En diciembre de 1869 regresaron los restos de la División Oriental, que había combatido en la guerra contra Paraguay: apenas 150 hombres al mando del brigadier general Enrique Castro. Por entonces también acabó el auge que provocó, al menos en Montevideo, el abastecimiento de las tropas y navíos brasileños que participaron en ese conflicto. Los orientales pronto se avergonzarían de esa guerra de aniquilación, que se prolongó hasta 1870 y por la que Argentina y Brasil obtuvieron enormes territorios. El capitán general Máximo Santos, en nombre del Estado uruguayo, devolvería a Paraguay durante su primera presidencia (1882-1886) las banderas, armas y trofeos tomados en campos de batalla y en saqueos. (Los argentinos recién lo harían en 1954 por iniciativa de Juan Domingo Perón, en tanto los brasileños, cuyas fuerzas armadas cultivan una curiosa épica de la guerra contra Paraguay, no han devuelto formalmente sus trofeos).
En marzo de 1870 se inició la revolución de las Lanzas, acaudillada por el blanco Timoteo Aparicio, una guerra civil sangrienta que se extendió hasta 1872 y que concluyó con la Paz de Abril (ver capítulo 31 de esta serie).
La deuda del gobierno trepó año tras año. Los principales prestamistas eran bancos de Brasil, Francia e Inglaterra, aunque también, por supuesto, los bancos uruguayos.
Crisis global a partir del ferrocarril de EE.UU.
En ese tiempo los precios de la producción exportable uruguaya descendieron drásticamente debido a una crisis económico-financiera del mundo capitalista, que entonces era relativamente pequeño.
En parte la caída de la demanda por productos uruguayos fue un resultado de la recesión que siguió a la guerra franco-prusiana de 1870-1871, que concluyó con la derrota de Francia y la unificación del Imperio alemán. Esa crisis empalmó con en el “Pánico de 1873”, una grave depresión en Estados Unidos que también se propagó por Europa occidental.
El “pánico” se inició por la especulación eufórica con acciones del ferrocarril, un enorme sistema de transporte que había ayudado a convertir a Estados Unidos en la principal potencia agrícola mundial. El repentino miedo de los inversores, que se desprendieron en masa de sus acciones, provocó el estallido de la “burbuja” y la quiebra de la tercera parte de las compañías de ferrocarriles estadounidenses. La bolsa de Wall Street cerró durante diez días, y Estados Unidos cayó en su primera Gran Depresión.
Mientras tanto en Uruguay el desarrollo del ferrocarril se estaba haciendo con mucho retraso, incluso para los estándares regionales, al igual que la expansión agrícola, por entonces incipiente (ver capítulos 20 y 21 de esta serie).
El gobierno de Lorenzo Batlle terminó el 1º de marzo de 1872 en medio de una guerra civil, una profunda depresión económica y el caos monetario. Estas experiencias traumáticas pesarían decisivamente en el ánimo y las acciones de su hijo, José Batlle y Ordóñez, durante sus futuras presidencias (1903-1907 y 1911-1915).
Las “cámaras bizantinas”
Las cámaras legislativas electas en 1873 acogieron una brillante generación de universitarios conocidos como “principistas”, tanto blancos como colorados. Sus detractores (blancos y colorados “netos” o “candomberos”, afines a los caudillos, personalidades vinculadas a la explotación agropecuaria, estamentos cercanos a los militares) las llamaron “cámaras bizantinas”, de manera despectiva, en referencia a la costumbre que se atribuye a los antiguos líderes de Bizancio (Constantinopla, capital del Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino) de discutir todo hasta el absurdo sin tomar medidas concretas.
José Rilla ha señalado las “las ideas de quienes —aún minoritarios— fueron contrarios a los partidos y sus tradiciones, hasta el punto de configurar, también ellos, una tradición política” (1). Entre esos enemigos de los partidos históricos se cuentan desde los “fusionistas” posteriores a la Guerra Grande, hasta José Pedro Varela, el reformador de la enseñanza bajo gobierno dictatorial, pasando por una gran variedad de grupos de izquierda en el siglo XX de extracción marxista y los civiles y militares responsables del golpe de Estado de 1973 “a partir de una crisis radical del sistema de partidos”.
Los principistas debatieron y rechazaron la creación de un banco nacional y la emisión de dinero oficial debido a su extrema desconfianza en el Estado y el riesgo de opresión. Argumentaban no sin razón que una estrecha sociedad entre los gobiernos, siempre hambrientos de dinero, y un banco generoso en manos de políticos conduciría inevitablemente al envilecimiento de la moneda y a la ruina.
El golpe de 1875, el “año terrible”
A fines de 1874 el país estaba extenuado y otra vez en grave crisis financiera, en medio del desgobierno y la apertura del “año terrible”: 1875. Los salarios públicos se pagaban con un atraso de seis meses.
La tensión entre principistas y caudillistas llegó a tal grado que un acto eleccionario menor, celebrado el 10 de enero de 1875, derivó en un tiroteo en la plaza Matriz de Montevideo que provocó varias decenas de muertos y heridos. Entre los que cruzaron disparos había varios defensores notorios del “orismo” o del “cursismo”, así como adversarios y partidarios de crear un banco nacional.
El 15 de enero los militares depusieron al presidente José Ellauri —un dotor colorado liberal y principista, hijo del constituyente de 1830 José Longinos Ellauri— y en su lugar nombraron al siempre dispuesto Pedro Varela, un notorio “cursista” y prestidigitador de las finanzas. Fue el preámbulo de un ciclo trascendente conocido como Militarismo que se extendió hasta 1890.
Pedro Varela, un hombre de Florida, colorado “candombero”, en realidad era testaferro del joven y ascendente coronel Lorenzo Latorre, su ministro de Guerra y Marina, un veterano de la guerra contra Paraguay y de la lucha contra la revolución de las Lanzas.
Emisión de papel moneda y devaluación
El 25 de enero el gobierno autorizó a la Junta de Crédito Público, que existía desde 1870, a emitir billetes. Fue la primera ocasión en que un organismo público emitió papel moneda en Uruguay, cuando aún no había un banco central (si se dejan de lado los “billetes ministeriales” que el Gobierno de la Defensa de Montevideo emitió como deuda pública que funcionó como moneda: ver capítulo 11 de esta serie).
Impresos en Nueva York, los papeles de 1870 mostraban ovinos y lanares, además de una escena de esquila, las bases de la riqueza nacional, y decían que “la República Oriental del Uruguay reconoce este billete…”. El contador tesorero de la Junta de Crédito Público fue Juan Lindolfo Cuestas, quien luego sería ministro de Hacienda durante el largo gobierno de los militares —Militarismo— y presidente de la República entre 1897 y 1903.
Un sector del Partido Colorado, los “candomberos” o “netos”, así como el brasileño Irineu Evangelista de Sousa (barón de Mauá) y su abogado José L. Terra, padre del futuro presidente Gabriel Terra, y núcleos de empresarios y deudores, eran partidarios del crédito fácil y barato, aun a costa de llenar la plaza de papeles inconvertibles. Para ellos el crédito no era fruto solo del ahorro, sino también de la voluntad política. Representaban un anticipo del maridaje propio del siglo XX en América Latina y otras zonas “entre gobiernos despilfarradores y bancos centrales dependientes y sumisos”, escribió Ramón Díaz, un abogado que fundó la revista Búsqueda y presidió el Banco Central entre 1990 y 1993 (2).
El Banco Mauá cerró sus puertas el 23 de febrero de 1875. No prosperaría una propuesta del ubicuo Andrés Lamas, amigo de Mauá, de transformarlo en una suerte de banco nacional. Dos días después, el 25 de febrero, quebró el Banco Navia. El 27 de marzo de 1875 se implantó de nuevo la inconvertibilidad y el curso forzoso del papel moneda.
El Estado uruguayo dejó de pagar la deuda interna, con prestamistas y proveedores, y en febrero del año siguiente también dejó de pagar la deuda externa (default).
El 23 de junio se aprobó otro decreto-ley que amplió las facultades del Estado para emitir billetes. Los partidarios de la convertibilidad obligatoria de los billetes en oro —con los bancos de Londres y Comercial a la cabeza— reaccionaron con energía. Para ellos el papel era solo un símbolo; detrás estaba el metal que aseguraba una moneda respetada y sin inflación. De paso, con su actitud “orista” ortodoxa, el Comercial y sobre todo el Banco de Londres se asegurarían la confianza de la mayor parte de los ahorristas uruguayos.
Mientras tanto más de quinientos comercios de Montevideo, agremiados en el Centro Comercial, deseosos de sobrevivir al caos, firmaron un convenio el 21 de junio de 1875 por el que se comprometían a satisfacer con oro todas las obligaciones no pactadas expresamente en papel moneda. También se negaron a comerciar y dar créditos a las empresas que se acogieran al curso forzoso de los billetes. Algunos dirigentes de la gremial fueron perseguidos y se exiliaron en Buenos Aires. Pero, a la postre, la decisión de los comerciantes significó el fin de la Junta de Crédito Público, cuyos billetes eran inconvertibles, que se liquidó en 1876. El papel moneda que había emitido fue rescatado más tarde por la Comisión de Extinción de Billetes creada por Lorenzo Latorre para quemarlo.
En medio de una caótica serie de medidas y con sus cuentas en muy mal estado, el gobierno prohibió a la prensa publicar noticias económicas y cotizar en bolsa la desvalorización de los billetes inconvertibles, cuyo precio cayó 90%. En suma: muchas personas e instituciones financieras se sacaban de encima los billetes, aceptando por ellos apenas el 10% de su valor nominal.
Muchos billetes ya no valían ni el papel en el que estaban impresos, como había acontecido cincuenta años antes con los papeles del Banco de Buenos Ayres que Juan Antonio Lavalleja y los suyos trajeron con la Cruzada Libertadora.
(*) Una versión de este capítulo fue publicado por el autor en su blog de El Observador el 6 de diciembre de 2017, dentro de la serie Una historia del dinero en Uruguay.
(1) La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay (1942-1972), de José Rilla, Editorial Sudamericana Uruguaya SA – Debate, 2008.
(2) Historia económica de Uruguay, de Ramón Díaz (2003), Ediciones Santillana (Taurus) – Fundación BankBoston. Ver perfil personal de Ramón Díaz en: https://www.elobservador.com.uy/nota/murio-ramon-diaz-un-profeta-del-liberalismo-20171715110
Próximo capítulo: La Asociación Rural, el “Gran Pánico” de 1873 y el ascenso de Latorre.