”.

Una hermosa calle de Montevideo lleva su nombre, muy cerca de otra, igualmente bonita, llamada Lord Ponsonby.

(*) Este artículo es una adecuación de otros publicados por el autor en su blog de El Observador el 7 y el 14 de junio de 2017.

(1) Fuentes principales para este artículo y el que le sigue: La misión Ponsonby, de Luis Alberto de Herrera, 1930; El cónsul británico en Montevideo y la independencia del Uruguay, de José Pedro Barrán, Ana Frega y Mónica Nicoliello, Publicaciones de la Universidad de la República, 1999; Influencia británica en el Uruguay, autores varios, con Juan Antonio Varese como compilador, 2010; Oxford Dictionary of National Biography, 2004; y La enciclopedia de El País, diario El País, 2011.

(2) Lord Robert Gordon (York, 1777-Sullivan, Hancock, 1851), fue un diplomático británico de origen escocés y primer embajador de Gran Bretaña ante el Imperio de Brasil.

Próximo capítulo: De cómo John Ponsonby y Juan Antonio Lavalleja resolvieron la independencia de un pueblo “impetuoso y salvaje”.

Por Miguel Arregui
miguelarregui@yahoo.com


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