Por The New York Times | Jonathan Wilson
LA REGIÓN TIENE UNA HISTORIA QUE CONTAR SOBRE EL DESTINO DEPORTIVO.
Existe una teoría de que, con excepción de Uruguay en el primer torneo de 1930, todos los ganadores de la Copa del Mundo han sido influenciados de alguna manera por la ola de grandes entrenadores húngaros que se esparcieron por el mundo tras la Primera Guerra Mundial.
No es del todo cuestionable, incluso si algunos son escépticos. En contraste, nadie realmente duda que el “gegenpressing”, (presión alta) tal vez el estilo dominante del futbol moderno, tiene sus orígenes en la Unión Soviética (y que fue generado a partir de un partido amistoso en 1983 entre el equipo alemán Viktoria Backnang y el Dinamo de Kiev, que era liderado por el gran entrenador ucraniano Valeri Lobanovski). La presión en sí misma, cuya incorporación en la década de los sesenta se puede decir que marcó el nacimiento del futbol moderno, la desarrolló Víktor Máslov, un entrenador ruso que gozó de gran éxito en el Torpedo Moscú y el Dinamo de Kiev.
Estas no son instancias aisladas de influencia. Durante la mayor parte del siglo XX, el futbol miró hacia el este en busca de inspiración. En dos periodos muy diferentes, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, Europa del Este fue un símbolo de modernidad y pensamiento progresista en el futbol. Aun así, en la Copa del Mundo de este año en Catar, solo 3 de las 32 selecciones participantes pertenecen al exbloque comunista y han pasado veintitrés años desde que un club de la región llegó a una semifinal de la Liga de Campeones. La región, con entrenadores de alto perfil que no están nada cerca de la cima del deporte, es ahora tan solo otra productora de talento para las ligas adineradas de Europa occidental.
De crisol a páramo, Europa del Este tiene una historia que contar sobre el poder de la política y la economía para definir el destino deportivo.
Incluso a medida que los pensadores más brillantes abandonaban Hungría en las décadas de los veinte y los treinta, el flujo de talento húngaro se mantenía debido a la rivalidad entre dos gigantes de Budapest: el MTK, el club de la clase media judía, y el Ferencvaros, cuyos hinchas eran en gran parte personas de la clase trabajadora y de origen étnico alemán. Aun así, la política se entrometió.
El MTK se disolvió en 1942 por obra del régimen de extrema derecha de Miklós Horthy y el Ferencvaros sufrió por el abandono intencional del gobierno comunista que tomó el poder en 1947. Aunque la nacionalización trajo éxito a corto plazo (lo que llevó, de manera célebre, a Hungría a la final de la Copa del Mundo de 1954), las dos grandes fuentes de cultura futbolística en Budapest, dañadas por las deserciones masivas que siguieron a la represión soviética del levantamiento de 1956, se secaron con rapidez. El futbol húngaro nunca se recuperó.
Tras el eclipse de Hungría, el centro del futbol de Europa del Este cambió a la Unión Soviética misma. Máslov, un moscovita amistoso, preparó el terreno en la década de los sesenta. Sin embargo, fue Lobanovski, un matemático, quien en realidad logró avances. Lobanovski, un partidario de la presión alta, también fue pionero (en conjunto con el informático Anatoly Zelentsov) del uso del análisis por computadora en la preparación de partidos. En el proceso, inspiró al Dinamo de Kiev a lograr dos victorias en la Copa de Campeones de Copa Europea y condujo a la Unión Soviética al segundo lugar de la Eurocopa de 1988.
No obstante, este periodo llegó a su fin con el colapso del comunismo. Cuando la región cayó en la ruina económica, los jugadores y entrenadores más talentosos se fueron (y el financiamiento del Estado que mantenía a los clubes y a las academias dejó de fluir). La infraestructura del futbol de clubes quedó desprovista, justo cuando la llegada de la Liga de Campeones incrementó las ganancias para la élite.
El impacto fue devastador. En el Mundial de 1990, cuatro de los veinticuatro equipos provenían del este. Cuatro años antes, el entonces Steaua de Bucarest, el club del Ejército rumano, había ganado la Copa Europea (la precursora de la Liga de Campeones) y llegado de nuevo a la final en 1989. Dos años después, cuando comenzó una guerra civil en Yugoslavia, el Estrella Roja de Belgrado triunfó. Desde entonces, ningún equipo de Serbia o Rumanía ha llegado siquiera a la fase de grupos de la Liga de Campeones, mientras que una disputa ardua sobre la propiedad significa que hay dos clubes que reclaman la continuidad del Steaua original.
El Steaua representa un ejemplo extremo, pero la corrupción, la desorganización y los recursos disminuidos acechan al futbol en el este. Incluso en la Alemania Oriental había una disparidad evidente con la Alemania Occidental. Cuando Alemania ganó el Mundial en 2014, su escuadra incluía a solo un jugador del este. La Bundesliga, la liga de primera división de Alemania, tiene a solo dos clubes del este, cada uno aislado de las dificultades económicas de la región a su propia manera.
Durante algún tiempo, Rusia pareció ser la gran esperanza. Hubo éxitos en la Copa de la UEFA (el segundo torneo más prestigioso del futbol europeo) para el CSKA Moscú en 2005 y el Zenit de San Petersburgo en 2008, mientras que la selección nacional, con un futbol emocionante, alcanzó la semifinal de la Eurocopa en 2008. Cuando en 2011 Suleiman Kerimov, un aliado de Vladimir Putin, compró el Anzhí Majachkalá, un club antes desconocido de la capital de Daguestán, Majachkalá, y contrató a estrellas que acaparaban la atención, el alcance potencial de los oligarcas rusos en el futbol se volvió evidente.
No obstante, las regulaciones del Juego Limpio Financiero de la UEFA, que entraron en vigor ese año, restringieron las sumas de inversión. Algunos prefirieron invertir en el extranjero de todas maneras, como Román Abramóvich en el Chelsea o Dmitri Rybolóvlev en el Mónaco. ¿Buscaban elevar su perfil y con ello asegurar un grado de protección de las maquinaciones en el Kremlin? ¿Estaban vinculando sus activos a las economías occidentales, con lo que ganaban un grado de influencia? Sigue siendo incierto.
De cualquier modo, un colapso en el precio de la potasa obligó a Kerimov a recortar los presupuestos del Anzhí. Después, en 2014, ocurrió la invasión rusa a Crimea y partes del Dombás. Incluso las sanciones limitadas posteriores tuvieron un efecto, en particular en el presidente de larga data del CSKA, quien tiene intereses de negocios significativos en Ucrania. Las sanciones impuestas tras la invasión total de Ucrania en febrero han extinguido, en la práctica, la inversión rusa en equipos extranjeros.
En el interior de Rusia, las consecuencias han sido profundas. Ha habido un éxodo de extranjeros de la liga rusa: por ejemplo, los entrenadores alemanes del Lokomotiv Moscú y el Krasnodar renunciaron casi de inmediato. El país está aislado, se le expulsó de la Copa del Mundo y se suspendió la participación de sus clubes en las competencias de la UEFA. Tal vez Gazprom, la compañía energética estatal que solía patrocinar a la Liga de Campeones, opte por invertir sus recursos en casa. Aun así, lo más probable, es que el futbol ruso se marchite debido al aislamiento.
¿Esto nos deja con qué, para ser exactos? Ucrania, a pesar de la invasión, estaba a un partido de calificar a la Copa del Mundo y el reinicio de su liga nacional en agosto, a pesar de sus protocolos en caso de ataque aéreo, se presentó con orgullo como evidencia de un regreso a la normalidad. Los grandes talentos pueden surgir en cualquier lugar: una de las promesas más brillantes en el futbol moderno es el extremo georgiano de 21 años del Nápoles Jvicha Kvaratsjelia. Los balcanes y Ucrania continúan produciendo talento en grandes cantidades: un informe del Observatorio de Futbol del Centro Internacional de Estudios Deportivos de este año clasificó a las academias de cinco clubes de Europa del Este entre las ocho mejores de Europa. Sin embargo, producen, en esencia, para vender a Occidente.
Hungría ha vivido un minirrenacimiento en fechas recientes, gracias a una serie de recortes fiscales que Viktor Orbán, un gran fanático del futbol, ha proporcionado a los clubes. Con inversión, algún logro es posible, a nivel nacional al menos. Sin ella, el resultado es Bulgaria o Rumanía, cuyas selecciones nacionales iluminaron el Mundial de 1994, pero en la actualidad son desiertos futbolísticos.
En el torneo de este año, Polonia, Serbia y Croacia (que ha tenido un alto rendimiento consistente, contra toda probabilidad) harán su mayor esfuerzo. Sin embargo, su desempeño subraya en gran medida cuán bajo ha caído la región. Puede que el futbol sea el deporte universal, accesible para cualquiera que tenga un balón áspero. Sin embargo, como la experiencia de Europa del Este demuestra de manera lamentable, no puede escapar de los caprichos de la historia. Este artículo apareció originalmente en The New York Times. (No Ideas/The New York Times)
La mayor sorpresa en una Copa del Mundo en años