La Liebig’s Extract of Meat Company (Lemco), una de las principales industrias alimenticias del mundo en su tiempo, nació en la década de 1860 entre Londres, donde captó capital y reunió su directorio, y Fray Bentos, un minúsculo pueblo de Uruguay en el que levantó su primera fábrica.
Fue el resultado de la iniciativa de un puñado de europeos, inmigrantes y criollos, la superabundancia de ganado vacuno en el Río de la Plata, la innovación tecnológica, las políticas públicas estimulantes y liberales, y un poco de azar.
Y fue el símbolo de una era. La segunda mitad del siglo XIX resultó un tiempo extraordinario para Uruguay: una pequeña república nueva repleta de inmigrantes animosos, situada en los bordes del capitalismo y la revolución industrial rampantes.
La aventura personal de quienes la crearon es también una parábola del acelerado desarrollo que alcanzó el país en ese tiempo y del modo en que lo hizo.
Un nuevo mundo productor de alimentos
August Hoffmann escribió desde Montevideo a su padre Franz, un maestro de escuela de Hamburgo —Confederación Germánica— el 16 de enero de 1862: “En el steamer (vapor) que lleva esta carta, viaja y le va a visitar el señor G. C. Giebert, quien ha vivido varios meses en mi casa y que llegó a conocer bien estas tierras y a Fraybentos. Piensa dedicarse más adelante a actividades de agricultura y/o colonización” (1).
Hoffmann, nacido en 1828, había emigrado a Río de Janeiro en 1850. Cuatro años más tarde se instaló como empleado de comercio en la pequeña capital de Uruguay, el nuevo Estado sudamericano, entonces con apenas ciento cincuenta mil habitantes, aunque con un territorio llano y fértil más grande que el de Inglaterra.
Hoffmann se enriqueció con operaciones financieras e inmobiliarias, incluida la creación —con socios— de Villa Independencia o Fray Bentos, un nuevo pueblo con puerto sobre el río Uruguay.
El viajero que llevaba la carta a Europa, Georg Giebert, entonces de 39 años, también había nacido en Hamburgo. Emigró a Río de Janeiro en 1847 como ingeniero ferroviario y empresario de la construcción de carreteras. En torno a 1860 se radicó en Montevideo en procura de nuevos negocios y convivió con su paisano Hoffmann, con quien hizo una buena amistad.
En ese viaje a Europa, Giebert leyó Chemische Briefe (Cartas químicas) y otros documentos del afamado químico alemán Justus von Liebig, en los que se describía cómo industrializar el extracto de carne, un alimento ya conocido y presuntamente revolucionario.
El extractum carnis, que solía presentarse en pequeños potes, era un producto derivado de la carne bovina basado en la extracción de humedad de recortes cárnicos mediante calor y posterior purificación a través de sucesivos filtrados. El proceso permitía disminuir radicalmente el volumen de carne, en proporción de veinticinco a uno, aunque presuntamente mantenía sus valores nutricionales —que conservaba durante mucho tiempo, antes de la era del frigorífico—.
Ese extracto se consideraba un valioso restaurador y un sustituto de la sopa, también para su consumo combinado con papas y verduras. Pero su elevado costo era un problema que impediría su conversión en un alimento popular.
Europa expulsó durante el siglo XIX decenas de millones de hambrientos, aventureros, prófugos o gentes con cierto capital o herramientas culturales que poblaron las Américas, África del Sur y Oceanía. Hacia fines de ese siglo, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Australia, Uruguay y Nueva Zelanda eran los mayores exportadores mundiales de alimentos como trigo, maíz y carnes en conserva, además de materias primas decisivas para la industria textil, como el algodón y la lana.
En sus Familiar Letters on Chemistry (Cartas familiares sobre química) de 1851, Liebig escribió: “Aquellos que se sientan inclinados a preparar extracto de carne como artículo de comercio [deben buscar una forma] más cuidadosa y concienzudamente evitar los errores de quienes hasta ahora lo han intentado […]. Si se determina que el precio del extracto no excede los tres chelines por libra, sin duda se convertiría en un producto muy rentable” (2).
Giebert tenía mucho interés en explotar de alguna forma la abundancia de ganado barato que halló en los países del Río de la Plata, por oposición a Europa, donde era escaso y caro, pues solía criarse en establos o en predios pequeños de alto valor inmobiliario.
De hecho, la carne fresca era tan onerosa en Europa occidental, que la mayoría de la población no accedía a ella con regularidad. Mientras tanto en Australia, Nueva Zelanda y América los ovinos, bovinos y yeguarizos eran casi regalados, al punto de que muchas veces se los faenaba solo por sus cueros, grasas o crines.
Pero si el extracto de carne era muy caro en Europa, podría ser barato producirlo a diez mil kilómetros al sur: en las praderas de Uruguay.
“Un novillo grande y gordo cuesta 10 pesos. El país es enormemente rico”, contó August Hoffmann a su padre en una carta de fines de 1861. Ese precio, ridículamente bajo para los estándares europeos, había caído a la mitad desde 1857, cuando un novillo se pagaba 20 pesos en Uruguay. La devaluación del vacuno se debió en parte a la caída de la demanda externa por tasajo tras la depresión que provocó el pánico gestado en Estados Unidos: la primera crisis económicofinanciera global.
El 2 de octubre de 1862 Giebert informó por carta a Hoffmann: “Me encuentro en Múnich para consultar a uno de los grandes espíritus investigadores científicos alemanes de la actualidad, y me refiero a Liebig, el químico más renombrado del momento, sobre las posibilidades de aprovechamiento de la carne como alimento. Este hombre famoso ha efectuado muy valiosas investigaciones y experimentos con carne, y estoy convencido de que con sus consejos sería posible llevar hacia allí una actividad muy lucrativa como es una fábrica de extracto de carne”.
Liebig ya había sido advertido muchos años antes de la posibilidad de producir extracto de carne en gran escala fuera de Europa. En octubre de 1850 el bodeguero escocés-australiano James King le escribió que se podía hacer una fortuna si la carne del ganado de Australia pudiera aprovecharse para producir extracto, y no solo el cuero y la grasa (2).
El 20 de octubre de 1862 Giebert escribió otra vez a Hoffmann, esta vez desde Hamburgo. “En Múnich estuve varios días más con los señores Liebig y [Max] Pettenkofer [un reconocido químico y docente de la Universidad de Múnich]. Ahora tengo las ideas bien claras respecto al tema y he tomado una decisión. Voy a instalar en Montevideo un establecimiento para fabricar el extracto de carne y obtener otros productos de origen animal”.
A fines de 1862, antes de embarcarse para Montevideo, Giebert se reunió en Amberes, Bélgica, con inversores interesados en financiar una fábrica de extracto de carne, si los ensayos resultaban bien.
La génesis de Fray Bentos
Por consejo de Hoffmann, las pruebas no se realizaron en el Paso Molino, como pretendía Giebert, sino en el saladero que el hacendado Richard Bannister Hughes, un emigrado de Inglaterra, había establecido cerca de Villa Independencia, actual Fray Bentos, al norte de la desembocadura del río Negro en el río Uruguay, a más de trescientos kilómetros al noroeste de Montevideo.
La mayoría de los emigrados británicos y alemanes que desarrollaron negocios agropecuarios prefirió radicarse en el litoral del río Uruguay, entre los departamentos de Colonia y Paysandú, a tiro de piedra de Buenos Aires, donde abundaban las tierras de buena calidad, aptas para ganadería y agricultura.
Hoffmann y el irlandés James Lowry habían comprado en la zona de Fray Bentos la cuarta parte de un campo de la sucesión de Francisco Xavier Martínez de Haedo, un gran latifundista de la era colonial. Su enorme estancia, que incluía la casi totalidad de los actuales departamentos de Paysandú y Río Negro, fue repartida entre sus cinco hijos a partir de 1804.
Un documento fechado el 10 de setiembre de 1858 formalizó la venta de 17.607 cuadras (11.268 hectáreas) de la sucesión Martínez de Haedo, en la zona del arroyo Fray Bentos, a una sociedad de cuatro partes integrada por Lowry y Hoffmann, los inmigrantes ingleses Richard Bannister Hughes y George Hodgskin, y los hermanos criollos Manuel José y Eduardo Errazquin.
Se trataba de una larga franja sobre el río Uruguay, de unos dieciocho kilómetros de largo, delimitada al norte por el arroyo Yaguareté Grande, y al sur por el arroyo Caracoles Grande; una tierra de gran calidad y poco poblada.
Algunos de esos compradores fueron personajes notables en su tiempo.
Richard Bannister Hughes, quien nació en Liverpool en 1810, fue enviado por sus padres —con solo quince años— a hacer experiencia comercial en las Antillas. Luego emigró a Río de Janeiro, donde trabajó en la casa del escocés Richard Carruthers, quien realizaba un voluminoso comercio exterior entre Europa y el Atlántico sur. Allí compartió tareas con un humilde gaúcho, Irineu Evangelista da Sousa, más tarde barón de Mauá, tres años más joven que Hughes. Mauá, de origen sencillo, con los años cumpliría un papel decisivo para el arribo de la modernidad a Brasil y Uruguay, con toda suerte de industrias y negocios.
Hughes llegó a Montevideo el 25 de diciembre de 1829, en los albores de la independencia del país. En 1838, junto a sus hermanos James y Thomas, fundó la razón social Hughes Brothers y abrió filiales en Buenos Aires, Río Grande y Liverpool. En 1857, en sociedad con William Haycroft, compró unas veinte mil hectáreas en el sur del actual departamento de Paysandú, creó un gran casco de estancia que denominó La Paz y se mudó a vivir allí con su familia.
Poco después fundó con sus socios en la Villa Independencia, cerca del arroyo Fray Bentos, un saladero que llevó su nombre. Introdujo nuevas razas de vacunos y lanares, y fue pionero en el uso de maquinaria agrícola a vapor.
Se mantuvo ajeno a los partidos dominantes y utilizó a su favor la nacionalidad británica, un respaldo muy conveniente en un país convulso. En 1868 integró la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, que estuvo en la génesis de la educación pública gratuita y obligatoria que lideró José Pedro Varela en la década siguiente. Tradujo al inglés el Martín Fierro, de José Hernández, publicado en 1872.
Fue uno de los fundadores en 1871 de la Asociación Rural del Uruguay, que concibió junto a Domingo Ordoñana, Carl Heber, Marcos Vaeza, Enrique Artagaveytia y Juan Antonio Porrúa, entre otros. Presidió esa gremial en 1873-74, acompañado como vicepresidente por Carlos Genaro Reyles, un poderoso caudillo del Partido Colorado, hacendado y padre del escritor Carlos Reyles.
Richard Bannister Hughes, quien murió en Paysandú en 1875, y su esposa Adelina Rücker, hija de un comerciante católico de Hamburgo, iniciaron una numerosa descendencia, entre la que se contó el escritor Eduardo Hughes Galeano, más conocido por su segundo apellido, que pasó los veranos de su niñez y juventud en la estancia La Paz.
Otro de los socios compradores de aquella franja de tierra sobre el río Uruguay fue Manuel José Errazquin (1801-1867), un político y empresario de larga actuación, sobrino del legendario sacerdote patricio Dámaso Antonio Larrañaga y primo hermano de Bernardo Prudencio Berro, quien pronto sería presidente de la República.
Manuel Errazquin, quien poseía una educación destacada, fue uno de los secretarios de la Asamblea General Constituyente y Legislativa que redactó la primera Constitución uruguaya. Desarrolló una larga carrera parlamentaria en las filas del Partido Blanco, aunque tuvo graves divergencias con el caudillo Manuel Oribe; fue ministro de Hacienda entre 1852 y 1853, y también un activo comerciante y hacendado. Falleció soltero en 1867 y, según publicó entonces el diario El Siglo, “era depositario de preciosos manuscritos científicos dejados por el sabio Dámaso A. Larrañaga” (3).
James (o Santiago) Lowry (1816-1893), un irlandés de Belfast, se instaló en Montevideo durante la Guerra Grande después de recorrer Rio Grande do Sul y la región de Buenos Aires. Se enriqueció como comerciante y prestamista y fue un actor importante en la Bolsa de Comercio y en la sociedad montevideana durante varias décadas. También compró tierras y explotó saladeros en la Provincia de Buenos Aires y en Paraguay.
“Nuestro proyecto es construir una ciudad” en la zona del arroyo Fray Bentos, había contado August Hoffmann a su familia en Hamburgo en agosto de 1858. “El lugar es realmente excelente para ubicar una ciudad, debido a su situación frente a Gualo Guaychu (sic) y por poseer un hermoso puerto […]. Nosotros estaremos mejor amparados por el gobierno, y nuestras propiedades son más seguras que las de los lugareños, que siempre son partidarios de alguno de los partidos políticos” (1).
Eduard —un hermano de August Hoffmann, que siguió sus pasos como emigrante— se empleó para criar ovejas en la misma región: en la estancia de veintisiete mil hectáreas de la familia alemana de Richard y Karl Wendelstadt, quienes crearon una pujante colonia que llamaron Nueva Mehlem y que en 1875 incluiría su propio poblado, Nuevo Berlín, también en la costa del río Uruguay, a unos treinta kilómetros al noreste de Fray Bentos.
Los socios fundadores del nuevo poblado que el gobierno denominó Villa Independencia —Hoffmann, Lowry, Hughes, Hedgeskin y los Errazquin— encargaron el trazado de la planta urbana, al norte del arroyo Fray Bentos, al agrimensor inglés William Hammett.
El proyecto fue aprobado por decreto del 16 de abril de 1859 con la firma del ministro de Gobierno, general Antonio Díaz; y formalizado por la ley 1.475 del 7 de julio de 1860, durante la presidencia de Bernardo P. Berro. Cuando el 1º de agosto de 1881 se creó el departamento de Río Negro, segregado del de Paysandú, la población fue declarada “cabeza de departamento” (capital).
Durante más de un siglo la nueva Villa Independencia o Fray Bentos sería rigurosamente dependiente de la industria de la carne vacuna y ovina.
(*) Una versión más amplia de este artículo fue presentado por el autor al concurso internacional de ensayo histórico convocado por el Ministerio de Educación y Cultura en 2021-2023 sobre la instalación de la Liebig’s (Lemco) en Fray Bentos.
(1) Cartas guardadas. Correspondencia de August Hoffmann entre 1850 y 1914, de Erna Quincke de Bergengruen. Traducción, notas e ilustraciones de Gerardo W. Quincke, Fundación UPM, 2012.
(2) Justus von Liebig. The Chemical Gatekeeper, de William H. Brock, Cambridge University Press, 1997.
(3) Datos biográficos e históricos tomados de Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940, de José María Fernández Saldaña, Librería Linardi, 1945; Gran enciclopedia del Uruguay, en cuatro tomos, diario El Observador, 2002; y La enciclopedia de El País, en 16 tomos, diario El País, 2011.
(4) Historia de los pueblos orientales, Tomo III, de Aníbal Barrios Pintos, Ediciones de la Banda Oriental y Ediciones Cruz del Sur, 2008.
Próximo capítulo: El rápido desarrollo del litoral del río Uruguay gracias al trabajo de los inmigrantes.